viernes, 13 de julio de 2012

CARTAS DESDE LA SOLEDAD "II"






UNAS PALABRAS…

"Acompañado por el monótono ronroneo del ventilador que a duras penas refresca el ambiente de esta tarde primeriza de Agosto y por mis dos gatos..." fue lo que escribí hace casi veinte años para dar comienzo a "CARTAS DESDE LA SOLEDAD".
Ahora estamos a mediados de julio y sigue haciendo un calor sofocante y, como entonces, tengo el ventilador a menos de un metro a plena potencia para intentar refrescar mi cuerpo, pero ya solo tengo un gato que se limita a tenderse sobre el vientre en el suelo y a mirarme con cansancio mientras de aburrimiento bosteza haciéndome reír porque parece  un tigre en pequeño.

Han pasado muchas cosas, unas buenas, escasas, las más regulares y muchas desagradables.
Hace doce años me operaron del corazón, también me falta la vesícula y me han puesto fecha de caducidad dos veces convencidos los médicos, porque los análisis lo confirmaban, que tenía cáncer.
Errores que me benefician y que a ellos prestigian.
Ahora vivo en un pueblo, harto de los ruidos de Valencia pero en la carretera, con lo que estoy consiguiendo que las orejas terminen siendo un adorno.
También he cambiado de coche tres veces, cada uno más grande que el anterior con el fin de ir más cómodo.
Por circunstancias ajenas a mi voluntad tuve que hacer la casa donde vivo para que la madre de mi hijo, si en febrero del 93 nación el único que tengo, y aunque la he hecho yo con mis manos, no me llena el alma por razones que no han lugar. Me jubilaron hace doce años pero hasta mañana hace un año seguí trabajando como consecuencia de tan “elevada” pensión como me dejaron, pero no me lamento porque hay otros que están peor.
Mi hijo tampoco trabaja, no hay nada que hacer y lo compensa creciendo hasta llegar casi a los dos metros  y pesando casi cien kilos: es una máquina de comer, crecer y hacer lo menos posible, que es lo que les ha enseñado la sociedad.
Así que, como podemos, vivimos de mi pensión, que no hará falta que diga que no llega a la media nacional...
Y esta
vez espero acabar la segunda parte en menos tiempo: estoy jubilado y no llegaré a tan viejo, porque si sobrepasas los 80 dejas de ser un viejo para ser un
Ya solo me queda despedirme de ti, audaz o insensato lector, si un día decides, entre aburrido o desganado, entretener tu tiempo leyendo las sensaciones que plasmó un hombre que había vivido más tiempo del que los médicos habían predicho.
Viví más por fastidiar y llevarles la contraria.

Bétera, quince de Julio de 2012

I N D I C E

1 
.- Sudando
34
.- Lata de sardinas
2
.- Soñando
35
.- Tarde de domingo
3
.- Zhivago
36
.- Irresponsables
4
.- El Bósforo
37
.- Apatía
5
.- San Juan
38
.- El “Abe…”
6
.- En el coche
39
.- Coordinación
7
.- El viaje
40
.- Sudores
8
.- Los viejos
41
.- Fiestas
9
.- Arde el bosque
     42
.- Ensueños
10
.- Sigue ardiendo
43
.- No pensar a tiempo
11
.- Manto de beduino
44
.- Ciclos de la vida
12
.- Forofos
45
.- Agosto
13
.- Noche calurosa
46
.- Truenos
14
.- El cáncer
47
.- Belleza
15
.- Ahora
48
.- A mano
16
.- Macaybo
49
.- Un tractor
17
.- Madrugada
50
.- En el cielo
18
.- Cumpleaños
51
.- De madrugada
19
.- El verdor
52
.- Mirar y ver
20
.- De noche
     53
.- Ya es lunes
21
.- Chihuahua
54
.- Cielo enrojecido
22
.- En el cielo
55
.- Sabiduría
23
.- Un pueblo chico
56
.- Llovizna
24
.- Celebrando
57
.- Siesta
25
.- Amaneciendo
58
.- Samaritanos
26
.- Cielo gris
59
.- …y dos años más tarde
27
.- Esperando
60
.- El tío Picholo
28
.- Meditando
61
.- Las acacias
29
.- Sin inspiración
62
.- Los conejos
30
.- Un escarabajo
63
.- Solidaridad
31
.- Medicinas
64
.- Melancolía
32
.- No dar golpe
65
.- Un lunes más
    33
.- El Señor de los Jamones
     66
.- Un lucero nuevo







1.- SUDANDO…

Empapado en sudor me he levantado cuando ya la noche esta mediada y tras darme una tibia ducha me siento desnudo frente al ordenador notando las ráfagas del ventilador que empuja hacia mi cuerpo un aire caliente que por unos momentos refrescará mi corpachón hasta que esté del todo seco.
No se oye nada por la carretera ni llegan ruidos de la finca lo que me asegura que aunque sea mal, los vecinos duermen tratando de recuperarse de sus afanes no cumplidos y reparar el cansancio que la jornada de trabajo, el que lo tiene, les ha producido.
Oigo crujir la cama de mi hijo al darse la vuelta con sus casi cien kilos repartidos entre sus escasos, por muy poco, dos metros, entregado a sus sueños y dentro de poco comenzará a plasmarlos hablando con balbuceos primero y bastante claridad después hasta hacerlos inteligibles.
Y me debato en estos instantes en que escribo, y durante el tiempo que he estado despierto, entre mi obligación moral conmigo mismo y mis deseos de huir de este sitio donde la vida con una cierta normalidad no es posible.
Analizo pros y contras, la responsabilidad que debo tener, el sentido del deber que mi padre desde niño me inculcó y mis deseos, así como el destino que vislumbro y la realidad que hay aquí.
Y a fuer de ser sincero no se que decidir, porque si malo es quedarse aquí, peor es, de momento, no tener donde ir, dado que los sitios en donde lo puedo hacer no hay en ellos personas con las que la empatía sea la suficiente como para convivir con normalidad, sin excluir de que lo que siento por esas personas, de magnifico corazón es amistad, y no amor.
Ya se que se dice que el roce hace el cariño, pero a mi edad también he aprendido que o partes de un sentimiento superior a la amistad o la relación carece de futuro y sentido.
También se que huir  para no hacer frente a una situación onerosa, o de soledad, suele conducir, al utilizar solo la mente, a un final igual al que acabas de dejar en muy poco tiempo.
Puedo hacer uso de la manida solución de que en tiempos de tribulación no es conveniente mudanza alguna, pero si es una buena sugerencia, también lo es la realidad de que se me escapa la vida y el egoísmo propio humano me dice que antes de que llegue el instante de acabar quisiera tener un poco de paz y de felicidad, máxime cuando tengo dentro de mi los ingredientes suficientes como para dar a quien me acompañe la riqueza de mi corazón y la fructífera variedad de mi mente que es capaz de distraer y despertar la curiosidad a la persona más indiferente.
He parado un rato de escribir mientras me deslizo entre las aguas procelosas de la duda mirando con atención los escollos que aparecen en el mar de la convivencia y no quiero tomar como realidad, porque no la veo, los anhelos como continente a donde llegar.
Son tantos los detalles, los inconvenientes y las ventajas, que incluso a mí que de temperamento decido a la carrera y sobre la marcha, no se me ofrece con nitidez la solución.
Tal vez sea porque la noche esta oscura y ahora la luna menguante no me acompaña y tampoco quiero coger el coche para salir a la carretera y huir hacia la nada al saber en el mismo instante de partir que por no tener puerto de arribada en algún instante de la madrugada daré la vuelta para hacer el mismo trayecto y regresar.
Dejar en estos momentos a la mente soñar con un paraíso que no he conocido me parece que son ganas de perder el tiempo, ese que va transcurriendo desde que escribo sin intuir qué puedo hallar en el horizonte lejano de mis anhelos no cumplidos.
Viene la gata y apoya sus patas delanteras sobre la carne desnuda de mi muslo derecho y maúlla suavemente, diría con cariño, como si compartiera mis dudas, mis sueños y la realidad del momento.
Debe saber que lo más prudente que se puede hacer cuando llueven los golpes, cuando sopla el viento y el granizo de la adversidad agosta el prado de las ilusiones, es refugiarse bajo el techo de la realidad que tienes y aguardar a que escampe el mal tiempo que la vida ha puesto en el cielo de mis días.
Baja las patas y me mira en silencio mientras sus hermosos ojos brillan al recibir a través de la puerta abierta la luz de las farolas, que como guerreros con antorchas están plantadas en la aceras para iluminar la carretera que se aleja del pueblo para fundirse con la oscuridad en un abrazo que durará hasta que empiece a clarear el día.
Ya el ventilador solo empuja el aire caliente, ya tengo el cuerpo seco y comienzo  de nuevo a sudar.
Una noche de calor, dudas, tormento y sudor.
No veo por el momento otra solución que seguir andando mientras me aguante el cuerpo o venga un tiempo mejor. 

2.- SOÑANDO…

Solo el suave ronroneo del motor rompía el silencio en el interior del coche que corría consumiendo la cinta negra de la carretera en el trayecto que hacia mientras algunas lagrimas desprendidas del cielo morían estrelladas contra el parabrisas dejando su mancha de barro que me habla del lejano desierto en el que he vivido y de donde procede el viento que arrastra las nubes.
Ya no existen las distancias y hemos perdido el gozo sencillo y sincero de notar la velocidad en la cara como gozaba cuando era niño recorriendo el camino que separaba la casa de mis abuelos de la era donde se trillaba la paja.
El traqueteo de la ruedas, los saltos en el carro cuando caían en los baches y el viento suave del verano acariciando la cara daban al que viajaba en ese medio una sensación de velocidad que no tenemos los que vamos dentro de un auto.
Eras tiempos distintos, tiempos lejanos en los que el sombrero de paja trenzado a mano era el tocado de hombres sudorosos y secos que segaban en los campos y trillaban en las eras montados en unos tríllos con dientes de piedra, los primeros, tirados por algún asno  en la era de un pobre o por dos machos si era de un rico, aunque en ambos casos daban vueltas desmenuzando el oro viejo de la mies segada por las manos endurecidas y llenas de callos de unos braceros que segaban como máquinas y cuya comida era pan casi negro y un embutido saciando su sed con el agua de un simple cántaro o botijo.
Hemos perdido la sensación del tiempo, hemos olvidado que somos y de donde venimos, no sabemos apreciar los hermosos instantes que la vida tenia en aquel tiempo en que casi todos los trabajos requerían tremendos esfuerzos.
Y mientra conducía iba mirando los campos y las montañas que los cercaban en donde los pinos lloraban remojados por el aguacero.
Entra el aire oliendo a tierra mojada, a estiércol y a tiempos del pasado.
Creo sinceramente que trabajamos menos, pero hemos dejado en ese trayecto el placer del trabajo bien hecho y la paz que acompañaba al hombre que sabia desde que se levantaba que su humilde trabajo era necesario para que todo funcionara.
Corren los recuerdos de mi niñez sumergidos en mi pensamiento mientras mis ojos siguen el encintado negro por el que ruedo.
Y aunque se que no es imposible, huelo y llena mi nariz el olor la paja recién trillada, el de la alfalfa cuando le daba la vuelta con la horca de madera para que se secara y el característico de las cuadras de Ayerbe que solo se limpiaban cuando cuajaba el verano para que extraída y apilada se fuera haciendo el estiércol con el que abonar, mas adelante, los campos.
Sin duda alguna son viejos mis recuerdos pero han permanecido en el baúl de mis sueños pasados en mejor estado que lo está mi cuerpo.
Te das cuenta a medida que pasa el tiempo en que las horas y los días se transforman en años, que la vida sencilla es la que deja sobre tu alma los surcos mejor labrados.


3.- ZHIVAGO…

El tiempo es el mar, más o menos extenso, que se extiende desde nuestro nacimiento hasta la muerte y que los humanos nos empeñamos en compartimentar como hacemos con los corrales en donde metemos el ganado.
Pero sin tener nada previsto, los recuerdos engarzados en ese cielo del tiempo caen frente a nosotros trayendo a la mente acontecimientos ocurridos hace mas de cuarenta años como sucedidos frente a nosotros en estos momentos.
Serena tenia mi alma cuando las olas embravecidas de una sintonía han hecho desfilar ante los ojos del recuerdo la melodía más hermosa  por mi jamás oída describiendo los sentimientos que crea un amor imposible cuando los dos amantes deciden fundir el tiempo y consumirlo en la pira de los días sabiendo que el destino había dispuesto el separarlos de por vida.
La imagen de Zhivago acariciando con los ojos la cuartilla en blanco mientras ponía el nombre de Lara para a continuación llenarla con palabras que eran la esencia de su alma que como gotas de sangre de su corazón brotaban frente aquella ventana nevada que nos decía con el silencio y la calma que aquellos instantes tenían la energía suficiente para llenar y saciar una vida vacía.
Han pasado 47 años desde el instante en que sentados en el cine contemplamos aquella película y aún me inunda el olfato el perfume exquisito de su cuerpo y noto sobre mi mano el calor tibio de la suya mientras con la otra atajaba las lagrimas que desbocadas descendían por sus mejillas.
No pasa el tiempo, sino que pasamos nosotros y la prueba de ello es que siguen viniendo a nuestro presente los recuerdos maravillosos como si ahora estuvieran sucediendo, aunque  ocurrieron hace tantos años y ahora estemos solos ambos.
Muchas veces le digo a mi hijo que atesore todos los hechos hermosos que vaya encontrando a lo largo de su vida porque serán el alimento de su alma si cuando sea viejo está solo.
He estado unos momentos, o mucho rato porque el tiempo ha retrocedido o se ha parado, sumergido en el lago de los recuerdos que aún conserva el calor suficiente para hacer retroceder mis muchos años y sentirme joven andando por aquellos cielos de amor y ensueño que tuve contemplando el amor sublime de un hombre que sabia plasmar con letras indelebles en las tablas de la vida los mandamientos más divinos que permiten sentir el cielo en un infierno de guerras y persecuciones y sentir que ese poco tiempo para vivir así en un anticipo de la eternidad que atesoran los que al amar sin dobleces ni atajos se entregan.
Vuelvo a mirar mi cuerpo y lo contemplo desde fuera, desde ese cielo en el que me he sumergido y lo veo sentado escribiendo sus sentimientos más hermosos y más desconocidos.

4.- EL BOSFORO…

Sopla con moderada fuerza el viento de poniente trayendo entre sus alas el perfume de las tierras altas del centro de España, mientras calienta las aguas de este mar que nos baña y que los romanos llamaban “nuestro”.
Son días de aire seco, de tierras arrastradas que dejan sobre las losas del suelo una ligera capa de polvo que  cruje lastimera al ser aplastada por los pasos que doy camino del otro extremo de la casa, que mira a través de las dos ventanas como las ramas de los naranjos se mecen como si bailaran un ritmo frenético.
Tal vez ensayen ahora para danzar la noche mágica del 23 en que el cielo se iluminará con las hogueras de los que van al mar a celebrar ese rito misterioso de pedir, mientras saltan sobre el fuego en la noche de San Juan, lo que consideran un milagro o su máxima necesidad.
Y sale del baúl de los recuerdos la noche del 24 en que navegando agotados y de regreso, contemplamos desde el mar los fuegos artificiales del final de las fiestas y cómo se enrojecía todo el cielo de Alicante al quemar las hogueras que con tanta ilusión habían construido.
Han paso 27 años desde aquella noche de cielo enrojecido en la que Juan Manuel celebraba su santo detrás de una botella que se iba vaciando a medida que, en dirección al cabo de San Antonio, navegábamos tras el fracaso de un viaje en el que tanto nos habíamos arriesgado.
La verdad es que aquel espectáculo en la noche no se ha borrado de mi mente como tampoco el sufrimiento soportado cuando fuimos sorprendidos por un temporal de levante.
Son recuerdos que se agolpan como si quisieran aplastarme, son imágenes que como destellos de un flash del destino, se suceden como lo hacen las nubes en el cielo cuando sopla fuerte el viento.
Después de aquel viaje he pensado muchas veces que fuimos unos elegidos por el destino para sobrevivir y aprender que sí dominas tu miedo siempre, podrás controlar tu vida y los sucesos que te salgan al encuentro.
Empieza a aullar el viento que se filtra por una ventana mal cerrada y trae como nostalgia, los gemidos de la jarcia cuando la corta el viento enloquecido.
Fue un viaje que me hizo prometerme a mi mismo que “algún día” recorrería las islas del Egeo y las aguas del mar Negro en un velero como premio final a una vida cuajada de sorpresas, disgustos, sinsabores y miedos.
garantice que tras esta dura travesía económica exista la tierra del dinero.Pero pienso que tendré que posponer ese viaje para cuando vuelva a reencarnarme de nuevo porque no se ve en el horizonte de mi vida ninguna nube que
Seguramente ya mi cuerpo no navegará de nuevo, pero nada me impide soñar con los ojos abiertos y creer que navego entre sus puertos, soñar en sus calas, perderme entre las estrellas de la noche y contemplar el misterio de dos tierras, Europa y Asia, contemplándose en silencio como lo hacen los labios de una boca enamorada.
Y el Gálata, como anillo de matrimonio entre dos tierras separadas pero enamoradas desde lo eterno.
También han pasado muchos años desde que en ambos sentidos pasé bajo su arco, nombrando en silencio los Dardanelos, el mar de Mármara y el Bósforo que son el canal del Helesponto clásico preludio del mar Negro, perla encerrada en el seno de una tierra donde van a morir ríos que nacen en el corazón de Europa y otros, en el centro de Asia.
 ¡Que tiempos aquellos en que aún tenia pelo y era negro! 




5.- SAN JUAN…

Acaricia el viento, tras recorrer la noche pasada el cielo estrellado por encima de las hogueras de la playa que  parecían ojos en llamas insertados en la arena, las palmera que al otro lado de la vía se alzan hacia el cielo y como sabiendo que las contemplo, me miran nada más descorro la cortina que protege de ojos indiscretos la intimidad de mis silencios mientras leo o escribo.
El azul del cielo es más intenso que el del mar por el que he navegado y, como saliendo de un milagro, tres palmeras muy altas que miran con los ojos verdes de sus ramas a los mortales que bajo ellas pasan y a los que como yo no salen de casa, pero que las adora en la distancia mientras las besa con los ojos y mira las extasiado cuando bailan abrazadas por ese viento de la mañana que también besa las hojas de las acacias que ya perdieron sus flores blancas y las acompañan silenciosas mientras miran  como las ramas más altas asemejan las velas de un velero fijado en tierra por el amor sincero de un jardinero.

Arboladura llena de hermosura en el que la naturaleza sustituye las velas blancas del hombre por otras verdes que nos hablan con susurros suaves mientras se mueven, de las cosas que han contemplado antes de quedarse unos instantes, mientras abrazan y besan las palmeras y a los árboles y luego salir corriendo de nuevo en busca de un horizonte que no veo desde mi puerta pero que se aguarda su paso y, con más calma, al sol que camina más despacio y que  abrirá la puerta entre los cerros para pasar al ocaso y esconderse tras la luna en la noche y despertar mañana como el regalo que Dios da a los hombres mientras en silencio nos dice cuando nace, que ha renovado por un día el contrato de dejarnos con vida para  rectificar si hemos errado y aprovechar para saciar nuestra alma con todo lo que los ojos sabrán captar de hermosura y humanidad si usamos los ojos no solo para mirar, sino también para ver.
Porque olvidamos con frecuencia que la misión de cada día tiene entre otras cosas el atesorar en el alma las mas hermosas sensaciones porque serán las velas que usaremos mas adelante al hacernos viejos para iluminar nuestros días que miraremos con los ojos del cuerpo cuajados de telarañas que se producen por el paso de los años y que ayudaran a calentar el corazón de nuestra soledad mientras aguardamos el final de nuestra vida.
Esa soledad que viene cuando los que amamos parten lejos en busca de sus afanes y de hacer realidad el sueño de sus vidas  y que soportamos dentro de la tristeza con más facilidad porque ya hemos descubierto, en algún momento de nuestra vida, que la soledad más terrible y dolorosa es la soledad en compañía
Sacio mis ojos contemplando de nuevo las palmeras que se adornan con penachos de flores de un blanco tostado que son promesas para el día de mañana, tras ser sazonadas por las estrellas, el sol y el tiempo, de esos regalos de caramelo oscuro que son el fruto maduro de los oasis y los desiertos que se llaman dátiles.
Y dentro de mi mente oigo el canto de la araucaria que aplaude como extrajera de los Andes a las estilizadas palmeras que bailan a los compases de mis sueños y con el aroma de los mares que desde el otro extremo del Mediterráneo nos trae el viento.
Es tanto el colorido, es tan intenso el azul turquesa del cielo y tan armoniosa la cadencia del baile de los árboles, que el espíritu de la vida casi llega a emborracharme y hace en mi cerebro el mismo efecto que el vino cuando en una copa pequeña me mira aguardando que nos besemos mientras lo bebo.
Qué pena sea sordo para la música y el canto, porque es tal la sinfonía que resuena en mi mente que creo estar en estos momentos oyendo el coro de los esclavos al mismo tiempo que el canto de la alegría que escribió otro sordo, pero infinito y eterno.
Cierro mis ojos mientras me sumerjo en el baño de las emociones que mi corazón tiene para hacerme olvidar mis males y volver a sentir mi cuerpo como cuando era joven.
Hoy es el día mágico de San Juan y la pasada la noche la de los milagros, que se que suceden porque en dos ocasiones, a lo largo mi vida, han sucedido.

Y fue por esa razón, porque el hombre aún el más desesperanzado siempre tiene ceñido a su cuerpo el flotador de la esperanza, por lo que caminé al paso de las horas hasta que llegó la madrugada sin que sucediera nada.
Y es que el hombre siempre aguarda lo que anhela con la misma ansia que aguarda el preso su libertad y el pan el hambriento, aunque digan por la boca que han perdido toda esperanza.
Abro los ojos del alma a la realidad que me rodea y regreso del cielo al suelo para mirar como las palmeras y la araucaria bailan y siento muy dentro de mí que me envían besos porque saben que cada mañana cuando me levanto, descorro la cortina un poco para contemplarlas y darles en silencio besos.
Qué poco se necesita en la vida para abrigarse con los sentimientos y menos aún para tenerlos y ofrecerlos a aquellos que como sonámbulos van por su destino mendigando un poco de ternura, algo de atención y el tesoro de un sentimiento.
Despierto y vuelvo a la rutina de cada día.


6.- EN EL COCHE…

La luz de los faros del coche perforan la oscuridad de la noche a medida que avanzo por la carretera acompañado por el monótono ruido del motor y mis pensamientos que de vez en cuando se distraen viendo cruzar la carretera a algún zorro trasnochador o a un conejo despistado que deslumbrado empieza a correr como un poseso siguiendo la luz de los faros.
Tardará en hacerse de día y a medida que voy acortando los kilómetros que faltan para mi destino que no está determinado, repaso los últimos sucesos acaecidos en tan breve lapso y que han transformado una esperanza de trabajo en un verdadero desierto a medida que ha ido pasando el tiempo.
Miro como se hunde la economía, como se hace escaso el trabajo, como se dilapida la juventud de mi hijo y como voy serpenteando por el camino de la penuria para encontrarme a no tardar mucho tiempo con la realidad inapelable de que quedaré constreñido a ser un jubilado definitivo.
Y esa realidad que viene hacia mi es la que hace que busque alternativas que me permitan llenar mis horas, aprovechar mis conocimientos, ejercitar mis manos para tratar de tallar madera aunque no sea para hacer arte sino para fortalecer mis dedos y pasar el tiempo, recordando mientras tanto, cuando tenia más vigor en mis manos y hacia figuras que barnizaba con espero para una vez terminadas con ellas hacer regalos a personas a las que no debía nada pero que, asombradas al verme hacerlas, las pedían con todo descaro.
Es un panorama deprimente en el que me debato tratando de acortar en unos gastos para surtirme de nuevo de herramientas y medios con los que descargar mi mente de sus fantasmas y miedos mediante la realización de un trabajo que me permita estar sin ver a la gente ni salir a la calle si no quiero, pero entretenido siempre y cuando la inspiración descienda del cielo, sentarme frente al ordenador y plasmar lo que siento, o lo que veo, o lo que recuerdo de este pasado mío tan cuajado de vivencias y acontecimientos.
Raro es ver cruzar a estas horas un jabalí seguido de sus jabatos y tengo que dar gracias al cielo que lo hayan hecho a más de 30 metros por delante, porque si lo deciden más tarde, el golpe habría sido de tal calibre que destroza la delantera del coche.
Dentro del coche debo estar a 22º porque el aire acondicionado no está funcionando y compruebo la temperatura exterior del aire y veo que la noche ha sido calurosa en estos llanos por los que circulo: 20º.
A lo lejos se ven luces de pueblos perdidos en la noche, recostados junto a un cerro o extendidos en el llano, que aguardan sin prisa que las primeras luces del alba lleguen para despertarlos.
También se ven los faros circulando lentos de las segadoras que para acabar más pronto y no exponerse a los truenos y las tormentas de verano siegan por la noche para ganar tiempo y, de paso, evitar el calor tan intenso que sube de la tierra cuando el sol la calienta sin miramiento.
Creo que ya he hecho bastantes kilómetros esta noche para huir de lo que no quiero y para serenar mi espíritu, por lo que doy la vuelta e inicio el recorrido inverso.
Viajar muchas veces, más de lo que imaginamos, solo es huir de un destino adverso, de una realidad que nos oprime, de unas circunstancias que no deseamos.
Por eso tomo el coche en la noche cuando veo que mi resistencia para luchar contra lo adverso empieza a dar síntomas de debilidad o casi agotamiento.
La oscuridad de la noche, el ronroneo del motor y el mirarme por dentro en silencio, hacen que recupere la serenidad suficiente como para que cuando deje del coche me enfrente a la realidad que me rodea y que parece que se esfuerza en vencerme.
Al fondo, en ese cielo que ya apenas ilumina la luna pero en el que destacan las estrellas, comienza a dibujarse una raya que es el nuevo día.
He circulado sin saber la hora, sin saber los kilómetros recorridos ni tampoco por qué me he dejado vencer por el desespero si lo que tengo ya viene de lejos.
Me desvío y entro a la carretera que me trae a este pueblo donde vivo.
Y mientras hago maniobra para entrar en el garaje, llega el primer metro que como luciérnaga se desliza hacia la estación con alguno dentro que dormita apoyada su cabeza sobre la ventanilla sin tener claro donde se encuentra.
Va a comenzar un nuevo día y se levantan los afanes de los que han de trabajar, que alguno ya he visto por la calle viniendo de recoger el pan.
Hace mucho calor dentro de la casa aunque aun duerme mi hijo sin enterarse de mi escapada.
Voy a ducharme y a empezar mi nuevo día.


7.- UN VIAJE…

Muchas veces pienso que cuando repasamos el pasado, las cosas parecen sucedidas ayer o hace un año y que esta sensación es la medicina que la naturaleza tiene para anestesiar, o distraer, a la mente para que no aprecie en toda su crudeza la realidad de que nos empezamos a hacer viejos.
Y como ya no puedes mirar adelante para soñar porque se acaba tu tiempo, solo puedes traer del pasado los recuerdos que suavizan los fracasos, los anhelos perdidos y aun dan a tus ojos un brillo extraño cuando los cuentas a alguien, o miras al lejano horizonte en silencio.
Pero voy a rememorar un viaje, entre la infinidad realizados, sucedido en el pasado que ha venido sin llamarlo a llenar, como si lo hubiera inundado, toda mi mente dejando al descubierto un cuadro bien hecho de un pasado ya muy lejano.
Ya no recuerdo quién ni por qué elegimos ir a Guadalest y más incomprensible aún que eligiéramos aquella carretera existiendo otra mejor y más cómoda, pero el caso es que salimos de Ondara camino de Orba y nos paramos primero en Alcalalí para ver su calzada romana que tan bien conservada estaba.
De allí salimos para Parcent al que había conocido en dos etapas distintas: primero como un paraíso entre montañas y después s fui testigo de como subieron al cielo sus pinares en forma de humo y llamas, para a continuación ver caer las cenizas grises como lagrimas del firmamento sobre los campos al llorar la tragedia que unas manos asesinas habían causado en unas montañas hermosas y redondeadas, antaño cubiertas de pinos por entre los que danzaba el viento perfumándose de resina y tras saciar su ansia se arrastraba hasta el valle para mezclarse con el aroma de las uvas dulces que, sobre enormes cañízos, tomaban el sol sin prisa para hacerse morenas y pasar al arrugarse a ser pasas.
Subimos el Coll de Rates, una serpiente de asfalto gris y viejo que se desliza por las faldas de la montaña y llegamos a la cima donde un bar de mala muerte, tenía un cartel que lo anunciaba como restaurante.
E iniciamos la bajada en busca del valle rodeados de almendros que, en terrazas imposibles vestidas de piedras grises, se abrazaban a las laderas como lo hacen los niños el cuello de sus madres.
Es como si lo viera en estos instantes aún a pesar de haber pasado décadas porque la visión de aquel paisaje era inolvidable viendo como las flores madrugadoras de los almendros alfombraban el suelo con un tapiz de colores, algunas presumían en las ramas y ya las abejas libaban el néctar para hacer miel, el oro de los campos floridos, que tanto nos deleita.
Bajamos contemplando tanta belleza absortos y en silencio mientra la carretera se alejaba tras nuestros ojos y nos acercábamos a los pueblecitos de aquellas montañas en donde los ancianos tomaban el sol mientras contemplan desde la acera como pasaban los coches persiguiendo sueños, quimeras y paisajes sin importarles a aquellos viejos otra cosa que nadie ni nada les tapara el sol y su propia calma.
Primero viene Tárbena, la reina de los almendros, después llega Bolúlla y desde lejos se ve el verde esmeralda de los árboles que hacen de Callosa la reina de los nísperos, paraíso cercano ya al mar que se divisa  como mancha azul allá en el horizonte y espejo donde se mira enamorado el cielo.
Cambiamos de dirección y al cabo de no mucho tiempo, al salir de un recodo apareció el pueblo  subido en lo alto de un cerro, donde estaba su castillo imponente aunque había perdido mucho de su majestuoso aspecto con el paso de los siglos.
Aparcamos entre un montón de coches como pudimos y comenzamos a andar hacia las casas más bajas y lo primero que captó nuestra atención fueron dos burros, Plateros sin fama ni poeta que les cantara, cubiertos con un sombrero de paja trenzada  y un espejo delante igual que son los lagarteranos que tanto vi mientras viví en los pueblos de la provincia de Toledo.
Tenían los sombreros sendas aberturas por las que el jumento sacaba las orejas apuntando al cielo, mientras estoicos y serenos aguardaban junto a sus amos, genuinos ejemplares de labrador de secano, escasos de carnes, nervios de acero y recio carácter, a que algún extranjero, o español cansado, los contratara para en sus lomos subirlos al castillo y así evitar que llegaran jadeando, y los menos dispuestos al gasto, a fotografiarse con ellos no se si rememorando a don Quijote y Sancho, este ultimo montado en su asno.
Me los quede mirando mientras me acercaba y con mi acerada ironía comenté a quien me acompañaba que allí estaba la estampa de la sabiduría del que ha visto montañas, alegrías y tristezas y la imbecilidad de muchos humanos que consideran burros a estos animales cuando muchas veces lo son menos que muchos hombres.
Uno de ellos se nos quedó mirando con sus ojos color avellano como invitándonos a comprobar que su lustrosa albarda era suave, sus anteojeras bordadas una obra de arte y la manta de sudadera era una primorosa muestra de amor de su amo al así cuidarlo y enjaezarlo.
Pasamos de largo tocando sus artolas de madera ennegrecida hermosamente talladas, brillantes como aceitadas debido a tantos traseros que habían transportado y tuvimos que apartarnos un poco para que otros visitantes del castillo fotografiaran a los asnos enjaezados y a sus muleros, cuyas caras eran como de bronce viejo y bruñido a mano, y entrecerraban sus ojos negros de mirada serena acompañados por las arrugas que a los ojos regala el paso de los años.
Llegamos a la puerta medieval de entrada de madera carcomida y un tanto abandonada en la que aparecían las muestras de la incultura y la desidia de las personas que en su supina ignorancia y en su desprecio hacia los que nos sigan, habían grabado en ella nombres y groserías convencidos de que eran personas cuando en la realidad, al igual que los que estaban más abajo, en vez de hablar como creían, rebuznaban.
Y entramos al corazón de los siglos, a las piedras desgastadas del pasado que ahora pisábamos, y no imagino los miles y miles antes que nosotros, haciendo de suelo a las callejas empinadas con forma de pasadizo, encerradas entre murallas y casas, por la que descendían seguros y altaneros dos asnos enjaezados con su carga de humanos.
Había uno zaino, de careto despierto, que llevaba, en una jamuga sobre la albarda, a una anciana extranjera  que parecía sentirse una princesa árabe subida en un camello engalanado y que nos contemplaba desde lo alto, a los que íbamos en dirección contraria, con una suficiencia de princesa ofendida, con sus ojos grises de mujer vieja.
Coronamos la cuesta y miramos alrededor para descubrir allá abajo un pedazo de cielo con forma de pantano en que se reflejaban como en un espejo las nubes blancas que empujadas por el viento corren en busca de ese mar no tan lejano en donde ambos se juntan para darse un beso.
Y miramos asombrados, como si aquella mole pétrea acabara de salir ante nosotros ojos desde el fondo del precipicio, los restos de una torre que excita mi mente para que trate de entender cómo pudieron subir las piedras, cómo asentarlas en aquel espacio y después de hacerla, desmontarla pieza a pieza y salvar los metros que hay hasta donde miramos en donde no observamos huella alguna de que hubiera un puente de madera.
Y todo sin tener la maquinaria actual.
Por eso cuando oigo a los listos de ahora hablar con suficiencia sobre la ignorancia de los antiguos, me río y, si puedo, les digo que no serian capaces de hacer ni una torre sencilla sin tener hormigón.
Estuvimos hablando un rato entre nosotros y tuve que decir que eso que parece tan nuevo, el hormigón, tiene dos mil quinientos años y que fue inventado por los romanos y que la primera cúpula que hicieron con él, tiene casi dos mil años, que está en Roma y se llama El Panteón, que contrariamente a lo que hacemos ahora, no requiere mantenimiento.
Se mostraron incrédulos y les expliqué que  esa cúpula tenía en el centro una abertura circular de ocho metros de diámetro, no siendo en la actualidad ningún ingeniero capaz de realizarla sin armarla primero con acero.
Y eso les desconcertó aún más porque no podían comprender que con piedra volcánica ligera triturada y cenizas del Vesubio, fuera posible construir una bóveda tal y que encima no requiriera mantenimiento.
Tras la sorpresa y la información, descendimos hacia lo que había sido una mazmorra.
No ha mejorado mucho el ser humano en su impiedad y salvajismo hacia otros según se ha comprobado cuando hay guerra, pero lo que imaginas al estar allí dentro, es que cuando te encarcelaran te pasarías las horas de escasa luz y la de la oscuridad más completa, suplicando a Dios, o en lo que creyeras, que te quitara la vida.
Sigo convencido, después de haber sido soldado y haber visto las atrocidades de la guerra, que solo hemos evolucionado en la técnica, pero nada hemos mejorado en el trato que muchos someten a otros humanos si no son de su etnia.
Salimos pronto de aquel agujero para ser abrazados por el sol que impasible caminaba por el firmamento y fuimos ver ya la parte más silenciosa y llena de misterio: el cementerio.
Había lápidas con el nombre de las personas que desde esta atalaya contemplaron los desmanes de las tropas gabachas cuando saquearon el pueblo tras matar a lugareños y arramblar con las riquezas, escasas de las casas y de la iglesia, a la que incendiaron como recuerdo de su paso.
Allí esta otra lápida con los nombres de los muertos para recordar siempre a los que lugareños y a las generaciones que les siguieron lo que hicieron unos extranjeros que además de muertos sembraron el alma de los hombres con un odio tal que ha perdurado casi dos siglos.
Las había más recientes, de mujeres y hombres que vieron nacer el siglo, otras de sobrevivientes de la guerra contra los moros  en el Rift y, también la que hicimos entre nosotros no hace tantos años.
Pero la que más me llamo la atención, la lleno el alma de un extraño sentimiento, fue una reciente que solo tenia unas iniciales, la fecha y un “te quiero” desgarrado y vano escrito por un alma sollozante sobre el yeso tierno que cerraba para siempre la vida del ser amado.
Nos quedamos unos momentos callados y cogidos del brazo, iniciamos el recorrido inverso, para regresar por el mejor trayecto contemplando Altea, Calpe y Benisa antes de meternos en Gata y llegar a Ondara de nuevo.
¡Cómo han pasado los años, pero no los recuerdos!

8.- LOS VIEJOS…

Desaparecido el humo que ensuciaba el cielo estos días ha amanecido hoy entre el azul intenso del firmamento y los últimos parpadeos de las estrellas que morían a medida que la luz crecía.
Desde temprano pasan los camiones destrozando el silencio con su ruido y haciendo de las casas cajas de resonancia que los amplían hasta el infinito llegando a ser molestos.
Noche con algo más de fresco que ha hecho que tapara mi cuerpo desnudo con una sabana tratando de conciliar el sueño de nuevo y no dejar a la mente empezar a galopar de madrugada tras los anhelos, o en pos de los recuerdos, que son las únicas cosas que llenan  mi mente cuando no duermo.
Miro hacia adelante y no veo el futuro de manera distinta, en estos momentos, a como lo veían los viejos en los pueblos toledanos en los que he vivido, cuando solo les quedaba el salir a la solana para calentar sus huesos y contarse una vez más el mismo hecho o quedarse ensimismados mirando el horizonte sin ver otra cosa ya que su pasado.
Recuerdo sus boinas caladas hasta casi los ojos y las gorras de los más afortunados con su visera bajada para no hacer llorar a aquellos ojos que solo aguardaban el tránsito después de haberlo visto todo.
Manos arrugadas y caras esculpidas por el cincel de la vida con surcos de sufrimiento, de mucho trabajo, pocas alegrías y múltiples recuerdos guardados día a día a lo largo de tantos años.
De vez en cuando miraban fijamente a los niños que jugábamos con un balón de trapo, o dábamos golpes al chito para ver quien lo lanzaba más lejos, y siempre me he preguntado si realmente nos veían o era su niñez la que venia corriendo al encuentro de sus ojos  como único vestigio de vida que les quedaba.
A veces me quedaba de pie frente a uno vestido con pantalones de pana, una camisa blanca con finas rayas y con albarcas, con los ojos apagados protegidos por la gorra y que mientras me miraba preguntaba si de mayor seria guardia civil como mi padre o torero como Dominguín y tener una casa como la Companza y ya no tener que vivir en un cuartel.

Con la parsimonia que dan los años consumidos y la certeza de que ya no se espera nada, sacaba su petaca negra de la que extraía un tabaco marrón picado que ponía en el cuenco que en la otra mano formaba al flexionar los dedos, para con el mismo ritual cerrar la petaca que guardaba de nuevo en el mismo sitio para rebuscar en el mismo bolsillo el librito de papel de fumar blanco del que sacaba una hoja, la doblaba como un experto y poniendo el tabaco dentro lo comenzaba a liar.
Eran el pulgar y el índice de ambas manos los que iniciaban un baile asombroso, para mis ojos de niño, con el papel blanco abrazando al tabaco para que al cabo de unos instantes se hubiera terminado de hacer el cigarro.
Ya solo quedaba sacar un poco la lengua y, después de remojarla algo, pasarla por el borde engomado y acabar apretando.
Juntaba el papel en ambas puntas y como si fuera el movimiento de una batuta en un concierto, subía el cigarro hasta meterlo entre los labios.
Y de otro bolsillo, del lado contrario, extraía un chisquero metálico por el que salía una especie de cuerda, y que tras dar dos o tres raspones en la rueda de arriba, salían unas chispas que encendían la mecha, a la que  soplaba con entusiasmo hasta que estaba en su totalidad encendida.
Aplicarla al cigarro y ver aspirar al viejo era un ritual conocido pero para mí siempre  fue nuevo.
Y tras expulsar la primera bocanada de aquel humo que olía a demonios, tapaba con su pulgar derecho el tubo tras haber metido la mecha.
Nunca entendí bien como sabia cuando debía separar el dedo, pero infaliblemente al retirarlo, la mecha estaba apagada por completo.
Lo arrollaba cuando la mecha era larga y lo guardaba.
Me miraba y en sus ojos ya viejos brillaban unas chispas de vida cuando sonriendo con aquella boca ya casi desdentada me preguntaba qué si sabia liarlo me dejaba la petaca para que fumando los dos, nos hiciéramos compañía.
Y me reía con su gracia, siempre repetida,  mientras negaba con la cabeza y el terminaba preguntando si aún me dolía la cicatriz de mi rodilla izquierda.
Siempre decía que no porque mi madre aseguraba que solo se quejaban los gabachos, el insulto más grande entonces para los niños maños, pero aún cojeaba y necesitaba apoyarme en un bastón para llegar a casa o de casa a la solana.
Les veo las caras sin necesidad de cerrar mis ojos, pero solo recuerdo el nombre de uno de ellos: el tío Benayas, que contaba que se encadenó una noche entera a la reja de su casa para mirar la luna y demostrar que no se lo tragaba.
Entonces no lo sabía, pero años después descubrí que la España de mi niñez, salvo los afortunados, estaba poblada de analfabetos, supersticiosos pero luchadores y valientes, que habían luchado en una guerra donde no serlo siempre significaba la muerte.
Juventud ya lejana y recuerdos que me hacen sentir como si los estuviera viviendo en este momento.
Tal vez también a mi me ha llegado el momento de dejar de soñar y sentarme en la solana a esperar la llegada de lo eterno.

9.- ARDE EL BOSQUE…

Sigue el cielo con su manto de tierra impidiendo que de color el sol con intensidad a la tierra que empieza a cubrirse de ceniza que arrastra el viento de poniente desde el gigantesco incendio que arrasa los bosques de coníferas de las montañas que bordean el pantano de Cortes.
Abruptos roquedales en escarpadas sierras cubiertas de bosques de pinos, morada  de manadas de ciervos y de jabalíes, que se extienden por kilómetros hasta alcanzar la reserva de caza mayor más grande.
Y es que mezclado con el polvo también llega el olor que desprenden los pinos cuando arden, cual piras funerarias de una naturaleza que se extingue sin que por el momento puedan poner coto al incendio nadie.
Es triste contemplar por la noche en el cielo el resplandor rojizo de las llamas que como sangrientas fauces de hiena, devoran la vida del monte mientras arrasan la labor de los hombres que durante décadas han estado cuidando del monte para que ahora un desalmado, probablemente, lo incendie sin otro afán que destruir en unas horas, muchas o pocas, la belleza que los montes como ese, atesoran.
Más de mil hombres luchan desesperados para poner coto a la locura del fuego que va descontrolado empujado por el viento.
Día de cansancio para mi cuerpo por no haber dormido casi en la noche pasada acostado en el suelo que parecía un horno mientras el ventilador removía el aire sin otro resultado que hacer ruido.

Es el viernes en que se acaba junio y desde esta misma tarde empiezan las vacaciones para muchos españoles que han estado aguardando este día a lo largo de muchos meses para casi salir corriendo.
Y aunque hemos empezado el verano como quien dice, tengo ya la sensación de que este tiempo acelerado en el que vivimos traerá en un instante el regreso de vacaciones en septiembre, el comienzo de los colegios y tras dos suspiros y tres meses, estaremos estrenando un año nuevo.
La vida es una sucesión de años que llenamos como podemos y que pasan a velocidad de vértigo y solo nos apercibimos de este hecho cuando pasados los cincuenta empezamos a sentirnos más viejos.
Pasan ahora por la puerta con el ruido característico de los vehículos militares cuatro camiones llenos de soldados de la UME y dos plataformas cargadas de retroexcavadoras, que irán a donde el incendio para intentar abrir trochas y detener el fuego, además de cuatro cubas enormes.
Trae esto que he visto a mi recuerdo los tiempos en que como soldado hube de acudir a apagar los incendios que asolaban los montes.
Estábamos solo equipados con palas y picos y allí cortábamos ramas manejables con las que golpear las llamas más bajas mientras los forestales, con dos motosierras que parecían de juguete, abatían los pinos más grandes tratando de evitar que las piñas incendiadas explotaran y ardiendo llegaran a más de 30 metros donde, tras caer al suelo se iniciaba un nuevo incendio.
Recuerdo que cada dos horas, más o menos, nos retiraban del frente de llamas para refrescarnos un poco y tener algo de descanso  mientras otros soldados más descansados atacaban el fuego.
Nuestro desayuno era café con leche frío y un chusco para mojar dentro de la marmita de la cantimplora; a media mañana nos daban otro chusco y una lata de sardinas y si había buen acceso, al medio día, traían rancho, y si no lo había, la ración de guerra, momento que aprovechábamos para llenar de nuevo las cantimploras con agua.
No éramos héroes, sino simples soldados muy disciplinados que cubiertos con una ligera manta dormíamos en el monte para ser despertados al clarear el día e iniciar de nuevo el ataque contra el fuego.
Y detrás, montadas en camiones pequeños, venían las cubas de agua para enfriar el suelo cuando nosotros ya habíamos extinguido las llamas y solo quedaban rescoldos.
Teníamos miedo porque el fuego se lo inspira a todos y más cuando sabíamos que un cambio repentino en la dirección del viento podía ser la diferencia entre estar vivos o muertos.
Viendo pasar a los camiones cargados y demás pertrechos que ahora disponemos, no tengo mas remedio que aceptar que aquellos eran otros tiempos y que es mejor como se hace ahora y no como lo hacíamos entonces, aunque existe una gran diferencia porque, en aquel tiempo, los bosques estaban más limpios bajo los árboles dado que lo que se extraía se usaba se usaba como combustible en muchas industrias.
Los hombres son los mismos y están igual de disciplinados, luego lo que ha evolucionado al haber más dinero, son los medios


10.- SIGUE EL INCENDIO…

Empiezo a escribir cuando ya son las siete y media de la tarde de este sábado de calor sofocante en que comienza a soplar una minima brisa que arrastra, con lentitud y desgana, del umbral de mi puerta las cenizas que desde el jueves llueven del cielo y que el movimiento de los coches que pasan han ido depositando en el suelo.
He visto en la televisión mientras guisaba al medio día las pavorosas llamas que van consumiendo el bosque y la cara de pesadumbre de los bomberos que se ven impotentes para atajarlo.
Y afirman que está utilizando las maquinas de cadenas más grandes para levantar muros de tierra y piedras  para tratar de salvar algunos pueblos hacia donde el fuego se dirige desaforado.
Ya no verán mis ojos aquellos bosques  crecidos tal y como los he conocido, porque  aunque este mismo otoño los replanten ya la vida se me escapando con más rapidez que la que ellos crecen.
Miraba esta mañana el sol cuando salía y se elevaba sobre el horizonte de un color amarillo de oro sucio que no lograba romper la cortina de humo que desde el incendio viene y he rogado al cielo que cambie la dirección del aire y sople de levante y de esta forma arrastrará el humo hacia los montes calcinados y evitará que las llaman galopen enloquecidas a lomos del viento.
No cantaban los pájaros el nacimiento del día, no se movía el aire para nada y las gotas de sudor que de mi cara caían iban empapando la camisa de algodón que evita que la sensación de agonía abrace mi cuerpo.
Noche de calor y de olor a humo mezclado con el de la resina que ha ardido que llenaba el sitio donde duermo, consiguiendo que haya  tenido que levantarme cuatro veces para beber agua, echarme agua en la ducha para refrescarme y mirar por la puerta de la calle el cielo enrojecido contra el que se recortan las palmeras y demás árboles y, al poco rato de ver a distancia la tragedia, regresar de nuevo a la cama porque el cansancio acumulado de estos días está venciendo a mi cuerpo.
Camino de llena va la luna en esta noche en que no la veo y en la que a duras penas consigue darle al cielo un tono blanquecino fruto del humo y las pavesas apagadas que trae hasta nosotros el viento.
Hay veces que deseo tanto dormir que tomaría una botella de vino y libaría de ella hasta quedarme dormido, pero la mente se impone a los deseos y ni siquiera me acerco a donde la guardo en el botellero.
Ha debido vencerme el cansancio porque he dormido hasta las ocho aunque me he levantado bañado en sudor de nuevo y con la boca amarga, cosa que ocurren cuando uno arrastra mucho cansancio y el calor impide que en la cama te acompañe el descanso y el sueño.
Ya no recuerdo las duchas que me he dado en estos tres días de incendio, pero creo que si sigo por este camino de remojarme tanto, voy a acabar encogiendo, extremo este que, ya con todo lo que tengo, seria lo ultimo que me faltaría.
Menos mal que el primer uniforme que me dieron aguanta bien aunque tiene más cosidos y remiendos que un saco viejo.
Se va acabando la tarde mientras escribo y veo como desaparece la ceniza pero sigue el cielo grisáceo por el humo del incendio.


11.- MANTO DE BEDUINO…

A medida que las estrellas perdían su fulgor y la luna caminaba tranquila hacia las montañas de poniente iba apareciendo por levante una extraña coloración que se extendía a medida que avanzaba el día.
Ha sido el manto marrón, como el de un beduino de Jordania, el que ha cubierto el cielo impidiendo por completo que los rayos del sol nos besaran en este nuevo día.
Calor y sensación de ahogo porque al poco de respirar tienes en la boca un ligero sabor a barro, producto que arrastra el viento y acompaña a la ola de calor que padecemos.
Me he pasado mucho tiempo contemplando las palmeras que mohínas y quietas estaban bajo esa capa marrón que al no llover nada nos deja la sensación de estar en una era cuando sopla fuerte el poniente que arrastra de los campos ya segados el polvo suelto de la tierra muy reseca.
Es tan opresivo el calor y esta especie de mando beduino de polvo que nos rodea, que a los pocos momentos de salir de la ducha pasas por la cara, o el cuello, un pañuelo de papel blanco y manchado lo retiras como si no te hubieras duchado.
Lo único que de bueno tiene esto es que en un clima tan húmedo como aquí, has dejado de sudar mientras dure este tiempo.
Languidecen las palmeras porque no sopla el viento haciendo que las hojas verdes y ensimismadas permanezcan quietas junto al tallo.
Hoy ni se oye cantar a los pájaros en los huertos de naranjos y también son escasos los que pasean a sus perros por el camino que por el color que tiene hace competencia al cielo con su manto.
Tan solo las calimas de Canarias dan una idea bastante exacta a los que no conocen la fuerza de los desiertos, de lo que es capaz de hacer el viento cuando besando sin miramiento el suelo arranca la arcilla que pinta de marrón el cielo mientras se arrastra con calma a su encuentro con el mar y solo deja sobre las barcas una ligera capa de barro al humedecerse por la condensación del agua del mar.
Es un barro tan fino y de una arcilla de tal calidad que me hace recordar ese famoso poema que un alma inspirada plasmó en los siguientes versos:
“ALFARERO, OFICIO NOBLE Y BIZARRO, ENTRE TODOS EL PRIMERO, PUES EN LA INDUSTRIA DEL BARRO, DIOS FUE EL PRIMER ALFARERO Y EL HOMBRE EL PRIMER CACHARRO”.
Aquellos hombres de rostro agrietado por los años y el fuego que con un humilde torno y con sus manos creaban las maravillas de los pucheros, de las ollas y de los platos decorados por unos dedos retorcidos y una simple pluma de ave.
Métodos misteriosos de aquellos tiempos que permitían a cada  artesano obtener de aquellas obras de arte del ingenio y el barro para usarlos en los fogones de leña, o sarmientos, y obtener unos sabores genuinos que se acentuaban con el paso del tiempo de una comida como ahora ya no conocemos.
Solo hay que haber crecido en los años de penuria de la posguerra para recordar cómo sabia la comida cocida en aquellos pucheros.
El tiempo ha corrido muy deprisa en el mundo y ahora ya nadie pone pucheros de barro en el fuego sino de acero quedando reservado el barro para aquellos que menos tienen en los países más atrasados.
Sin duda, me estoy haciendo viejo porque cuando se lo he comentado a mi hijo de cómo eran aquellos sabores, me ha mirado con la  suficiencia que adorna a todos los jóvenes que no han vivido otros tiempos envuelta con la compasión al pensar que su padre casi es ya un fósil viviente.




12.- FOROFOS…

Gruñe monótono el motor de un camión pesado que está parado en la calle porque hay cola para cruzar un semáforo que casi nadie usa.
Me recuerda su sonido al motor del petrolero en el que estuve embarcado y que durante semanas enteras funcionaba a 1200 vuelta haciendo que la sala de máquina pareciera un infierno de ruido.
De nada servían los cascos para proteger los oídos porque al cabo de un tiempo comenzabas a notar que percibías con menos nitidez lo que te hablaban.
Han pasado muchos años y es ahora, con setenta cuando me doy perfecta cuenta de que las orejas que antes oían tan bien se están transformando en un adorno.
Ha movido el camión tres metros hacia delante dejando pegado a su parte trasera el coche de un joven que con su aparato de radio y sus enormes altavoces, a todo volumen, está tratando de hacerse oír por los habitantes de su lejano pueblo mientras que los sonidos graves de la música hacen vibrar los cristales de la puerta como si tuvieran miedo.
Y como no podía ser menos, en este pueblo también tenemos al gracioso de turno que desde un balcón ha gritado como un energúmeno  al “sordo” del coche si le gusta la música.
No se ha enterado el joven porque ni caso ha hecho, cosa que hay que agradecer a los dioses porque de oírlo seguro que se inicia un intercambio de frases referidas a los antepasados y, de los actuales, a las madres.
Pero ya ha pasado de largo y la sensación que tengo es la que se siente cuando se sale de un largo mareo.
No llego al extremo de preguntarme si estoy muerto de tan grande que es la paz que reina en estos momentos, pero si algo placentero caído del cielo tras pasar más adelante el joven que ha hecho de su coche un escenario de conciertos.
Llega un nuevo ruido, es el motor de un vehiculo de carga más pequeño, acompañado por el monótono sonido de unos tambores africanos en una danza guerrera que provocan en mi estomago sensaciones similares a las de estar recibiendo puñetazos.
Y es que vivir en una carretera de mucho tráfico tiene estas cosas que llegan al virtuosismo cuando a las horas nocturnas en las que aun pasan camiones, dejan de pasar unos momentos y entonces te despiertas despavorido porque te falta algo.
Recuerdo lo que me contaba mi padre de cuando estuvo en la guerra de que en ocasiones se quedaban dormidos con el estruendo de los cañones y cuando cesaba el bombardeo se despertaban  sobrecogidos por el silencio.
Extraño comportamiento tiene el ser humano frente a los ruidos y sus  momentos, porque en estos instante oigo como si estuviera aquí dentro el tocadiscos, o lo que sea, de mi vecina de arriba a la que sin fallar ni una sola vez cuando la llamas por el interfono de la finca pidiéndole que baje el volumen, no te responda: “espera tío que estoy desnuda”.
Milagrosa casa debe ser esa donde estando sola, o acompañada  según momentos y debido a su oficio, el estar como Eva  le impida que baje el volumen para que la pintura del techo no me caiga encima y termine más sordo de lo que me encuentro.
Nada más enternecedor que vivir en un pueblo pequeño y en el bajo de un grupo de viviendas donde los vecinos pasan a tu lado y no te hablan y cuando protestas porque al regar sus plantas te cae en la puerta el agua que sobra haciendo un charco, sin tardar mucho te contestan que: “la gallina de arriba caga a la de abajo”, expresión cristiana y piadosa donde las haya.

Derroche de amor fraterno y de respeto al prójimo que, como es mi caso, no puedes salir a la acera gritando porque por menos de nada te arrojan flores secas, o aún frescas, dentro de la maceta, otro detalle que en mi descortesía, si ocurre, no agradezco.
Y es que se comprenderá mejor lo que pasa en este barrio si digo que un vecino del cuarenta y cinco nada mas accede a la calle se encasqueta un casco de motorista que solo se quita cuando ha salido de la zona que cree puede estar lejos del alcance del mejor tirador a brazo.
Detalles sin importancia de la convivencia entre vecinos en un pueblo pequeño donde además del manicomio tenemos a los más salvajes representantes de los forofos del futbol, que cuando anoche ganó España tiraron por los balcones cohetes encendidos, cubos de agua y hasta una sandia de regular tamaño que impactó en el techo del coche de un imprudente que en su euforia iba tocando el claxon e ignoraba la efusividad deportiva de estos energúmenos que se las dan de civilizados.

La riqueza del vocabulario quedo demostrada cuando aquel frenó en seco y salió del coche y mirando para arriba recitó al completo el excelso repertorio castellano para recordar a los antepasados, empezando por los progenitores y terminando por los más lejanos.
Estoy seguro que de haberlo oído mi abuelo se hubiera sentido bien representado como buen arriero, que fue en su juventud, sin encontrar en la letanía pronunciada un solo fallo.
Lanzó sus improperios al viento porque como si hubiera ocurrido un milagro, los salvajes de todos los balcones habían desaparecido.
Me metí en casa convencido de que ya podía morir tranquilo porque lo había visto todo.

                                                  13.- NOCHE CALUROSA…

Sentado en la mesa de la cocina a la búsqueda desesperada de un poco de aire fresco en esta noche en que el silencioso termómetro marca 31º solo se oye el tenue lamento del ventilador empujando desesperado el aire que al ser tan caliente es incapaz de refrescar la desnuda piel de mi cuerpo.
Duerme inquieto mi hijo que aunque esta a unos metros en su cama sueña en voz alta y en el rato que llevo escribiendo le ha dicho ya dos veces a su noctámbulo amigo de los sueños que tiene, “hace calor como si fuera el infierno”.
Y echada en el suelo sobre su panza, la gata dormita estirada tratando de estar mas fresca aunque cambia con frecuencia de lugar cuando en el que está se calienta.
Y el silencio reina fuera en la calle como si en esta noche los coches no salieran por miedo a quemarse.
Algún animal hace ruido en el campo de naranjos  insomne o hambriento y anda bajo los árboles tranquilo en busca de un poco de comida y de fresco que estas noches de viento africano alejan hacia el norte para contento de los navarros y vascos y desespero de los valencianos.
Me recreo en el silencio mientras suavemente rasco mi cuerpo y pronto tropiezo con la larga cicatriz que recorre mi pecho como recuerdo de aquella operación a corazón abierto que hicieron convencidos los cirujanos de que perdían su tiempo.
Han vuelto por unos momentos aquellas horas, aunque no se si fueron días, en la zona de reanimación, lugar en donde  no distinguía el día de la noche porque las luces siempre estaban encendidas y no penetraba la luz del sol, mientras el oxigeno burbujeaba a través del agua antes de inhalarlo por mi garganta.
También recuerdo, como so la dijeran ahora, las frases que se cruzaban al cambiar de turno las enfermeras, convencidas de que tan mal estaban los pacientes que no oían sus palabras dichas, muchas veces, con sorpresa y otras con compasión, destacando en mi recuerdo la más repetida y que más tarde, supe eran referidas a mi.
Y doce años después aún resuena la voz de una enfermera que repetía cada vez que entraba de guardia en reanimación, no se si admirada o sorprendida estas seis palabras que transcribo a continuación: “¿Aun vive? ¡Dios mío, si que aguanta!”.
No se si por el oxigeno o por estar conectado a una maquina que hacia mover a mi cansado corazón, no lo he podido dilucidar jamás, pero me sentía en posesión de una claridad mental y de una sensación de libertad tal que momentos tuve en que creí flotar sobre mi cuerpo y ver como las otras personas que allí estaban el enorme corpachón de un hombre tendido en una cama con dos terribles cicatrices, en el pecho y en la pierna izquierda, cerradas con grapas metálicas; una mascarilla puesta en la cara y un buen número de cables que conectaban mi cuerpo a una serie de máquinas y monitores .

No sentí miedo y ni desconcierto, solo que me vi en aquel sitio y en ese momento, y tengo que reconocer que  después de tantos años no tengo certeza absoluta de que lo sucedido ocurrió en realidad, pero si se que no lo soñé.
Desaparecen los recuerdos huyendo tras un ruido más fuerte que a través de las ventanas entra de los huertos y me hace mirar sabiendo que aún tardará en hacerse de día y que si me levanto y miro no veré nada.
Y sigue el calor intenso abrazado a mi cuerpo cual amante apasionada empeñada en hacerme sentir que soy el objeto de sus deseos.
Me duele el trasero al estar sentado en una silla de asiento duro recordándome que el paso de los años y la falta de ejercicio ha traído la flacidez a mi cuerpo, haciendo que mi propio peso aplaste el nervio ciático usando la pelvis como instrumento, extendiendo el dolor, bastante fuerte, a lo largo del trayecto que hay entre las lumbares dañadas y del pie el dedo más gordo.
Me he levantado con esfuerzo para iniciar la caminata de desbloqueo del pinzamiento, que a medida que pasa el tiempo hace notar su presencia hasta cuando estoy durmiendo, despertador efectivo donde los haya aunque maldito.

Son 20 metros escasos de trayecto hasta la puerta de la casa en donde como si fuera una mujer del harén de un sátrapa oculto mi desnudez tras la cortina que descorro un poco para mirar hacia las palmeras sobre las que descansa ahora la luna, haciendo que recuerde la noche en la playa donde las sombrillas están cerradas aguardando tranquilas que salga el sol y como los girasoles, abrirse Eso parecen ahora las palmeras mientras encima de ellas está la luna haciendo que el cielo tenga un color azul lechoso dado que la luna está en el primer cuarto con sus puntas hacia la izquierda para hacernos saber a los que miramos  que esta creciendo.
Silencio, recogimiento y éxtasis para los ojos del que mira este prodigio de la noche en el que un trozo de la luna se sostiene en medio de la nada adornada desde muy lejos por unas estrellas que se apagan con lentitud a medida que la luna avanza.
He dejado caer con suavidad la cortina y he notado que se movía la gata que ha llegado sin ruido, como un fantasma, para echarse cerca de mis pies, tal vez para contemplar esa magia que desde el cielo y las palmeras la noche me regala.
Regreso a la cocina y escribo esto para que mañana pueda pasarlo a donde quiero con el mejor ánimo y máximo recogimiento.
Después voy a ducharme sabiendo que voy notar que el agua del grifo sale caliente aunque sin llegar a molestar, haciendo creer que más que en mi casa estoy en una sauna.
Hermosa esta noche con sueño y sin dormir que me ha dado el obsequio de poder escribir en silencio.


14.- EL CANCER…

Se acerca el día a su fin con la calma que tiene todo lo viejo cuando se aproxima el momento de morir tras una vida vivida que es lo mismo que ocurre cuando acaba una jornada.
Y todo el día ha estado el sol luchando por penetrar la capa espesa de nubes para dar vida a los colores de la tierra sin haberlo conseguido.
Y hoy era la fecha que desde hace mas de dos meses y medio he estado aguardando con el diagnóstico apuntándome a la cabeza como si una pistola lo hiciera en la realidad.
Casi ochenta días de dudas, de preguntas sin respuesta, de miedo en ocasiones incontrolado y otras veces sujetado; de interrogantes  sobre qué tendrá escrito el destino para mi vida y si lo dicho aquella tarde en el hospital por la médica fuera verdad y mi momento de acabar se estuviera acercando inexorablemente.
He tenido a lo largo de ese tiempo momentos de fuerza, otros de duda, muchos de preocupación y menos de certezas de que esta vez también ocurriría lo mismo que hace mas de tres años y medio, que después de pruebas y más pruebas y muchos dolor, resultó que lo temido no existía.
Pero al igual que el tiempo sazona la mies y madura la fruta, también va consumiendo las fuerzas a medida que pasan los días, que con su monotonía, con su tristeza o su alegría, van restando del calendario de la vida las fechas consumidas.
Y para sostenerme en los momentos de soledad más duros de mi ánimo, me he agarrado al milagro sucedido mientras estaba en reanimación  sabiendo que por mi vida nadie daba nada tras la operación de corazón.
Sentir miedo es lo más humano, máxime cuando otros dependen de nosotros y aun no se valen por si mismos, pero todo lo que ha sucedido a lo largo de mi vida me ha enseñado que lo mejor que podemos hacer es dejar la enfermedad en la parte del cuerpo en la que está e impedir que subida en el pánico llegue al cerebro, porque de dejarnos dominar por el miedo, seguro que más pronto moriremos.
Nadie se libra de pagar el peaje de morir por haber discurrido por el camino de la vida más o menos tiempo, pero si ese pago no lo podemos eludir, si podemos decidir como va a ser la forma de caminar en ese último trecho.
Cuando debes esperar un tiempo para saber la verdad definitiva te dedicas a pensar y planificar cosas que sabes que no podrás comprobar; a ajustar tu realidad a lo que otros deberán hacer si quieren alcanzar lo que soñaste para ellos.

Miras cada día tu alma y decides cómo quieres consumir lo poco que te puede quedar si el diagnóstico inicial es verídico.
Desde niño se que dejaré mi cuerpo, con más o menos dolor, cuando deba partir, pero que atravesaré una línea tras la cual mi vida continuará aunque no se muy bien cómo será, porque creo que habré de llegar a ese lugar para entender con plenitud qué es esa nueva vida.

También estoy convencido que allí no habrá tanto sufrimiento como tuve viviendo aquí.
Pero no me gusta la muerte y trataré siempre que pueda de retrasar el paso a esa otra dimensión o vida aunque tengo muy claro, y lo acepto con serenidad, que es mi destino quién dispone cómo
Pero también soy consciente, y acepto con serenidad, que es mi destino quién dispones cuándo y cómo he de acabar.
Y hoy era el día de la verdad  tras una noche de corto descanso.

He tomado un desayuno frugal tras haber aseado mi cuerpo vistiéndolo con calma y una camina para que me empapara el sudor que recordaba brotaría como sucedió la anterior vez.
Me he despedido de mi hijo y he salido solo, como hago siempre que hacer frente a algo fuera de lo normal, para escuchar lo que dirían los especialistas tras comprobar por el interior qué había de cierto en el diagnostico inicial basado en una serie análisis de orina patológicos.
He llegado con tiempo y para no pensar en nada me he enfrascado en la lectura de una revista de historia, mirando de vez en cuando a los que aguardaban con rostros serios, y alguno compungido, que guardaban silencio.
Me han llamado y nada más acceder al esa especie de quirófano pequeño, me han ordenado un desnudo de cintura para abajo y echarme sobre lo que parecía un artilugio para dar a luz.
Desinfectado y cubierto con una paño blanco, me han introducido por el meato una pasta para lubricar y anestesiar el primer tracto.
Uno minuto o dos después, he notado como me introducían el equipo de inspección provocando un dolor intenso al pasar a través del anillo interior de la próstata.
Decir que sientes dolor en una escala variable según donde toquen  no es decir mucho aunque si la verdad; sentir como el sudor desciende de tu cara como una lluvia y que hasta el cabello de tu cabeza está mojado es lo normal; que te pidan que no te muevas aunque el dolor de ese instante te haga casi jadear es la orden más normal en esos sitios.
No creo que hayan estado más de media hora, aunque puede que no haya llegado a ese tiempo aunque la percepción que se tiene mientras el dolor te lacera es la de que han pasado siglos
No he cerrado ni un instante los ojos mirando la cara del operador, pero o está muy entrenado para que no le salga la emoción al rostro o es que no veía nada.
Ha ordenado a la enfermera que procediera a cerrar dos bolsas de un liquido transparente mientras el  extraía el endoscopio que al pasar de nuevo por la próstata no ha hecho tanto daño por estar dilatado el anillo un buen rato.

Me ha pedido que me vistiera y que vaciara lo que me había introducido, advirtiéndome de que durante unos días tendría molestias abundantes además de ordenarme unos antibióticos.
Ya vestido le he preguntado: “¿Me puede decir lo que ha encontrado?”
“Nada” ha sido su respuesta.

Le he repetido que lo menos que se debe hacer es decir la verdad a quien lo pregunta.
“Ya se lo he dicho: nada, no tiene nada en todo lo que le he explorado”, ha insistido.
Me lo he quedado mirando y el ha añadido:”los informes que tengo son alarmantes y eso nos ha hecho pensar en lo peor. Hace tres años se le realizaron varias biopsias en la vejiga porque aparecieron unas manchas y se creyó que era lo peor, pero resultaron negativas. Le he explorado el meato, la próstata por dentro, toda la vejiga y he llegado a la parte inferior de los uréteres: no tiene nada, lo que se dice nada”

Le he dado las gracias y he salido al pasillo y por el a la calle, donde seguía sin ganar el sol a las nubes un hueco por el que iluminar directamente la tierra y ha sido en ese instante cuando he notado que mi camiseta estaba pegada al cuerpo y me goteaba por delante.
Y mientras caminaba entre fuertes dolores, he agradecido al Dios en el que creo la generosidad que desde niño tiene conmigo y que no me sucederá nada porque aún no he concluido la misión por la que vine a este mundo.

Siempre considere la vida muy hermosa y desde hoy ha aumentado su encanto llenando mi espíritu de gratitud y vida y ánimos reforzados para seguir luchando.
Creo que esta noche voy a descansar más y más relajado. 

15.- AHORA…

Navega el sol por el mar del cielo en un día sin nubes mientras en la tierra no sopla el viento y lo único que se oye en esta tarde de futbol y silencio es el susurro del ventilador que impulsa el aire caliente tratando de evaporar el sudor que por mi cara escurre.
Ambiente pesado en que la brisa no remueve el aire de la casa y hasta la gata esta tendida sobre el vientre en el suelo en busca de enfriarse aunque sea un poco.

Va volviendo con calma la normalidad a mi cuerpo y los dolores disminuyen arrastrados por las horas pasadas desde el momento de explorarme.
Y mañana una nueva semana que empieza y a la que miro esperanzado de que algo surja que permita llenar mis ansias y de ánimos a mi espíritu aún decaído después de tantos días de incertidumbre y sufrimiento reprimido.
No tengo la mente lúcida y sigo oyendo el eco de las palabras dichas por el doctor y que aún en pleno dolor ya empezaron a elevar mi ánimo tan mohíno.
Y es que la línea que separa la incertidumbre de la calma es muy tenue y en cuestión de segundos pasamos de la certeza a la duda o de la duda a la tragedia.
Casi nadie piensa en cómo puede cambiar la vida en un instante cuando abrazados por el miedo aguardamos la condena o la esperanza.
Una sola palabra, “Nada”, eleva nuestro ánimo y abre la boca con una sonrisa de oreja a oreja siendo el tiempo empleado el mismo cuando oyes “Cáncer” que te arroja al abismo.
No es mañana el futuro y ni el ayer significa ya nada, porque descubres en el instante que aguardas una respuesta, que puede ser la vida o la condena, que lo único que tienes son los instantes del hoy porque mañana no existe y no tienes la certeza de gozar del milagro que es ver amanecer.
Algún hombre sabio hace muchos años mandó escribir en letras doradas arriba de la puerta del morabito, cercano a la frontera mauritana, donde está enterrado esta soflama, esencia de una verdad que olvidamos con demasiada frecuencia: “Goza de la vida porque es más tarde de lo que imaginas”.
Y eso solo lo descubres cuando en ti, o en tus alrededores, aparece la tragedia.
Vive, vive hoy y hazlo intensamente

16.- MACAYBO…

Cuando lo que nos rodea ejerce una presión que nos angustia o desasosiega, suelen ser los sueños los que nos evaden hacia los lugares en donde gozamos de paz y fuimos felices.
Ya el calor aprieta por la noche y el tratar de descansar sobre la cama con la menos ropa posible es la norma que hemos empezado a adoptar hasta que lleguen finales de septiembre.
Es el manto de nubes el que hace que tengamos la sensación de estar en un invernadero acentuado con la humedad que la cercanía del mar nos trae.
Y ha sido en ese misterio de la noche que son los sueños cuando he regresado al Macaybo de aquellos tiempos en que estaba haciendo los muros de piedra en seco para salvar los desniveles, siendo las retamas y espinos silvestres los que dominaban el espacio y a los que había de cortar para asentar la base de donde subirían seguros aquellos muros.
Lentamente, como crecen los árboles, así fueron surgiendo los muros desde su base con forma inclinada para que la parte de atrás sirviera de escombrera para la piedra y la tierra que extraía del sótano que iba construyendo en las horas en que el calor era sofocante.
Los primeros árboles que plantamos fueron los almendros, luego el runas pisardis, más tarde el eucalipto que saqué del Saler metido en una maceta y, cuando hube terminado la jardinera que recogía el agua de la ducha y del tejado, tres chopos delgados que pronto nos obsequiaron con sus hojas verdes como corazones que al soplar el viento cantaban una melodía dulce que daba sosiego.

Fue el sauce el que más costó para hacerle hueco junto a la casa porque en esa zona todo el subsuelo era roca.
Y después hice las escaleras con piedra caliza blanca que bajaban hasta casi tocar la roca grabada con símbolos desde la prehistoria resaltando su blancura con las otras rocas casi negras.

Tiempo aquel en que fortalecí mi cuerpo, serene mi espíritu y goce de las noches contemplando el estrellado cielo, en el verano, al lado de la mujer que me encaminó al amor e hizo al hombre que ahora todos conocen.
Lo he recorrido en sueños, he pasado con ternura mi mano por aquellas piedras ásperas, visitado de nuevo los escondrijos secretos, acariciado los árboles mucho mas gordos por el paso del tiempo y besado con los ojos la piedra enorme que planté en el suelo donde destaca en blanco, aunque ya medio borrado, el nombre de Macaybo.
He mirado las vallas metálicas en las que tanto trabajé luchando contra el viento, la puerta que sujeté macizando los huecos y aspirado el aroma de las flores moradas de la Jacaranda al tiempo que veía como estaba avanzada la próxima floración de la mimosa, racimos de oro nuevo que adornaran un árbol que planté a la salida del invierno hace ya muchos años.
No se por qué me he despertado, pero al abrir los ojos ya no estaba en Macaybo sino en el lecho sudoroso y he comenzado a aguardar que el día amaneciera con la esperanza de que algo suceda y rompa la monotonía que desde tanto tiempo es la pauta de mi vida y que hace arrastrar mis días en dirección al final de mi camino.
¡Qué tiempo aquel en que la felicidad era la cosecha de los días de trabajo agotador y de paciencia para ver con los ojos abiertos de la imaginación el final de aquellos primeros esfuerzos para hacer los muros!
Sigue el sol perdiendo su batalla contra las nubes que inmóviles permanecen en el cielo mientras ya los coches empiezas a pasar veloces en busca de su trabajo.
La verdad es que me ha pasado la vida a velocidad de vértigo mientras perseguía como un loco mantener lo que entonces tenia y ahora no tengo.
Suavemente se hace de día y sigue sin correr un soplo de viento.

 
17.- MADRUGADA…

Miraba de madrugada el cielo que refulgía de estrellas que como gemas preciosas están engarzadas en el manto de la noche mientras un suave viento contaba al silencio las cotidianas cosas que ha observado en su recorrido por las casas desde el lejano poniente por donde el sol cada atardecer sale huyendo.
Era fresco el viento y seco, dejando sobre mi piel la sensación de frío que he combatido frotándome los brazos mientras seguía extasiado contemplando el firmamento, ese inconmensurable misterio que grita en silencio a los mortales que lo que contemplamos no puede ser resultado del azar y que todo es fruto de algo que mantiene en perfecto orden todo el universo.

Y así he visto amanecer sentado en una silla de la cocina que me ha ayudado a sostener mi peso, que cuando en la noche huye el descanso, aumenta hasta el instante en que no me sostienen los pies.
Y sentada en la otra silla la gata, que entre parpadeos y bostezos no ha dejado un solo momento de contemplarme y amenizar mi recogimiento con el monótono ruido de su ronroneo.
Estoy convencido que existe comunicación entre todos lo seres vivos, pues muchas veces le hablo al animal como si de un ser humano se tratara respondiendo con maullidos distintos según sean las observaciones que le hago.
Además de tener sus ojos una profundidad desconocida que es la puerta para acceder a las más extrañas preguntas que tienen respuesta aunque no entendamos el idioma en que nos habla.
Ya ha sonado el despertador de mi hijo advirtiéndole de que su tiempo de sueño ha concluido y que ahora solo será la vagancia la que lo retenga entre las sabanas media hora más para dar casi un salto al comprobar que el tiempo que tiene para asearse y partir esta a punto de terminar.
Salgo de la cocina y me vuelvo a sentar frente al ordenador y mientras lo enciendo descorro las cortinas de la puerta y aparecen inmóviles las palmeras y la araucaria recortadas contra el velo turquesa del cielo.
Aún el viento es suave y por eso las hojas de las palmeras solo se mueven un poco, dejando ver dos palmas secas que se esconden avergonzadas ante el día por haber muerto.
Marrones y casi desgajadas se agarran a sus hermanas no queriendo caer al suelo y esperando la mano amorosa del jardinero que las corte y baje con la ternura con que se trata a los muertos.
Solo cuando supla el viento de poniente el azul del cielo es tan intenso y hasta las once no empezará a crecer porque el sol que navega por el cielo calentará la tierra con rapidez y de las zonas del centro, donde está nublado y hace más frío, se desplazara con rapidez para ocupar a ras de suelo el espacio que deja el aire cuando se calienta.
Es el ciclo de la vida de cada noche y cada amanecer, es la cadena de acontecimientos iguales cada vez que sopla el viento de poniente.
Es que debo guardar en mi mente la hermosura de lo contemplado y grabarlo en mi corazón teniendo la seguridad de que Dios forma parte de esto y que por eso todo esto es eterno.
Y aun hay quien dice todo serio que es ateo cuando lo que en realidad es ciego.
La única duda que me asiste es saber si voluntario o de nacimiento. 

18.- CUMPLEAÑOS…

Fregaba los cacharros de la comida mientras oía los diálogos de una película emitida por televisión de la que no tengo idea cómo se titulaba.
Se oía una voz de mujer que de una cierta manera suplicaba a alguien que aceptara, supongo que besos o caricias, además de su amor, que el protagonista rechazaba diciendo que lo suyo seria un fracaso.

Pasaron unos segundos y la voz femenina inquirió: “¿Tu crees que es posible olvidar el pasado?”
Hubo un silencio y con voz pausada el respondió: “si haces un gran esfuerzo, poco a poco el pasado desaparecerá”.
Siguió otro silencio y luego se oyeron los pasos de la mujer cuando se alejaba.
No había música de fondo en ese momento y por eso distinguía con nitidez como se alejaba la mujer en silencio.
Y oí unos pasos precipitados de hombre que se detuvieron pronto al mismo tiempo que gritó: “Judit, ¡el pasado jamás se olvida!”
Hoy hace 104 años que nació mi madre y han ido viniendo a lo largo del día los recuerdos atesorados a lo largo de los años que vivimos juntos compartiendo nuestras vidas.
Desde su rostro atezado y casi cetrino por su ascendencia árabe, más de 360 años desde que nos cristianizamos, al pelo negro algo rizado, a su estatura o la mirada penetrante de sus ojos que echaban fuego cuando la ira se adueñaba de su genio.
Sus pómulos tan marcados, sus manos grandes y esa cara de estoicismo y sufrimiento que caracterizó los últimos años de convivencia con mi padre antes de que muriera repentinamente un sábado a las ocho y media de la tarde.
Los días de sufrimiento mientras estaba en el Gómez Ulla escuchando en cada visita del médico, como escuchaba yo, aunque todos estaban convencidos que debido a la gravedad no oía, aquel monótono comentario desesperanzado de Don Juan Pablo Dors de que “lo que tiene Raulíto, Antonia, es muy grave y al final morirá”.

El llanto acongojado cuando antes de hacerme la transfusión a vida o muerte comencé a hablar y a despedirme de ella y de todos los presentes.
La paciencia de cada día tratando de doblar la pierna que los meses de escayola había dejado rígida.
La fe ciega de que andaría y correría y no seria “el patachula” del pueblo aquel sino un niño normal como los demás.
Las lagrimas que le vi derramar en silencio cuando de dolor yo lloraba porque el agua caliente con laurel no hacía con rapidez el milagro que ella deseaba.
El doble habito que llevó cuando tras prometer que si me salvaba se colocaría como cilicio sobre su carne y sobre su ropa.
Las llagas que cuando hacia calor el roce de aquella tela áspera producía en su carne.
Los sufrimientos que tuvo cuando tras ser mordida por un cerdo debía comer carbón vegetal para controlar los gases que le producía un intestino ciego desprendido por una vacuna antirrábica no muy buena.
Sin cerrar los ojos veo su falda plisada de color azul que hacia resaltar la serenidad y hermosura de su rostro atezado en donde sus ojos oscuros destacaban como si fueran dos ágatas iluminadas por el sol.
Y eso solo son recuerdos acaecidos en el mismo pueblo donde me crié ya que si tuviera que plasmar todos los que tengo de ella, necesitaría una enciclopedia de bastante grosor.
Hoy es un día triste para mí porque cada vez que llega esta fecha me hace recordar y también me reprocho, cada vez más, no haber aprovechado los años que mis padres vivieron.
Tal vez sea esa la razón primordial por la que no deseo voluntariamente alejarme de mi hijo.
Porque ellos se perdieron mi juventud no quiero que cuando llegue el día de mi cumpleaños mi hijo recuerde que desaprovechó los mejores años de estar junto a mí.
Nadie sabe lo que le debe a sus padres hasta que no lo es y yo me percaté cuando ambos ya habían muerto.
La vida nos enseña muy tarde que los mejores momentos de nuestros padres nos los perdemos por salir de casa demasiado deprisa y olvidamos que debemos volver a verlos todos siempre que podamos.

Verlos hacerse viejos es, aunque no lo sepamos, un regalo del cielo, para nuestros ojos y para los de ellos.
Es, seria su cumpleaños, pero dentro de mí no siento más agonía que en el día de su muerte.
Es verdad lo que ha dicho el protagonista: el pasado jamás se olvida.


19.- VERDOR…

Contemplaba esta mañana mientras aguardaba que me llamaran, para controlar la coagulación de mi sangre, desde el ventanal del segundo piso del ambulatorio los árboles ya cuajados de hojas verdes cual esmeraldas colgadas de las ramas formando un tupido tapiz que impedía ver el suelo.
Y cubriéndolo todo, un cielo azul intenso que terminaba entre las casas del pueblo dejando una línea irregular como la deja un niño al pasar sobre la pizarra negra una tiza de color blanco.
He estado unos momentos, no se cuantos, contemplando la feracidad y maravillosa variedad que tiene la vida para manifestarse en infinitas formas y que sobre estos árboles lo hacia en forma de hojas verdes como recién lavadas por la lluvia.
Han sido unos instantes en los que he dejado de oír la charla de los que esperaban que hablaran como si en vez de estar uno frente a otro estuvieran al otro lado del pueblo.
Y ha regresado el pasado en forma de recuerdo acompañado por las sensaciones que sentí cuando por la carretera avanzaba rodeado por selva para llegar a Lagos en Nigeria.
Árboles enormes de alturas increíbles con ramas de las que colgaban una hojas tan grandes que casi podía tapar la mitad del parabrisas del Land Rover que parecía un escarabajo al lado de tales gigantes.
El calor era sofocante y por las ventanillas solo entraba aire húmedo y recalentado que nos sofocaba, acompañado de los olores típicos de tierra mojada y materia orgánica podrida, mientras veía a muchas mujeres tapadas casi enteras con aquellas ropas tan coloristas y muchas de ellas cargadas con un niño a su espalda.
Pero no es Nigeria en sí ni aquella abigarrada población la que recuerdo más, aunque tengo que reconocer que me impresiono la vivacidad de aquellas gentes que la mayoría solo tenían lo puesto y se sentaban estoicas y sonrientes en muchas de las calles vendiendo las más insólitas cosas, sino el brillo salvaje de aquel verde que en el ultimo tramo de nuestro largo viaje desde Orán contemplé.
Y eso es lo que ha venido a mi mente esta mañana mientras aguardaba que me llamaran.
Han tenido que tocarme el hombro para que bajara de la nube del recuerdo donde estaba y me han dicho que ya me tocaba.
He entrado y una de las enfermeras, Roxana que me conoce más de 15 años, me ha saludado diciéndome que tenia los ojos soñadores, respondiéndole que viendo su estampa hasta los ciegos soñarían con ella.
Me ha pagado con un sonrisa el halago y a continuación me ha preguntado: “¿En qué sitio estabas, Raúl, porque aunque tienes el cuerpo aquí, tu mente no estaba?”.
He vuelto a sonreír y le he dicho que contemplaba en mi mente la feracidad de una tierra rica en donde sus gentes se morían de hambre.
Me ha respondido que no comprende como puede ocurrir eso y le he contestado que es más un problema de religión que de distribución de los alimentos.
Jamás habrá paz en el mundo mientras una religión ordene matar a los infieles y no solo a balazos, sino también de hambre.
Recuerdo que cuando estuve en Biafra, aún se veían las secuelas de aquella hambruna con que un gobierno trato de exterminar a una nación entera, me preguntaba cómo era posible aquello que gentes de la misma raza se exterminaran de aquella forma y fue un misionero español el que, con mirada piadosa, me explicó que casi todas las grandes matanzas de África las empieza una religión: la musulmana, que a continuación es secundada por aquellos desalmados que solo piensan en su entero beneficio sin preocuparse por sus hermanos de raza.

Hablamos bastante rato sobre el tema y fue la primera vez que escuché que el avance del sida en África es más grande y descontrolado en los países de la misma religión, pues consideran un mérito tener relaciones sexuales sin ninguna precaución y con la mayor promiscuidad posible.
Ya estaban las calles de Lagos sembradas de huérfanos y de niñas ejerciendo la prostitución en aquellos años tan lejanos.
¡Qué hermosa estaba esta mañana la alameda y que maravilloso era el verdor de la selva en Nigeria!
Han pasado décadas desde aquel viaje y aún resuenan en mis oídos la música coral de aquellas gentes, que no se si cantaban para esconder el hambre o simplemente trataban de olvidar la realidad que les rodeaba.
¡Qué hermosa es toda la tierra, la feraz y la desértica, porque cada una de ellas tiene infinitas facetas para saciar los ojos y engrandecer el alma!
Solo tenemos que mirar y ve


20.- DE NOCHE…

Se desliza la noche hacia el día que aún no apunta por el horizonte acompañada de miríadas de estrellas brillantes y de la luna pálida a punto de alcanzar el cuarto menguante.
El silencio es tan grande que oía los latidos irregulares de mi corazón mientras tendido en el lecho miraba la oscura claraboya por la que muchas veces noto como se acerca el día.
Algún grifo mal cerrado deja caer una gota con regularidad que estalla en el silencio al golpear el codo de la bajante mientras busca escapar hacia el desagüe general.
Me levanto despacio y camino hacia las ventanas de detrás para ver un poco iluminado por la luz del pueblo, el castillo de Sagunto, que como corona cierra hacia el cielo la Sierra Calderona, recortada contra el lechoso firmamento que la luna empapa, destacando los lienzos de la fortaleza casi arruinada de Serra, centinela desde siglos impertérrito que mira a sus pies para contemplar ahora los campos de naranjos verdes como esmeraldas y en silencio.
No sopla nada de viento y los ruidos que escucho son los de pequeñas alimañas, casi seguro que ratas, que rebuscan encantadas por entre la basura que tiran algunos vecinos para no molestarse y bajarlas al contenedor que las recoge.
El civismo del que carecen aparece blanquecino en el suelo por ser de plástico blanco las bolsas, destripadas ya por los perros, que han esparcido su contenido.
A veces me pregunto si vivo entre personas o entre cerdos, porque se da la paradoja de que éste es uno de los animales más limpios que existen, pues nada más nacer los lechones se van a hacer sus necesidades a la parte más alejada de la pocilga.
Y se llaman personas estos que tiran lo que les sobra sin importarles que a los que vivimos bajo nos atraen desde ratas y lagartos, hasta moscas y mosquitos, siempre pensando que la gallina de arriba caga a la de abajo.
Siento un escalofrío y me voy hacia adelante recorriendo el pasillos a oscuras descalzo, sintiendo el frescor de las losas de cerámica y la junta que entre ellas existe a medida que me acerco a la cortina que vela mi intimidad a los que pasan por la calle.
No pasa nadie, pero descorro con la mano un poco para que nadie vea, si pasa, la desnudez de mi cuerpo ya grande y desproporcionado por el paso de los años.
Y aún sabiendo que las palmeras están frente a mí, siento un placer inefable al contemplarlas de nuevo, majestuosas, erectas y quietas porque no sopla viento que las abrace y las mueva como saben moverse las bailarinas árabes.
Sigue la araucaria callada y quieta, así como las acacias que parecen sombrillas de playa gracias al sentido estético de un jardinero que confundió la sabana africana con un jardín madrileño.
Las miro con ternura y respeto, porque cuando era muy niño y nos apretaba el hambre, comíamos sus flores que sabían a queso al salir al recreo.
Alejo mi recuerdo y me extasío mirando las palmeras que en su silencio no paran enviar mensajes que solo el alma recibe para aquellos que como yo no duermen y entretienen sus horas a la espera del nuevo día contemplando los árboles de delante y las montañas difuminadas en el horizonte por lo lejos.
Quisiera detener el tiempo, no por no envejecer mi mente y mi cuerpo, sino para empaparme de tanta hermosura como tienen unas palmeras, una araucaria y unas acacias y solazarme con los sonidos del silencio, melodía que solo los que ven y escuchan con el alma comprenden y guardan.
Alguien madruga de los pisos de arriba, pues el desagüe me grita que el encanto se acaba y que a partir de estos momentos solo empiezan los ruidos de la vida cotidiana.
No tardará mucho ya en hacerse de día.


21.- CHIGUAGUA…

Ha sido tanto el calor de la noche dentro de casa que faltando casi dos horas para clarear el día, he salido en busca de la brisa fresca que desde la playa llega por el camino del polígono, ese que recorro de paseo algunas tardes cuando no siento dolores.
No se qué era más placentero si el fresco de la brisa acariciando mi cara o el silencio mientras contemplaba la cinta más clara, por la tierra, del camino y saciaba mis ojos contemplando destellar en el cielo los más hermosos luceros engarzados en el manto de terciopelo negro de la noche.
Y como si fuera el eco lejano de un pensamiento, los madrugadores hacían con sus coches ruido a medida que de sus casas se alejaban y se acercaban al trabajo de su destino, que en este tiempo tenerlo es una bendición y antaño un castigo divino.
Momentos han habido en que el ruido de las zapatillas sobre la tierra del camino sonaba fuerte aunque también pienso que podían ser mis oídos  que a veces oyen lo que no dicen y en otras ocasiones de lo que no conviene haber oído.
Lejos ladra un perro, creo que con desgana o por aburrimiento, mientras algún animal pequeño, casi seguro que un conejo, escarba en el suelo tratando de hacerse un cado.
Y he llegado a esa inexplicable rotonda iluminada, sin plantas ni árboles pero con bancos, en medio de los rastrojos que hicieron los del ayuntamiento de este pueblo, en un derroche de fósforo, para solaz de los vándalos que como deporte destrozan los bancos y cuando no perfeccionan su puntería apedreando las farolas.
Algunos parecen los restos de un bombardeo, a otros les faltan los cristales que yacen en el suelo como sueños rotos y pisoteados.
Incluso hay uno al que le han quitado la lámpara limpiamente.
Demostración palpable de que para mucha gente la honradez es solo la perfección cuando no hay posibilidad de robar.
Extraño comportamiento el de muchos que cuando están rodeados por los demás gritan, casi con golpes en el pecho, de que su norma vital es la honradez y la solidaridad
Palabras que suenan bien en muchos oídos hipócritas que tienen guardado para su utilización este concepto tan español de “que me pongan donde hay porque no quiero que me den y seré yo quien decida cuándo y cómo lo tengo que coger”.
Ya el polígono está cerca y las farolas iluminan todo como si fuera de día y por eso los perros de la fábrica de “Llavisán” comienzan a ladrar como locos como si fuera la primera vez que me ven caminar por la acera de enfrente.
Y es que al final va a tener razón aquel que dijo que la memoria del corazón humano es muy corta pero la del perro no sobrepasa la longitud de su rabo.
Me cansa el monótono ladrido y he dado la vuelta iniciando a la inversa el recorrido y veo que por el camino viene alguien porque lleva como compañero y defensa un ladrido escandaloso que me ha hecho recordar a mi madre que cuando gritaba como un loco siempre me respondía: “Hijo, haces más ruido que un perro chico”.
Es un vecino con su perro Chihuahua, al que llama “Regalito”, que ladra desaforado y al que miro con desprecio por que no es un animal, sino un escándalo.

Me paro y lo saludo y veo que en la mano lleva un bastón de buen tamaño que me ha hecho recordar a aquel presidente americano, Teodoro Roosevelt, y su guía practica para andar por la vida seguro que consistía en “hablar suavemente y llevar un buen garrote en la mano que sin ninguna duda te llevará lejos”
Y como si llevara represadas las palabras, ha comenzado a relatarme el calor y sus sudores en la cama en esta noche que acaba.
Le he dicho que no me extrañaba nada, pero he pensado que a continuación comenzaría a relatarme sus males y es que, como decía mi padre, la ancianidad comienza cuando dos viejos empiezan a presumir de sus enfermedades.
He podido comprobar a lo largo de mi vida y fuera de toda duda que el aserto de mi padre es más verídico que el evangelio.
Nos hemos despedido y con calma he regresado a meterme en el horno que es la casa cerrada.
Y como si regresara de correr el maratón y a la máxima velocidad que mis carnes me permiten, me he desnudado y casi grito como en un orgasmo al ponerme bajo el agua tibia de la ducha.
Y es que a mis años, como decía aquel viejo anuncio del coñac Fundador, “un poco de placer, es mucho”. 



22.- EN EL CIELO…

Contemplaba el cielo esta madrugada desde la ventana de la cocina y sentía la misma satisfacción y regocijo que tuve, siendo muy joven y tendido sobre el saco de dormir en un campo perdido entre las montañas de Alicante, mirando la bóveda celeste.
Siempre me ha fascinado su misterio, su silencio, su grandiosidad y lo que desde joven en él he visto cuando abrazaba la tierra la noche.
Ahora y desde donde estoy no puedo verlo, pero se que sigue girando el Eco, aquel gigantesco globo forrado de aluminio que lanzaron los americanos para calibrar sus radares cuando estaba yo en el ejercito.
Cada noventa minutos y con la precisión de un reloj suizo aparecía por el sur del cielo recorriendo ligero la bóveda completa para desaparecer por el norte.
Fue durante años el objeto más brillante del cielo hecho por la mano del hombre.
Pero tengo tantos recuerdos relacionados con el cielo que, aún a pesar de los años transcurridos y de lo que los he analizado, no he sido capaz de hallar otra explicación que aceptar como verdadero que en el universo no estamos solos y que por nuestro cielo navegan forasteros que no conocemos.
Son cosas que he comentado pocas veces y no por temor a ser tildado de memo o de idiota, sino porque como dice el refranero español no existe ciego mejor que el que no quiere ver, aunque a la ceguera que me refiero es la de la mente que esa si es mucho peor.
Así que decidí hace muchos años no perder mí tiempo hablando con quien se cierra a oír la verdad que le cuentan y a usar su mente para razonar.
Recuerdo una noche estando en el campo, cerca de Pedreguer, haber visto aparecer de repente un punto luminoso en el cielo del tamaño de una cabeza de cerilla teniendo el brazo extendido e iniciar a velocidad increíble un recorrido en línea recta y que llegado a un punto se transformó en un movimiento creando en el cielo los dientes de una hoja de sierra.
Cambiaba de dirección con un giro brusco sin detenerse ni hacer curva alguna como lo haría normalmente un avión, para quedar inmóvil sin haber disminuido de la velocidad y pasados dos o tres minutos volver a hacer el mismo tipo de movimientos imposibles de realizar por ningún artilugio construido por el hombre.
Al final del último recorrido se quedó inmóvil y así permaneció por más de cinco minutos hasta que inició la ascensión en vertical a velocidad vertiginosa y hacerse cada vez más, y más, pequeño hasta desaparecer.
Tarde bastante en quedarme dormido esa noche.
Otro de los que tengo muy grabado, también, es el de algo desconocido, para mi metálico, visto en el cielo a pleno día.
Seria por 1963, o principios del 64, cuando estaba en el ejercito y como cabo mandaba una patrulla de cinco hombres que realizaban ejercicios de supervivencia en los montes solo guiados por los planos topográficos militares y grandes marchas en poco tiempo.
Estábamos subiendo por una empinada senda de cabras cerca de Bañeres camino de la cumbre de la sierra Mariola cuando uno de los hombre dijo bastante fuerte: “Cabo, ¿que es eso del cielo?”
“¿Que dices?” y él, extendiendo el brazo apuntó al cielo volviendo a preguntar un tanto sorprendido: “¿Que qué es eso?”
Nos volvimos todos a mirar y allí arriba había “algo” como un botón de aspecto metálico.
No supe que decir y todos guardamos silencio y me miraron cuando extendí mi brazo y miré “aquello” entre el pulgar y el índice comprobando que su tamaño aparente era de un botón pequeño.
Los miré sorprendido y solo dije que “aquello de allá arriba es grande”.
El mismo soldado que lo había descubierto insistió en preguntar “qué era eso”.
Dije que no lo sabia, pero que con lo que me habían enseñado mientras estudiaba, “aquello” era grande, de  entre quince y veinte metros de diámetro.
Hubo uno que dijo que eso era hablar mucho y le respondí que debido a la altura se veía pequeño, pero que estaba seguro que no lo era.
No se quién dijo que era un avión nuevo, pero por lo que conocía, en España no había aviones redondos y así se lo dije.
Llevaba unos prismáticos de campaña militares y lo fuimos mirando de uno en uno y en la cara de los demás observé desconcierto, pues todos coincidieron en tres cosas que no he olvidado: no tenía alas, no tenía insignias y era grande.
Me senté y saqué tabaco y todos empezamos a fumar mientras, primero, callados mirábamos y a luego hablando.
Como casi siempre y en casi todos los grupos humanos, sean grandes o pequeños, te encuentras con exaltados, con los imaginativos y hasta con  tontos que pontifican como si lo supieran todo de todo.
De los seis que estábamos allí sentados, solo uno, Gálbis, dijo que aquello era un platillo volante.
Hubo quien se rió y otros se chancearon, pero se me quedó mirando y me preguntó serio:  
“¿Tu qué piensas, cabo?”
Estuve unos segundos callado y dije que pinta de plato de estaño, como en el que comíamos, si tenía pero que no tenia puta idea qué podía ser aquello.
Galbis insistió de nuevo diciendo que era un platillo volante y dije que yo pensaba lo mismo aunque no entendía nada de lo que estábamos viendo allí quieto en el cielo.
No estaba directamente sobre nosotros, sino más bien desplazado como unos 30º en dirección a Cocentaina o Alcoy.
No se el rato que estuvimos mirando y haciendo comentarios entre nosotros sobre qué podía ser “aquello” y qué estaba haciendo allí inmóvil.
Y el gracioso de turno dijo que si eran “marcianos” que bajaran y cargaran el pesado equipo de campaña de todos y nos lo subieran a la cresta de la sierra.
Dije que ya estaba bien de cachondeo y que a cargar el equipo de nuevo y a seguir andando.
Se que todos miramos hacia el cielo de vez en cuando mientras caminábamos,  al principio con más frecuencia, luego con menos y  “aquello” seguía en el mismo sitio en el cielo.
Ya atardeciendo coronamos la sierra y desde allí arriba ya no se veía nada, así que vivaqueamos como pudimos y a la mañana siguiente continuamos la marcha para llegar a Rabasa.
Y no vimos ya nada, pero dije que lo mejor que podíamos hacer todos era callarnos no fuera que pensaran que estábamos chiflados o lo peor de todo, yendo armados, que íbamos borrachos.
 Pasaron más de quince años y una noche, estando acampado a los pies de Segaria entre algarrobos y cerca de la tejera de Ondara, donde había encontrado una necrópolis familiar en una villa romana, saqué mi ropa y me fui a bañar como cada noche a la acequia que salía de un pozo de riego.
Disfruté de la frescura del agua un poco y al terminar regresé a la tienda y saqué  una esterilla para sentarme en el suelo y cenar.
Mis cenas no han sido abundantes nunca, así que termine pronto, sacudí la estera y la tendí de nuevo echado como un leño de espaldas para contemplar el cielo, la maravilla de las maravillas cuajado de estrellas y sorpresas.
Miraba todo el arco del cielo y pensaba que antes de dormirme aún vería pasar el Eco, que como viejo conocido jamás faltaba a la cita.
Pero algo se encendió en el cielo en una zona entre estrellas que captó mi atención por completo debido a lo extraño que lo que veía me parecía.
Allí frente a mi en el firmamento y muy alto, había aparecido un rayo de luz que se iniciaba en un punto y que se iba ensanchando a medida que se alejaba del punto inicial terminado en una semiesfera, o semicírculo, perfecto.
Me quedé desconcertado porque era la primera vez que veía un rayo de luz como si fuera sólido y con contornos muy delimitados.
Ahora que lo plasmo por escrito, cuando ya tengo 70 años, la única cosa que más se le parece es la espada láser de la Guerra de las Galaxias, aunque no era exactamente igual.
Me fascinó y asombró la precisa delimitación en el oscuro firmamento y su luminosidad.
Podría decir que era como una lágrima de cristal de las que colgaban en las lámparas antiguas que empezaban por donde se pasaba el alambre de atado y se iban ensanchando a medida que se alejaban de ese punto para terminar en una semiesfera.
La luz empezaba en un punto a oscuras y no percibí a simple vista que detrás de ese principio hubiera nada.
Pensé que seria algún reflector muy potente, como los de la segunda guerra mundial montado en algún avión, pero a medida que observaba de di cuenta que esos reflectores no tenían líneas que limitaran el haz de luz porque solo al chocar contra un objeto, era éste el que se iluminaba y no el trayecto desde el reflector hasta él.
Pero es que la luz estaba inmóvil ya uno minuto o dos y un avión no puede quedarse quieto porque cae.
Era tan grande el espacio iluminado a pesar de la indudable altura a la que estaba que extendí mi brazo derecho y la luz quedó entre el pulgar y el índice en unos dos centímetros.
¡Aquella luz tenia una extensión de dos o tres kilómetros como mínimo!
Esta certeza hizo que se me erizara el pelo de todo el cuerpo.
¿Qué estaba contemplando, qué era lo que emitía esa forma de luz, quién estaba allí arriba?
Estaba inmóvil “aquella luz” y así permaneció por lo menos dos o tres minutos más, pero de pronto arrancó a toda velocidad sin aceleración previa mientras giraba el haz de luz unos 90º con arreglo al plano que antes formaba la posición  en el firmamento.
Y habría recorrido como un metro y medio del arco del cielo cuando se paró de golpe y permaneció inmóvil.
Cada vez estaba más asombrado y fascinado mientras daba vueltas mi cerebro tratando de hallar una explicación racional a “aquel” fenómeno.
Sabia por mis conocimientos técnicos que ningún vehiculo aéreo, ni terrenal tampoco, parte a la velocidad máxima sin una aceleración previa y lo mismo sucede, pero en sentido inverso, cuando ha de detenerse.
Pero “aquel rayo de luz” lo hacia de manera instantánea en ambos sentidos.
También sabía que esas aceleraciones repentinas pueden matar a un hombre.
Y que aunque no lo veía, si estaba seguro que la energía necesaria para producir aquella luz procedía de una máquina que no fui capaz de imaginar tan siquiera aunque sabia muy potente.
Y comenzó a girar a favor de las saetas de un reloj unos 10 o 15 segundos y la luz se apagó.
Más de una hora estuve tendido en esa posición escrutando el cielo sin que nada sucediera salvo la llegada puntual del Eco que desapareció por el norte.
Al final me metí en la tienda y aunque me costó mucho me quedé dormido.
Y cuando amaneció proseguí el estudio de las tumbas romanas. 




23.- UN PUEBLO CHICO…

Se mecen agarradas a las ramas las hojas verdes de la acacia mientras miran curiosas el paso de los vagones del metro que ahora vienen medio vacíos de pasajeros.
Son las que veo a través de los pliegues de la cortina agitada por una tenue brisa que no logra mitigar el calor que está haciendo en este día de Julio en el que el silencio ha desaparecido de la carretera desde antes de que amaneciera de nuevo.
Día de retirar medicamentos que me hacen recordar aquellos tiempos en que en España teníamos cartillas de racionamiento con la que sobrevivíamos a duras penas con lo básico que nos daban y el resto lo complementábamos con el “estraperlo”.
Había escaso dinero, e imperaba el trueque, en aquellas tierras de Toledo asoladas durante el invierno en que para calentarnos debíamos subir a los encinares y monte bajo y los viñedos para robar la leña y sarmientos para calentarnos.
Hogares donde se cocían los alimentos en pucheros de barro ennegrecidos y sartenes de hierro de mangos largos, calentado todo ello con paja de la trilla guardada y sarmientos que recogíamos como si en vez de ser restos fueran troncos de árboles enteros.
La vida se realizaba en la cocina y nada más oscurecía en invierno, sentados en sillas bajas de madera con asiento de enea, nos arracimábamos junto al fuego hasta la hora de la cena.
Y una vez acabada, los más jóvenes éramos despachados a la cama sin contemplaciones.
Recuerdo aún el olor de aquellas mantas bastas y marrones que rascaban si pasabas la mano como si las acariciaras pero que abrigaban.
Los colchones eran de lana que una vez al año se vareaban por un colchonero que de pueblo en pueblo iba con su vara curvada de color amarillo y su aguja de acero algo torcida.
También se oía durante el día el silbato característico de afilador que empujaba una especie de cajón con una piedra redonda roja de rodeno dentro y montado el conjunto en un bastidor con una rueda bastante grande que de haber podido hablar nos habría contado la historia de infinitos pueblos con las comidillas de las vecinas y los chafardeos propios de las posadas y las tabernas entre un vaso de vino tinto y otro.
 Solo teníamos la radio y ellos, los afiladores, eran en cierta manera los propaladores de noticias que iban de pueblo en pueblo como aquellos que en la edad media recorrían las aldeas y los pueblos con sus romances de ciegos, provistos de una sábana enrollada decorada con dibujos que extendían en las plazas mientras ellos, a grandes gritos, llamaban la atención para atraer a las gentes y relatarles las cosas más peregrinas para saciar su curiosidad y despertar su imaginación.
Lo que extrapolado a aquellos tiempos hace en la actualidad la televisión.
 Eran pueblos muy pequeños donde he vivido de niño y en zona de maquis, pero aunque éramos mirados como los hijos de los represores, entre la gente del pueblo solo éramos simples chiquillos traviesos o más mansos, pero nunca santos.
Allí los patronímicos no servían de mucho y a las personas mayores se las denominaba como tío Fulano, tío Zutano o tío Perengano, cuando te cruzabas con ellos, pero para preguntar por ellos, lo mejor y más rápido era decir su mote y todo el pueblo sabia de quién se trataba, dónde vivía y si había salido a trabajar al campo o estaba en casa.
Mote que definía mejor que su carnet de identidad quién era cada cual.
Aún recuerdo muchos de aquellos motes del último pueblo en que viví en la provincia de Toledo y que al plasmarlos en este momento me hacen reír porque vistos ya desde tan lejos compruebo que estaban puestos con exactitud milimétrica y verídica certeza.
Estaba Eduardo el estanquero, José el pulga, Emilio el rano, Jesús el judas, Antonio el Bolsas, José Antonio el baqueta y así hasta los Cristétos, Ceferino el pinreles, Emilio el zurra, Luis boca tuerta, José “El Bizco” y Paco “El Pistola”
Nombres que carecen de sentido si no aclaro algunas cosas que los explican de forma meridiana.
El primero está claro, pero José “El Pulga” era un enano que corría que se las pelaba dando saltos; Emilio “El Rano” era un chaval hijo de un herreno que tenia la boca como un batracio y al que el guasón del veterinario del pueblo, cuando lo veía de cerca aseguraba que seria bueno vacunarlo todos los años; Jesús “El Judas” era el hijo de quién cada Semana Santa, en el lavatorio de pies que hacia don Paco el cura en la iglesia, ocupaba el lugar del apóstol maldito; Antonio “El Bolsas” era de corta estatura pero jugaba al futbol como un poseído que se pasaba el partido corriendo de una punta a la otra del campo, solo tenia un problema: si el calzón que le daban era de camal más corto del que necesitaba se le “salían” para choteo de los hombres y sonrojo de las mocitas que lo miraban sin ningún recato y es el “El bolsas” era un joven al que Dios había dotado generosamente de genitales; José Antonio “El Baqueta” era tan delgado y tan escuálido que parecía la varilla de acero de limpiar las escopetas; “Los Cristeto” eran llamados así porque, generación tras generación, representaban a Cristo en la ultima cena; Ceferino “El Pinreles” era un guapo mozo que había nacido con los pies deformados que requerían unas botas especiales (y es que por aquella zona a los pies se les llama pinreles); Emilio “El Zurra” era un mozalbete que cuando se peleaban los chavales se ponía en primera fila y gritaba como un descosido: ¡Dale una zurra, dale una zurra…”; Luis “Boca Tuerta” era un chaval al que una trepanación en el oído izquierdo mal ejecutada le había dejado sordo como una tapia además de la boca torcida y el ojo del mismo lado; José “El Bizco” lo era de nacimiento, un chaval despierto, alegre e inquieto que cuando pasaba don Ángel el veterinario este siempre comentaba que de tan bizco que era el día que llorara las lágrimas le escurrirían por los hombros.
Pero el mejor de todos era Paco “El Pistola”.
Un personaje en el pueblo y un convencido de si mismo: alto, delgado, con el pelo negro intenso y lacio que no había forma de domar y que siempre llevaba un sombrero de paja, tanto en invierno o en verano, y una especie de pistola hecha con dos palos clavados, menos en la escuela y supongo que en su casa cuando durmiera.
Se paseaba por el pueblo y al aparecer cualquier chaval, sacaba su pistola de la soga de esparto que ceñía su cintura a guisa de pistolera y empezaba a disparar haciendo con la boca el mismo ruido que un disparo verdadero.
Y si el otro no se tiraba al suelo, corría hacia el gritando como un loco: “¡Que te matao, que te matao!”
 Recuerdo que don Hilario, el maestro, decía de él que era un chico normal, pero casi todos en el pueblo no estaban de acuerdo y decían, cuando no estaba el maestro delante, que el que estaba “pirao” era él.
Lo que nadie en el pueblo hacia para identificar a quién fuera era decir su nombre de pila, porque ocurría con demasiada frecuencia que tras el José o Antonio o Ceferino había que añadir el mote porque si no nadie sabia quien era.
Lo que me convenció muy pronto que si decías el mote, hasta los perros te conocían.
Y es que como dijo un gran escritor español, “el infierno es un pueblo pequeño”.

24.- CELEBRANDO…

Sin duda alguna vivo en el mejor edificio de este pueblo y con los mejores vecinos sudamericanos,
Gente encantadora donde las haya que para celebrar que hoy es el día de la patria colombiana han puesto sus receptores de radio a tal volumen que me asaltan dudas si lo hacen por capricho o porque quieren despertar a sus paisanos que ahora duermen en su país de origen.
No quiero ser malvado, para no amargarles el día, diciendo que más que música es escándalo y ruido, pero si lo comparo con un concierto de los Rolling Stones, el de estos feos con ganas ingleses parece un entierro en donde algunas notas discordantes se escuchan mientras los deudos más exaltados dan saltos tratado de seguir el ritmo y no pisotear los pies del vecino por si les da un guantazo.
No puedo precisar desde donde me encuentro si siguen con el cuerpo el ritmo de lo que parece una ristra de latas, como la de los coches de los recién casados,  arrastradas por una calle empedrada a las doce de la noche, pero un lejano Tum, Tum, Tum si me llega lo que me hace pensar que están castigando el suelo porque después de fregarlo veinte veces no tiene el brillo acorde con el refuerzo realizado.
Y es que las casas de más de sesenta años tienen el inconveniente de que los pavimentos, por mucho que se frieguen, siempre parecen sucios y dan asco.
Alguno lo debe de estar celebrando, además de con el baile y los saltos, con la exploración intensa de alguna botella llena mediante el procedimiento inequívoco  de beberse el contenido para averiguar si en el fondo de la misma existe un agujero y es casi seguro que le hará a alguien que con él comparte el piso el comentario de que ahora las botellas se vacían muy rápido.
Tengo la puerta abierta y creo que eso ha salvado mis cristales porque algún delicado ha salido al balcón y ha soltado un eructo de tal calibre que me han entrado ganas de salir a la calle y con toda la fuerza de mis disminuidos pulmones gritar como un descosido aquello tan castizo de: ¡VALE CHICOS, NO BUSQUEIS MAS QUE YA HA APARECIDO EL CERDO”!
Pero mi caridad cristiana me lo ha impedido, además de la prudencia, no fuera que el “cerdo”, además de un sonoro eructo, se tirara un cuesco mientras me lanzaba flores desde lo alto metidas aún en el tiesto.
No termino de comprender a la gente que protesta con las manifestaciones patrióticas de los extranjeros que viven entre nosotros, aunque algunos parezcan sordos como paredes, otros eructen como para romper cristales y algunos tomen la botella como si de una corneta de cuartel se tratara para despertar a los desprevenidos durmientes.
Después de pensarlo un rato también creo que la edad me está haciendo un rancio, un renegón y un inepto, porque no logro entender que para divertirse algunos tengan que joder al resto. 

25.- AMANECIENDO…

No es grato que en la noche el dolor te despierte y te mantenga con los ojos abiertos hasta ver como el día amanece porque ningún dolor, más grande o más pequeño, es bueno y todos embrutecen.
Y ante este irremediable hecho de que estás despierto, es bueno mantener el dolor en esa parte de tu cuerpo que gime en silencio e impedir que se traslade a la mente, ya que siempre se debe constreñir el dolor y la enfermedad a la parte del cuerpo que la padece y no dejar que invada el campo libre y ágil de la mente, porque permitirlo es reducir la libertad de moverte por entre tus recuerdos, disminuir las sensaciones que el alma te transmite e impedir que la mente funcione para separar la paja de lo cotidiano del grano de lo importante.
Aprendí muy pronto que aunque la mente forma parte del cuerpo no debe ser este quien domine a la primera, porque si lo permites solo eres un gemido, un dolor y un lastimado representante del género humano que no piensa mucho pero siente con intensidad el dolor que lo atenaza.
Coloco mi cuerpo de la forma más cómoda posible para que el dolor que me lacera disminuya y aprovecho para evadirme de mi cuerpo abriendo la puerta a mi mente para que recorra, libre como el viento, los más recientes  acontecimientos y los sentimientos que se han despertado de nuevo, aunque nunca estuvieron dormidos, para llenar de esperanza, como hace el nuevo día a los ojos madrugadores que miran la mañana con renovada esperanza.
No necesita el cuerpo ni el alma grandes acontecimientos para alimentarse, sino pequeños hechos que como las piedras del peregrinos van haciendo el camino y con las que sobran, al final de su trayecto, construye catedrales donde se entroniza la vida, el amor, el sentimiento, ese algo misterioso que todos tenemos aunque muchos crean que no existe en ellos.
Son como las gotas de lluvia que cuando caen pocas parece que no mojan el suelo, pero que tras un rato de caer y un poco de paciencia mientras miramos, vemos que empiezan a formar charcos en el camino de nuestra vida dejándolo empapado y oloroso al mismo tiempo, mientras aguarda a que las semillas que trae el destino caigan en el suelo para más delante brotar en forma de rosas, tantas como luceros hay en el cielo, que además de alegrar nuestros ojos abrazará nuestro cuerpo con el aroma más sutil y hermoso.
Solo los que realmente ignoran qué es la vida olvidan que las rosas tienen espinas y por eso gritan cuando al cogerlas de cualquier manera la rosa asustada pincha, pero no lo hace para hacerle daño, sino para enseñarle que existe otra forma de coger la rosa y tratarla.
Y han vuelto las palabras, igual que regresan las golondrinas al principio de la primavera, cabalgando las nubes que desde tan lejos traen la humedad y la lluvia para hacer reverdecer de nuevo un desierto yermo que se agostó por la fuerza del silencio.
Reverdece la hierba y pronto aparecerán las flores para hacer de la aridez de antes un remanso de paz, paloma a la que durante bastante tiempo, para mi una eternidad, creí no seria capaz de hacer retornar.
Y amanece el día que se descuelga a través de la claraboya para acariciar mi cuerpo que reposa relajado mientras mi alma, rememorando y soñando, goza.
Buenos días, vida, que permites asombrarme de la capacidad que tienen las palabras para curar las heridas que las piedras del camino causan a los que vagan sin rumbo porque carecen de esperanza.

26.- CIELO GRIS

Languidece la mañana mientras los camiones pasan raudos por la carretera empujando el polvo y la tierra a través de la puerta abierta que mantengo para que el escaso viento fresco renueve el ambiente de la casa.
El cielo esta gris claro en el que se recortan las palmeras en lo alto inmóviles porque a esta hora aun no viene de la playa la brisa fresca y cargada de sales que las hace bailar como lo hacen sus hermanas en los oasis del desierto o en los valles escondidos donde los estrechos y casi secos ríos dan vida a pequeños huertos de verduras y palmeras de las que cuelgan oscuros, como miel vieja, los dátiles.
Dejo vagabundear mi mente entre las cosas más recientes que me han sucedido y solo veo lo cotidiano, la rutina de hacer comidas, lavar ropa y cacharros porque es la única cosa que puedo hacer, además de leer y escribir un rato, mientras contemplo el paso de las horas y la ausencia de posibilidades de trabajo.
Alguna vez, pero pocas, suena el teléfono  que me trae la voz compungida, cuando no lastimera, de otro jubilado que se desespera o de algún hombre asustado que al estar sin trabajo tiene miedo que la vasta desolación laboral y económica, pueda acarrearle la pérdida de su casa.
Trato de sembrar una brizna de esperanza pero no estoy seguro de mi éxito, porque la realidad que nos aplasta ha cerrado la puerta de las ilusiones y los sueños condenando a los jóvenes al ostracismo y a los más viejos a rememorar, con congoja y estoicismo, aquellos años ya lejanos de las penurias de la postguerra y las cartillas de racionamiento.
Creo que no llegaremos a tanto porque ahora hay más riqueza y más medios, pero no tardaremos en ver que muchos de los que están parados regresan a los pueblos de los que salieron para tener una economía de subsistencia mientra pasa el tiempo y también volveremos a ver a los españoles vivir con los pies en el suelo y la sobriedad que, siguiendo una falsa publicidad de que éramos ricos, hemos perdido.
No tengo duda alguna que de tener menos necesidad de controles médicos, estaría estudiando huir en busca de un nuevo sueño americano como hicieron tantos españoles cuando el futuro nos pareció negro y no dejaron otra opción que emigrar al extranjero.
Son pensamientos como este lo que acortan las horas de sueño, los que mantienen los ojos abiertos mirando al vacío o a la calle por la puerta, tratando de llegar a una idea que oriente la mente para que concrete un deseo que pueda hacerse sueño y realidad más adelante.
Pido al destino serenidad, calma y certeza para hallar la forma de sostener el alma en este trance de incertidumbre que es la realidad cotidiana de España. 

27.- ESPERANDO…

Nadie es capaz de comprender la fragilidad del ser humano hasta que visita las urgencias de un hospital ni comprende un poco más al hombre si no contempla, no al que lo necesita, sino a los que esperan alguna respuesta de los facultativos que exploran y averiguan la gravedad del motivo de esa urgencia.
Y como siempre están llenas las salas de espera, te encuentras ante una galería de retratos de personas cuyos rostros  te ayudan a pasar revista el museo más completo de la mentalidad y sentimientos de los seres humanos.
Hace muchos años que descubrí que solo es en los hospitales y en las cárceles,  porque en ambos sitios he estado y por mucho tiempo, averiguas sin ninguna duda para quién eres importante, la profundidad de sus sentimientos y  la grandeza de la amistad de la que siempre han alardeado.
Ves caras indiferentes porque los que están allí dentro no son nada tuyo o, lo que es peor, no significan nada para ellos.
Ves otras, estampa del hastío y el aburrimiento, que cambian la postura de su cuerpo con frecuencia mientras aguardan y los hay, también, que hasta intentan echar un sueño que haga más corta y llevadera la espera.
Miras sus caras y hablan en silencio, pero si observas sus manos descubres raudo quiénes están preocupados, quiénes nerviosos y a quiénes les importa un pito todo.
Entre las llamadas por los altavoces para clasificar en primer momento a los urgentes, otras para que pasen a observación y lleven a los más urgentes a rayos, junto a la desconsiderada forma de hablar fuerte de la mayoría, hace que aquello se parezca más a un zoco árabe que al mercadito de un pueblo mediterráneo.
Y aunque piden con relativa frecuencia y por favor que guarden silencio, todo parece indicar que o son todos sordos o no hacen ni puñetero caso, porque a los tres segundos de haberlo pedido el volumen se ha recuperado, por lo que recurren a un agente de seguridad, que son necesarios debido a los nerviosos que se sienten como reyes y los primeros aunque hayan llegado los últimos y amenazan a todo bicho viviente con los males del infierno si no se les atiende a ellos por delante,  importándoles un pimiento que haya otros esperando pacientemente o casos más urgentes, llegando los más cafres al extremo de agredir a los enfermeros, e incluso a algún medico, por no hacerlo rápido o no hacer lo que ellos quieren.
Y es el de seguridad el que se pone en medio, gritando como si se dirigiera a un ejercito acampado al descubierto, que guarden silencio repitiéndolo tres veces hasta logar que el silencio sea tal que parece que, de repente, nos hemos quedo sordos, pero al igual que la dicha dura poco en la casa del pobre, el voluntarioso agente consigue que en vez de los tres segundos que se obtienen mediante los altavoces, esto dure cuatro minutos.
Pero al igual que un alud, o un tsunami, los murmullos empiezan de nuevo y van creciendo hasta que al cabo de cuatro minutos más, y me parece mucho tiempo, está la sala de espera, por el ruido, como si fuera un campo de futbol con resultado incierto.  
Pero no todo es abulia e indiferencia, también ves los primeros síntomas del dolor, o la tragedia, cuando por esos mismos altavoces llaman a los familiares y sus caras se demudan, entre la miedo y la esperanza, y al poco rato los ves salir llorando y abrazados.
Se sientan si hay sitio, o siguen abrazados llorando en el pasillo, contemplados con curiosidad y descanso porque ha sido a otros a los que les ha tocado enfrentarse por sorpresa a la tragedia y a lo inesperado.
Ves miradas de indiferencia ayunas de humanidad y compasión que soslayan mirar a los tocados por la tragedia y el dolor y llego a pensar que se siente contentos al haberse librado ellos, e incluso agachan su cara para que los demás no  se den cuenta al ver su calma de la suerte que han tenido, olvidando que mientras aguardas allí, no sabes que se van a encontrar los médicos al inspeccionar al ser que has traído de urgencias.
Se sabe desde antiguo que el tiempo pasa lento para el que sufre y espera, y para todo aquel que en estos sitios no es capaz de aislarse dentro de él o distraer sus ojos leyendo y como todo trabajo se dedica a bostezar, a mover sus posaderas en el asiento y los menos, a dormitar mientras aguardan tranquilos el resultado de la urgencia de otro.
Miro a mi alrededor y me convenzo de que nadie se imagina la terrible soledad del que sufre en una cama aunque esté muy bien atendido y las miradas que lanza, de anhelo y ansia, para que la persona que empuja la puerta venga a verlo, ni tampoco la cara de desencanto, ni la tristeza de sus ojos, cuando comprueba que a quien vienen a visitar es al otro.
La gente mira asombrada a la policía que entra un joven esposado, con las manos a la espalda, en una silla de ruedas que empuja un enfermero y que al hacer un movimiento de empuje provoca el vuelco, siendo la frente del detenido la que golpea el suelo y cuando es levantado, por los policías y otros enfermeros, presenta en la frente una brecha y al poco comienza a formarse un chichón que, más tarde lo pude comprobar, era tan grande como un huevo pequeño.
Y todos, absolutamente todos los que hablan, callan cuando un enfermero, indiferente y acostumbrado, lleva empujando una camilla con un cuerpo cubierto con la sabana por completo.
Bulle la vida al paso de la muerte que se queda aterrada un momento para al siguiente sentirse feliz porque el muerto no es uno de los suyos, sino de otro desconocido, mientras detrás del camillero dos mujeres, una anciana y otra más joven, caminan como sonámbulas dejando correr sus lagrimas por la cara para perderse entre las ropas del pecho sin ser conscientes de dónde están en ese momento ni de que caminan como autómatas acompañando al que hasta hace un rato era un ser humano y ahora un simple cuerpo muerto, que es conducido al depósito a la espera de que mañana hagan su entierro.
De verdad que somos poco conscientes de la fragilidad del ser humano y lo breve que puede resultar la vida.
Si lo pensáramos alguna vez, con certeza nos enfadaríamos menos, viviríamos con intensidad los hermosos momentos que a la vida llegan, aunque sean cortos y esporádicos, sintiendo un intenso placer al contemplar lo que nos rodea aunque solo sea el vuelo de un ave en el cielo o el roce suave de unos labios al darnos un beso.
Venimos a esta vida para aprender, pero la realidad es que no aprendemos la primera y única lección que tenemos: vivir con serenidad, alegría y contentos, porque si bien hay momentos en la vida muy duros y dolorosos, el mero hecho de haber nacido es más que suficiente, máxime cuando esa sensación no se necesita comprarla ni debemos aguardar a que nadie nos la dé porque desde que nacemos la llevamos dentro y solo depende de que nosotros la usemos.

28.- MEDITANDO…

Luchando está el sol contra las nubes bajas que cubren el cielo desde que ha amanecido tras una noche de bochorno y calor que nada ha mitigado en esta casa.
No se mueven las hojas de las acacias y las palmeras tienen lacias sus ramas que cuelgan, las más viejas, adquiriendo el color amarillo de lo que ha muerto y solo aguarda la mano amorosa del jardinero para que las corte y pasen a ser detritos que se pudren en el vertedero del pueblo.
Y junto a las palmeras esta la araucaria cual soldado que vigila el descanso de las que ahora están calmas.
Tardará hoy más tiempo del acostumbrado en soplar la brisa porque el sol no calienta la tierra que es la que impulsa los suspiros del mar que suplantar el aire caliente que escapa hacia arriba cuando con fuerza el sol besa la tierra.
Solo me acompañan el ruido de la carretera y los gritos de la ninfa que en su jaula llama y amonesta a las sirenas de las ambulancias cuando raudas pasan camino de Porta-Coeli cargadas de seres humanos que van en busca, algunos conscientes y otros sin saberlo, del descanso definitivo rodeados de bosques de pinos y de silencio.
Sigue igual el panorama y cada día que pasa arranco una página del calendario de la esperanza de trabajo, tanto para mí como para  mi hijo, que sin haber empezado la vida como quien dice, se encuentra sin ilusiones y desmotivado.
Lamentarse por no haber actuado en el pasado de manera distinta a como lo hiciste son ganas de amargarse más y no resolver nada porque ni el pasado puede retroceder ni tenias entonces las razones que ahora tienes y por eso hiciste lo que hiciste.
A veces me dicen que se debería poder volver atrás con la experiencia de ahora y tras evaluar unos segundo los que oigo y repasar cómo he vivido y cuánto he sufrido en mi vida, contesto con seguridad y firmeza, que si me dan a elegir, diré siempre que de volver atrás, jamás.
Me ha ido evolucionando, con el paso de los años, la mente y mi concepto de la vida y del misterio de la muerte, y he llegado a la conclusión, se lo digo a mi hijo y a más gente, que el concepto de la vida es unitario, que la vida es como un mar infinito en el que estamos todos los seres vivos a lo largo y ancho del universo y que si hay tanta infinidad de seres lo es porque hay algo, que no puede ser material y finito, que lo dirige todo y que precisamente por eso, la muerte solo puede ser un cambio y no algo definitivo, sino que es un lapso, más o menos largo, que debe transcurrir hasta que para volver, a este tierra que conocemos o a otros mundos, porque convencido estoy de que ni somos únicos ni estamos solos, con un cuerpo distinto sin diferenciación por el sexo.
El creer y saber todo esto no extirpa de mi alma la sensación extraña que todos experimentamos frente a la muerte, de ahí que trate de vivir cuanto más pueda.
Pero estoy seguro de que tras el instante del paso al otro lado, llegaré a algo que ni imagino pero que será la confirmación de cuanto creo.
Pocas veces hablo de esto y no lo hago no porque piensen los demás que chocheo o estoy loco, sino porque es completamente imposible hacer entender nada a cualquiera que cierra su mente al raciocinio porque siente miedo.
Se esta muriendo físicamente desde el mismo instante en que nacemos aunque los seres humanos hayamos definido ese tránsito como la vida, cuando en la realidad es como la describen los aborígenes australianos cuando dicen que "nacemos, aprendemos, procreamos y regresamos a donde partimos".
Parece una explicación simplista de la vida, pero creo que es la expresión más sencilla para describir lo que llamamos vivir y el final de nuestros días.
Sigue el sol luchando contra las nubes que por ser bajas impiden a la tierra lucir en todo su colorido.

29.- SIN INSPIRACIÓN…

Cuando la inspiración, las musas o lo que sea, se ha ido de vacaciones como los que han podido hacerlo y la tarde se presenta tan monótona como una llanura castellano manchega recorrida después de haber comido y a la hora de la siesta en  que hasta las ovejas dormitan, como modorras, en lo que se conoce como la siesta del borrego, tratar de escribir algo puede considerarse un milagro y de los mejores que requiere ímprobos esfuerzos.
Sentado en esta mesa y sobre una silla que de puro vieja se ha aplastado la esponja del asiento hasta hacerme sentir que mi ciática está ahí y en mi pierna, de vez en cuando, un dolor tan intenso como es el sonido del clarín en la plaza de toros cuando el cambio de tercio, que logra arrancar de mi garganta un quejido lastimero, casi un jipío, que me obliga a cambiar de posición las posaderas para hacer más llevadera la estancia sobre esta silla desalmada, mientras aguardo que las horas pasen, el calor ceda y la brisa, esa esquiva y placentera corriente de aire que viene saciada de sales desde las playas que cada mañana reciben al sol cuando se levanta, enfríe mi cuerpo y mi cerebro que, como si fuera un botijo de mis tiempos de niño en la era, "suda" a través de la frente aunque sea con tanta abundancia que más que un botijo, parece el caño de una alberca.
Me mira la gata con sus ojos cuajados de sueño y la paciencia de una madre que mira a su retoño que en su sitio juega con lo que tiene a mano.
Me la quedo mirando y me regala un maullido cansado y aburrido, convencida por completo de que la locura que siento por plasmar lo que veo y vivo, ya no tiene remedio.
Cierra de nuevo sus ojos y se entrega gozosa a los brazos de Morfeo, ese esquivo personaje que por las noches me rehúye consiguiendo que las horas en que debo dormir me las pase despierto.
Debe estar sucediendo un milagro porque llevo bastante rato sin que por la carretera pase ningún coche, aunque también es posible que al ser sábado estén comiendo o viendo la inundación de juegos que sufren los de Londres.
Es cuestión de gustos, aficiones y de tener tiempo, aunque siempre me ha llamado la atención que sean los que están repantigados en sus butacones los que dicen que les encanta el deporte, cuando a lo que se limitan es a ver cómo lo hacen otros.
Creo que la ironía y la incontinencia verbal la cosieron en el cordón umbilical, porque desde que empecé a hablar me mana por los poros sin el menor esfuerzo y contener mi lengua me resulta más complicado que matar una vaca a besos, de ahí que le haya comentado a mi hijo, cuando han sacado un caballo con su jinete corriendo, que quién en realidad hace deporte es el caballo y no el que va encima.
Su respuesta me ha llamado la atención: "Papá, ¡que mala leche tienes!".
Y es que a veces de los hijos recibimos los más duros golpes para nuestro orgullo y nuestra vanidad, lo que me ha hecho recordar lo que mi madre decía cuando se cabreaba, cosa que conmigo ocurría con demasiada frecuencia, que lo interesante en la vida no era tener hijos, sino cochinos de 20 arrobas, porque los primeros te mataban a disgustos y los segundos eran productivos y te lucían.
Como buena maña era algo exagerada, pero a fuer de ser sincero, conmigo tenía motivos para decir eso y más cosas.
Esto me lleva, como si fuera un área de descanso en la carretera de este día, a pensar que si pudiera verme desde donde está y supiera cuánto peso, se sentiría muy orgullosa y contenta porque todos sus esfuerzos habían sido fructíferos.
Debe ser el calor y el silencio el que me ha desviado de mi intento de pasar la tarde sorteando el aburrimiento, moviendo el trasero y de vez en cuando recordando a los ancestros de ese mal nacido montado en un ruido al que el muy cabrón llama moto
Y es que terminaremos llamando a las cosas de cualquier modo, menos por su nombre.
No se si estoy bañándome en un lago de silencio o es que mi sordera se ha hecho más aguda de repente, pero me parece un milagro, y de los grandes, que lleve casi diez minutos sin pasar ningún coche y solo una moto.
Me dice muchas veces mi hijo que yo no estoy preparado para la vida moderna y le contesto que también he sido joven, aunque no lo parezca, y que si bien es cierto que tampoco éramos ángeles, no llamábamos música a una serie de ruidos monótonos como tambores africanos, ni estábamos tan sordos como para poner a todo volumen la radio, ni nos divertíamos haciendo contorsiones como hace un cocodrilo al retorcerse para comer la carne de un ñu imprudente que quiso ser el primero, seguro que para impresionar a una hembra, en cruzar el Okavango.
Me percato que me contempla con la misma curiosidad científica que un oceanógrafo lo hace con un fósil viviente, por ejemplo un celacanto.
Y con la suficiencia que adorna la ignorancia de los jóvenes, me comenta con respeto, pero un tanto displicente, que tengo gustos que merecen palos pues me encanta la música coral a capela africana.
Le comento que es muy buena y que solo le pido que escuche los primeros acordes de la que oigo en estos instantes y, supongo que para que me calle, acepta.
La reinicio y dice que es muy bonita, palabra que en él significa hermosa, pero para acreditar hasta lo más insospechado su incultura y lo poco que saben de geografía, me dice que si eso es de Asia y pregunta qué dice la canción.
Lo miro y contesto con desgana que cuando los ingleses llegaron a desalojar a los holandeses de Sudáfrica, habitaban aquellas tierras, zulúes, bantúes y hotentotes y todos tenían una lengua franca que es el swahili y fueron masacrados gracias a las primeras ametralladoras que llevaron.
Poco piadoso con los ingleses mi hijo, le añado que esos pueblos han tenido siempre un sentido del ritmo y de la música solo igualado por los esclavos africanos llevados a América, porque parten ambos de las mismas raíces.
Se queda un instante sorprendido y después se marcha dejándome de nuevo tranquilo.
Y estas van a ser las generaciones de jóvenes perdidas en España donde se han empeñados algunos en hacernos creer en un mundo que se ensancha que lo vital es la aldea y su habla y otros lo han consentido.
Y si bien discrepo de aquellos que dicen que la vejez es siniestra porque no es cierto, si tengo que reconocer que la adornan algunos achaques que hacen que no sea nefasta, sino un auténtico coñazo, ampliado con lo renegones que nos hacemos cuando empezamos a ser viejos.
La ciática me recuerda que debo mover mi trasero hasta encontrar otra posición más placentera.
¡Y es que esto de ser viejo es un engorro, un problema aunque es infinitamente más divertido y placentero que estar muerto!


30.- UN ESCARABAJO…

Caminaba esta mañana por el camino de atrás con todas las hierbas secas en las cunetas  hacia el sol mientras se levantaba entre las sabanas en forma de nubes grises que el lecho del mar tapaban
Dura aún el calor de ayer y el de la pesada noche en que hasta la gata se ha echado sobre la panza en el suelo junto a la parte de la puerta que, en un desesperado intento para que fluyera el viento, he dejado toda la noche abierta.
Y es que sin duda se acercan los días más pesados del verano en el que los más afortunados tendrán vacaciones, en el mar o en el pueblo de sus mayores, donde por mucho calor que durante el día haga, al llegar la noche el aire se refresca para que descansen.
Hacia muchos días que no caminaba por el cada vez más deteriorado camino que da al polígono y que desde la anterior vez solo ha mejorado aumentando el numero de los baches, medio llenos de polvo y tierra, lo que ha permitido que me  sienta como un atleta en una carrera de obstáculos, donde hemos sustituido las vallas de reglamento por agujeros de distintas dimensiones entre los que puedes andar, porque pensar en correr  es un sueño, teniendo la sensación mientras andas de que vas sorteando los cráteres de un bombardeo en pequeño.
Esto excita tu celo y te exige la atención máxima de los ojos porque si te lo tomas a cachondeo corres el peligro de meter un pie en uno de los cráteres y la boca, dejándote los dientes, en otro.
Y no hace serio a mi edad dar semejante espectáculo nada adecuado para mis huesos y motivo de hilaridad si alguien me ve caer desde lejos.
Escasas aves cantan esta mañana mientras camino con calma entre los naranjos verdes como esmeraldas de cuyas ramas ya cuelgan las naranjas aunque no más gruesas que cerezas.
Voy despacio, con calma y mirando alborozado lo que me rodea tratando de retrasar el jadeo que, a no tardar, saldrá de mi pecho por lo que me siento en una pared baja de bloques que abraza a un campo para que la tierra fértil no se derrame cuando la lluvia es fuerte.
Estoy acostumbrado a oír los jadeos de mi pecho, que nunca son gratos, así que me tomo mi tiempo cuando empiezan hasta que me recupero de nuevo.
El campo es un cuadro de vida incluso cuando parece muerto con las hierbas agostadas por el calor y las ramas de los árboles bajas como si quisieran hacer de sombrillas para que las raíces no mueran abrasadas.
Y lo mejor es mirar sin buscar nada porque al poco de comenzar empiezas a ver la procesión de las hormigas que cargadas van de un hormiguero a otro y, si tienes un poco de paciencia, pronto verás hacer cabriolas a un saltamontes joven que fortalece sus patas para futuras competiciones atravesando los campos. 
Y algo negro y acorazado ha atraído mi atención porque desde unos metros he visto venir en mi dirección, cargado con una especie de carro trasero, a un escarabajo, que hasta que no ha estado más cerca no me he dado cuenta que era pelotero.
Hacia años que no veía uno y como otras veces que los he visto, me quedo admirado y sorprendido de que un simple animal venido hasta hoy desde la  prehistoria sea un ingeniero de primera sin haber pasado por ninguna escuela. 
Lo miro con atención mientras avanza decidido hacia donde estoy tirando de su bola de estiércol camino de algún sitio donde la guardará para que sea el alimento, durante un tiempo, de las crías nacidas de huevos puestos antes de enterrarla. 
Me quedo boquiabierto al comprobar que el escarabajo es uno de los mejores ingenieros que conozco, porque el animal empieza aplastando con su cabeza un poco de estiércol hasta formar una diminuta bola a la que va añadiendo materia mientras con sus patas modula el conjunto hasta hacer una esfera casi perfecta.
¿Cómo sabe un escarabajo pelotero que es la esfera el cuerpo geométrico que menos resistencia ofrece al movimiento?
¿Por qué en vez de empujarlo pone sus dos patas traseras más largas en los dos extremos del hipotético diámetro de la pelota y tira con las más pequeñas que tiene cerca de la cabeza?
Y lo más sorprendente, ¿qué tipo de compactación hace al formar la pelota para que la tierra del camino no se adhiera a la esfera que transporta?
No me cabe duda alguna de que los hombres miran poco y eso de hacerse preguntas del por qué de las cosas, aún menos, porque si ya es una maravilla la variedad biológica lo que raya en el delirio es comprobar los conocimientos técnicos, porque son eso, que tienen muchos insectos para hacer las maravillas que hacen.
Me quedo mirando relajado al pelotero que avanza cerca de mis pies ignorándome por completo, porque estoy convencido de que aunque me haya visto, soy para él un objeto como otros tantos que encuentra a lo largo de su trayecto.
Levanto la cabeza del suelo y veo como un gorrión madrugador está cogiendo una mariposa muerta que ha encontrado en el camino y cómo este carroñero alado eleva su vuelo llevando en el pico lo encontrado, lo que me confirma que su nido no debe estar lejos y allí aguardan unas cuantas bocas, ribeteadas aún de amarillo y enormes, que se abrirán gritando que tienen hambre.
Se me ha dormido el trasero y antes de que empiece a sentir cómo me grita mi ciática por la imprudencia de sentarme en el suelo, me levanto y comienzo el camino que me lleva de regreso al horno que son ahora las casas hasta que empiece a soplar la brisa tras disipar el sol las brumas que cubren el cielo.
Dejo atrás la soledad y la paz del campo que van a morir pronto al acercarme a la carretera por la que circulan los camiones a estas horas porque los coches de los que van a trabajar salieron primero.
Un lunes que se diferencia de ayer domingo en que hoy he salido a caminar un poco harto de sudar y cansado de ver siempre lo mismo.
Me he duchado y semidesnudo aún, empiezo a plasmar lo que he sentido.
Conecto el ventilador y trato de secar el sudor que a gotas se desliza por mi cuerpo después de salir de la ducha y es que a veces me olvido, por unos instantes solo, de que estamos en verano y ya se nota en la tarde que los días son más cortos.
Dentro de muy poco, porque el tiempo ahora corre más deprisa, aunque el reloj diga lo contrario, tendremos el otoño que acabará cuando empieza el invierno.



31.- MEDICINA…

Cae el sol como si fuera plomo derretido sobre la tierra mientras a duras penas la brisa intenta refrescar el aire pero es tan poca su fuerza que solo se mueven las hojas de las acacias mientras las ramas de la palmeras cuelgan lacias sin ese ansia que otrora tienen para dejarse abrazar por el aire refrescado que del mar viene.
Son muchos los momentos a lo largo del día en que el sudor se derrama a través de mi cara para empapar el pecho dejando una mancha en la camiseta blanca como si me hubieran tirado el contenido de un un vaso de agua a la cara y la hubiera recibido el pecho.
Huele el aire a caliente y a pasto seco y desde la cocina, a donde he acudido para beber algo fresco, contemplo los naranjos que se agitan con desmayo por el poco esfuerzo que el viento hace para moverlos.
Ya anunciaron que hoy seria duro, pero nada comparado con lo que ocurrirá mañana en que desde la madrugada subirá el termómetro hasta situarse en los 24º impidiendo dormir y tener un buen descanso.
Hasta el ventilador que tengo a menos de un metro me empuja el aire que previamente ha pasado por el motor para refrigerarlo, impregnado del olor característico que tienen los motores eléctricos cuando están recalentados.
Llevo una especie de pareo anudado a la cintura mientras todo el corpachón que tengo está desnudo a la espera del beso amoroso de un poco de aire fresco.
Tengo a guisa de turbante una tira larga de toalla desgarrada que cambio por otra seca, en el instante en que la primera gota escurre caliente hacia la punta de mi nariz como corre el agua por una canal cuando llueve.
Método que aprendí estando en el desierto y que hace que al empaparlo de sudor, porque allí el aire es muy seco, el turbante se comporte, al evaporarse, como lo hace un radiador en un coche, enfriando la piel de la frente y el resto de la cabeza.
Siempre me llamó la atención ese pañuelo que llevan liado en el cuello todos los hombres en las películas del oeste y hasta que no estuve en Mauritania no descubrí que era por la misma razón de refrigeración por lo que lo utilizaban, solo que refrescaban la sangre que irriga el cerebro a través  de las dos arterias carótidas cuando hacia mucho calor y sudaban, siendo en invierno un aislante para que la sangre no se enfriara.
Esto mismo explica el por que los labradores valencianos protegen su cuello y su frente, al igual que lo hacían los antiguos segadores antes de que se introdujeran las máquinas cosechadoras.
Fue en el desierto mauritano, en un aduar de jaimas de piel de cabra de  los bereberes  perdido entre las arenas, donde por primera vez me colocaron un turbante y me quedé sorprendido al comprobar que la sensación de abotargamiento que produce el sol en la cabeza desaparece a los pocos minutos de empezar a sudar la frente y hacer el turbante de  radiador aunque de tela.
Después me explicaron el  por qué llevan las ropas tan holgadas y es que de esa forma el aire circula entre y por ellas evaporando el poco sudor que brota  dejando la piel más fresca.
Son cosas que siguen siendo inexplicables aun a pesar de haberlo visto muchas veces, pero se beben el te tan caliente, hirviendo prácticamente, para que el cuerpo deje de sudar y de tener sed, consiguiendo con este procedimiento que ni en las horas de más intensidad del sol, necesiten beber, lo que si hacen por la noche en que la evaporación es minima.
Y es que los pueblos del desierto llevan siglos, cuando no milenios, experimentando con lo poco que tienen alrededor y han encontrado la mejor forma de resolver un problema que a los no bereberes, la carencia de agua, nos puede matar y es que la experiencia hace bueno ese refrán, dándole el marchamo de verídico, de que más sabe el loco en su casa que un cuerdo en la de otro.
Y ellos saben lo que hacen porque además de no tener prisa basan sus acciones en la tradición transmitida por centenares de generaciones.
Va lentamente disminuyendo la inundación interior que sufro por una medicación errónea a base de miccionar cada pocos minutos.
Y este es otro de los grandes enigmas del ser humano, al que he dedicado mucho tiempo de análisis, estudio e investigación sin que hasta este momento nadie haya sido capaz de  explicarme de ninguna forma por qué todos los nativos del signo de géminis con ascendiente escorpión, retienen líquidos como si fueran esponjas.
Esto me lo hizo observar otro géminis hace muchos años y desde entonces, cuando me tropiezo con alguno otro, siempre les pregunto por su ascendiente y si me responde que "escorpión”, le prevengo para que  cuando llegue el cambio físico de la cuarentena empiece a vigilar porque comenzará a acumular líquidos.
Muchos me creen loco y otros un majadero más cuando les digo que, antes de que la cosa pase a mayores tomen infusiones diuréticas naturales a base de hierbas o sigan un tratamiento de por vida, más intenso cuando es verano, a base de pastillas.
Y ha sido esta certeza y la comprobación exhaustiva de que es cierto esto, la que me ha conducido a platearme otros derroteros sobre los tratamientos con pastillas por parte de los médicos.
Tenemos avances técnicos impresionantes, sabemos mucho sobre muchas cosas, pero puedo asegurar que los viejos de cualquier pueblo, aunque esté perdido entre las montañas, pueden dar el tratamiento mejor, y con menos efectos secundarios negativos, para que orines, o desaparezcan las piedras de tus riñones,  con la misma efectividad, y más barato, que el mejor diurético recetado por un médico.
Poco a poco se va reintroduciendo la medicina natural, esa que proviene de siglos de observación, de comparación de resultados eficientes que en todos los pueblos había antes de que llegaran los médicos y las multinacionales con sus productos farmacéuticos.
Y si sigo analizando y comparo las pautas de que hacían los de antes con los que ahora tenemos, llego a un estado en que descubro que muchos tratamientos que nos dan, incluyéndome a mi mismo y lo que tomo, no nos curan, sino que disminuyen la apariencia de la enfermedad con el único fin de que sigamos consumiendo, de los laboratorios, sus fabricados para engordar sus beneficios.
Esto que he dicho, y como lo digo, suena a herejía, blasfemia o desmesura, pero si observamos con atención a nuestro alrededor vemos que, salvo con la cirugía y contra las infecciones, el resto de la medicación que nos dan solo nos mantiene vivos para que sigamos siendo consumidores de medicamentos.
Hay montones de patologías, entre ellas la diabetes y el cáncer, de las que se conoce el método de curación definitiva pero que no se aplica, porque, por ejemplo, con la diabetes te obligas a seguir de por vida consumiendo lo que ellos fabrican
Y si bien el cáncer inspira pavor, resulta que en los años cincuenta un médico e investigador descubrió como erradicarlo definitivamente y fue tan certero su diagnostico que hasta le dieron el premio Nóbel.
Pero nadie quiso aplicar su terapia porque arruinaba la industria farmacéutica.
Estar jubilado y tener muchas horas para pensar permite que el garbanzo más duro de la verdad pueda ser deshecho por la boca de cualquier viejo que ya no tenga dientes con la simple receta de la paciencia y la anuencia del tiempo.
Creo que es mi malicioso pensamiento el que me hace recordar esa vieja admonición de los gitanos que le dicen a los que no son como ellos cuando quieren maldecirlos: "No te tenias que morir nunca, payo, siempre enfermo"
¿No será que las industrias farmacéuticas les hacen casi sin saberlo?
Dicen por mi pueblo que a cierta edad el que corre no esta civilizado y es cierto y por eso pienso despacio sobre las prisas de los médicos en medicinarnos.

32.- NO DAR GOLPE…

He salido un momento a la acera porque hay dos jóvenes que en vez de usar el sufrido teléfono para comunicarse con su país de origen lo están haciendo a voces.
Pienso si será por el grave problema económico que nos ha caído encima a los españoles y de paso a los extranjeros que han venido convencidos de que aquí atábamos los perros con longanizas y se les iba a dar todo aquello que por su boca saliera aunque fuera negándoselo a los españoles, como así ha sido, o taz vez que provengan de un país de sordos o, vete tu a saber, porque se crean al gritar como lo hacen más grandes e importantes.
Y no desecho la creencia de que hablar de forma pausada y más bajo no saben. Pero no quiero perderme por los vericuetos de sus costumbres ni elucubrar sobre el por qué lo hacen.
Y mientras vocean a lo grande y con ganas, he observado sus caras y he pensado que, tal vez, venían de lavársela pero pronto he llegado a la certera conclusión de que sudaban por la sencilla razón de que mi frente parecía las cataratas del Niágara en versión valenciana.
Es tan alta la humedad ambiente que parece que estemos en Londres en los días de su mejor niebla.
Luego desaparecerá, pero mientras eso llega nos empapa y de nada sirve mojar la camiseta porque al calentarla tienes la desagradable sensación de que estas vestido en una sauna.
Cosas que ocurren cuando se vive en una zona húmeda y la brisa se ha declarado en huelga.
No colabora nada el sol envuelto en brumas para proporcionar colorido de las plantas, alegría a las macetas de los balcones que boquean exhaustas aunque las rieguen.
Y como no he dormido mucho esta pasada noche, he intentado hacer pasar las horas consultando un libro con el afán de ilustrarme, aunque más que lectura, aquello parecía una competición de soplidos para que la gota de sudor que veloz llegaba a la punta de mi nariz no cayera sobre el libro que estaba leyendo.
Incluso he pensado en hacer un campeonato de salto de longitud con las gotas  que descendían como por un tobogán desde la frente, pero lo he desechado, para finalmente dejarme vencer por la tentación.
He soplado con ganas aunque algunas se han escurrido antes de llegar a la punta por la comisura de los labios dejando mi orgullo mustio porque solo he conseguido lanzar una lejos, con tan mala fortuna, que le ha pegado a la gata en la cara mientras dormitaba.
Ha abierto sus ojos sorprendida y ha oído el último soplido para lanzar, como en Garmich se hace con los esquiadores, una gruesa gota que ha sobrepasado donde ella estaba.
Pero sus ojos han sido un discurso en silencio en el que se leía la cruel certeza de su opinión sobre mi inteligencia y cordura.
Ha debido verme un tanto avergonzado por haber mojado su cara que para animarme ha dado un maullido que seria de estímulo, pero que me ha sonado a algo parecido a esto: “¡Dios mío!, ¿qué habré hecho yo para merecer este amo?”.
He suspendido la competición ante ese pensamiento y vuelto a acostarme de  germinando en mi mente la duda sobre si lo ha pensado el gato y le he leído el pensamiento, si es que piensa el gato, o es mi pensamiento el que le transmito.
Hay instantes, no solo en las noches de insomnio y calor sofocante, en que no distingo con claridad si estoy soñando o despierto.
Y ante esta duda existencial y antes de ser atacado por una angustia vital de final de la noche, he decidido darme una ducha dejando caer el agua tibia sobre mi cabeza y gozando de esos instantes de placer como debe hacerlo un cochino en pleno agosto en un charco.  
Era tanto el gusto y sin abrir los ojos, que he puesto el pie sobre el desagüe llenando en unos momentos el plato saliéndose por los bordes.
Pero ya sabemos los españoles, y encima lo confirmó Franco, que “no hay ningún mal que por un bien no venga”. Lo que traducido a un castellano llano significa que me ha tocado fregar todo el suelo del baño, aunque he de reconocer que buena falta le hacía.
Solo le he visto un inconveniente a esta acción heroica de limpieza y es que al tener que volverme a duchar por la sudada nueva, el agua ya estaba más fría.
Y cuando el agua me llegaba a los tobillos he recordado otros tiempos del pasado en el que aguardaba ya con el agua hasta las rodillas la orden de parar motores y abandonar el barco.
He rechazado con violencia este recuerdo y con los ojos bien abiertos para no terminar patinando, y con algún hueso roto, sobre el suelo mojado del baño, me he envuelto en la toalla y al mirarme en el espejo descubro que las ojeras casi me llegan a los hombros y que de galán aspecto ya no tengo.
Lanzo un suspiro que casi arranca el espejo y para abandonar estos nefastos pensamientos e iniciar el día con el optimismo en alto, me miro los pies y descubro que por debajo de la puerta se desliza una cucaracha americana casi parece un rinoceronte pero sin cuerno.
Ha dudado entre si sacar la pistola y fusilarla o darle una fuerte patada para que acabe estampada contra el zócalo de gres que tengo.
Pero ha debido captar mis pensamientos porque a una velocidad  que para si quisiera el Stoner de las motos, ha vuelto por donde ha venido y cuando he salido al pasillo, ya había desaparecido.
Y es que no hay nada como vivir con una de las fachadas de tu casa pegada a un campo, porque si le presta atención y guardas silencio ves pasearse las ratas tan grandes como conejos, bajo los naranjos las liebres y picoteando lo que los cerdos de los pisos de arriban tira al suelo, dos o tres cuervos que tienen la delicadeza de no deleitarnos con sus cantos.
También verás procesiones de hormigas de diverso tamaño hacendosas y disciplinadas, no como esas cucarachas rojizas americanas que se pasean con total descaro por el alfeizar de tu ventana.
Si alguna vez comento esto, siempre sale el irresponsable de turno que alaba, como si en sus manos llevara el Botafumeiro, al dios de la naturaleza, sin enterarse que estamos hartos los que lo padecemos.
Se puede pensar y decir de mi casi todo, desde que estoy jubilado a que no hago nada, pero lo que no se puede asegurar bajo ninguna forma es que, a estas horas del día, estoy cuerdo.
Aunque muchas veces me pregunto si dada la situación económica no seria mejor estar loco, o hacérselo, que estar cuerdo viendo lo que se nos viene encima.
No siento ganas de hacer nada, afortunadamente, porque con este calor tan fuerte, creo que lo mas inteligente que puedo hacer es refugiarme en la parte de mi religión que me ordena, de forma clara, que no haga hoy lo que pueda hacer mañana.
Y es que lo mismo que el calor enferma de modorra a las ovejas también afecta a las mentes calenturientas como la mía, aumentado su excitación e interés para buscar motivos suficientes para no hacer nada.
No se quien fue el majadero que dijo que el trabajo dignifica, porque me da la impresión de que era un drogata que no sabia lo que decía ni donde estaba.
Porque con el más puro raciocinio y repasando toda la tecnología tan avanzada que nos rodea, me surge la pregunta, por ahora sin respuesta, de por qué tenemos que trabajar los hombres existiendo los motores.
Definitivamente creo que debo refrescar mi cabeza para que mi mente se percate de que aún no hemos llegado al medio día y me quedan muchas por delante antes de que me acueste, tiempo más que suficiente para seguir sin hacer nada y decir sandeces
Definitivamente el trabajo no está hecho para el hombre. 

33.- EL SEÑOR DE LOS JAMONES…

Transmiten casi todo el día por diversas cadenas de televisión los juegos olímpicos de Londres y lo repiten por la noche, pero aunque no ha sido posible dormir mucho debido al calor, no me ha pasado ni un instante por la imaginación levantarme y verlos.
Reconozco que cualquier disciplina olímpica requiera años de preparación y esfuerzos, pero creo que esos mismos esfuerzos que realizan otros me agotan con solo verlos.
Así que me he prometido a mi mismo que cuando fuera de día, me pondría a remojo en la ducha para quitarme el olor a agrio del sudor nocturno y antes de desayunar, revisaría de nuevo el armario que antes fue de los libros.
Y allí estarían si no fuera porque una tubería de aguas residuales no encontró mejor sitio para rajarse que sobre ellos, causando la muerte por el hedor y el deterioro de 162, además de cinco carpetas de cartón llenas de manuscritos reunidos a lo largo de los años, zapatos, chubasqueros y algunas herramientas de mano.
Lo he mirado muchas veces y siempre desisto de volver a abrir las carpetas que en su momento no tiré y sobrevivieron  porque, aunque secas, alguna conserva el olor y el color de la orina mezclada con excrementos y, a fuer de ser sinceros, no resulta agradable el mangoneo.
Pero una vez levantado y hecha la promesa ante mi mismo, no iba por esos detalles a dejar de cumplir tamaño compromiso, así que armado de decisión y sin ponerme guantes en las manos, he atacado la primera que estaba a la vista para descubrir que muchos de los folios eran ilegibles al haberse distorsionado la tinta del bolígrafo a causa de los ácidos que llevan las aguas fecales.
Pero alguna ha sobrevivido aunque presente manchas y lugares sin escrito como si fuera la cabeza de un tiñoso.
Y he rescatado algunas hojas que me van a permitir, como ahora y después más adelante, llenar páginas de este recopilatorio de vivencias y sensaciones que son los 70 años que he vivido.
No ha sido complicado ni engorroso, pero con el olor residual del armario y el calor que está haciendo, he salido de su interior sudando como si fuera un esclavo  egipcio subiendo piedras en agosto.
Y por lo que puedo ver, más legibles o menos, esta es una de las carpetas que contiene escritos redactados durante mi estancia en la cárcel, a lo largo de tres años y medio, aunque me parece que no pueden estar todos porque se perdieron cinco bien repletas.
Y es que a veces el destino destruye lo que no deberíamos recordar.
Nadie puede imaginarse qué pasa por la mente de un hombre que está en la cárcel sin ser un delincuente habitual, al que los días se le hacen eternos, las semanas meses y los meses años.
Puedes llegar a un grado de demencia sin que te des cuenta, a dejarte deslizar en tu desesperación por el tobogán de la molicie, el embrutecimiento o el vicio.
Si no tienes a alguien esperándote, que te escriba, y que sin necesidad de decirlo te haga saber que para ella eres importante, inicias un proceso de depresión que puede acabar en suicidio.
Debes percatarte pronto del peligro que corres si no planificas tu mente para que solo sea el cuerpo al que tienen retenido. Mientras en cada instante, o seguido, tu mente huye de la realidad siniestra de lo que es una cárcel y más en aquellos años en que por un error o por imponer el miedo, se molía a palos a un hombre sin tener que dar explicaciones.
Por eso hacia maquetes de tanques y barcos y que para no crearme problemas regalaba a los funcionarios que todos, OH causalidad, tenían hijos incluso los que sabíamos eran solteros.
O realizaba planos de viviendas unifamiliares aisladas con cálculos completos desde las cimentaciones, como me sucedió en la cárcel de Albacete, aunque lo que si me impuse, nada más ingresar en el 79,  fue el escribir cada día una cuartilla, o algo más grande, sobre los más diversos temas y personajes que conocía, porque los había rastreros, repugnantes pero también alguno bueno y decente,  que  por no haber previsto los posibles errores y fallos humanos, les había llevado a la cárcel, pero teniendo siempre en cuenta que la privacidad no existía y que lo escrito podía ser leído sin mi consentimiento.
Eran los tiempos en que las cartas que se enviaban no se cerraban y eran leídas, al igual que las que entraban.
A medida que crecía el tiempo de mi privación de libertad me fui dando cuenta que lo mejor era hacerse el loco, cuando no el sueco, el ciego, el tonto y el sumiso ante los funcionarios y que si tienes como yo la afición de escribir, lo mejor que puedes hacer es utilizar el papel como acceso a los recuerdos que grababa en mi mente, porque ahí no podían escudriñar, para que cuando llegara el momento la lectura de unas cuantas líneas sacara a flote todo el suceso o una serie de ellos.
Y así empecé a escribir y a llenar las horas de soledad en la celda cuando no hacía otras cosas que más arriba he citado y el baúl de mis recuerdos de aquella época.
Esto me proporcionaba una libertad grande aun estando privado de ella, además de mantenerme alejado de esa masa de hombres que se juntan en los patios y que te enseñan, según ellos, lo que es la vida verdadera y yo defino como degradación humana.
Me ayudó mucho el que desde joven, pocos años después de salir del ejército, dejara de beber y de fumar, por lo que no podía ser vencido por mis vicios, causantes de las bajezas más grandes de las que he sido testigo por satisfacerlos.
Y uno de esos personajes singulares que conoces a lo largo de tu vida era "El Señor de los Jamones", que compartió conmigo patio y charlas durante casi un año mientras estuvimos en Sangonera La Seca, conocido entre los presos como el “Sangonera Palace”.
Se llamaba Salvador, pero por ese nombre no preguntaras porque no lo conocía nadie salvo su familia y su madre, pues para el resto de los presos era simplemente "El Señor de los Jamones", nombre que se había autoimpuesto por las actividades “comerciales” que desarrollaba con los embutidos.
Una persona que destacaba más que un cura con sotana encima de un montón de yeso, aunque tenia una estatura un poco más alta que una guitarra y un perímetro de cintura que te permitía decir con total certeza que tenia "cadera" perpetua.
Tenia un montón de causas pendientes de juicio porque, aunque el decía que debía ser una maldición casi bíblica, el furgón que conducía era el mismo que había transportado los jamones y embutidos robados en la casi docenas de asaltos  a almacenes en diversos polígonos industriales.
Le comenté que eso si era mala suerte pero me dijo que lo compensaba con los fuertes ataques de amnesia que le daban nada más subía a la cabina del furgón recién cargado, lo que le impedía recordar quién lo cargaba, dónde lo descargaban y quienes.
A veces, aunque le dijera que eso era increíble, juraba por lo más sagrado que a él le suceden esas cosas.
Tenia muchas peculiaridades, a cual más sorprendentes y originales, entre las que destacaba su actuación en el patio cuando salía.
Se acercaba a un rincón donde menos gente había, decía que para no molestar a nadie, y allí juntaba los pies, extendía los brazos hasta ponerlos paralelos al suelo y, tras respirar profundamente, comenzaba a agitar las manos de una forma increíbles.
Los del patio se apartaban pero no paraban de  mirar y se oían comentarios de todos los gustos, pero él seguía impertérrito agitando las manos  hasta que paraba y tras unos minutos de descanso, empezaba de nuevo
Y así un día y otro hasta que los demás empezaron a aceptar aquella anomalía en el patio y él, con una paciencia de santo, aguardaba al imbécil que se acercara a preguntar.
Aunque de esto me enteré más tarde.
Pero todo llega en esta vida y por fin apareció el papanatas con aires de suficiencia y saberlo todo.
Recuerdo que le preguntó qué hacía, a lo que "El Señor de los Jamones" respondió con la mas beatifica de sus sonrisas:
"Veras, es fácil: junto los pies, agito fuertemente las manos y cuando haya levantado un dedo del suelo mis pies, podré volar y fugarme de esa forma de esta cárcel".
La carcajada de los que estábamos más cerca debe resonar aún por los espacios siderales mientras mirábamos la cara del preguntón que cambió de color por la burla, pero en ese momento Dios le puso su mano sobre la cabeza y de su boca salió un "¡Eres un hijo de puta!" que debió rebotar en el cielo.
Salvador, a partir de ese momento, dejó de practicar el vuelo y se transformó en una atracción del patio del módulo cuatro.
Contaba las cosas más inverosímiles y hasta tenia incondicionales que le seguían y esperaban alguna de las suyas.
Un día se vino cara a mí y me dijo que sabía que le escribía cartas a mucha gente y que no les cobraba, pero que él me pagaría si le escribía una instancia para el director de la prisión.
Le contesté que no vea ningún problema, que me dijera que quería exponerle y yo lo redactaría a mi manera, el la firmaba y no le iba a cobrar nada.
Insistió en el pago y dije que yo escribía por hacer favores a los que no sabían y por hacer favores no cobraba nada.
Se puso serio y me dice que solicita que le den dos días de visitas a la semana para que vengan a verlo sus dos novias.
Me lo quedé mirando y le pregunté: "¿pero no estás aquí dentro con tu hijo, cómo que venga otro día tu novia?"
"Verás, Raúl, es que no estoy casado, pero tengo dos novias en dos pisos a nombre de mi madre para que no me los embarguen. En uno vive una novia con mis cinco hijos y en el de enfrente la otra con mis seis hijos"
Me quedé mirándolo con fijeza y pensé que me daba un alifafe y cuando recupere la voz, creo que balbuceando, le pregunté:"¿Y no se matan entre ellas?".
"¡¡¡No, que va, para que eso no ocurra tengo a mi madre que las mantiene a raya y vive en la misma casa de la que tiene un hijo menos, y así equilibro el gasto!!!"
Juro por Dios que he oído en esta vida cosas peregrinas y extrañas, pero como esta, ninguna.
Y entonces comencé a preguntarme qué veían esas dos mujeres en aquel tonel de hombre.
Aún no he hallado la respuesta.
Ya solo tenia una curiosidad: "Oye, Salvador, ¿y cómo se llevan entre ellas?"
"Hay una que tiene envidia de la de los seis hijos y me tiene mártir en la cama para igualar la cifra, pero te lo juro, ya no doy abasto".
Redacté la petición y lo más sorprendente es que, con aquel director tan estricto, se lo concedieron.
La verdad es que me quedó la instancia casi para un premio.
Esta era otra de las facetas del personaje, pero no era la única.
Un día, con un sol de justicia, estaba sentado en el suelo para no caerme, cuando veo que Salvador esta jugando con otros presos y tirando una moneda al aire.
Un deporte como otro cualquiera en aquel aburrimiento de patio, donde he visto jugarse mil pesetas a ver que escupitajo llegaba más lejos.
O porque los desplumó o porque se aburrieron, veo caminar a Salvador hacia mí y haciendo una serie de movimientos de aproximación delicados, se sienta junto a mí en el suelo.
Las palabras de rigor al saludarnos y luego silencio hasta que llega uno y le dice que si juegan un rato.
Desinversión de movimientos y Salvador que se levanta y para no quedarme tan bajo, me levanto.
Y empiezan jugándose lo que allí denominaban una "gamba”, cien pesetas, y lanza Salvador la moneda tras sacarla del bolsillo y pedir "cara".
Y salió cara.
Y vuelven a apostar y sigue diciendo Salvador que "cara" y cara sale.
El otro, cuando había perdido ya tres "gambas", se retira cabizbajo.
Dice de sentarse y le digo que me juego cinco "gambas" pero yo voy a pedir "cara"
Se me queda mirando serio y dice: "¿Cómo te has dado cuenta?".
"Sencillo, a mi no me ciega la codicia como a esos tontos".
Saca la moneda del bolsillo y me la pone en la mano, la miro, le doy la vuelta y en ambos lados era "cara".
Salvador, como justificándose, me dice: "es que tengo que ganarme la vida aquí dentro para alimentar a mis hijos".
Solo le respondí: "no soy el más listo y puedes encontrarte con algún desconfiado que te coja la moneda en el aire y descubra el "invento" y con un "baldeo" te de un "buchante" cuando vayas al "tigre" y al revisar, antes del recuento, te encuentren muerto.
El día siguiente, cuando le propusieron jugar, dijo que no podía porque había sacado el dinero para su familia y no volvió a intentarlo mientras estuvo allí dentro. 
El tiempo pasa lento en las cárceles y el hubo de esperar que los diversos juzgados fueran rebajando el monto de las fianzas hasta que llegaron a poder hacerle frente sus familiares, lo que nos proporcionó a ambos la posibilidad de irnos conociendo más, ser el confesor de sus cuitas, bastante su consejero y su completo escribiente.
Y me decía que desde que yo les escribía las cartas a sus novias, ambas en las visitas se mostraban más cariñosas y cuando le tocaba el bis a bis íntimo, eran autenticas maravillas.
Siempre que trataba de describirme esos momentos de pasión desenfrenada, le cortaba diciéndole que lo que pasaba era que él y ellas tenían más hambre debido a la abstinencia sexual obligada. 
Un día de tantos y como quien no quiera la cosa, saca del bolsillo una monedas de plata muy antiguas de Carlos III.
Me la enseña, me gusta y le pregunto de dónde las ha sacado y su respuesta fue: "De donde estaba".
Respuesta que incorporé de inmediato a mi repertorio y que uso con frecuencia cuando alguien me pregunta lo que no deseo contestar.
Le pregunto si tiene más y si las vende y su respuesta fue afirmativa, así que pregunté cuanto quería por cada una.
No se me ocurrió preguntar cómo ni quién se las entraba desde la calle, porque ya llevaba tanto tiempo dentro de la cárcel que sabía de los milagros que se hacen en esos sitios cuando desaparece la imposibilidad de robar o ganar dinero.
Me miró a los ojos y me dijo:"Te debo muchos favores, Raúl, a ti no te puedo engañar"
Siempre pensé que aún a pesar de saber que era "El Señor de los Jamones", también tenía su corazoncito y su ética.
Me lo quedé mirando sorprendido y añadió: "Estas se las estoy vendiendo a los funcionarios, que no hacen muchas preguntas, así se ciegan de codicia y se callan. Alguna vez habrá que vengarse por todo lo que nos hacen".
"Si se enteran, Salvador, te llevan a las americanas y te matan a palos como al gabacho".
Y me contó cómo las hacen y que él lo lleva vendiendo muchos años y da pingües beneficios.
Le pregunté si sabía cómo envejecían la plata y dijo que no, pero sí que lo troquelaban con una prensa.
Volví a mirar la moneda y pasaba perfectamente por una de aquella época.
Me pregunto si cuando saliera quería dedicarme a ese “negocio” y le contesté que no.
Nos miramos en silencio y ya no comentamos nada más.
Salvador era "El Señor de los Jamones", pero también el de las monedas falsas que compraban funcionarios a los que la codicia les cegaba y un día salió en libertad y jamás volví a verlo.

34.- LATA DE SARDINAS…

Agoniza la tarde arropada por la túnica de un cielo azul claro limpio de nubes mientras algunos coches pasan como locos por la carretera invadiendo el ruido de sus motores la casa al tener la puerta abierta para invitar a la brisa, o al viento, su libre paso por el pasillo para refrescar el ambiente.
Ya se nota que vamos de caída por la pendiente del año que a partir del 21 de junio empieza a acortar para dejarnos el día más corto del año en el que se celebra Santo Tomás.
Solo el aire del ventilador mueve las hojas de papel que hay sobre la mesa mientras que a la agónica brisa aún le quedan fuerzas para mover las ramas de las palmeras y las de las acacias que bordean la línea del metro.
Huye también la luz persiguiendo al sol que hace rato desapareció por poniente tras haber transformado la horas de iluminación en un infierno de calor, sudor y en un ir escondiéndose los peatones debajo de las cornisas y balcones para no caer achicharrados y caminar con la boca abierta como algunas aves colgadas de los cables que hay enfrente de mi puerta.
No se que celebrarán en estos momentos los de Bétera, pero la traca que explosionan es de las buenas, ensordeciendo a los que estamos más cerca.
Mi padre era valenciano y el ruido de los petardos lo llevaba en la sangre, pero mi hijo, que nació aquí por accidente, es un enamorado de la calma y por eso, cuando oye una traca, comienza a vomitar por su boca el menos piadoso recordatorio sobre los familiares más cercanos y los ancestros y cuando me pregunta si me gusta esa borrachera de ruidos, siempre contesto que llevo por esta zona cincuenta y cinco años y no he logrado acostumbrarme a sus ruidos ni entiendo en absoluto a los falleros por su pasión en quemar las fallas, verdaderas obras de arte de imaginación y talento en cartón, cuando llega su momento.
Debe ser que lo llevan en la sangre como marca genética, aunque también pudiera ser que después de tanto tiempo, no haya logrado integrar mi alma en las costumbres de esta tierra y que, aún siendo español, me siento un extranjero.
Y no lo digo como frase retórica ni como imagen para definir un instante, sino que cuando me miro por dentro, cada vez me convenzo más de que no soy de aquí,  que soy un extranjero.
Y lo terrible es que en los demás sitios en los que he vivido, en España o en el extranjero, la sensación que percibo al poco tiempo es que  cómo vivo y lo que veo, no es lo mío, sino algo impuesto.
Esto de ahora, esa sensación extraña, no es nueva para mí, porque desde bien niño recuerdo que mis juegos eran en solitario y que tampoco tenía amigos.
Viene a mi mente el recuerdo de cuando viví en la casa del molino del tío Cristeto porque el cuartel de Santa Cruz se estaba cayendo.
Allí, con las latas de sardina vacías del rancho en frío que le daban a mi padre con el racionamiento, me hacia trenes, haciéndoles dos agujeros opuestos en los extremos por el que pasaba una cuerda de cáñamo.
¿Era añoranza del puente del aire de mi pueblo en donde, cuando íbamos a casa de mis tíos y mis abuelos me pasaba las horas muertas viendo los trenes de mercancías haciendo maniobras con los vagones cargados y vacíos?
Recuerdo cuando ponía en la vía del tres una perra chica para que la aplastara la máquina de vapor, aquellas de Macosa que eran la fina estampa de un galgo corredor en acero negro orlado de nubes de vapor, las caras tiznadas de hollín y carbón del maquinista y el fogonero que mientras manejaban como si fuera un niño aquella mole negra y pesada.
Se me quedaban mirando con atención después de tantas veces verme sentado allí solo y sin hacer nada todo el tiempo que estaban en Ayerbe haciendo maniobras.
¿Se despertó así en mí la afición por las grandes máquinas?
A pesar de los años transcurridos y haberlo pensado muchas veces, no soy capaz de decir con claridad y definitivamente de dónde me viene ese amor por las grandes máquinas, sobre todo las de los trenes de vapor de aquellos tiempos.
Fue mi niñez en los tiempos en que por la mañana, sobre todo en invierno, comíamos una lata de carne argentina que le daban a mi padre con el racionamiento para que pudieran comer durante ocho días recorriendo los montes y los caseríos en busca de los máquis y de los desesperados que no tenia leña ni para calentarse.
La calentábamos y mojábamos pan en su caldo para llenarnos el estómago.
Fueron años terribles en que se enterraba a los niños muertos de hambre envueltos en trapos porque los padres no tenían dinero ni para pagar una caja de pino barato.
Y con esas latas de sardina jugaba solo en donde estaba la serradora, señalando unos caminos por entre el serrín convencido en mi imaginación de que eran raíles.
Cuando podía y los hombres habían acabado de trabajar, salía a la zona de la serradora donde llenaba y entretenía mis horas como mejor era capaz de soñar en la más absoluta soledad.
A veces me pregunto por qué cuando trabajo, o conduzco, lo hago en silencio y no he sido capaz de hallar una respuesta y cuando los demás me peguntan cómo aguanto ese silencio tantas horas, al no poder darles una respuesta lógica ni de ninguna clase, se desconciertan.
Pienso si será también porque en aquel tiempo tener una radio era un lujo que muchos no se podían permitir.
Pero también recuerdo que eran las fiestas de Santa Cruz, o las de mi pueblo, mi madre y mis tías salían a la plaza del pueblo a mover el esqueleto, mientras me quedaba sentado en la cadiera leyendo algún libro de los muchos que tenia mi tío.
Creo que siempre he sido así de raro y que ahora, con el paso de los años, se me ha acentuado, como se acentúan los achaques cuando se va haciendo uno cada vez más viejo.
Ha cesado como por milagro el paso de coches y camiones permitiéndome disfrutar de la paz del silencio en el que me envuelvo mientras termino este escrito.
A fuer de ser sincero, siempre he sido así de extraño.

35.- TARDE DE DOMINGO…

Como una mancha de sangre roja estampada contra la pared de bloques grises que conforman el otro lado de la carretera, asÍ parece el coche que acaban de aparcar envuelto en la música, por llamarlo de algún modo civilizado, que brota de sus altavoces.
Quieto y silencioso queda el viento a estas horas de la tarde aunque nos ha acompañado bastante a lo largo del día, mitigando el calor sofocante de este aire africano que nos ha venido sin previo aviso.
Queda rato para que el silencio reine, para que la noche se enseñoree de las casas y para que cese el tránsito de los coches que como lugar de asueto en vacaciones solo tienen el ir a Porta Coeli, lugar de refugio y descanso entre los pinares porque a otro sitio mejor no pueden desplazarse.
Y en la cocina oigo a mi hijo como vibra al compás de los atletas que corren en Londres dando lo mejor de si mismo en el reto supremo de medir sus fuerzas y saber hasta donde les acompaña el cuerpo.
Ha venido para invitarme a acompañarlo y le he pedido que me dejara solo, no porque estuviera haciendo algo importante, sino porque cuando me siento encarcelado, aunque nadie me prohíba salir a la calle, es mejor que me quede a solas conmigo mismo mientras se vuelven a ajustar los mecanismo interiores del alma para que vuelva a ser el yo de antes de esta sensación tan desagradable  y pueda hacer frente a la realidad que tengo delante.
Ha estado unos minutos y me ha preguntado qué es lo que podía hacer para mejor y más pronto salir de ese ensimismamiento y le he respondido que aún a pesar de lo que me gusta el mar, lo que de verdad añoro son las montañas.
Me ha sugerido que mirara por la ventana de la cocina y contemplara la sierra Calderona antes de que se hiciera del todo de noche, pero le he dicho que él, por no haber vivido entre rejas, no ve las que tenemos en esas ventanas ni la que, por seguridad, hemos puesto en la puerta.
Y le he hecho memoria sobre lo que le he contado de mi estancia en la cárcel de Albacete donde algunos corrían por el pasillo, cuando nos iban a meter en las celdas, para mirar por la ventana las luces de la capital mientras  con ambas manos se cogían a los barrotes.
Los miraba en silencio y les compadecía porque, al mirar con tanta ansiedad, solo echaban sal sobre la herida de su falta de libertad.
Nunca en todo el tiempo que estuve preso me asomé a ventana alguna porque estaba seguro que lo único que iba a conseguir era aumentar mi añoranza de la libertad y mi desesperanza por su tardanza.
Me ha dado un beso y ha partido para la cocina.
Y es que nadie que no lo haya comido ese “guiso” primero puede imaginar como se siente el que está preso.
Ha bajado el calor pero cuando intento separar el brazo de la mesa donde escribo, noto como se queda adherido y al pasar luego los dedos noto la superficie áspera, que no es otra cosa que el polvo depositado cada día, por tener abierta la puerta, empapado por la humedad ambiente y casi recocido por el calor que desprende el brazo al tenerlo encima.
Ya es de noche por completo y va disminuyendo el ritmo de paso de los coches con lo que tenemos mucho más cerca el silencio propio de  los domingos, donde al estar cansados todos se van a acostar más pronto.
Quedan las horas de la noche por delante hasta el estreno de un nuevo día en el que aún desesperanzado, me levantaré para esperar el milagro de la llegada de lo que necesito.
Y soy consciente de que puede que, al llegar la noche, lo único que  haya llegado sea el cansancio, pero volveré a acostarme con la idea de que al día siguiente ocurra el milagro.
La noche va a ser pesada, porque aunque ha bajado la temperatura, sigue la humedad que como una niebla ligera lo envuelve todo.
Se acabó el día sin que haya sucedido nada.

36.- IRRESPONSABLES…

Del manto de terciopelo negro de la noche empiezan a brotar hermosas las estrellas antes de que la luna, que camina inexorable hacia el cuarto menguante, ilumine la noche para amortiguar un tanto la mirada brillante de los luceros cuando contemplan la tierra.
Aún no ha llegado el momento para que cesen de pasar los coches e incluso la lavadora del  vecino de arriba ha iniciado, con el centrifugado, un galope que, en más de una ocasión, me ha hecho pensar que estaba en plena carrera de saltos antes de llegar el momento de ganar lanzándose por el balcón.
Cierto que ponerle ruedas es una gran comodidad para moverla de su encastre y así poder limpiar detrás, pero tiene el inconveniente de que se pone a caminar por la casa, cual fantasma penitente, transformando un vulgar centrifugado en un paso por toda la casa.
Tal vez en evitación de males mayores la han debido de atar en estos instantes o han llegado tarde y acaba de aplastar a algún inquilino de la casa, porque de arriba no llega otra cosa que el silencio más impresionante.
Ha bajado algo la temperatura ambiente, pero los de la televisión, cuando han dado el pronóstico del tiempo al medio día, ruegan se tenga mucho cuidado con los niños y los ancianos porque se acerca una nueva ola de calor africano, olvidando que la que ahora nos asfixia y derrite, no nos ha abandonado.
Así que a beber cosas frías, a salir lo menos posible de casa y a llevar ropas amplias mientras tenemos la ducha preparada por si nos da un soponcio.
Vienen a mi memoria algunos creídos, como Al Gore, que se pasaron un tiempo gritando enloquecidos que se acercaba el desastre a velocidad supersónica si no empezábamos a gastar, como un marinero borracho en puerto, para controlar las emisiones de dióxido de carbono que las fábricas del mundo entero arrojan a la atmósfera produciendo el efecto invernadero.
Y se gastó a ríos ese dinero y a mares lo ganaban esos agoreros interesados en hacerse ricos.
Y vive Dios que lo consiguieron, pero no lograron demostrar que lo que decían era cierto
Suelen ser los más catastrofistas unos verdaderos analfabetos y demuestran su supina ignorancia cuando juran por lo más sagrado que hacemos lo que dicen o se nos caerá a todos el pelo.
Porque no se les ocurre mirar, y calcular mucho menos, que un solo volcán tira más dióxido de carbono en una sola erupción que todas las industrias, a pleno rendimiento, del mundo.
Y muy cerca tenemos un ejemplo aunque solo protestamos, no por el dióxido de carbono, sino por las cenizas que llenaron la atmósfera impidiendo volar a los aviones por Europa durante diez días.
Nadie dijo nada, nadie habló en aquellos momentos que el famoso volcán islandés había echado a la atmósfera cien mil veces más dióxido de carbono que el hombre había arrojado desde que pisa la tierra.
 Además, se puede comprobar cuando nacieron, de que ninguno de ellos había nacido antes de 1947, donde la sequía en el sur de Europa fue de tal entidad que tengo de aquellos veranos en que nos asábamos y tuvimos hasta racionada el agua en todas las capitales de provincia de España.
Recuerdo haber visto el río Tajo como un reguero lastimoso a su paso por Toledo y al Ebro como un arroyo.
Porque era ya conocido entonces lo que se denominó desierto de los Monegros en la provincia de Huesca, que más que desierto, parecía el infierno de árido y reseco.
Por no nombrar lo que antes se conocía en la carretera de Zaragoza a Huesca como el desierto de la Violada, corregido gracias a los planes de regadío que se hicieron cuando Franco.
O que pregunten a los ancianos de Teruel por los llanos de Singra, que hacían bueno el desierto de Tabernas, en Almería y que empezaron a dejar de serlo gracias a las perforaciones del Iryda.
Por no hablar de Las Hurdes en Extremadura donde por la esterilidad de sus tierras encabezaba la estadística de más muertes por desnutrición de España. Suele decir la gente de forma mecánica y a la ligera, después del fracaso del efecto invernadero, que hay un cambio climático severo hasta tal extremo que se está derritiendo el hielo de milenios, con un espesor medio de tres kilómetros, que cubre Groenlandia.
Soltar una majadería es de lo más sencillo y si se hace con voz engolada, hasta pareces un apóstol cantando las verdades del evangelio.
Incluso se ha llegado a publicarlo en los periódicos, casi a toda plana, y con eso se intenta acojonar hasta a los muertos.
Pero he de reconocer que es más fácil decir una barbaridad que coger un lapicero, o una máquina de calcular, y multiplicar el espesor del hielo por la superficie  no libre de él y nos dice que el agua congelada ocupa un volumen de 2.850.000 kilómetros cúbicos., lo que dicho de forma sencilla significa que el mar subiría siete metros sobre el actual.
 Lo que constituiría una distracción extraordinaria ver a los habitantes de las ciudades costeras andar por sus calle con equipos de buceo y a los valencianos, porque estoy más cerca, dándose de puñaladas con tener un hueco en el Miguelete mientras venían  los de emergencias a rescatarlos.
O presenciar una huida masiva, algo similar a los que hacen los ñús y las cebras en la sabana africana hacia las montañas de Teruel si esto, que algunos dicen, sucediera.
Hace tiempo que descubrí que la gente no sabe lo que lee, será por la prisa, pero no se entera de nada, lo que me hace pensar que tienen una alergia perniciosa a la letra impresa.
Pero como un ciego conduce malamente a otro ciego, resulta que los que redactan las noticias que difunde la televisión, sistema infalible de adoctrinamiento sobre la materia que convenga en cada momento y de desinformación más completo, unos cantamañanas casi analfabetos, que hablan sin pensar sobre lo que leen ni se molestan en hacer unos números, porque de esa manera se habrían enterado que, en el mes de julio y por una ola anormal de calor, el hielo de Groenlandia se ha derretido tres milímetros y que a esa velocidad de fusión, tardarán casi 140 años en fundirse por completo.
Afortunadamente la naturaleza no hace caso a esos irresponsables iletrados que, además, no leen los últimos informes emitidos sobre el otro extremo del globo, la Antártida, donde está aumentado el espesor de la capa que en sitios tiene cuatro kilómetros y medio.
Vamos, que los que beben añadiendo hielo al vaso, no deben preocuparse porque por mucho calor que haga y sudemos los que esperamos masas de aire del africano, a ellos la naturaleza les garantiza los cubitos para unos cuantos milenios.
Y es que somos muy dados a seguir al primero que grita, que además cobra por hacerlo, sin coger una calculadora o estudiar un poco que la tierra evoluciona desde el principio y todos son ciclos.
Estos que tanto pontifican y que parecen los voceros del Apocalipsis, cobran por engañarnos porque somos analfabetos y una nación de borregos.  

37.- APATIA…

Ya comienza a cambiar el color del cielo a medida que el alba se aproxima por levante dejando al negro de la noche en un gris que se va haciendo más claro por momentos y que terminará siendo azul intenso  antes de que salga el sol por el horizonte.
Se hacen las noches eternas cuando estando en el lecho no paras de dar vueltas y secas con desgana el sudor que empapa tu cara.
No ha soplado la brisa en toda la noche y el ventilador conseguía a duras penas que evaporar un poco el sudor para aguardar con ansia la nueva pasada frente a la cara.
No se si es un milagro o que hoy se han dormido, pero aún no pasan enloquecidos los coches y los camiones, aunque también pudiera ser, no lo había pensado hasta este instante, que tal vez sea porque estemos en el mes de las vacaciones, pero, sea por lo sea, transforman estos instantes que preludian al nuevo día en el placer del silencio más reconfortante.
Ya se ve en el recuadro de la ventana de la cocina el aumento de la luz  y también como las montañas se recortan en el horizonte en esos tonos azules que tienen cuando hay poca luz que las ilumina.
Canta un ave con fuerza subida en un naranjo al nacimiento del día y a continuación por la calle un motorista que subido va en un ruido más que en un vehículo de dos ruedas.
No he entendido en mi vida el placer que algunos deben sentir cuando van atronando a los demás, aunque si he observado que ponen la misma cara de felicidad que los que pasan a toda velocidad por el medio de un charco para salpicar al descuidado viandante, que suele creer que la gente no tiene tan mala leche como para ensuciar a alguien que nada le ha hecho.
He parado unos momentos para tratar de saber si con la apertura de mis parpados han aparecido en el horizonte del día nuevos afanes, pero tengo que reconocer que el panorama que vislumbro se parece más a un páramo vacío y seco que a la pradera verde de las ilusiones y de la esperanza.
¿Qué haré hoy, cómo llenaré las horas que me quedan hasta la noche?
Rebusco dentro de mí y la verdad es que no lo se, porque muchas veces me planteo hacer lo que después no me dejan y otras más huye de mi mente la inspiración dejándome sentado frente al ordenador sin ser capaz de plasmar una sola línea.
Y es que hay días, como el de hoy, que hasta los recuerdos se muestran esquivos y no quieren salir de lo más hondo del baúl donde los atesoro.
Tal vez sea la falta de descanso, o el calor de este tiempo, pero también influye, estoy seguro, la falta de iluminación de un horizonte futuro en el que nada se concreta y solo llegan a mi alrededor lágrimas ajenas que no he provocado yo.
Ser confesor de las cuitas de los demás enriquece el conocimiento y la visión de la vida, pero llega un momento en el que te das cuenta que si cargas con ellas solo son un sobrepeso sobre las que uno tiene, de ahí que haya delimitado muy bien que los problemas que me cuentan no son los míos y por eso, nada más acaban de decírmelos, los debo olvidar o, por lo menos, no tomarlos como míos.
Se que hay quien para evadirse de las cosas que le oprimen hace meditación, otros fuman, los más beben y otros, los que menos talento tienen, se drogan.
Nada de eso hago, salvo mirar por los cristales de la puerta como la vida pasa por la carretera, porque no quiero refugiarme e n el Hogar del Jubilado porque para mi es la antesala de la muerte por aburrimiento.
Debe ser que estoy cansado y que no veo salida ni solución a lo que me aplasta cada día por lo que me siento de esta forma, aunque me esfuerzo cuanto puedo antes de acabar la jornada en escribir sobre lo que sea o sobre mis recuerdos.
Y no lo hago porque me lean, tampoco para que me conozcan.
Lo hago sencillamente para salir de mi mismo e intentar refugiarme en las estrellas donde anidan, también, los sueños.
Ya ni el ventilador evapora el sudor que por la frente me escurre, así que voy  a refrescar mi cuerpo con una ducha tibia y a continuación ponerme mi turbante como si aún estuviera en el desierto.

38.- EL “ABE…”

La enfermería era el lugar del “Sangonera Palace” donde estábamos los presos que trabajábamos en un puesto de responsabilidad y confianza.
El hecho de que estuviera en “paquetes” me confería una relación difícil con los demás presos, pues muchos estaban convencidos de que mi obligación era cubrir todas sus necesidades y caprichos y los otros me odiaban por el puesto que ocupaba.
Allí había enfermos, pocos, gente que necesitaba atención por tener algo crónico que había traído de la calle y los que realizábamos las tareas que antes he descrito.
También estaban allí “los elegidos”.
Era la palabra con la que se designaba a los que entraban “elegidos” desde la calle para que estuvieran cómodos, tranquilos y sin ser molestados.
Y uno de estos “elegidos” era Abe…, el crevillentino, que estaba entre rejas por apropiación indebida.
Era un personaje acostumbrado a destacar y ser considerado como una excepción allí donde fuera.
Tengo que reconocer que pronto desplegó sus redes para que los servicios más elementales de la enfermería los realizaran otros en vez de él: los consideraba impropios para su categoría.
Así supimos que había sido secretario de algún ministro de la época de Franco al que había conocido yo, siendo un niño, porque iba a cazar perdices y conejos con gente importante de Madrid de la industria y el comercio y mi padre era el cabo de la guardia civil de ese sitio.
Como diría un castizo de Toledo, Abe… era un personaje de los que comía garbanzos y eructaba pavo.
Pero las cosas no debían ir como le decía su abogado, lo que nos pasó a muchos, y el comenzó un declive anímico que se acentuaba con el paso de las semanas.
No se cuanto tiempo llevaría, pero un día que vuelvo de “paquetes” y encerrados en la celda tras la comida, me cuenta el que la compartía  conmigo que al Abe…, estando todos en la zona común, le oyeron decir que no aguantaba más y que se iba a suicidar.
En la cárcel se aprende muy pronto que aquel que tiene eso en la mente no suele decir nada y un día amanece ahorcado en su celda o, como en Valencia, al abrirle la puerta sale corriendo de la celda y se lanza al vacío desde el tercer piso de la cuarta galería.
Un castizo me describió aquel suceso de la siguiente manera:
“Verás, Raúl, el suelo de la galería es de mejor calidad que su cabeza”.
He oído a lo largo de mi vida respuestas originales, pero aquella no tenia desperdicio.
Pero sigo con el Abe..., personaje donde los haya.
El sale corriendo y se va a los servicios y sigue en ellos lloriqueando.
Se quita el cinturón, lo ata al terminal de la tubería y cuando ve que abren la puerta se deja caer desde encima de la taza del wáter.
Lo cogen como puede de las piernas y empujan para arriba mientras otros tratan de aflojarle la presión en el cuello hasta que lo sueltan.
Según mi informante, aquello fue un espectáculo.
Y ahí quedó la cosa.
Paso un poco más de tiempo y me vuelven a contar la misma historia de que el Abe se había intentado ahorcar, pero que habían llegado a tiempo.
Y me comenta “el Malaga”, alcohólico perdido y ladrón de poca monta, que para él aquello tenia mucho de cuento y que solo salían corriendo los nuevos, porque él no se molestaba en levantarse de la silla para que tuviera tiempo de consumar el ahorcamiento.
Hablamos un rato más del asunto y paso al archivo de las anécdotas.
Pero mira por donde el Abe… lo intenta un domingo que en que no tenia paquetes y que por eso tenia que estar en la zona común con todos.
Y mientras estaba sentado en el suelo oigo que aquel empieza a gritar histérico que se iba a suicidar y se encamina hacia los wáteres.
Pienso lo que pienso y cuando veo que se levanta alguno les grito que yo voy primero y eso hago tras levantarme con parsimonia y darle tiempo a que atara el cinturón  y se subiera a la taza.
Me acerco a la puerta de fuera y doy un golpe para que supiera que entraba gente, al mismo tiempo que grito “¡no lo hagas Abe…, no lo hagas!”.
Y a continuación abro la puerta donde el estaba, que no la había cerrado por dentro para facilitar su rescate y veo que el Abe… se deja caer de la taza teniendo el cinturón en su cuello.
Me acerco rápido y lo cojo por debajo de los glúteos con fuerza y le doy un tirón hacia el suelo.
Y sucedió el milagro: el Abe… que se lleva las manos al cuello para aflojar el cinturón al mismo tiempo que empieza a emitir sonidos raros por no poder respirar.
Lo subo con fuerza y el mismo afloja el dogal y lo bajo al suelo al mismo tiempo que empieza a gritar como un loco que yo lo quería ahorcar.
Le contesto con suavidad que lo que quería era ayudarle en el tránsito por si en el último instante le faltaba valor
Los que habían venido detrás se dieron cuanta que todo lo que hacia, y había hecho el Abe… ahora y antes, era puro cuento y con una reacción muy propia de la cárcel lo querían calentar por la tomadura de pelo.
Me interpuse y antes de que empezara a insultarme, sabía que lo haría, le dije que la próxima vez procurara hacerlo cuando yo no estuviera porque si estaba corría el riesgo de que siguieran estirando hacia el suelo para facilitarle el salir de la cárcel.
Me llamó hijo de puta, pero algo debió ver en mi cara en ese momento que no le inspiró confianza y me pidió perdón escudándose en los nervios del momento.
Y un día salio en libertad, pero sin que yo tuviera noticias que el teatro del ahorcamiento lo volviera a intentar, no se si porque temiera que yo estuviera o que a mi forma de tratar el problema le hubiera salido algún imitador entre los presos.

39.- COORDINACION…

Los jóvenes no pueden contar cosas porque sus recuerdos no existen o son tan ligeros que los olvidan al día siguiente.
Tampoco suelen derrochar ecuanimidad, paciencia y dialogo aun a pesar de que son capaces de estar todo el día colgados del teléfono móvil para no decirse nada.
Ha venido hace unos momentos mi hijo algo acelerado despotricando contra unos compañeros de juego porque habían decidido reunirse este sábado en Port Aventuran y resulta que dos han sacado billete desde Gerona para el sábado, otro para el domingo y a él le han confirmado tan tarde que se reunían que ya no puede adquirir plaza porque el autobús está completo.
Y me pregunta qué han debido entender los otros y por qué a el le han avisado tan tarde. Le contesto que a esa figura se le llama coordinación.
Ha seguido bramando unos momentos y se ha ido.
Y esa palabra, coordinación,  ha sacado sin quererlo del baúl de los recuerdos  una experiencia de cuando estaba en el ejercito en una maniobras que se realizaron teniendo Liria como centro de operaciones, Casinos como asentamiento de las compañías de comandos, intendencia, cocina y pertrechos; en Bugarra estaba el regimiento de ingenieros y en Alcublas las unidades de infantería.
La unidades de caballería mecanizada, los M4 Sherman y los M60 Patton, estaban en el aeródromo que se hizo cuando la guerra civil.
 Posiblemente habría entre dos mil quinientos y tres mil hombres en aquellas maniobras.
En Casinos estábamos los Linces de artillería, los Pumas de infantería y los Ciclones de ingenieros, regimiento al que pertenecía.
A nuestra unidad se le estaba especializando para el asalto y lucha en poblaciones y el campamento base de entrenamiento era en Manuel, junto a Játiva.
Actuábamos de noche y a media tarde se nos daban raciones de rancho en frío y al poco rato salíamos pertrechados con el equipo de campaña completo a “tomar” un pueblo o alguna aldea de las que hay por allí.
Sabíamos que en el pueblo, o aldea, donde fuéramos habría tropas de otra compañía para impedirlo, así que había que hacer las cosas bien o surgían problemas.
Las tres compañías de comandos estaban mandadas y entrenada por oficiales, suboficiales y sargentos de la Legión, lo que era un plus de certeza que al primer fallo que cometías, los castigos no se olvidaban jamás.
Estábamos muy bien entrenados, esa es la verdad y bastante orgullosos de pertenecer a esas unidades.
Una tarde, antes de pertrecharnos para salir a “tomar” un centro urbano, se presenta el teniente y dice que dos pelotones subirán a los Reos  porque había surgido una misión urgente.
Ordenan dejar el armamento y la mochila con el resto del equipo de campaña, llenar las cantimploras con agua y no nos dan raciones para la noche.
Mientras los dos conductores  enganchaban un grupo electrógeno, una batería de focos  y unas dos docenas entre palas y azadas.
Mandan subir a los Reos y salimos por la carretera que va a dar a Liria y a unos cuatro kilómetros del pueblo, bastante anochecido, paran en un campo y allí vemos una retroexcavadora del regimiento de ingenieros que parecía de juguete.
Nos forman y se nos dice que el trabajo es extender lo que la retroexcavadora arrancara hacia el fondo del arroyo seco hasta que la trinchera a abrir, de unos 4 metros de ancho y forma de rampa, permita descender a la máquina para que extendiera lo demolido y como aclaración final, que tenia que estar terminada al amanecer porque por ella debían bajar y subir los M60 Patton de la caballería mecanizada.
Sonó raro, pero nadie preguntó por qué no pasaban por el puente de la carretera.
Luego un primero nos dijo que los de zapadores habían inspeccionado el punte y que el peso de los M60, casi 40 Tm. no lo soportaba.
Se sacaron palas y azadas, se montó el grupo electrógeno y se tendieron los cables de alimentación para los focos y repartieron dos pares de guantes por hombre.
Y se empezó a construir las rampas.
La retroexcavadora hacia su papel aunque más lenta que la más grande, los hombres arrastraban al lecho del arroyo seco lo que arrancaba y después se cambiaba a la otra orilla para realizar la misma operación.
Trajeron cena y café y los hombres lo agradecimos.
Cada hora, más o menos, se sentaba un pelotón para que descansara y mientras la noche fue pasando y la rampa creciendo hasta que llegó un momento en que la máquina podía bajar sola y extender hasta hacer un  talud en el lecho del arroyo para darle consistencia y, finalmente, acabó no faltando mucho para que amaneciera.
Habíamos hecho fuego, la noche era fría a esas alturas de noviembre y mientras esperábamos la llegada de los carros charlábamos contando cada unos sus cosas, sus batallas particulares o sus gansadas. Unos fumábamos, otros no, pero allí estábamos todos aguardando que ordenaran volver al campamento para desayunar y acostarnos.
Primero fue un rumor pero iba aumentaba hasta darnos la seguridad de que era el ruido de las cadenas de los carros.
Delante iba un jeep, que al ver las hogueras, habíamos apagado el grupo electrógeno para que no molestara, se detuvo y de él bajó un oficial de carros, según confirmamos al verle tocado con la boina negra y en ella estrellas.
Nos levantamos todos del suelo y el alférez Crespo se adelantó para rendir novedades al oficial de mayor rango.
Pregunta si le estábamos esperando, y el alférez dice que si.
Y entonces el capitán pregunta: “Alférez, ¿por donde entra el carro que lleva la pala para comenzar a hacer la rampa?”
Estábamos en silencio, pero es que se hizo espeso y ominoso entre los soldados tras oír aquello.
El alférez se quedó mudo hasta el extremo de que el capitán le dice: “¿No me ha oído?”
Y como siempre me ha pasado, se desató la incontinencia verbal y bastante fuerte dije:”¡¡¡A esto se le llama coordinación entre las unidades?”
Tronó más que dijo el capitán:” ¿Qué ha dicho, soldado?”.
Y grité:¡¡¡Qué a esto se le llama coordinación entre las unidades, mi capitán!!!
No se le veía la cara al alférez Crespo, pero con aquel color cetrino que tenía debería estar lívido, porque cuando el capitán lo miró fijo solo pudo balbucear: ¡¡Estamos toda la noche abriendo la rampa para que pasen sus carros, mi capitán!!!
He dicho antes que los castigos en aquella unidad no se olvidaban nunca.
Mi incontinencia verbal me supuso un mes de calabozo y una pelada al cero.
Tres meses después, nos embarcaron para Sídi Ifni, de donde muchos hombres de aquella compañía, tan bien entrenada, no volvieron.


40.- SUDORES…

Un día queda para llegar a la cima del mes e iniciar el descenso hacia septiembre, que es el mes de la vuelta a los colegios para placer de los padres después de aguantarlos el verano entero, aunque al mismo tiempo llega el susto de tener que gastar lo que no tienen en libros y complementos.
Ya ha comenzado a ser la noche más soportable aunque, contrariamente a lo que parece, es de cara al  día cuando las casas vuelcan el calor remanente y no paras de dar vueltas en la cama mientras el sudor corre por la cara para perderse en la funda de la almohada.
A medida que pasan los días aumenta el ánimo al saber que se van acabando los días de intenso calor y se acercan las noches en que el frescor las hará más placenteras y no como ahora que son un muestrario de horas en vela empapado en sudor y escuchando el más mínimo ruido en la noche ampliado hasta dejar los ojos bien abiertos mucho rato tratando de saber de dónde viene.
Cuando estoy harto, cercano al límite de mi paciencia, me levanto vacilante y empapado y camino a oscuras hasta la ducha para darme un remojón que aleje por un rato el acre olor de mi cuerpo.
Quitarme el slip empapado supone un ejercicio de contorsión y casi malabarismo porque se retuerce debido al sudor y no se desliza nada cuando lo empujas hacia abajo.
Ya desnudo extiendo una toalla en el suelo para los pies y doy dos pasos para entrar en el plato, mientras noto en los pies el fresco del pavimento.
Coloco en alto la alcachofa de forma que deje caer sobre mi cabeza chorros de agua templada que empiecen por la cabeza y escurran por el cuerpo para llegar al suelo y perderse por el desagüe.
Regulo con la lleva el caudal de agua y equilibro la temperatura de forma que sale templada y empiezo a disfrutar cuando me froto con la parte más áspera de la esponja sintiendo el placer inefable de una rascada sin prisas y acariciado al mismo tiempo por el agua templada.
Una rascada entre enérgica y sensual además de placentera para a continuación echarme un chorro de gel que huele, si no como las rosas, si con ese aroma inconfundible que tiene el gel de La Toja.
Se forma la espuma cubriendo mi desnudez como si en unos momentos me hubiera salido una barba blanca de Papá Noel por todo el cuerpo aunque también compruebo que se forman pequeños arroyos sobre la piel para caer con calma a mis pies y empezar a escurrirse por el desagüe.
Y cansado de ver como las burbujas de jabón explotan sin ningún ruido, manejo la llave de nuevo y comienza a caer sobre mi cabeza la lluvia tibia que arrancará de toda mi humanidad la espuma que ahora me cubre.
 No se si han sido siglos, meses, días o escasos minutos el tiempo trascurrido bajo el agua, tal era mi ensoñación y mi placer, mientras que con los ojos cerrados estaba de vacaciones de tal forma que cuando viera el amanecer cotidiano inaugurara un nuevo día mientras mis ojos acariciaban en la distancia el contorno de las montañas, azules aún a estas horas del día, o deslizar la mirada por la línea de la playa donde las olas al besar la orilla por la noche dejan las huellas de sus labios que atraen nada más nacer el día a las gaviotas que buscan el alimento que necesitan.
 Pero la realidad se impone y me doy cuenta que los únicos ruidos que oiré serán los de los motores de los coches y las motos y no el graznido de las aves mientras remontan el vuelo ni los dulces susurros del agua del mar cuando tras seducir a la orilla se aleja segura de que volverá a acariciar sus arenas.
Salgo y me pongo sobre la toalla para secarme y no correr el peligro de dar unos pasos de danza, con la finura y la elegancia de un elefante en una pista de hielo, y acabar en el suelo con algún hueso y algún que otro chichón en la cabeza,, aunque he de reconocer que entre los Abad, es lo que mas duro tenemos.
Y termino de secarme por el extremo más bajo y al incorporarme ya noto que por la frente empieza a caer de nuevo el sudor salado que penetra en mis ojos haciendo que parpadee como un loco.
Paso la toalla por la cara y los ojos, mientras me quedo en suspenso dudando entre salir del baño y sentarme frente al ventilador o meterme debajo del agua de nuevo.
Muevo mi cabeza en señal de duda un momento, pero poniendo mis pies en las zapatillas, recojo del suelo la toalla y como me trajo mi madre al mundo, aunque mucho más crecido, salgo a la oscuridad del pasillo para sentarme un rato frente al ventilador que tengo donde escribo.
No tengo ganas de nada, solo de bajar la temperatura y secar el sudor de forma distinta a con una toalla.
Me doy cuenta de que hay más gente que tampoco descansa, pues las bajantes hacen ruido porque desciende agua y lo que la acompañe.
Y es que estas viviendas que se hicieron en 1960 carecen de aislante térmico, con lo que el calor de las fachadas penetra integro en el interior transformando un comedor, o un dormitorio, en un horno o en una sauna.
Dicen los valencianos que en  “estiu tot el mon viu”, lo que es cierto, pero cuando se llega a cierta edad, lo que se añora más es menos calor que ahora y no tanto frío como hace en invierno.
Pasan los minutos y el ventilador evapora el sudor dejando la piel fría pero no seca, pues queda bastante humedad en ella como para que cuando he apoyado mi brazo sobre la mesa éste haya quedado adherido.
No se el rato que permanezco pero debe ser bastante porque se me ha dormido el trasero, por lo que opto por dirigirme a la cama y echarme un rato y, aunque no creo, me quede dormido.
Milagro de los milagros en una persona que duerme mal, poco y a saltos.

41.- FIESTAS…

Por fin han llegado las fiestas del pueblo aunque tengo que reconocer que hasta que no he oído la música esta mañana temprano ni me había dado cuenta.
Verdad es, todo hay que reconocerlo, que aunque no me suelo cabrear si me despiertan, esta vez el abuso de los más sofisticados medios electrónicos de comunicación usados por un vecino, han conseguido alterarme los nervios.
El “Joséeeeeeee… ¡ábreme de una puta vez la puertaaaa!” me ha confirmado que José duerme como una piedra y que no se enteraba de la llamada, pues el de abajo ha necesitado tres berridos más grandes, el último con referencia a las protuberancias frontales que se suelen imputar a los que sus mujeres les son infieles.
Por fin ha abandonado la cama y desde el balcón ha respondido de no muy buena gana: “¿Quéee cojones te pasaaaa!” y es que los españoles no tenemos remedio pues no dejamos pasar una oportunidad sexual sin aprovecharla y la mejor demostración es que el de arriba se los ha puesto en la boca de buena mañana.
No se si le habrá pasado por la mente del que llamaba la idea de dar una patada a la puerta, la más sofisticada de las herramientas cuando no se tiene llave o esta se ha olvidado dentro, porque por la forma de hablar no lo he considerado tan ilustrado como para utilizar una trompeta igual que hizo Josué para derribar las murallas.
Me ha asaltado la duda sobre que si éste seguía berreando con más intensidad, por menos de nada, derriba toda la finca.
Levantado y recién duchado ando por el pasillo como Adán por el paraíso para conectar el ordenador y, mientras esperaba a que se desperezara y mostrara en la cara de la pantalla que ya podía empezar a enterarme que pasa por esos mundos de Dios, ha comenzado a fluir hacia mis oídos la música asmática de una banda de pueblo que sopla los instrumentos con denuedo pero sin ninguna gracia.
Mi natural desconfianza hacia lo que percibo, debido a que hace mucho tiempo que se inició el proceso de transformación de mis orejas  como receptores de sonidos en extraordinarios objetos de adorno para mi cabeza, me ha hecho pensar que podían ser los alaridos de guerra de una harca mora, pero he recordado que hace casi un siglo que terminaron nuestras guerras en el norte de África y que estamos muy lejos de las praderas americanas cuajadas de espíritus de indios errantes muertos, así que he empezado a considerar la posibilidad de que lo que llegaba era música interpretada por una cuadrilla de asnos a los que les sonaba la flauta por casualidad.
Se me podrá censurar mi analfabetismo musical, la carencia absoluta de caridad cristiana para describir a los músicos pero no discutir que necesitan dos o tres siglos de ensayos para atreverse a salir a las calles y soplar sus instrumentos.
Pero ya sabemos que la ignorancia es muy osada, por lo que doy por bueno que son los músicos de la banda del pueblo que celebran el día de la Ascensión desafinando con la más exquisita cortesía, ilusión y elegancia.
Como vivo frente al sitio, al otro lado de las vías del metro, donde cultivan con recetas ancestrales macetas de albahacas que alcanzan los tres metros de altura en unos cuatro meses de cultivo, motivo éste por lo que son sacadas por las televisiones nacionales y hacen reportajes emisoras internacionales, se que vienen a acompañar a los porteadores de las macetas que las pasean por las calles y son bendecidas por los sacerdotes.
Así que a tener un poco de paciencia y dentro de un rato se alejarán y hasta esta noche, en que empiecen a tirarse cohetes unos a otros, estaremos en paz.
Esta es otra de las cosas que no entiendo de la mentalidad de la gente: de este pueblo, pues hay quien pide un préstamo para comprar cohetes, porque de lo que se trata es ser más que nadie y ser el que más fachadas ensucia.
Es un pueblo de fanfarrones en el que quien no tiene una querida se la inventa y esa misma filosofía es la que les mueve a la hora de tirar cohetes.
Nadie parece tener en cuenta las consecuencias de esta noche de derroche y locura pues solo hay que salir mañana para ver las fachadas impolutas de pinturas hechas una pena de rayas negra de la pólvora al quemarse.
Fachadas de ladrillo rojo  embadurnadas que necesitarán tratamientos especiales para recuperar su anterior belleza, balcones y ventanas protegidas por mallas y todo el suelo ennegrecido lleno de restos de esa batalla.
Debe ser que soy de una tierra dura y pobre donde miramos muy bien en qué gastamos el dinero, donde los fanfarrones son mal vistos y en el que las fiestas sirven para resaltar la historia, las tradiciones y las virtudes de sus habitantes, divertirlos pero sin quemar el dinero.
Nunca me he arrepentido de ser cómo soy y cómo pienso y mucho más me enorgullezco cuando veo que se quema, nunca mejor dicho, el dinero que es necesario para otros menesteres.
Algún vecino nuestro ha decidido contribuir a la fiesta poniendo su tocadiscos, o radio, a todo volumen desde donde salta, más que se oye, una música de discoteca basada en ruido de tambores africanos tocados por gorilas.
Si, han llegado las fiestas a este pueblo.

42.- ENSUEÑOS…

Pasan unos minutos del medio día y la brisa empieza a soplar con más fuerza consiguiendo desalojar al poniente suave que durante toda la noche nos ha hecho sentir como en un horno por tener que mantener las ventanas cerradas para evitar que alguno de los cohetes que lanzaban esos irresponsables penetrara y provocara un incendio.
Apenas hemos dormido ninguno de los habitantes de este pueblo que, por no poder huir, se han visto obligados a soportar la forma de diversión de una minoría que solo piensa en ellos mismos.
Empezaron a las doce y los últimos ruidos han cesado a las seis y cuarto de la mañana, cuando ya apuntaba por el horizonte el nuevo día haciendo que el cielo se viera más negro que es el preludio de un amanecer más claro.
Y cuando han parado, me he levantado por tercera vez en la noche a echarme agua por encima, porque aun a pesar de tener el ventilador, el aire era tan caliente que no lograba evaporar el sudor que corría por mi cuerpo desnudo.
Un día menos para acabar el mes y gozar de noches más frescas, aunque al consultar la predicción ahora, me entero que tendremos hasta el domingos máximas de 34º y mínimas de 27, con lo que el día será agotador y la noche un infierno.
Recuerdo que hace años, cuando las noches eran tan calurosas como estas, tenia que hacer verdaderos esfuerzos para levantarme e ir a trabajar, pues sabia que aguantar habiendo dormido tan mal y tan poco con el casco puesto al sol controlando a los encofradores, suponía que llegar a la hora de comer, y al final de la jornada, tendría un dolor de cabeza tal que requeriría una bolsa de plástico con hielo para tratar de enfriar la cabeza y, de paso, al resto de mi cuerpo.
Eran los gritos en silencio que daba mi organismo diciendo que el corazón ya no daba para mucho más y que nadie quiso escuchar, incluyéndome yo.
Pero es que tengo la sensación de que si entonces hacia calor, este ha ido aumentando en los doce años que deje de trabajar pues estamos alcanzando unas temperaturas por la noche que hace imposible el descanso.
Y de nada sirve abrir las ventanas, pues no corre una brizna de aire e incluso el tenderse directamente en el suelo no logra enfriar tu cuerpo.
El cartero ha tocado a mi puerta y he descorrido para verlo la cortina que impide que el sol entre a raudales y caliente más el aire que empuja el ventilador hacia mi cara y enfrente, al otro lado de la valla de la vía del metro, contemplo con admiración la danza que bailan las palmeras meciendo sus ramas con una elegancia y sensualidad que iguala cuando no supera a la mejor bailarina de un harén.
Verdes como esmeraldas, inquietas como las olas, acariciadoras como las manos de una novia y divinas como diosas de mueven agarradas al tronco que parece la lanza de un guerrero que sostiene en su punta un penacho de plumas y laureles propios de un vencedor.
Debe ser tanta la emoción, tanto el placer que mirar supone, que la araucaria que las acompaña permanece inmóvil extasiada haciendo resaltar el intenso verde oscuro de sus ramas casi planas.
Bajo un momento mis ojos de las palmeras y veo apoyadas en la reja que impide el paso a la vía a los niños, as acacias perezosas y quietas dejando que sus pequeñas hojas se besen entre ellas en el silencio de la mañana.
Es tan cambiante el viento, son tantas las formas y danzas de las ramas, tan variadas las caricias de sus dedos que sacaría en cada instante fotografías para inmortalizar el momento en que el viento besa apasionado al tiempo tratando con la dulzura retrasar, porque pararlo no puede, su paso y que de esta forma soñemos y nos olvidemos de que cuando pasa nos hace más viejos. 
Han pasado unos momentos mientras soñaba con los ojos abiertos trayendo a mi memoria los años más jóvenes de mi vida en que pasaba los días recorriendo el mundo mirando pero no viendo.
Tal vez sea esa la razón por lo que contemplo todo a mi alrededor con la avaricia del hambriento, con la esperanza que tiene el pobre de alcanzar algo de dinero y el desespero que tiene el preso por recuperar su libertad.
Creo que hay que llegar a cierta edad para comprender la futilidad de la vida, de lo fugaz que es el tiempo y lo poco que duran los momentos gratos si no tenemos la precaución de atesorarlos en el alma para servir de alimento al espíritu cuando la decrepitud viene y solo tenemos recuerdos.
Se acaba el recogimiento y la ensoñación de mi mente porque inexorablemente se acerca el momento en que debo olvidarme de todo y pasar a preparar los alimentos que comeremos cuando las dos suenen en el reloj de la torre de este pueblo. 

43.- NO PENSAR A TIEMPO…

Por fin me he decidido a meterme en honduras culinarias y tras sacar del frigorífico las berenjenas, los pimientos, los calabacines y unos ajos tiernos, he buscado la olla más grande de acero que tengo.
He echado un buen chorro de aceite de oliva y ocho o diez cayenas que he estrujado con mis dedos con la parsimonia que da el tener tiempo para todo.
He elegido las cayenas más hermosas, las más coloradas y después de romperlas por el medio las he ido desmenuzando entre el pulgar y el índice de la mano izquierda y la colaboración necesaria de los mismos dedos de la derecha.
Mientras tanto salía un hilo de agua que llenaba el cacharro donde estaban lavándose y a remojo las cosas que del frigorífico había sacado.
Todo marchaba perfectamente y pensaba en lo bueno que resulta el guiso como complemento para otros platos, pero es que cuando me distraigo me olvido de los años que tengo, de qué día es hoy y casi de lo que estoy haciendo.
Descargaré parte de la culpa en mi madre y lo aceptare como una herencia, porque recuerdo que ella tenía que cruzar las piernas rápidamente, en evitación de males mayores, cuando metía sus manos en agua u oiga como del grifo salía.
Si, estoy convencido, no solo se heredan los dineros, también los achaques.
Así que cuando he ido a cerrar el grifo para empezar a trocear los pimientos primero, he empezado a notar la urgencia de salir corriendo a hacer de bombero frente a la taza del inodoro.
He pensado por un momento que podría aguantar hasta que empezara a gotearme por las orejas lo que mi vejiga almacenaba, pero por si acaso la cosa se complicaba he decidido salir arreando al baño.
Antes los calzoncillos eran prácticos y debajo del botón, entonces eso del elástico o no se conocía o era muy caro, llevaban una trampilla de acceso que en las emergencias evitaba el mojarlos si el muelle de la uretra ya andaba, por el paso de los años, algo flojo.
Y es que ahora los fabrican como bragas o pantalones de baño cortos pero sin la grieta salvadora para los que, como yo, tienen urgencias.
Así que he abierto la bragueta del pantalón y he iniciado la búsqueda a la carrera, pero el maldito slip no ha hecho más que hacerme la puñeta obligándome a emplear los pulgares e índices de ambas manos en la busca y captura de la manguera.
Y por fin la he encontrado, aunque parecía que se estaba dando un paseo por el espacio y no estaba donde suele estar en estos casos.
El sonido sobre el inodoro se iba haciendo más intenso y la satisfacción en mi cara enorme.
Por fin me he vaciado, recogido lo que salía y cerrado la bragueta y tras pulsar es sistema de descarga, he iniciado el recorrido inverso hacia la cocina donde me aguardaba el deber de hacer la comida.
No llegan a ocho metros lo que media entre la puerta del baño a la cocina, pero a medida que andaba notaba en salva sea la parte una quemazón salvaje, y porque estaba solo y en este año, que si no hubiera pensado que eran los indios de las praderas los que, a fuego lento, estaban abrasando mis partes.
Y echándole valor a la cosa, he llegado hasta la mesa donde me aguardaba la cazuela grande pero ya he sido incapaz de sentarme ante ella.
Arrastrando la pierna que me pesaba como un muerto y a la velocidad máxima, he recorrido el pasillo en sentido inverso mientras me desabrochaba los pantalones y trataba de bajarme el dicho slip que me ceñía todo como si fuera una amante apasionada.
He taponando el bidet y abierto el gripo para que se llenara de agua.
¡Jamás bidet alguno había tardado tanto el llenarse!
Mientras aquel maldito se retrasaba, me he quitado el pantalón, el slip y he tenido que empezar a rascarme con el mismo estimulo que lo hace un burro en un árbol… y todo eso sin pensar que me estaba sobando de nuevo el sitio con los mismos dedos.
No he podido esperar a que se llenara y he aposentado mis reales y sus acompañantes mientras notaba como el corro del grifo remojaba la canaleta que discurre entre los glúteos.
Placer de dioses, solo que no era allí donde me picaba.
Por fin se ha llenado y el frescor del agua ha mitigado aquel fuego aunque no lo ha extinguido de momento.
Y perdido ya del todo, sin pensar en nada, he usado la mano derecha con el pulgar y el índice en ristre para restregarme el ojo derecho que invadido por el sudor había empezado a picarme.
Maldito despiste el mío, porque ha sido tocar y comenzar a llorarme el ojo con tal profusión de lágrimas que más que un ojo lagrimeando parecía un lavabo desbordado con el tapón puesto y el grifo abierto por completo.
Menos mal que no me he tocado el otro ojo, lo que me ha permitido ver que en la ducha había una esponja.
Y dicho y hecho, he levantado mis reales que goteaban igual que un perro recién bañado y dejando un reguero he agarrado la esponja y con el máximo cuidado para no dar un resbalón con el consiguiente batacazo, he vuelto y aposentado mis reales y el resto para continuar con el remojo.
Ni lo he pensado: todo forma parte de mi cuerpo, así que he mojado la esponja en el bidet y la he aplicado sobre el ojo.
Hay gente que alardea del placer con una mujer, pero no es capaz de imaginar el que se siente cuando a un ojo ardiente se le aplica una esponja empapada en agua fría.
Y allí he seguido un rato hasta que me ha dado por pensar y he dado un respingo, aunque sin sacar mis pendientes del remojo.
¿No estaría corriendo el peligro de que se me hicieran duros al pasarlos tanto rato por agua?
He desechado la idea, aunque si estoy seguro que saldrán muy arrugados.
Por fin el picor ha cedido y cogiendo la toalla me he secado, pero al mirarme en el espejo el ojo que quedado sorprendido: lo tenia más colorado que la cara de un jovenzuelo tras oír una proposición deshonesta de una de esas que trabajan en sus labores pero por las esquinas de las calles.
Debe ser la edad, pero me he jurado a mi mismo que antes de volver a machacar cayenas, me pondré guantes.
No quiero volver a pensar que me están asando mis partes.

44.- CICLOS DE LA VIDA…

Faltaba mucho aún para que amaneciera cuando ya los coches circulaban veloces por la carretera afirmando sin duda alguna que se habían terminado las vacaciones y que los más madrugadores se dirigen a sus puestos de trabajo que están más lejos.
Era el ruido el que me ha hecho ir a la ventana de la cocina para paladear el silencio que allí es excelso cuando por la carretera no circula  nadie.
Miraba al cielo aún lechoso porque la luna solo hace tres días que dejó de ser llena pero que aún atenúa un tanto el esplendor de las estrellas que adornan el manto del cielo nada más llegar noche.
No he podido soportar mucho rato en pie el dolor del tobillo por lo que arrastrando la pierna he regresado a la cama a la espera de que a través de la claraboya comenzara de caer la luz diciéndome que el día ya empezaba.
Aún el airecillo de la madrugada es frío y deja en mi piel la dulce sensación de no notar correr el sudor por la cara y la espalda, que estos días atrás han sido el cauce por el que caía al suelo o empapaba el pantalón.
Y es que hemos entrado en septiembre, el mes en que las hojas amarillean y comienzan a caer formando una alfombra bajo los árboles para que asiente sus pies el otoño que se avecina.
Siento nostalgia de aquellas vegas regadas por el Tajo, el Júcar o el Cabriel que tanto he recorrido bordeadas de chopos hermosos que han bebido hasta saciar su sed de las aguas escasas que el estiaje produce en los ríos tras meses sin llover.
Aún resuena en mis oídos la melodía que el viento hace cantar a los chopos aunque sus hojas ya se preparan para morir abatidas por los primeros vientos del otoño, que las arrancarán haciendo caer a algunas sobre la corriente que se transformarán en bajeles que se deslizan por el escaso caudal que ahora tienen los ríos en la búsqueda desesperada del mar al que no podrán llegar porque en su curso natural ahora están las presas que remansan las aguas, y las sujetan, cuando desde el cielo cae la lluvia sin control y con fuerza.
Muchas de esas lágrimas doradas del árbol en forma de hojas se quedarán quietas y calladas encima de las piedras o de la arena mientras contemplan como las mas afortunadas inician su peregrinaje hacia el mas allá que llamamos mar.
Música inconfundible para aquel que ha descansado bajo las ramas de esos chopos protegiéndose del calor inmisericorde del verano, que seguro estoy que le ha hecho cerrar los ojos mientras se dejaba seducir por su canto.
Me levanto de nuevo porque hasta mi cama llega el lamento de una urraca, lo que hace que haga el camino inverso y me acerque a la ventana mirando hacia los naranjos donde seguro se esconde.
Sigue llamando y con su canto nos abraza a todos los que vivimos en estas casas y estamos despiertos.
No le contesta nadie y vuelve a insistir en su canto, o en su lamento, aunque también puede ser una llamada para que vengan los jilgueros en bandadas bulliciosas en buscar de alimento o para protegerse del sol que dentro de pocas horas se transformará en fuego.
Está demasiado azul el cielo y sopla una brisa fresca de poniente porque las tierras que están por donde se marcha el sol ahora están frías mientras el agua del mar está caliente aunque nada más se empiece a elevar hacia su cenit, el calor volverá a ser justicia
Se oye al metro silbar porque algún imprudente estará en la vía, o en el paso a nivel, poniendo cara de idiota o sin enterarse de que se acerca el tren.
No ha sido la noche de las mejores y no precisamente por el calor, sino por algo que desconozco que ha hecho que me despertara al tener la fuerte sensación de que estaba siendo observado.
Porque no bebo, si no pensaría que son los efectos posteriores a una cena bien regada con caldos de calidad, pero precisamente porque no lo hago, es por lo que tengo la certeza de haber sido contemplado durante bastante tiempo.
He pensado primero en mi madre, porque ayer a las 20.30 hizo cuarenta años que falleció, pero no he tenido ninguna certeza de que fuera ella ni he imaginado quien pudiera ser, pero de lo que estoy seguro es que me estaban mirando,
Cómo pasan las fechas, cómo vuelan los años, cómo me hago viejo y sigo pensando que salvo tener a mi hijo, la vida la he desperdiciado aun a pesar de haber vivido tanto.
Porque cuando llegas a esta edad, descubres que lo único que deberías haber atesorado son hermosos recuerdos de las acciones que te hicieron crecer el alma y no tener un porcentaje tan elevado de lo que se hizo mal.
Ya no puedo volver el tiempo atrás, ya no puedo rectificar, solo me queda tratar de enseñar al que se me acerca que lo único que de verdad importa son los sentimientos, porque la salud irá y vendrá, lo mismo sucederá con las riquezas, pero lo único que te acompañará hasta el mismo instante de tu final serán tus recuerdos, que no son otra cosa que los cuadros del museo de tu vida.
Piensa pues que lo único de verdadero valor son los sentimientos atesorados por haber hecho bien las cosas.
Camina ya el sol hacia su cenit mientras el azul del cielo se va haciendo más intenso.
Va a ser muy hermoso el día aunque nos acerca sin interrupción a la estación en donde la mayoría de las plantas empiezan a prepararse para hibernar y casi la totalidad de las aves regresan al calor de África para volver a anidar y cuando la primavera se anuncia, regresarán.
Es el ciclo de la vida.

45.- AGOSTO…

Se acaba el mes mágico que nos ha permitido contemplar dos veces la luna llena en sus treinta y un días llenos de calor y sequedad.
Y tal vez por ser el ultimo da, esta noche he visto la luna tenida de un tenue azul que infundía a quien la contemplaba la sensación de ver la cara un tuareg cuando, tras tomar su te casi negro, entra envuelto en un sobrecogedor silencio en el místico mundo de las sensaciones y del espíritu y los que compartimos su jaima debemos  aguardar a que empiece a relatar los que desde miles de años atrás se transmite de padres a hijos.
Y aún vagaba la luna por las praderas del cielo cuajado de flores con forma de estrellas cuando por el horizonte ha estallado ubérrima la luz del amanecer adornada con  tules de oro, rosa y gris y esparramados por doquier otros colones más suaves.
Miraba extasiado por la ventana de la cocina sintiendo como el placer de la visión iba poco a poco empapando mi cuerpo haciendo que un escalofrío lo recorriera entero.
He cerrado unos momentos mis ojos y he incorporado en la caja del alma donde  atesoro los recuerdos hermosos, las imágenes que estaba contemplando.
Y es que aún cuando todos los amaneceres son motivos de gratitud al permitir Dios que siga viviendo, no todos vienen envueltos con los ropajes de la serenidad y de la hermosura como el de hoy.
Tal ha sido la belleza del momento que hasta las aves han permanecido en silencio contemplando tamaña maravilla.
Empapados mis ojos de hermosura y de lágrimas de emoción, he descendido hasta la realidad y con calma he caminado hacia la puerta de entrada para observar, tras descorrer la cortina que me aísla de la realidad que me rodea, las tres palmeras rex que se yerguen erectas cual lanzas coronadas por el penacho de sus ramas y palmas.
Inmóviles cual centinelas de guardia iban pasando de verde oscuro al verde esmeralda a medida que la luz ganaba la batalla a la oscuridad, para terminar  victoriosas recortadas en el lienzo azul intenso del firmamento que me hacer retroceder a mis tiempos de marinero, y asegurar sin ninguna duda que del cielo se desploma aire frío.
No sé el tiempo que he permanecido mirando extasiado tan hermoso cuadro porque ha tenido que ser mi hijo el que, tocando mi hombro, me ha hecho regresar a la realidad.
Debíamos partir en busca de lo que necesitamos, pero al ser primer día de mes, tenemos que partir más temprano.
Ya había desaparecido del cielo el maravilloso escenario del nacimiento de un nuevo día que como parto divino viene envuelto en la promesa de que Dios renueva su compromiso de mantenerme, un día más, vivo.
Es verdad lo que el azul tan intenso del cielo anunciaba: a esta hora hace literalmente frío: seis grados a las siete y media del nuevo día.

46.- TRUENOS…

Acompañan los truenos la caída de una lluvia tenue que a duras penas moja la carretera dejando sobre ella un barrillo formado por el polvo acumulado desde hace meses.
Las nubes han ido cubriendo el cielo con calma trayendo como compañero, en las capas más altas, un viento frío que las empuja hacia el sur y que es el causante de que los rayos se precipiten como regueros de luz empujando a los truenos a huir despavoridos en todas las direcciones
El ambiente es sofocante porque la humedad ambiente impide secar la ropa que llevo puesta mojada a lo largo de la mañana con ese sudor que de mi cuerpo mana.
Tal vez sea que el mes quiere despedirse de otra manera a como empezó y que a lo largo de sus días nos ha mantenido ayunos de lluvia y ahítos de calor como los viejos no conocían pues ha habido días en que la temperatura que alcanzamos solo se había registrado hace 93 años, tiempo más que sobrado para que salvo unos poquitos, pero muy escasos, hubieran nacido pero que recordaran aquel acontecimiento, no existe ninguno.
En aquellos años solo estaban los cántaros y los botijos, además del más económico acondicionador de aire, ahora habrá que añadir que también es el más ecológico, que es el abanico.
Ahora existen los acondicionadores de aire que nos mantienen a 24º mientras estamos en circulo de su influencia, pero como salgamos sin más y no estemos del todo sanos, corremos el peligro de caer fulminados por el dichoso salto térmico al pasar en poco tiempo y espacio de los 24 a los 44º,  que son los que más veces hemos tenido en este agosto que se acaba.
Y los que carecemos de acondicionador a ponernos medio desnudos en el interior de la casa chorreando sudor como un esclavo recolectando algodón en Louisiana.
Hacía tiempo que no andaba debido a la ciática, pero en busca de una bocanada de aire fresco expulsada por el humilde abanico de palma he caminado desde la puerta de entrada a la ventana de la cocina dejando escapar mi mirada de reproche hacia la playa porque hasta aquí no llegaba la brisa, pero he comprobado que aparte de los paseos, mi mal genio no ha impresionado nada al clima y me ha enviado, creo que para fastidiarme, aire caliente africano.
Y cuando ya creía que el fémur me iba a salir por la cadera debido a la ciática, me arrastraba hasta la silla y ponía el ventilador a toda marcha lamentando profundamente que sus palas no fueran las de una hélice de avión.
Algún rayo ha caído cerca haciendo saltar la desconexión automática de un trasformador porque a los pocos segundos la luz eléctrica ha regresado acompañada de la explosión de un trueno que más que algo natural podía hacer pensar que había estallado una bomba de las grandes que se usaron en la 2ª Guerra Mundial.
Me he levantado unos momentos para ir a la cocina y contemplar la sierra porque no es la primera vez que veo caer un rayo en la cumbre o las laderas pero la cortina de agua, aunque ligera, y vapor generado al caer las gotas sobre la tierra reseca, me lo han impedido no pudiendo ver como tras la remojada el color de los pinos se hace más intenso.
Más cerca de la casa si se veían los naranjos a los que he supuesto gozosos por recibir estas gotas de agua que han permitido lavar, aunque poco, las hojas impregnadas por el polvo del camino por el que antes paseaba.
Esta vez el rayo ha caído cerca porque escasos tres segundo después ha llegado el trueno, rivalizando ambos para ver quien atemorizaba más.
Se ha iluminado la casa con el destello y después el trueno ha aplastado al silencio del que gozamos en estos momentos como debe aplastar un carro de combate a un simple guiñapo.
Ahora han pasado varios coches veloces haciendo el característico ruido con los neumáticos cuando drenan el agua que, por mala ejecución del asfalto, se acumula en este lado de las casas estando la cuneta en la parte contraria vacía.
Si sigue lloviendo, y ahora más fuerte, por lo que no voy a tener más remedio que limpiar los cristales de la puerta si quiero ver que es lo que pasa por delante.
Tal vez este sea un preludio de lo que vendrá más adelante cuando al evaporarse el mar, que está tan caliente, el aire del norte lo enfríe y caiga agua en tal cantidad que el garaje se transforme en un cuadrado lago domestico.
Estoy cansado y sigue el dolor tan intenso en el tobillo, pero es tan desagradable la sensación, que no tengo ganas ni de echarme tratando de dormir un poco o que se me desinflame.
Ha pasado un cretino y ha empapado a una viandante que ha extraído de sus adentros, casi a la velocidad del rayo, lo más enérgico y descriptivo de su vocabulario.
Y es que cuando ves que alguien pisa el charco con el afán de mojarte lo más piadoso que de la boca te sale es excrementarse en su madre, aunque tengo que reconocer que la mujer empapada me ha sorprendido utilizando un lenguaje que haría avergonzarse a un arriero por ser el suyo tan suave.
Deben ser los tiempos modernos que lo cambian todo, pero tengo dificultades para acoplarme a estos hechos cuando bien poco cuesta disminuir la velocidad o ponerse más en el centro y no empapar a quien cree que vive en un mundo más civilizado.
Pocas cosas se me ocurren más para describir en esta tarde en que más que llover guarrea, dejando sobre los coches una capa de barro tenue que obligara a los sufridos amos a gastar un dinero para lavarlos.
Creo que aún a pesar de estar inmerso en esta sensación de sauna barata, voy a echarme un rato.

47.- BELLEZA…

Cae desde junio el sol cada día sobre la línea del horizonte un poco más haciendo que el anochecer llegue más pronto.
Son los cantos de la naturaleza que nos avisa que en 23 días nos meteremos en el otoño que nos traerá noches más frescas, días más cortos, lluvia de hojas muertas cayendo de los árboles, uvas en sazón en las viñas recogidas por cuadrillas de hombres y mujeres encorvados tratando de hacer llegar al lagar el néctar de los dioses que logró hacer a Noé el sentido del pudor y mostrarse desnudo ante sus hijos.
Veremos cómo los vencejos vuelan más bajos y que las golondrinas el 14 de octubre han desaparecido camino de ese exilio que denominamos como emigración.
El mar recalentado nos traerá después las temidas lluvias que asolan la costa de levante desde la antigüedad aunque ahora tengamos los pantanos que impedirán que se pierda en su carrera loca hacia el mar.
Y es que vamos a iniciar el último cuatrimestre de un año que recibí esperanzado porque me negué a pensar que caminaba hacia la edad que tengo, barrera sicológica similar a los 99,90€ de una compra.
También atendí a los cantos de sirena de personas que me quieren bien y que estaban convencidas de que el destino iba a cambiar hacia un aspecto menos oscuro.
Y me lo creí porque necesitaba agarrarme a algo que como salvavidas me hiciera soportar que la realidad es tozuda y que  por mucha inteligencia que tengas, nadie quiere contar con los “viejos”.
 Miro hacia detrás sin ira y veo como mis pies caminan inexorables hacia el final de camino con la paciencia que da la certeza y el desánimo que produce el sabernos impotentes para alcanzar lo que soñamos.
Vas descendiendo los escalones de la escalera de la vida desde los 50 y cuando llegas a este tramo del camino a lo único que aspiras es a bajarlos con calma y más suavemente y no de dos en dos o a trompicones empujados por las enfermedades o el deterioro normal del cuerpo que ha recorrido ya más de las tres cuartas partes de su recorrido.
Por eso me siento satisfecho al haber logrado capear como he podido estos días pasados con temperaturas de infierno.
Ya le cuesta más al cuerpo recuperarse que cuando tienes menos años y alcanzar de nuevo una cierta normalidad dentro de lo que significa tener un organismo extenuado y apaleado por el infortunio.
Pero cada día, cuando abro mis ojos y veo la luz, doy gracias al cielo por permitirme ver amanecer un día muy hermoso aunque esté lloviendo y los demás lo vean gris y desapacible.
Pronto acabará este miércoles aún caluroso en el que es necesario el ventilador para tener en el cuerpo la sensación de un poco de frescor, que desaparece como por ensalmo nada más te levantas y te separas de él.
Me comenta mi hijo que uno de esos amigos que tiene en Internet le ha dijo que recibir el aire directamente del ventilador es malo y que puede llegar a ser peligroso para la salud, pero le ha contestado que gracias al ventilador hemos logrado sobrevivir a dos olas de calor africano.
Sobre todo yo que por mi volumen soy muy difícil de refrigerar cuando en la madruga, sobre las cuatro, tenemos dentro de las casas más de 35º.
Y es que la humedad hace el resto, pues aunque te dé el aire del ventilador, el sudor no se evapora con lo que tienes la sensación de estar en una sauna pero vestido por completo.
Es anormal lo sucedido, pero prefiero abrigarme a tener que andar desnudo por el pasillo mendigando un poco de brisa fresca que no llega al soplar el viento del sur.
Poco a poco me voy recuperando
Doy gracias a Dios por permitirme seguir viviendo.

48.- A MANO…

Se desliza con suavidad el día hacia el final de su camino viéndose ya por levante las primeras sombras sobre el mar que permanece por debajo del horizonte que contemplo.
Y sentado en la mesa de la cocina en el más absoluto silencio, rememoro aquellos tiempos del pasado en que a la hora de la siesta y tras la cena, me encerraban en la celda y tenía que esperar que me abrieran más tarde, si era la siesta, o a la mañana siguiente.
También entonces reinaba el silencio y tenía la sensación física de estar inmerso por completo en él como la tiene el cuerpo cuando está sumergido en el agua.
Aquellas horas encerrado en la celda me permitían estar a solas con mis pensamientos y ver venir mis recuerdos como un desfile de soldados que desde el pasado más lejano  avanzaban para perderse en el presente.
En ocasiones rememoraba el tiempo en que fui soldado, otras el terror que sentí cuando se hundió el barco frente a la costa de Socotra; y, también, los momentos tan felices que había pasado junto a Li hasta que hube de entrar en la cárcel.
Otras veces la visión de Macaybo llenaba por completo la pantalla  de mi mente, se desbordaba por mis ojos y llegaba a mis manos que acariciaban en el aire todo lo que había hecho con gran esfuerzo y dibujaba los planos en la pizarra de mis sueños de todo lo que quería hacer cuando estuviera libre.
Me sentía pavo real con las plumas desplegadas recordando lo que mis manos inexpertas de cantero habían ido realizando en la ladera de un monte a base de ir poniendo piedras caradas por un inexperto asentadas sin argamasa hasta conformar y elevar muros que sirvieran de contención a las tierras que pensaba poner para plantar árboles.
A veces tenía la sensación, soñaba más bien, que aquellos muros abrazarían aquella tierra que pondría con el mismo amor que lo hace una madre al tener entre sus brazos el fruto de su vientre o el cuerpo del amado.
Me preguntaba si la jacaranda de la entrada ya estaría en flor, si habían agarrado los almendros de secano injertados de melocotoneros, si se había desarrollado y extendido el bambú que arranqué en el Saler de un charco diminuto.
Añoraba el silencio rumoroso del monte y, también, el aullido del viento en las noches de invierno cuando el aire del norte se deslizaba entre las ramas de los pinos hasta hacerlas gemir.
Añoraba el golpear las piñas sobre las tejas cuando ya secas las arrancaba el viento mientras pasaba de aullido a alarido lastimero y prolongado que se asemejaba como dos gotas de agua al que producía los cables de acero de la jarcia cuando el vendaval zarandeaba al velero, uno de tantos, en el que navegaba en aquellos momentos.
Realizar los planos mentales  de la cárcel en Macaybo requirió años de esfuerzos, del trabajo de un liberto como si aún fuera esclavo, que hizo realidad con sus solas  manos un sueño, sabiendo que jamás seria suyo, pero impulsado por crear para aquella mujer un castillo donde fuera reina.
Ha cantado un ave en un naranjo subida y se ha roto el encanto porque a partir de ese instante he comenzado a ver las rejas que las ventanas tienen, el silencio de la celda y la sensación de sentirme preso con mucho tiempo por delante antes de volver a ver y gozar de la libertad y la calle.
Sé que estoy detrás de las rejas de la cocina y que nadie me impide salir a la calle, caminar por el campo y perder por un tiempo la sensación de estar encarcelado.
Pero me miro con detenimiento y resuena dentro de mí con fuerza, aunque es un trueno en forma de deseo lejano que no he podido realizar hasta el momento y que si se cumple será un milagro, el acabar mis días en un sitio donde pueda plantar árboles de ancha hoja para que con la más ligera brisa canten al mismo tiempo que me dan sombra en el verano y dejen caer al suelo en el otoño esas lagrimas de oro sucio que son las hojas cuando mueren y caen al suelo.
Traerme  las piedras que nadie quiere y con ellas hacer, bien careadas o naturales  pequeños muros que sean como remansos de vida rellenos de tierra para hacer que los árboles, y algunos rosales, crezcan para perfumar con su aroma y dar vida a mis ojos con sus flores.
Miro a mí alrededor y veo las macetas con plantas en la parte exterior de las ventanas, constreñidas y presas entre los cristales y las rejas recubiertas de mallas para evitar que las ratas del campo nos muerdan.
Miro la bancada de la cocina, de madera imitación a granito verdoso, llena con más macetas, una cabeza de Cristo, platos que no se usan sobre soportes y la televisión, ahora apagada, y ese es el panorama interior erigido ante las ventanas y aunque familiar y muy visto no me agrada,  prosigo trayendo del pasado, como a ráfagas viene el viento en ocasiones, retazos de mí pasado que me recuerdan que he combatido en aquella mini guerra del África hispana, he vivido rodeado de violencia e inhumanidad, y aún a pesar de esta realidad y hasta puede que parezca una paradoja, sigo sin aceptar ni soportar el canto a la violencia ni la violencia por la violencia sin más.
Porque eso que muestran en las películas no se ajusta a la realidad, y puedo asegurar esto porque he vivido la violencia desde la primera fila.
Pasan por el camino de tierra entre los naranjos una mujer y unas niñas que chillan y cantan, o creen cantar mientras chillan, haciendo que piense que deben estar en sus casas muy reprimidas y nada más salen a la calle, se ponen a vocear, a gritar, a cantar o como quieran llamar a eso que hacen.
Se agota el día y con él los últimos momentos de luz natural para escribir y lo hago exactamente igual como lo hacía mientras estuve en la cárcel donde la luz se encendía y se apagaba a la misma hora, en invierno y en verano.
Me puedo levantar y encender la luz, pero sé que si hago eso, esta magia misteriosa desaparecerá como lo hacen las sombras perseguidas por la luz.
A veces tener el ordenador averiado proporciona unos momentos de escribir a mano que abren la puerta de los recuerdos y hacen rememorar al alma las sensaciones de antaño y que la rutina de los días ha borrado de mi mente porque siempre lo inmediato es lo que ocupa el frente de todo pensamiento.
No me sorprendo de lo que rememoro porque soy el banquero, el coprotagonista, la cámara acorazada donde guardo toda la riqueza de mis sueños, de mis desilusiones, de mis recuerdos, de mis fracasos y de mis éxitos, que aunque pocos también los hubo, pero si me quedo un tanto perplejo al comprobar lo variados, lo intensos, el tiempo transcurrido entre ellos aunque a mi mente vengan juntos y los escasos protagonista que los compartieron que han permanecido a mi lado: unos han muerto, otros desaparecieron y de los más recurro a Cervantes para como él decir “no quiero acordarme de ellos…”.
Solo queda en pie Macaybo, al que llevé un día a mi hijo para que viera con sus ojos la belleza tosca y ruda de aquellos muros que realice con mis manos, los esfuerzos realizados y el amor que movió al corazón para vencer al cansancio y seguir elevándolos.
Los nuevos dueños no los han variado, si vaciado alguna tierra para dejar espacio para construir una piscina, arrancado algunos eucaliptos y varios almendros.
Árboles a los que al principio de plantarlos iba a regarlos provisto de un cubo y un cazo para que agarraran en aquel terreno al que había añadido arena de la playa para que estuvieran más húmedos.
Miramos todo  en silencio y por fin surgió la pregunta que sabía que haría aunque no cuando:
“Por qué hiciste todo esto si sabias que jamás sería tuyo?”
Y le hable de mis años mozos, de cuando estudiaba y conocí a Li, de cuando todos me abandonaron porque no hice lo que deseaban como mejor para mí y de cómo solo ella y toda su familia me ayudó.
Del amor que me dio, del hombre que hizo después de coger a un niño grande que no sabía lo que era la ternura ni el afecto, del sostén, del ánimo que insufló en aquellos momentos desesperados de la cárcel al que cada día llegaba una carta cargada con ánimos, son sueños, con ilusiones, con esperanza y con el canto de aquellos pájaros que por las mañana se ponían en los árboles de Macaybo y con la visión lejana de ver crecer lo que había plantado.
Con la certeza absoluta que ella y su familia estarían esperando a que saliera de aquel infierno.
Aquellas cartas eran los pequeños salvavidas que día a día fui juntando para mantenerme a flote en la soledad  que sentí porque en aquellos tres años y medio, jamás nadie vino a verme de mi familia ni me escribió.
Tampoco vino ella, pero fue mejor porque de esta forma me forzó a salir de dentro de mí mismo y volar mediante el escribir hacia la libertad de mi mente y mi alma mientras mantenían a mi cuerpo preso.
Le aseguré que después no hice otra cosa que pagar como pude y a mí manera todo lo que ellos habían hecho por mi durante ese tiempo, además de que seguía amándola.
No sé si entendió porque él no sabe aún lo que significa el amor por una mujer ni ha pasado por graves problemas, porque solo aquel que ha pasado por donde pasé yo y sufrido allí dentro lo que sufrí, puede darme consejos, pero ni tan siquiera puede comprender qué fuerza puede tener una simple carta para sostener la vida de un hombre que allí dentro le movieron las muelas a palizas porque jamás se doblegó a las peticiones sexuales de los que nos guardaban y debían protegernos.
Un día mi hijo me entenderá, aunque ya no pueda estar al lado suyo para que me lo diga.
Ya se ha hecho de noche del todo y comienzan a brillar las estrellas en ese manto negro que tenemos como firmamento en el que aún no ha aparecido la luna.
Es mejor así y me permitirá oscurecer y ocultar otras humillaciones más fuertes.
Hace años que no escribía con mi mano tanto, tal vez sea que mi alma necesitaba desbordarse para seguir almacenando cosas que suceden cada día aunque no me agraden.

49.- UN TRACTOR…

Amanece el día precedido por la serenidad de la noche que se va diluyendo a medida que la luz aparece por levante llenando el cielo de franjas de colores entre las que destacan las rosas y las doradas como si fuera la bandera colocada al principio del desfile de las horas de un día.
Cantan algunas aves entre las ramas de los naranjos poniendo su nota de  vida en este silencio tan impresionante que hay en estos instantes mientras comienza  a aparecer perezoso la parte superior del disco del sol subiendo sobre el horizonte del mar aún distorsionado tras atravesar todo el Mediterráneo.
Solo me ciñe mi cuerpo un breve slip negro y noto en el resto descubierto el frio vientecillo que penetra por la ventana provocando un ligero escalofrío que es  su forma de decir que cubra mi desnudez si no quiero sentir más frio.
Dentro de la casa aun es muy pobre la luz porque la que viene del cielo se deja caer a través de un tragaluz de cristales gruesos y sucios que los vecinos de arriba limpian gracias al esfuerzo que hace la lluvia al caer sobre este pueblo.
Cinco pisos hay por encima y la separación de pared a pared solo es de tres metros, por lo que la luz se desliza por un cajón que sin exagerar necesita una buena mano de pintura blanca y llega agotada al tragaluz que ilumina un poco esta planta baja.
Dejo de pensar en esas cosas y dirijo de nuevo mis ojos al horizonte donde crece el disco del sol y hace que el rosa del cielo sea más intenso y el dorado se extienda como oro viejo por las nubes del amanecer.
Y entrego mi gratitud al Dios de los espacios infinitos del que emano y formo parte y tras la oración en silencio de mi alma dirijo mis ojos inquisitivos y contentos hacia el horizontes con la esperanza de que a lo largo del día suceda un milagro de algo que sostenga mi ánimo para que no pierda la esperanza de que si no es hoy será mañana, llegue lo que detenga esta situación que de forma lenta, pero imparable, se va acercando a angustiosa.  
Saltan como caballos en una carrera de obstáculos las preguntas en mi mente y trato de hallar la forma más sencilla y mejor para vadear lo que tengo delante con el fin de poder llegar al final de la carrera de mi vida dignamente con las menos caídas posibles y sin necesidad de acabar dando con mis huesos en el hospital.
Sonrío por la comparación que ha venido a mi mente para describir lo que pienso y siento mientras ha huido la noche y se ha descorrido la cortina del día mostrando  el cielo bien lleno de gasas y tules rosas y dorados que a jirones embellecen las nubes altas que parece que quieren ocultar los bostezos de las estrellas a medida que se duermen mientras avanza el sol.
Me gana el frio que hace que la piel de todo lo descubierto parezca de gallina, aunque no tanto por lo intenso del frio como si por la inmovilidad después de haber dormido tapado con una manta fina.
Miro de nuevo al cielo a través de la cocina antes de que vaya al baño y veo que el cielo por el norte es una capa de turquesa de azul tan intenso que me hace recordar las palabras de meteorólogo que nos enseñaba a reconocer el cielo y saber por el color del cielo que día tendremos y este de hoy es uno de los preludios que tienen el verano de decirnos adiós y que nos abriguemos de noche porque de él bajará un viento frio que nos puede hacer tiritar.
Pasa por el camino levantando nubes de polvo el primer tractor mientras se dirige a su trabajo con el asmático sonido de su viejo motor y el ruido descompasado de los aperos que cuelgan detrás.
Comienza la vida de nuevo, se agranda la luz y yo me voy a meter en la ducha para el aseo personal pero, también, para entrar en calor.
Se nota ya el peso de los años porque la circulación no irriga con la misma velocidad nuestro cuerpo.
Sin duda a esto se le llama irse haciendo viejo, que es lo mejor, porque la otra alternativa aún es mucho peor.

50.- EN EL CIELO…

Se acerca con calma el día a su final y ya casi traspasa la barrera de las montañas mientras deja tras de sí en el cielo jirones de su capa teñidos de diversos colores por el sol que agoniza en el horizonte.
Bandas anchas y delgadas, grandes espacios de blanco algodón que cambian de color como lo hace el papel de tornasol cuando se impregna de un ácido.
Esas nubes que parecen hilachas de una capa que se arrastra por el cielo como queriendo decir al hombre que el gran milagro del día va tocando a su fin.
Y es esta infinita variedad de imágenes y colores el pentagrama donde se escribe la música del gran concierto que la luz crea en cada momento para que aquellos que se extasían con su contemplación paladeen con regocijo y placer los acordes finales de un espectáculo en el que el viento está en calma y es el silencio la capa donde nos envolvemos para que a solas nuestra alma llegue al supremo goce de crear la música, el acorde, el ritmo que más se acomode a nuestra forma de ver lo que vemos y de sentir lo que sentimos.
Rojo como el vino claro están ahora las nubes gritando a aquel que sepa leer en el libro del cielo que mañana soplará viendo desde la misma dirección por el que huye al otro lado del mundo el creador de tan hermoso cuadro.
Soplará poniente, ese viento fresco y recio que hasta que la tierra se caliente llegará a estas tierras bañadas por el mar frio y algo desapacible, para nada más traspasar la cima que divide el día volverse tibio para besar la tierra y más tarde,  sobre las tres, transformarse en un cálido abrazo para acompañarnos a los caminantes hacia el otoño que llegará en cinco días.
Parece el capote de un torero navegando por el cielo mientras torea a la vida, abanicando la cara, ya cansada, del toro de un día.
Cierro un momento mis ojos y me dejo seducir por la melodía del silencio y la hermosura del cuadro de este día que se acerca con señorío a su final.
Muchas veces no sabe gozar el hombre de cosas tan hermosas y las deja pasar, casi siempre, con la misma indiferencia con que malgasta los días de su propia vida.
Sigo mirando con los ojos del espíritu el mágico espectáculo que por tener cerrados los ojos de la cara no veo, pero es que quiero plasmar en el lienzo de mi alma este cuadro para que cuando la noche caiga, y vuelva el silencia a la casa, me permita llenar mis horas de soledad pintado con los pinceles de  mis dedos sobre el teclado toda la hermosa serenidad que he sentido al contemplarlo.
Se hace ya con rapidez de noche.
Me entristezco unos instante por lo que muere, pero sonrío de nuevo sabiendo que tras esta negra noche vendrá mañana un nuevo milagro, que pido a Dios me permita contemplar para saciar el hambre de mi alma, y añadir una lámina más a la colección de las que tengo guardadas a lo largo de mi vida.
Bienvenida noche y hasta mañana, donde aguardo dar la bienvenida a un nuevo día.

51.- DE MADRUGADA…

Algún búho solitario, o mochuelo aburrido de estar solo en el nido, debe cantar entre los naranjos, con esa “voz” tan peculiar que ha excitado a la ninfa que, desde su jaula en la cocina, responde desabrida a la oscuridad con sus gritos.
¿Se muestra cabreada porque han destrozado su calma y su sueño o les dice que dejen de fastidiar que también sabe de la soledad y de la dureza de la vida porque está enjaulada mientras ellos recorren el cielo y gozan de la libertad?
No llega mi mente a ser capaz de descifrar el idioma de los animales, solo a saber cuándo están en paz, cuándo comprenden lo que les digo y cómo agradecen la atención que les prodigo.
Dice el reloj del ordenador que son las cuatro y media de una madrugada que preludia un día cubierto de nubes altas sin una sola gota de lluvia, que acentuará la sensación de invernadero que es lo que la casa parece en estos momentos.
Me he despertado gritando a causa de un sueño donde he visto en ese territorio y extenso, pero casi desconocido, de la mente el intento de abuso de unos personajes vestido de verde sobre unos pobres desgraciados que nada habían hecho.
He estado bastante tiempo con los ojos abierto y, al final, he tratado de dormir pero ya no tenía solución ni arreglo, al menos por esta noche, la lámina de vidrio que es mi sueño al haber saltado hecha añicos por mis gritos en la pesadilla.
Me he levantado y he mirado por la ventana de la cocina a ver si se veía el cielo despejado, pero está cubierto, pero no tanto como para que no pueda ver nítidas las luces de los pueblos de la montaña y hasta las de Sagunto, lo que me asegura que no caerá del cielo el agua que necesitamos.
He conectado el ordenador y solo tengo el ruido de fondo del extractor que refrigera la torre como única compañía al haber cesado los chillidos de la ninfa porque el gritón de fuera ha callado, o desparecido, tal vez asustado por el lamento desaforado de quien llora la pérdida de su libertad aunque vive en jaula de oro.
Esta madrugada no corre el aire y aunque ya he abierto la puerta de cristales de la calle, pero no la reja en previsión de sustos innecesarios por parte de los amigos de lo ajeno, por lo que el olor característico de una casa cerrada muchas horas con personas durmiendo dentro, permanece agarrado a las paredes y como niebla invisible pero palpable en el ambiente.
Me siento cansado dos días y con algunas molestias en el pecho consistentes en pinchazos con agujas invisibles sobre la zona donde reside la aorta, que desaparecen cuando llega su número a cinco o seis y retorna tras media hora de tranquilidad y sosiego para recordarme siempre que mi “motor principal” está en condiciones manifiestamente mejorables.
Un vecino ha madrugado y baja la escalera con una maleta de ruedas que producen en este silencio el mismo ruido que los petardos cuando estallan lejos.
Ya ha llegado al zaguán e intenta  abrir la puerta con la misma suavidad que lo haría con una coz un caballo.
No había entendido por completo hasta ahora por qué se repara la puerta de entrada al zaguán tantas veces, porque cuando en las reuniones de vecinos decía que por su aspecto todos parecían personas normales, aunque aceptaba que algunos manejaran sus manos como si llevaran puestos calcetines gordos de lana al abrir la puerta , no creía que fuera conveniente hacer el animal cuando a la primera no se abre y que deberíamos considerar todos que ningún cirujano cardiaco opera llevando en las manos las manoplas para soldar de un fontanero, por lo que mejor sería atender y cuidar algo que a todos nos cuesta dinero cuando se estropea.
Reconozco que algunas miradas hacia mi persona eran poco piadosas y muchas cabezas miraban al suelo como gritando al cielo algo parecido a “¿que habré hecho yo, Dios mío,  para tener que aguantar a éste idiota que pretende con su sermoneo que seamos personas?”.
Y al final de mi panegírico, de mis ansias infinitas de armonía, esto casi hace parecerme a Zapatero , siempre, sin ningún fallo en las reuniones, se iniciaba el coro de los presentes entonando  el mismo salmo en honor de su civismo: “no lo entendemos, porque aquí todos tenemos llave y nadie abre la puerta forzando su cerradura”, pero debe ser mi natural malicia, pues nunca les he creído después de haber visto avanzar a algún vecino por la acera trazando las mismas curvas que una sirena en un acuario y apoyarse en mi reja para no imitar al papa cuando pisa tierra extranjera besando el suelo e iniciar una letanía de insultos y maldiciones al que le había quitado la llave de la puerta, tras buscarla a trompicones por los bolsillos y no encontrarla porque muy prevenida su mujer se la había colgado al cuello para que no la perdiera.
También les he visto vaciar sobre el mismo umbral sus estómagos cargados hasta el tope como lo hace un carretero cuando ni el carro ni el caballo son suyos y siempre piensa que este último no se cansa ni come.
Y si cometes el error, como yo lo he cometidos dos o tres veces, de afearles su vomitera y su golpes a la puerta, descubres pasmado que lo que bebieron antes de esos actos debe tener una propiedad maravillosa que provoca una amnesia de las mejores y ponen en sus caras una expresión de inocencia que puede llegar, si no estás al tanto, a crear en tu mente la sensación de que lo que has visto, y sorteado en el suelo, son manías tuyas dignas de un tratamiento siquiátrico
A mi edad y después de lo visto, es difícil convencerme de que cuando no se abre la puerta a la primera no se utiliza el procedimiento más efectivo y recurrente de cargar contra ella o meterle una patada digna de un caballo de carreras que tenga cosquillas.
Y ocurre lo más sorprendente, que si sales a ver quién es el educado y sensible vecino en el trato con la puerta, a casi todos los que venían borrachos se les  pasa la melopea y suben los escalones de cuatro en cuatro, o se han hecho invisibles, porque miro con los ojos muy abiertos y no veo a nadie.
También he considerado que dado lo anoréxico de mis muy abundantes carnes, desde que digo de levantarme de la silla, iniciar el arranque y llegar a la puerta de la calle, han podido tener los más ligeros tiempo más que suficiente para subir corriendo, desnudarse y hacer con la mujer un primer asalto si es que el vino, o lo que hayan ingerido, no entorpece el despliegue de su sable.
Este que ha madrugado tanto ha salido más civilizadamente cerrando de un portazo que me ha confirmado que el precio que pagamos por la puerta nueva fue acertado, pues no se ha arrancado de sus bisagras, ni desencajados los cristales y tampoco salido proyectada hasta el otro lado de la calle.
Definitivamente vivo entre gente fina y educada que se preocupa como nadie de sus conveniencias y a los demás, estemos durmiendo o despiertos, que nos vayan dando.
¿Quién ha sido el majadero que dice que el hombre en la convivencia ha mejorado?
Creo que voy a darme una ducha a ver si dentro de un rato amanece el día y comienza la rutina de no hacer nada para no desmerecer a los que le han  precedido, tiempo en los que he empezado a poner en práctica, para no desmoralizar mi ánimo, esa norma no escrita pero digna de un dios pagano de “no hagas hoy lo que puedas hacer mañana”.
Balbucea mi hijo en sueños, lo que me alegra porque así se empieza para más adelante, y ya más viejo, grite en sus pesadillas lo como lo ha hecho esta noche su padre.
Y es que tienen razón los valencianos cuando dicen muy serios que quién a su padre no se parece, es un cerdo.
Lo bueno es oírlo en valenciano.
Sí, creo que es mejor que me meta en el baño.

52.- MIRAR Y VER…

Ya lleva el día más de dos horas inaugurando el otoño que ha llegado en el hemisferio norte mientras donde escribo se llena del ruido de los coches de los que buscan descanso, o aturdirse en las discotecas, centros de diversión donde con gusto se ensordecen no siendo conscientes aún de que cuando se acerquen a los cuarenta habrán descubierto  el desastre ocasionado en su oído interno por los ruidos que ahora consideran normales, pero que solo son el preludio de un más adelante en el que las orejas serán un elegante adorno y necesitarán equipos de audición, siendo aún jóvenes, como los llevan ahora los ancianos, para oír lo que sucede a su alrededor,
Las  nubes van ocupando el cielo mientras en el más lejano horizonte se acumulan las más negras que presagian para esta noche, o mañana, un poco de la lluvia tan necesaria aunque solo sea para asentar el polvo de los caminos y los campos que el viento arrastra a las casas dejando las mesas con una capa en la que aquellos que se sientan Cervantes  y quieran decir a sus esposa cuan importantes son para ellos, que escriban con el dedo un “TE QUIERO”  en grande, que es una forma de amarlas y de recordarles, de paso, que una pasada de bayeta sobre los muebles no les hará daño.
Pero hay que tener en cuenta, también, que la “amada” esposa escriba debajo de nuestra declaración un “YO TAMBIEN A TI” sin enterarse de otra cosa.
El ambiente es sofocante, similar a estar metidos en un invernadero y es que incluso el ventilador no logra evaporar de la camiseta el sudor que me refrigere debido a que la humedad ambiente está cercana al 80%.
 Hablaba esta tarde en voz alta conmigo mismo analizando de nuevo, con toda la capacidad de mi raciocino, la profundidad de los problemas que me acosan, los sueños que aún conservo y la posibilidad de ver hecho realidad algunos de ellos, así como una conversación mantenida por escrito con una persona en Ecuador esta misma mañana.
En ocasiones olvido que no estoy solo y que mi hijo se encuentra en su cuarto con la puerta abierta y al oírme hablar solo, se ha  levantado sorprendido  de que nadie me contestara y ha sido su elevada estatura la que ha delatado que venía por el pasillo sin percatarse de que me estaba contestado a mí mismo la pregunta que me había hecho un instante antes.
Ha sido darme cuenta y sellar mis labios hasta que ha llegado a mí lado.
Me ha preguntado que con quién hablaba y se ha quedado sorprendido al responderle que conmigo mismo, pues está acostumbrado a que me pase las horas frente al ordenador en completo silencio, tiempo que aprovecho mientras leo, o me distraigo, para reflexionar sobre los más variados temas que rodean la vida en esta casa.
 Curioso como su madre y también preocupado ante una acción mía de la que no tenía noticias,  me ha preguntado qué estaba hablando y como yo no tengo nada que esconder, salvo mantener en el secreto quién me habla y qué confidencias me hace, le he dicho que estaba repitiendo en voz alta los razonamientos en los que me baso para dar una respuesta a los problemas propios o a los que me llegan de forma inopinada de personas a las que no conozco pero que, de alguna forma, saben de mi existencia por otros a los que antes he ayudado.
Como me conoce bastante, me ha preguntado si había visto alguna foto de la persona y le he dicho que si y que estaba seguro de que esa persona está completamente desconcertada, cuando no asombrada, de la descripción que he hecho de ella sobre su mentalidad, sentimientos actuales, carácter, personalidad ante la gente, gustos en el vestir e incluso le he hablado de sensualidad y sexualidad.
Me ha preguntado qué me había dicho esa persona y ha sido cuando le he explicado que al final de mi descripción le he rogado que me dijera en que estaba equivocado, porque no me molesta equivocarme pues es el mejor método para  cada día rectificar y ser más sabio.
Se ha sentado a mi lado y antes de que volviera a preguntar, le he dicho que la persona ha escrito seis palabras solo: “ha acertado todo, ¿pero cómo lo sabe?”.
“Dime papá ¿cómo lo haces y cómo lo sabes?”
Le he respondido que a veces, cuando se está frente a otra persona, lo que sobran son las palabras si uno se dedica a observar con detalle lo que tiene delante, sea un ser humano o una fotografía,  pues una simple mirada descontrolada, un parpadeo asustado, una mirada de soslayo, un gesto de los labios y hasta la reacción tan normal de morderse la punta de los dedos, o retorcérselos, es la forma que tiene el cuerpo de gritar en silencio lo que callamos, sufrimos e, incluso, deseamos.
Verdad es que una foto es algo de un instante, pero si la foto no está hecha para que la vea la gente, suele reflejar el estado emocional de esa persona en ese instante, porque sus rasgos faciales son como la radiografía de su alma y aunque es menos exacto que una observación directa, te permite hacer un boceto de quién es la persona y el resto de deducciones debes sacarlo de tu archivo de observaciones y la intuición que la experiencia, a lo largo de los años, ha despertado para dejar el boceto terminado y, si llega el caso, hacer el retrato.
Por eso muchas veces, muchas más de las que piensa la gente, es mejor escuchar, permanecer callado para dejar hablar al cuerpo del que está enfrente y nos cuente en silencio lo que calla convencido de que nadie sabe su alegría, su tristeza ni el sufrimiento a que está sometido o lo que le pasa.
Me ha preguntado cómo se aprende eso y mi respuesta ha sido: “mirando y viendo”, porque la mayoría solo emplea los oídos para juzgar lo que oye, sobre todo las mujeres,  olvidando que las palabras nos pueden decir lo que quieran que oigamos, que la mayoría de las veces, no coincide con la verdad que nos ocultan.
Ya dijo hace años un cínico que la palabra es la forma más perfecta de ocultar los pensamientos, extremo que parece jocoso pero es rigurosamente cierto y que emplean muchos hombres cuando hablan con las mujeres.
Le he insistido: “escucha siempre, ten paciencia, jamás tengas prisa ni te levantes de la reunión si has observado detalles interesantes en alguien, pero sobre todo mira con la máxima atención  lo que te está diciendo el cuerpo”.
“Archiva en tu mente las reacciones de los que observas y al cabo de muy poco tiempo tendrás un acerbo de conocimientos que te pueden permitir saber la verdad, y cómo es la persona con bastante exactitud, sin que el que está enfrente, abra la boca”.
Y con respecto a que hable solo, es una enfermedad muy común entre los que están solos aunque a su alrededor haya un ejército de gente.
Que observará a lo largo de su vida a personas que hablan solas por la calle, a otras que mueven sus labios y no rezan y otros nuevos casos que sin duda surgirán en esta vida ajetreada que tenemos.
Que no crea que estén locos, pirados o enfermos de su mente, que alguno habrá sin duda, pero su enfermedad está en su alma y se llama soledad.
Que no se habla por oír algo si no tenemos una radio que nos haga sentir acompañados, se habla por varias razones y que personalmente lo hago porque al oír mi voz con los razonamientos que hago, me permite explorar todas las posibilidades del problema y de esa forma hallar la mejor manera de hacerle frente, e incluso, solucionarlo.
No sé si lo ha comprendido aunque sí sé que he despertado su curiosidad que es el mismo principio que cuando se planta una semilla o un árbol, que el tiempo y la paciencia hará el resto aunque mi tiempo se haya acabado para comprobar hasta dónde asimiló las enseñanzas que trato de pasarle como herencia.
Y como demostración de lo que vale una buena observación, le he pedido que sacara una foto del grupo de su instituto y he comenzado a describir la personalidad de varios de los integrantes del mismo, habiendo dicho como premisa que eligiera para que los estudiara los que mejor conoce.
Los he descrito a vuela pluma y dice que si son así y le he añadido la descripción de algunos de los vecinos que tenemos.
De estos solo le he dicho de ése no te fíes,  aquel es un cantamañanas, éste es un buena persona y así hasta que, convencido, ha dicho que comenzará a practicar.
Y para terminar la charla se la he resumido en dos palabras: “MIRAR y VER”, porque todo el mundo mira pero son muchos menos los que ven y que no rechace a priori ninguna puerta que se le abra para la adquisición de conocimiento y sabiduría.
53.- YA ES LUNES…

Huye la luna por los montes de poniente para no ser alcanzada por el sol aunque aún faltan una hora para que se haga de día.
La mitad de su superficie flota entre jirones de nubes altas que aunque no son espesas si son lo suficiente como para que la hermosura de las estrellas se oculte a los ojos del que no duerme.
Sopla una ligera brisa que con certeza favorece el tremendo incendio que asola los montes de Chulilla, fruto de la mano de un demente que disfruta destruyendo lo que tantos y tantos años ha costado repoblarlo.
Se de la fascinación que desde siempre ha causado el fuego a los humanos, pero he llegado a un instante en que no comprendo cómo es posible pegar fuego a unos bosques que necesitamos para limpiar la atmosfera que nosotros mismos contaminamos.
No lo comprendo y, aunque nada puedo hacer por evitarlo, me desespero ante la tragedia que insensatos nos causamos a nosotros mismos.
La paz más absoluta y el silencio reinan en la casa donde duerme un joven soñando con alcanzar lo que desea y lo vela un viejo que contempla despierto cómo la luna huye y cómo se va acercando, también, la vida a su ocaso definitivo.
Me miro las manos que empiezan a arrugarse, contemplo las huellas que el paso del tiempo ha dejado en mi cuerpo, pero donde más estragos observo es en el espíritu que por los sufrimientos pasados, las desilusiones, los desengaños, las mentiras y los errores se encuentra como un ermitaño silencioso refugiado en una cueva mientras espera, sin saber qué ni imaginar nada, en el desierto solitario de la desesperanza.
Sé que fuera bulle la vida a mi alrededor y que aunque estoy  ya en el otoño de la mía, aún quedan rosas en el jardín de los sueños o en algún recodo del camino que aguarla la mano amorosa del caminante para que la coja y con ella se perfume.
Ocurre en ocasiones que con el afán de coger lo que se ofrece ante nuestros ojos  olvidamos que si el aroma de la rosa en una caricia para el olfato y los pulmones y que su color alegra los ojos y hace soñar a la mente, existen en el tallo de su vida, aunque la rosa sea hermosa y divina, las espinas que son las que nos hacen comprender en definitiva que no soñamos y estamos vivos.
Aumenta la velocidad del viento y en alguna ventana dejada abierta por un imprudente golpean iracundas contra su marco las hojas, corriendo el peligro claro de destrozar los cristales.
Muchas veces repaso mi vida y descubro que he sido una veleta agitada por el viento del destino y en otros muchos momentos una ventana, o una puerta, que se golpeaba  inconsciente contra su propio marco.
No quisiera volver atrás aunque pudiera para no repetir tanto sufrimiento, tanto desapego, tanta falta de ternura y amor ni tanto riesgo innecesario como he corrido, persiguiendo como un loco una riqueza para descubrir cuando la he tenido que solo con ella compraba cosas mientras vaciaba mi espíritu.
Decimos que el tiempo fluye cuando somos nosotros los que pasamos y es ése pasar el que me ha hecho descubrir hace unos años que la verdadera paz de mi mente, la calma de mi corazón vino cuando el destino me arrebató todo lo que había conseguido.
Y ahora, que ya solo aguardo un milagro del destino y que se me acabe el camino, vivo inmerso en un abrigo de armonía y paz que me hace disfrutar y empapa todos los poros de mi ser con ese goce espiritual que el dinero no fue capaz de darme.
Ya comienzan a pasar los locos que se han dormido y llegan tarde a trabajar con sus coches como si corrieran en un circuito de velocidad.
Amanece y pronto ganará la batalla el sol a las nubes y tendremos aún ese calor dulce que se denomina el verano de los membrillos.
¡Qué hermosa es la vida aunque la hayamos vivido sufriendo!.
Sinceramente, he vivido y ha merecido la pena pasar lo pasado y haber adquirido tanta sabiduría porque al final de la vida la herencia más hermosa que puedes dejar es el transmitir a los demás todo lo que has aprendido.

54.- CIELO ENROJECIDO…

Miro con atención a las farolas de la calle y veo como caen apagadas ya las pavesas de los bosques incendiados mientras los pulmones y mi olfato se impregnan de la resina quemada de miles de árboles que se retuercen mientras mueren porque un desalmado ha decidido en su locura asesina exterminarlos en el cuidado bosque mediterráneo de un pueblecito situado a menos de seis kilómetros de éste.
Las propias casas del pueblo me impiden ver las llamas, pero no la orla roja del cielo donde preside la noche la luna rodeada de un halo extenso de luz enrojecida que no es otra cosa que el humo denso que eleva desde el suelo a los espacios infinitos su lamento y su impotencia mientras son arrasados por el fuego que otra mano criminal ha encendido esta tarde cuando con más fuerza soplaba el viento de poniente, consciente de que la orografía del terreno haría imposible antes de mañana controlar el fuego y se estabilice antes de que lleguen las llamas a lamer, cuando no a devorar, las casas del pueblo.
No lo veo pero conozco el terreno y sé de la existencia de las pequeñas casetas construidas en los calveros del bosque por los lugareños con menos dinero para guardar aperos y, más tarde y más arregladas, como lugar de veraneo., antes de que se hicieran las urbanizaciones con todos los servicios.
Me llora el alma porque sé que si el viento no cesa, cuando salga el sol mañana, todas, o casi todas habrán sido devoradas por ese monstruo que es el fuego que en pocas horas transforma vergeles en desiertos calcinados.
Me asomo a la calle y las cenizas me golpean en la cara como lo hacen los copos de nieve al principio de una nevada y al extender mi mano esta se llena, como por ensalmo, de partículas grises que no son otra cosa que las ramas más finas de los pinos volatilizadas por el incendio que, como incinerador inmenso, calienta el aire y el viento  arrastra muy lejos lo que queda de aquellos bosques.
Miro hacia poniente y veo todo el cielo enrojecido como si un artista misterioso hubiera pintado en el lienzo de la noche un sueño enloquecido utilizando el vino para hacernos ver que por el cielo escurre la sangre de los pinos.
Aurora artificial que se agita como la boreal en esta noche en que contemplo sus movimientos, viendo cómo aumenta, o disminuye, su color y su tamaño al impulso del viento, mientras que el fuego que arrasa los pinos salpica al cielo de la sangre de un bosque que se muere por la maldad de una mano ante la impotencia de los vecinos y los bomberos.
Pasan algunos camiones cargados de soldados que con seguridad irán a relevar a los primeros ya extenuados de luchar contra el fuego en medio de un calor abrasador y un  vehículo de la policía municipal recomendando que se cierren puertas y ventanas y se proteja de manera especial a niños, ancianos y enfermos.
Callan que se avecinan rachas de viento más fuerte que arrastrará el humo y las pavesas en esta dirección con la lógica disminución de la pureza del aire, ahora impregnado de humo y de cenizas en suspensión.
Solo faltaría que en esta situación de emergencia empezaran a darse casos de insuficiencia respiratoria por la simple inconsciencia de querer mirar un incendio relativamente cercano.
No otra razón debe haber para este bando a las horas de la noche en que estamos. ¡Malditos aquellos que matan la vida que tantos años tarda en regenerarse!
Miro a levante tratando de llenar mis ojos del fulgor de las estrellas, pero sobrecogidas contemplan, tras la cortina de humo, el desastre que en tres pueblos  arrasa las masas forestales y abrasa la tierra superficial de los ahora muertos pinares haciéndolas duras y propensas, cuando vengas las lluvias de este próximo mes, que ningún año fallan, a ser arrastradas porque han desaparecido las agujas de los pinos que dejaban caer al suelo las gotas de agua con suavidad, como si besaran la reseca tierra y saciaran su sed.
Ahora la golpearán directas  y arrastrarán la capa vegetal dejando los montes descarnados y estériles solo útiles para que crezcan matojos de plantas espinosas, que, al secarse, serán la yesca ideal ante futuros incendios, sean provocados o por caída de rayos, dejando el suelo esquilmado.  
Deberían las escuelas traer a sus alumnos, cuando todo haya acabado y ya solo el luto de lo muerto enseñoree lo que ahora arde, para que comprendieran desde pequeños qué queda y cómo un bosque hermoso  de árboles muy altos tras la acción de un pirómano y hablarles que casi todos ellos serán abuelos cuando ese bosque, si no vuelven a incendiarlo mientras tanto, será como era este antes de quemarlo.
Pienso, aunque también puedo estar equivocado, que en las escuelas deberían darse menos clases teóricas sobre ecología y más hacer entender a los niños lo que son los bosques, lo que son los ríos, por el simple hecho de enseñárselo y, también, las consecuencias de no cuidarlos o de incendiarlos.
Panorama sobrecogedor que deja mi alma compungida porque sabe que ya mis ojos no verán estos bosques que conocía tanto, de nuevo crecidos.
Qué desesperante es contemplar, sin poder hacer nada, el cielo enrojecido en esta noche tan negra en la que llueven cenizas y el humo ensombrece hasta la hermosura de la luna.
Hace rato que he sobrepasado una hora del nuevo día con la esperanza de que, al amainar el viento, puedan las patrullas de tierra, con las grandes máquinas de cadenas como ayuda, abrir cortafuegos y poder controlar el perímetro de forma que nada más se hiciera de día, los medios aéreos lo extingan.
 He empezado a toser un poco porque el humo viene a ráfagas más espeso por lo que me meto dentro de la casa y me pongo la mascarilla antes de que alguna ceniza se aloje en donde no debe y me produzca más tos y mientras cierro la reja pasa despacio por la carretera un coche de la policía que estará contemplando, entre sorprendidos y asombrados, el resplandor del cielo y la lluvia de pavesas que han dejado el asfalto cubierto de una ligera capa gris.
Cierro la puerta de cristales pero de mi mente no se aleja las imágenes vistas  esta noche septembrina en la que arden los bosques.

55.- SABIDURIA…

Sabiduría es lo que hace decir a los que callan y hablan poco que no debe uno afanarse en buscar lo que desea, porque lo que gobierna el universo hará llegar, por sorpresa y en el momento indicado, lo que tu alma ha estado buscando con desespero durante mucho tiempo.
También afirman que cuando el alma anhela con fuerza y traspasa las barreras físicas que la constriñen al cuerpo,  se desencadena desde el fondo del universo, que es la vida misma, una serie de acontecimientos que culminan por sorpresa con la llegada de lo que en verdad necesitas, que a veces no es exactamente lo que pediste, pero con certeza es lo que, sin adornos, anhelabas.
Salta en este momento el día la mitad de su recorrido bajo una capa de nubes grises anodinas que no nos dejarán lluvia, aunque amortigua la fiereza de los rayos de sol en este cielo de azul intenso que hay más arriba de ellas, mientras se acerca inexorable al final de verano de los membrillos y de las fiestas de San Miguel en Liria, antiguo asentamiento ibero y más tarde romano del que solo se conservan unas piedras, mudos testigos de otros tiempos en que convivían edetanos y romanos construyendo acueductos y monumentos, hoy desaparecidos y como recuerdo de ese pasado glorioso  solo quedan unas pocas piedras de un arco.
Era tal el griterío y sofoco con el que hablaba una mujer en la calle con una vecina sobre la conveniencia de en días como estos poder ir desnudos por las aceras, que no he podido resistir la tentación y he girado la cabeza para mirar a través de la cristalera y saber quién era la belleza tártara que decía esas cosas.
Casi sufro un pasmo al ver quien era la susodicha y poco piadoso, lo reconozco, he pensado que mejor siga vestida porque seguro que muchos de los habitantes de este pueblo, al verla pasear con el traje de Eva, huirían despavoridos convencidos de ser víctimas de un hechizo maligno o un embrujo del diablo.
Sé que soy irónico y en mis formas de hablar lapidario y despiadado, pero juro por lo más sagrado que esa mujer más que parida parece defecada, pero no quiero ensañarme en su desgracia, así que resumiré la cuestión diciendo que con certeza está hecha con retales y a puñetazos.
Y por menos de nada ella se ve perfecta.
Dios mío, ¡ cuánta es la ceguera voluntaria del ser humano, y no solo lo digo por ella, porque mientras esto escribo ha llegado el marido y, no sé si por ternura o por cachondeo, le ha llamado nena a alguien a la que se le pude decir, con la mayor misericordia eso de “¡ojala llegues a los años que aparentas!”.
Sin duda alguna, hay ojos que se enamoran de legañas y gustos que merecen palos.
Fregaba en la mañana antes de ir a ver al matasanos los cacharros de la cena y el desayuno cuando he contemplado a una joven quinceañera paseando una bola de algo blanco con patas mientras las ovejas pastaban la hierba seca que el verano ha agostado, dejando sobre el terreno las “minas” que escapan por debajo de su rabo y que sirven para abonar los campos.
La jovencita recogía las heces de su perro sin ver que las ovejas lo embadurnaban todo ni darse cuenta que éstas, también, van sembrando las garrapatas que se esconden entre la lana y que aguardan el festín que proporcionan los perros cuando los asaltan.
No es perfume Chanel nº 5 el que desprenden los borregos, así que he tomado fuerzas de la flaqueza y he acelerado la fregada de los cacharros para huir de la cocina en busca de sitios menos “perfumados”
Van pasando las horas desde el instante en que noté que alguien a quien no conozco empezaba a emitir, como un naufrago caído en el mar embravecido, una serie de emociones que me llegaban con tal nitidez e intensidad que comencé a sufrir esas alteraciones físicas que me confirman que quien emitía lo hacía dirigiéndose a mí, un planeta que ya ha perdido casi por completamente la capacidad de albergar vida.
Fue como otras tantas veces que me ha ocurrido, pero con una intensidad superior, que me hizo “oír” en el silencio de mi mente, las palabras que transmitía aquel ser que se sentía perdido sin saber quién era exactamente el emisor.
Fue tan intenso lo trasmitido, tan claro el mensaje y de tal profundidad lo que “escuché en mi mente” que llegué a tener la sensación de que era el destino el que había lanzado a la charca que es ahora mi vida, una estrella que navegaba errante y perdida por el cielo de su vida en busca de un lugar donde dejar de sufrir y saciar su sed de comprensión y ternura.
Y recordé, o me fue transmitido, la imagen de una mujer con ojos oscuros de mirada profunda donde moras agazapados los miedos y los deseos, el sufrimiento y los sueños adornados con dos cejas que asemejan el trazado de un lápiz en el lienzo de una cara en que los pómulos son montañas que conducen a la llanura de una frente coronada por una mata de pelo negro que se agita con el viento fuerte de sus anhelos reprimidos.
El tiempo lo cura todo y hace que las aguas agitadas por la sorpresa se vayan posando con lentitud hasta hacer que se vea de nuevo el fondo y podamos descubrir si lo que las ha agitado tiene consistencia y es como creemos.
Es imposible bañarse en unos ojos que no están cerca, como también ahondar la profundidad de los sentimientos mientras no llega el momento de la realidad material.
Sigue emitiendo a lo largo de los días y en los momentos más insospechados recibiendo mi cerebro las emanaciones de alguien que piensa a más velocidad que escriben los más rápidos dedos, que habla de miedos, de ilusiones, de dudas y de anhelos     
Tengo en algún momento la impresión de que es como una ave migratoria surcando el cielo en busca de nido, o un regazo, en el que terminar su vuelo y dejar leer, al que sepa mirar y ver, el libro de su vida.
 Me siento extraño por lo sorprendido cuando me encuentro un ser humano que atesora en su persona tanta hermosura y ternura atesoradas en un corazón que moría lentamente viendo fundirse y desaparecer sus ilusiones como lo hace el hielo cuando se enfrenta al sol.
No soy adivino y por eso no sé hasta donde tendrá fuerzas esa estrella errante para recorrer el cielo en que ha aparecido, pero por instinto grita mi corazón al ordenar a mi mente que ponga en marcha los mecanismos de la que le dotó Dios para conseguir el mismo efecto que les regaló a los judíos que, cuando iban perdiendo una batalla, hizo detener al sol en su recorrido para que la ganaran.
Misterios que tiene el destino cuando sin contar con el hombre mueve sus fichas como en el dominó y aquel que no esperaba nada descubre de pronto que la realidad desolada puede transformarse en ilusión y viento para hinchar las velas de la barca de su vida y alcanzar la playa deseada para vivir y paladear el ensueño que una estrella no esperada ha creado en el cielo de mis días.
Aguarda el caminante sorprendido la llegada de la noche para ver brillar en el cielo de su corazón una estrella seguida de una estela luminosa que indica que no es una ilusión huera sino un hecho real que enseñorea las horas de quien casi lo ha visto todo.
Breve es el tiempo para el que goza y muy largo para el que sufre y espera aunque es el mismo tobogán por el que nos deslizamos todos, camino del horizonte final.
Y son solo los que se aman y tienen el valor de enfrentarse a las situaciones más adversas de incomprensión, envidia y maledicencia, los que ya tienen la eternidad aunque aún no se han dado cuenta.
Porque el amor entre dos es lo único que traspasa la barrera que separa la vida de la muerte al ya formar parte de ese milagro desconocido, pero sabido, que significa la vida.
No ésa tuya o mía, la del otro y la del de más allá.
La vida es el mar eterno que lo llena todo y baña las playas de los seres vivos, creada por algo que no es material pero que piensa y nos permite ser parte de esa esencia.
Hay quien le llama a eso Dios, otros naturaleza, pero son solo formas distintas de definir la misma cosa: un amor que traspasa fronteras, razas y pueblos haciendo que los que lo sienten en su corazón ya hayan alcanzado la grandeza de la inmortalidad.
Sopla viento que aún nos trae el olor de los bosques abrasados.
Abandona mi espíritu por unos momentos mi cuerpo físico sin buscar nada en concreto, solo bañarse en esa paz de los ensueños y las certezas, porque nada es individual y único ya que no existiría la vida si no existiera la muerte y conviven en armonía los sueños más locos con las certezas más absolutas, porque son necesarias ambas partes para dar sentido y existencia a la vida.
Eso solo lo entiende el alma y cuando tratamos de acotarlo con palabras solo logramos describir un reflejo, un breve soplo de ese vendaval que es la vida alumbrada por el sol de los sentimientos.

56.- LLOVIZNA

Sopla el viento de levante moviendo las ramas de las palmeras con fuerza, dejando ver en sus puntas el marrón de la muerte que las dejará exhaustas para ser cortadas, más adelante, y servir de alimento a la hoguera que hacen al terminar la poda.
Junto a las palmeras, la araucaria, intensamente verde como la esperanza, se retuerce  sensual como lo hace una bailarina en la intimidad del harén mientras las acacias, con sus hojas lanceoladas de un intenso color amarillo, se bambolean al iniciar el camino que las conducirá a la tierra mojada que sacia con calma la sed acumulada a lo largo del estío.
Son como gotas de lluvia amarillas que no caen de golpe, sino que planean como buitres pero sin su hermosura y elegancia.
Veo desde donde estoy sentado como las hojas muertas, oro viejo que se desprende de las ramas, antes llenas de vida, y caen al suelo y hacen una alfombra para desespero de los barrenderos que contemplan como el viento las esparce de nuevo por donde ya han barrido.
Hace un ruido especial el asfalto cuando el agua que lo empapa es aplastada por las ruedas, provocando, como en esta ocasión, que la boca de una mujer se transforme en una cloaca al maldecir al insensato que la ha salpicado, dejando en su vestido  manchas que difícilmente puede tomarse por decoraciones sicodélicas ni medallas militares.
Lucho con ánimo por mantenerme sereno dentro del maremágnum que provocan en mi cuerpo los opiáceos que me dan para hacer soportable el dolor de la espalda, que me obliga a caminar torcido  e ir de medio lado.
Ya hizo en marzo 17 años que me operaron en la columna de las lumbares y en todo ese lapso han ocurrido pocas veces que haya necesitado la faja para mantenerme rígido y pocas más que necesitara un analgésico, pero desde hace tres meses siento como si entre la L4-L5 se hubiera situado una boca desconocida que le pega unos mordiscos a la parte interna de mi dorsal izquierdo de tal envergadura que grito por las noches y el día me lo paso viendo estrellas aunque este el sol fuera al realizar cualquier movimiento no acostumbrado.
Pero como no existe mal que por bien no venga, he logrado en este tiempo ahorrarme el barrido del suelo y su fregado, mientras estudio la conveniencia, o no, de promocionarlo bien para que me lo contraten y realizar una película de misterio donde sale polvo al pisar por todas partes.
Me es indiferente que el protagonista sea Indiana Jones o el conde Drácula, porque estoy seguro que entre las telarañas del techo y lo que oculta el color del suelo, se iban a ahorrar un pastón en decorados, efectos especiales y atrezo.
Convéncete Raúl que los años no pasan en vano y que puede ser, o no ser, lo que lo agudiza, porque la realidad es que cuando no son pitos, son flautas o las más peregrinas razones que impiden que desee hacer con calma lo que me apetece, llegando al final de la carrera a tener que tomar lo que no deseo aunque me alivia el dolor, pero como regalo me deja el cuerpo el resto del día como si estuvieras tratando de controlas los efectos secundarios de una borrachera.
Me siento como debe sentirse una acelga en pleno mes de agosto en la calle: una mierda.
Me miro las manos y, además de arrugadas, tienen un color tal que el cerúleo de los muertos parece un moreno Agromán o, por lo menos, playero
No tengo humor ni para sentirme irónico, pero he estado a punto de olerlas para saber si eran velas.
Me llama un viejo conocido, entre agobiado y recién jubilado, porque el día se le hace eterno y la mujer, que ansiaba tenerlo a su lado según decía, no para de mandarle que haga las cosas más peregrinas.
Le contesto que eso no es malo como terapia, pero me interrumpe diciendo que hasta su hija lo usa como niñero mientras ella calienta sus posaderas viendo la telenovela y que con voz suave, como de tele marketing, le dice que nada más pueda saque al perro a pasear para que haga sus necesidades.
Intuyo la explosión anímica y le digo que no se altere, que eso son los primeros días y que pronto las cosas volverán a su cauce.
He girado la cabeza convencido que había aparecido de repente en la puerta de tan fuerte que ha sonado su respuesta a mi observación, pero la voz salía del teléfono y le he rogado que bajara el volumen porque no tenía interés alguno en que los vecinos del inmueble se enteraran de nuestra conversación.
Lo he escuchado con paciencia de monje en confesionario y en vez de darle la absolución, o reconfortar sus orejas con palabras de consuelo, me he limitado a recordarle que durante meses, desde que dijo que iba a jubilarse, no pare de insistir que carecía del entrenamiento que proporciona el estar embarcado, y en la cárcel, tanto tiempo, por lo que no sabría estar encerrado muchas horas en su casa y, mucho menos estaba preparado para aguantar a su mujer que tiene el mismo carácter  que un pájaro carpintero y la voz tan dulce y agradable, cuando se cabrea, de un cuervo.
Creo que la puesta ante el espejo de mis palabras no le ha gustado y cuando empezaba de nuevo a reiterarme su letanía de quejas y lamentos, le he frenado en seco diciéndole que no le queda más remedio que aguantar lo que le viene o que los dos, el y yo, huyamos al desierto, o nos refugiemos en una tribu africana de pigmeos, porque ambos estábamos hartos de aguantar, el a la mujer y la vagancia de la hija y yo de fregar platos.
Ha hecho un corto silencio y a continuación, como si fuera una bendición apostólica de su santidad en día de congregación en la plaza de San Pedro, me ha soltado: ¡¡¡ERES UN CABRONAZO!!!
No puedo sentirme ofendido, ante una opinión tan poco piadosa, con un hombre que me recogió en sus brazos cuando aquel moro de mierda acertó el balazo en el casco y solo me dejó en la frente el hueso hundido.
¡Serian lo que fueran durante la guerra los alemanes, pero cascos de acero buenos si sabían fabricarlos!
Pero no quería darle la posibilidad de que siguiera y le he dicho que estaba en la puerta un pelmazo de vecino que sentía graves dudas por las “anomalías”  que tenía en la frente y sobre la honorabilidad de su mujer y sus ancestros.
Se le ha despertado la curiosidad y quería saber quién era el sujeto, conoce a todo el vecindario, y mi respuesta ha sido preguntar si sabia remar.
Sorprendido de mi contestación ha dicho que no y qué por qué le preguntaba eso.
He sido tan piadoso con él que, un instante antes de colgar el teléfono, le he dicho que si seguía dándome el coñazo, lo iba a enviar a la mierda en barca.
Creo que hoy es un día complicado debido a los efectos no deseados de unas pastillas que han puesto a parir a mi estómago.
¡Hay que joderse la de complicaciones que trae el empezar a hacerse viejo!

57.- SIESTA…

Estábamos los dos tan cansados después de la juerga intima de la anoche pasada entre el agua que imitaba al Amazonas cuando hay riada y el barro que describió Noé cuando miró por la ventana del arca aguardando el regreso de la paloma, que se demoraba porque estaba hasta el moño de tanta prisión aunque fuera un arca, que sin comer ni nada, él primero que yo, nos hemos echado sobre la cama para caer como leños en los brazos de Morfeo, pero el bueno, no aquel moreno que nos sacaron en la película que cantaba al sol para que saliera en  compañía de un niño, que lo miraba con ojos incrédulos mientras pensaba que el gachó aquel estaba más colgado que un jamón.
No tengo duda de la bondad del barro, pues lo utilizó Dios para confeccionar el primer cacharro con pinta de hombre, pero este que he tenido entre los dedos de los pies y que me ha hecho  dar pasos de ballet que darían envidia de la mejor a Rudolf Nureyev, aquel ruso que perseguía a las jovenzuelas por el escenario dando saltos como un gorrión mientras persigue a una mosca por el campo.
Y acostarse en la otomana al lado de donde duerme mi hijo es una suerte, porque su descanso  es sereno, callado y placentero hasta que en plena pesadilla grita como un energúmeno arengando a sus tropas a la matanza mientras persigue a un enemigo que huye en desbandada.
Opinaba mi hijo esta noche pasada mientras combatíamos a la desesperada contra el agua y el barro que el sentido de la gratitud humana debe ser inmenso y estar intacto porque nadie la gasta y que entre la legión de aprovechados que vienen a pedir herramientas, que les arregle un grifo o les escriba un recurso contra el Ayuntamiento o el Juzgado, lo único que conseguimos fueron espectadores que se reían a carcajadas cuando los mal nacidos de los coches pasaban más rápidos alimentando los sucesivos tsunamis que combatíamos con sendas palas.
Pero creo que divago o me salgo por cerros de Utiel, no vamos a usar siempre los de Úbeda como si fueran la estampa del Everest en chico.
Muchas mañanas, cuando se despierta, me describe con minuciosidad la calidad de mis ronquidos, la imitación casi perfecta al final de la obertura 1812 de Tchaikosky, cañonazos incluidos, la de veces que se le suben los cojones a lo largo de la noche cuando mi apnea del sueño ataca desesperada mis pulmones, igualando en ferocidad a las tropas lusas de Aníbal que asaltaron Sagunto mientras los sitiados corrían veloces a los excusados.
Por eso pienso que si es cierto cuando describe, y cosa rara en jovenzuelo no es un embustero, mi hijo debe estar sordo.
O la naturaleza le regaló previsora una sordera de muro de contención al saber cómo las gastaba su padre cuando inicia sus sinfonías nocturnas.
Luego, cuando estoy solo, me acuerdo de mi madre que decía de mi padre que cuando roncaba salían volando las sábanas del lecho, que si bien en verano es de agradecer y evita trabajo, en invierno era un coñazo porque te quedabas a culo pajarero y más tiesa que una mojama.
A veces, cuando se cabrea, dice que los vecinos huyen despavoridos de sus lechos hacia los montes cuando estoy acatarrado, porque entonces los ronquidos, las paradas de apnea acojonantes y el trompeteo de mis narices, que recuerdan a los de aquellos bestias de Josué que con sus trompetas de lata derribaron las murallas de Jericó como si fueran de cartón piedra, hacen pensar que esos agoreros de los testigos de Jehová tienen razón y esos son los ruidos de que se acaba el mundo.
Me impresiona la precisión de su relato y cuando pongo cara de incredulidad trata de imitarlo para que me haga una idea y lo que oigo es como si en una sala a oscuras arrastraran baúles vacios, abrieran puertas desde antaño oxidadas, arrastraran fantasmas cadenas pesadas, los Sherman de Patton avanzaran hacia las Árdenas y los de Guderian jalaran a todo trapo por las llanuras de Ucrania. Creo que exagera algo, pero como toda precaución es poca, procuro dormir solo ayuno de compartir cama con alguna cordera hermosa, lo que acompaña ya no puedo, no sea que por el escándalo nocturno, o el terror de mi apnea más fuerte, pierda los nervios logrando vencer su pavor haga un esfuerzo sobrehumano y con una jaculatoria final se diga a si misma: ¡¡¡ROSA, ATREVETE Y HAZLE TRAGAR EL ORINAL!!!!

58.- SAMARITANOS

Aquella tarde fue como tantas al termina de trabajar: ir a casa, ducharme, cambiarme de ropa e ir a buscar a Li.
Pensé que todo lo que llevaba en maletero lo subiría cuando regresara a casa, así que cogí el coche y me fui a buscarla decidiendo que en vez de ir al Saler esa tarde, iríamos al campo de futbol del San Isidro a pasear un rato o a ver como jugaban al futbol.
Dejamos el coche entre otros y nos pusimos a andar y una vez terminado nos dirigimos al coche y entonces llegó un camión del Ayuntamiento que empezó a descargas fustes de columnas, capiteles y basas.
Le dije si quería que fuéramos a verlas y me dijo que le dolían los pies, así que me levanté y fui a ver qué habían descargado.
Eran piezas en muy buen estado y enormes.
Estaba distraído mirando cuando oí el claxon del coche, giré la cabeza y vi un hombre apoyado sobre el techo hablando con ella y otro unos cinco o seis metros más adelante.
Cuando me acerqué, vi que eran gitanos y me quedé de piedra cuando uno de ellos esgrimía una pistola que  apoyaba en la cabeza de ella que estaba sentada en el coche.
No me dio tiempo a hablar cuando el de la pistola gritó: “¡tú, gordo, dame todo los llevéis o mato a ésta!”
Tenía cara de ir drogado y pensé que lo mejor, si se le disputa una cuerda a un tigre, es soltarla que siempre se puede comprar otra después.
Estaba asustado por ella y sus circunstancias así que cuando pude controlar un poco el miedo le dije que no se pudiera nervioso, me senté dentro del coche y comenzamos a despojarnos de las medallas, las caderas, las pulseras y el brazalete de ella, el anillo especial en V de cada uno de nosotros y de las carteras que iba metiendo en un saco que había sacado el otro, alto, atezado, delgado y con cara de loco al que le daba órdenes el de la pistola en el idioma de los gitanos.
A continuación me hicieron salir y mientras el de la pistola apuntaba a la cabeza de ella, el otro, abrió el maletero  y comenzó a cargar
Un teodolito nuevo marca Kerm suizo (valía una fortuna), los prismáticos alemanes  Karl Zeiss, una cámara fotográfica Yasicamat.
Lo cargó todo en un saco que depositó en el maletero del R-8 amarillo que había acercado  al mío.  
Todo ello valorado, según la policía, en unas 350.000 Pts de aquellos tiempos. (El teodolito ya valía 200.000 Pts según factura que aporté)
Mientras aquel apuntaba a Li con la pistola, el otro quitó las llaves del coche y me dijo que me metiera y nada más ponerme de espaldas a él, noté un golpe fuerte y un pinchazo en la espalda muy doloroso aunque me giré para mirarlo.
Llevaba un machete AITOR de 25 cm de hoja en la mano derecha y ambos empezaron a correr hacia el Renault donde subieron, arrancaron y se dirigieron por el camino hacia la salida, de donde se aparto un coche para que salieran.
Y en este punto da comienzo el relato que, después de coserme y recuperarme algo, escribí y envié al Mercantil Valenciano, diario LEVANTE, sección CORREO DEL LECTOR, que entonces estaba en la Avda. del Cid de Valencia, y se publicó en primera página.
Como sé que hay una disonancia, diré ahora, por primera vez, la verdad de quien era ella y por qué no apareció en ningún atestado ni en este relato: era una mujer casada con la que tuve una relación de 28 años.
Siempre dije que estaba solo y cuando aquellos hablaron de una mujer y me preguntó la policía, dije que estaba solo.
El policía se me quedó mirando fijamente sin decir nada y le devolví la mirada con igual intensidad y dije: “Estaba solo” y eso se escribió y hoy, treinta y cuatro años después, desvelo lo sucedido en realidad.
Y fue el médico que me exploró y cosió la herida y la pleura el que me dijo que había sido un hombre afortunado, porque la puñalada iba directa al corazón a través de la D6-D7 (dorsales) y al ser un machete, me habría salido por el pecho.
Samaritanos
“Vosotros dos, jóvenes, que dentro de vuestro “Seiscientos” visteis cómo era sacado del interior de mi coche, cómo era cacheado, despojado de todo lo que llevaba encima, vaciado el coche y apuñalado por la espalda”
“Vosotros mismos, que cuando dando traspiés me dirigí a ti, fornido conductor, pidiéndote que me llevaras a un centro sanitario para que no me desangrara comentaste que “no querías meterte en líos” y arrancaste veloz tu coche dejándome allí”.
“Vosotros dos, matrimonio que vivís junto al campo del San Isidro y que tenéis un Seat 124 y al que dos niños que pasaron y me vieron sangrando y sin poder andar, os rogaron que os detuvierais en la contemplación del partido de futbol”.
“A ti, hombre de ese coche que salió, que me miraste desde unos cincuenta metros y al hacerte señas te subiste al coche con tu mujer para dejar salir a los que me asaltaron e hirieron para marcharse posteriormente”.
“A los que estaban en el bar viendo como se iba formando un charco de sangre en el suelo y aseguraron que su barrio no ofrecía seguridades y me dejaron continuar andando buscando a alguien que me llevara”
“Tú, conductor de un “Ford Fiesta” que a las seis y veinte de la tarde venias por el mismo camino por el que avanzaba y viendo la sangre que escurría por el pantalón, aceleraste hasta casi atropellarme en mis traspiés”.
“Tú, hombre del taller de coches que teniendo teléfono, no me dejaste llamar a la policía porque era particular”.
“Todos vosotros que pasasteis desde el campo de futbol del “San Isidro” por el camino que bordea la carretera del rio nuevo y que, aún con luz del día, solo acelerabais”
“A Amigó y Estellés, (unos dos kilómetros y medios desde donde me apuñalaron) que me ayudaron a limpiar mi herida y me dejaron hacer uso de su teléfono cuantas veces necesité hasta que me recogieron para trasladarme desde el nº 5 del Camino Nuevo de Picaña hasta la clínica”
“Vosotras dos, recepcionistas de la clínica de mi seguro particular en la Avda. del Puerto, que os negasteis terminantemente a dejarme entrar, aún a pesar de asegurar que era de una entidad tal la herida, que temía tener perforado un pulmón (Clínica San Rafael, Avda. del Puerto, 60, Compañía de Seguros Médica Popular, S.A. Testigo José Luis Tirapu Ojer, ingeniero de Hidroeléctrica Española.
“Vosotros, hombres de la casa de Socorro de Ruzafa, que me lavasteis y cosisteis “
“Vosotros hombres de los coches Z que me buscasteis y me tratasteis
 como a un ser humano”
“A todos, sinceramente a todos, que Dios os pague”
Raúl Martínez Abad
59.-…Y DOS AÑOS DESPUES

Llevaría ya un par de meses de vacaciones pagadas a costa del erario público en el “Mislata Hilton”, “hotel” modelo Filadelfia, con cuatro galerías de planta baja  dos pisos y entretenía mi tiempo haciendo, con trozos de espuma de poliuretano  flexible, colchones, almohadas, doblando las sábanas que daban pena y misericordia  y el resto de tiempo en el departamento de vestuario leyendo, estudiando meteorología y navegación y otros libros sobre grandes motores marinos.
Descubrí ya en el 77, cuando estuve como preso preventivo, que o aprendes a hacer viajar tu mente fuera de esos muros y lejos de tus preocupaciones más inmediatas o terminas drogándote y embrutecido, así que me alegre de no tener vicios que me hicieran esclavo de ellos para satisfacerlos.
  Un día, no recuerdo cual, cuando pasaba por delante de la 1ª galería camino de la enfermería, veo agarrados a la reja que la separaba de la zona central de la cárcel, a dos personajes harto conocidos que unos dos años antes habían intentado enviarme al cementerio.
Eran los dos que me asaltaron en el campo del San Isidro y me quedé muy sorprendido, la verdad sea dicha.
Nos reconocimos mutuamente y uno le dijo al otro que yo era “el gordo que estaba con la tía”, lo oí perfectamente y era el causante de que ellos estuvieran en la cárcel, aún como preventivos, debido a que la calificación  del fiscal de lo sucedido era de homicidio frustrado, a parte lo robado, uno y el otro como colaborador necesario.
En todo aquel tiempo transcurrido lo único que conservaba era la cicatriz en la espalda, del resto que me robaron nunca más se supo.
Nos miramos directamente a la cara y a partir de aquel instante sabíamos ambos que si me quitaban de en medio se había acabado el testigo incómodo de un delito de sangre.
Verdad es que yo no penetraba en la 1ª galería, la de menores, así que si se producía el ataque, tendría que ser por gente interpuesta de su etnia, gitanos, o directa, lo que les resultaba más difícil.
Muchos me han recriminado que no dijera nada de lo acontecido entre ambos a los funcionarios, pero hacerlo suponía tirar por tierra todo lo planeado para que me dieran el tercer grado y solo regresar por la noche a dormir a la cárcel, pero sin duda empezaba a correr riesgos.
Dos o tres días después me llegó el “recado” de que a través de su abogado sabían dónde vivía y que si no retiraba la denuncia, irían a mi casa y matarían “a la rubia”.
Li lo era.
Lo que no sabían ellos era que yo no estaba casado, que ella por el despacho, dirección de mi residencia que había dado a la policía, solo iba a recoger la correspondencia entre nosotros.
Esa misma noche y mediante el personaje que hay en todas, o había, las cárceles españolas, “el recadero”, generosamente pagado, salió la orden de efectuar una llamada en clave y una vez comprobado que el recado venia directamente de mi, escuchar lo que iban a decirle.
Y así ocurrió: a la noche siguiente el mismo personaje me repitió como un papagayo lo que esperaba oír, por lo que la seguridad de ella estaba garantizada: nadie sabía quién era y aunque hicieran guardias esperándola, jamás la encontrarían.
Descanse esa noche, pero empecé a planificar como hacer frente al ataque que preveía.
No me costó mucho, pues esa manía que tengo de plantearme problemas estúpidos e innecesarios, como gimnasia mental, para mantener ágiles los reflejos, me ofreció una solución sencilla pero efectiva y que no pudiera ser, en momento alguno, considerada como un arma preparada de forma premeditada: una pastilla de jabón.
En el economato de los presos solo vendían Heno de Právia, por lo que tendría que apañarme con eso aunque lo más idóneo era el Magno de La Toja que no se vendía y hacérmelo traer desde el exterior si se podría considerar como premeditación.
A la mañana siguiente fui al economato, compre mi pastilla de jabón y me metí en “vestuario” para pasar el tiempo hasta que, tras recoger la comida, me metieran en la celda.
Los clientes más asiduos, los que estaban más tiempo, llamaban a la celda “el chabolo”
Era un espacio de 13 pies de ancho por 17 de largo, siendo la unidad de medida mis pies del nº 45 y en ese espacio había una placa turca como wáter, un palanganero anclado a la pared, una palangana de medidas exactas para que ajustara, llena de agua, en la placa turca y así impedir que las ratas entraran por la noche y nos mordieran, que había pasado muchas veces a los incautos que no tomaban esa precaución.
La palangana, seamos piadosos, estaba esmaltada de porcelana, aunque la verdad era que tenía más picaduras y desconchones que pecas tiene un nórdico tras una semana al sol.
Y dos literas triples en la que dormíamos seis personas.
Es muy raro que en un espacio pequeño donde hay mucha gente, no surja el estúpido de turno que pregunta lo que ve y no piensa que pregunta lo que no le importa,  y eso que a los pocos días, cuando no horas, de estar en la cárcel ya te ha llegado la “onda” de que se jode a los preguntadores.
Y entre los ocupantes de tamaño espacio, había un argentino no muy alto, rellenito, pero que debía verse como JR, el protagonista de la serie “Dallas” de pleno existo por la televisión por entonces, que me pregunta para qué estaba metiendo una pastilla de jabón en una toalla de las manos.
Me lo quedé mirando, también los otros cuatro  que estaban en la celda, y lo más suave que pude le dije que como yo era muy asqueroso y tocaba tanta suciedad, me lavaba las manos siempre que podía y para eso llevaba ambas cosas.
Había uno que tenía más conchas que un galápago, todas salidas en las cárceles, que le contentó de mala manera que si no quería tener problemas con nadie, no  preguntara que no le importaba.
Este argentino estaba en la cárcel como preventivo por un delito de proxenetismo masculino y por lo que se oía por la noche en la celda, gozaba de una libido muy exaltada derivada a la práctica de solos de flauta en literas sucesivas hasta que llegaba hasta donde yo estaba y le decía que yo era sordo para esa música.
Nunca supe si mis negativas le excitaban o si demolía su autoestima como flautista conquistador, pero el caso es que un día, cuando estaba en las duchas enjabonado, note que me acariciaban los glúteos.
Me volví despacio y allí estaba aquel idiota que no entendía nada.
Empezó a mover sus manos hacia la parte de delante mía, cuando le hice un gesto de que esperara.
Se paró, me eché agua  y recogí la toalla doblada y empecé a decirle que yo era descendientes de árabes cristianizados pero que aún seguía la norma de no comer carne de cerdo.
Puso cara de no entender y me preguntó que qué quería decir, así que moviendo la toalla con fuerza le di un golpe en el vientre al tiempo que decía: “¡¡Esto!!
Se llevó las manos al vientre y cayó de rodillas pero con mi mejor sonrisa le dije que lamentaba que hubiera sufrido un corte de digestión y de que estaba seguro que no diría nada, porque si hablaba, cuando me sacaran de las “americanas”, si aún estaba él allí, sabría quién era yo cuando me enfadaba.
Me sequé y salí de la ducha seguro que donde le había golpeado no presentaría ni enrojecimiento ni moradura, porque es la única parte del cuerpo donde se puede golpear sin que aparezcan hematomas en el momento, además de que los funcionarios pasaban olímpicamente de los ajustes entre presos sin testigos y si no había sangre.
Y empezaron a pasar días y cuando algún funcionario me pedía que lo enseñara, siempre le decía lo mismo: es para evitar contagios y no pasaba nada.
No había vuelto a ver a la parejita e incluso pensé que los habían trasladado de cárcel, pero yo seguía prevenido cuando pasaba a otra galería o andaba por el patio.
El argentino seguía en la misma celda conmigo, pero se contenía más que lo hace el agua en un pantano.
Pero un día, cuando menos lo esperaba y mientras bajaba las escaleras de la enfermería, no muy anchas, veo que sale de detrás de una columna cuadrada el de la pistola con una chuchara en la mano y empieza a subir corriendo los escalones que nos separaban.
Supe que no tenía tiempo de sacar el jabón del bolsillo y meterlo en la toalla y pensé en cogerle la cuchara aunque me cortara como me paso cuando le quité la navaja a un marinero borracho, pero resbaló y mi el cielo abierto.
Me cogí a la barandilla con la mano izquierda y flexioné un poco la pierna y levanté con todas mis fuerzas la derecha asestándole una patada con la planta en  el pecho que lo lanzó hacia atrás como un muñeco.
Me incorporé y baje tras él para cogerle la cuchara que llevaba en la palma de la mano y el mango entre los dedos mientras el trataba de clavármela.
No estuvo hábil y se la arrebaté, me la acoplé a la mano y le estaba apoyando la punta en la papada cuando me dieron un empujón que me tiró al suelo, sin soltar la cuchara.
Era un funcionario que salía de la enfermería y había presenciado la escena  y que no paraba de gritar llamando a los otros funcionarios que llegaron mientras los dos estábamos aún en el suelo.
Gritaba que no nos moviéramos y nada más se puso uno a mi lado, solté la cuchara.
El guión siguió su curso y nos llevaron a las “americanas”, en celdas no contiguas.
Una vez allí me fui serenando y tuve que reconocer que los de mi pueblo tenemos razón al decir que a todos los idiotas se les aparece la virgen y a ese mal nacido fue con la imagen de un funcionario imprevisto.
Supe en aquel mismo instante que se me complicaban las cosas y todo lo planeado, sobornos incluidos, no servía ya para nada y que el tiempo seria el notario que confirmaría que todas mis premoniciones dichas antes de entrar a la cárcel, se cumplirían.
Nadie imagina lo que significa saber de antemano lo que te va a suceder y no poder hacer nada.
Vino a verme el jefe de servicios y me preguntó que por qué quería apuñalarme el gitano y sin decir palabra me quité la camisa y puse mi espalda frente a él.
Cuando volví a mirarle la cara estaba aún con ojos de sorprendido.
Recuerdo que dijo serio: “¡No te mató de milagro!”
Le respondí: “ahora quería rematar la faena”
Y me preguntó que por qué venia ese odio y le expliqué que había pasado en el campo de futbol del San Isidro cuando me robaron.
Cuando me callé en el relato, se fue.
En las americanas estuve como un mes, podía haber marcado en la pared con una raya los días, pero es que me importaba un pito estar en donde estaba o en otro sitio.
Tenía una condena bastante larga y lo que me sobraban eran días.
El que me traía la comida, otro preso, me informaba de los comentarios del patio y confirmaba que el otro estaba tres celdas más hacia el fondo.
Pero allí lo mejor era estar callado y no dar un pretexto a los funcionarios para que aligeraran sus tensiones moliendo nuestros huesos a palos.
Y un madrugada encendieron las luces y vinieron a buscarme, me esposaron dos guardia civiles y me metieron en “el kanguro” con un par de docenas más de presos y en ayunas, nos llevaron a lo que luego supe iba a ser mi “hotel” favorito por casi tres años: el “Sangonera Palace”, ubicado en un páramo a las afueras de Sangonera la Seca
No lo volví a ver nunca más.
Se iniciaba una etapa de mi vida que ni en pesadillas hubiera podido imaginar.
Pero era mi destino.

60.- EL TIO PICHOLO

Calera y Chozas era, en aquellos años de la posguerra, un pueblo al que el nombre dejaba enmarcado y bien definido con alguna cosa que lo diferenciaba de otros que estaban tan empobrecidos como el resto de España: pasaba casi por el medio la carretera general de Extremadura y tenía una estación de ferrocarril por el que pasaba, arrastrado por una máquina de vapor que tiraba humo negro a mansalva, el “Lusitania”, expreso que tenía el mismo nombre que el trasatlántico que hundieron los alemanes en la 1ª Guerra Mundial frente a las costas de Irlanda.
Era un tren de casi lujo que unía Lisboa con Madrid y la vía servía, al mismo tiempo, como cordón umbilical para transportar la comida de Extremadura y Portugal para los alemanes durante la 2ª Guerra Mundial.
Y el cura, personaje típico donde los haya que a los pobres hacia el responso en la iglesia y los dejaba llegar al cementerio solos.
Creo que era una cuestión de dinero aunque ahora, a mi edad, lo defino como falta de caridad cristiana y ética.
Pero tenía otra virtud aún más sensacional, que nunca he olvidado y que todo el pueblo sabía: celebraba misa temiendo en el bolsillo de atrás una pistola.
Era tiempo de maquis, cierto, y de ajustes de cuentas, pero lo que me impresionó entonces y más ahora, fue su fe ciega en Dios y en su pistola.
Cuando le dije a mi padre lo que hablaba la gente, no me contestó ni hizo comentario alguno al respecto nunca, lo que más adelante me confirmó que si el cura la tenía era porque se la habían facilitado ellos.
Fuera de eso, el pueblo no tenía nada que resaltara si exceptuamos que era tanta la miseria que reinaba que los niños que morían de familias pobres eran enterrados envueltos en trapos, los veíamos en brazos de su padre pasar por delante de la puerta del cuartel camino del cementerio y la mortalidad era muy elevada  entonces, pues no había otras medicinas que se pudieran conseguir que las hierbas que se recogían en el campo al que acudía mi madre, llevándonos de la mano a mi hermana y a mí.
El cuartel era grande para aquellos años, dos pisos y galerías interiores y un patio central donde juagábamos todos los chiquillos, porque no nos mezclábamos con la gente del pueblo.
Por delante del cuartel pasaba la carreta que llevaba a la estación dejando a un lado, subido en un cerro pequeño el cementerio, con paredes encaladas y una puerta de hierro y en la estación siempre había una pareja de guardia civiles por aquello del “Lusitania” y los mercancías cargados de comida.
Aunque era un crio de cinco años, alguna vez había acompañado a mi padre para de esta forma dejar a mí madre tranquila  bregando con mi hermana, que ya tenía dos años y se pasaba el día dando guerra y llorando.
Era un  lugar privilegiado el cuartel porque veías pasar los entierros, al cartero que llevaba las cartas al tren correo, los carros cargados de mies en verano, de uva en octubre, de sarmientos después y estiércol en invierno.
Aún había algunos carros tirados por bueyes, pero la mayoría lo eran arrastrados por mulos y cuando no pasaba nadie, nos acercábamos a ver los coches que circulaban por la carretera de Extremadura.
Había topolínos de la Fiat, eso lo supe más tarde, otros de marcas que ya he olvidado y estaban los más grandes que todos conocíamos como “haigas”.
Así se llamábamos a los coches de la escolta de Franco o los Mercedes de los gerifaltes, o de los embajadores o de los ricos.
Pasaban cada día dos clases de autobuses diferenciados: la “Duhalde” y la “Sepulvedana”, siendo los de la primera los que más me llamaban la atención  porque eran tan antiguos que llevaban en la baca, encima del techo,  el depósito de gasolina al que subía el chofer a sujetar la manguera que salía, como una tropa delgada de un elefante, de un poste surtidor pintado de rojo que tenía en el centro  una palanca que accionaba la bomba, dos cilindros de cristal con marcas y números que indicaban el estado de llenado de los mismos y la válvula de descarga.
Ver llenar el depósito era un espectáculo pues el olor de la gasolina llenaba todo alrededor.
Ambos autobuses llevaban baca, aunque solo los de la “Duhalde”, además de las maletas atacadas con hatillos de esparto, iban otros bultos de toda clase, e incluso permitían subir gente si el interior estaba completo.
Eran tiempos heroicos pero inolvidables en que siempre tenía los ojos muy abiertos y la boca cerrada dado que a la primera de cambio, si preguntabas lo que no debías, el bofetón que recibías era de órdago.
Eso esa Calera en aquella época.
Durante bastantes años fue cartero un mutilado de guerra que cargaba su cartera de cuero en el lado de su pierna buena y se apoyaba en un grueso bastón al andar y así caminaba.
Completaba su descripción la gorra que tapaba su incipiente calva y que lo libraba de los rayos del sol en pleno verano y lo calentaba en invierno.
Mi padre decía de él que sabia tanto del pueblo que no había más que preguntarle por cada una de las mujeres de allí y te decía cuándo les venía el periodo mejor que lo sabían sus maridos o sus novios. 
Así que basándose en esa idea y aprovechando la información que se escondía bajo aquella gorra de paño, cuando pedían, desde Talavera, o Toledo, o de donde fuera, informes sobre alguno de los habitantes, mi padre se acercaba a casa del cartero y traía medio hecha la ficha del individuo que incluía su afección y fidelidad, o no o su indiferencia, a los vencedores de la guerra.
Pero el cartero,  ”el Cojo”, se retiró.
Creo que es mejor aclarar desde este instante que en los pueblos pocos conocían el nombre completo de nadie, salvo los civiles y el cartero y para el resto solo existía el mote, que con dos sencillas pinceladas retrataban al poseedor mejor que su nombre.
En la plaza había un bar donde se citaban los del pueblo sin otra invocación que “nos vemos en el Chato”.
Se llamaba Andrés, pero si preguntabas por él, no sabían quién era.
Y el nombre le venía porque aun siendo cristiano bautizado, Dios fue generoso con él y le puso una nariz similar a un alfanje moro
Y lo que me llamaba la atención y obligaba a hacerme preguntas, la inocencia de los pocos años, cómo era posible mantener la vertical con aquel apéndice tan descomunal y no irse de morros al suelo.
Milagros del equilibrio inestable.
Bien, para sustituir al cartero trajeron a un joven ligero de carnes, en aquellos años heroicos no había gordos, que también resultó de piernas según acreditó en el momento adecuado.
Pienso a estas alturas de mi vida que “el cojo” lo adiestraría en el desempeño de su función además de instruirle adecuadamente para que pudiera traducir al español, los nombres y direcciones de los vecinos que recibían cartas desde otros sitios, porque cartas había que dejaban la escritura de los médicos en las recetas como ejercicios de caligrafía en un monasterio de clausura, si es que hubo alguno. Sé que la carne es débil y propensa a los errores y estropicios, pero siempre concedo que todos nos equivocamos y con la edad, tenemos olvido.
Y eso debió pasarle “al cojo” con el nuevo porque una noche de verano, no sé si en julio o agosto y llevando ya tiempo en el cargo, salió con calma para entregar y recoger en la estación la correspondencia que venía en un tren que llamaban “el correo de Extremadura”.
El nuevo cartero parecía despierto y en poco tiempo demostró que tenía aspiraciones ganaderas comprando dos vacas lecheras y comenzó a cortejar a las zagalas del pueblo y los más dotados de ingenio y mucha mala leche, enseguida lo bautizaron como “el vaquero seductor”.
Aquella noche era de luna llena o muy cercana porque la carretera de machaca se veía bien y todos los contornos nítidos, así que arrancó de su casa y pasó por delante del cuartel y continuó confiado hacia la estación aproximándose hacia el cementerio, donde destacaban las paredes enjalbegadas, que quedaban como unos dos metros y medio por encima de la carretera.
Continuaba su caminata cuando en el silencio tan impresionante que tienen las noches en aquella tierra, comenzó a oír unos golpes rítmicos que cada un poco paraban unos momentos y se reanudaban de nuevo. Pensó que venían del cementerio, pero rechazó la idea porque quién iba a estar a esas horas allí, así que haciendo de tripas corazón y conjurando, seguro, sus ganas de dar la vuelta y regresar al pueblo siguió caminando aunque más de prisa oyendo cómo los golpes sonaban más cerca.
Y cuando faltaban pocos metros para llegar a la altura de la puerta, cesaron los golpes y el silencio era sepulcral, nunca mejor dicho.
Se paró un momento y giró la cabeza para mirar a la puerta y vio aparecer una figura vestida de blanco que miraba hacia donde él estaba iluminado por la luna y que al verlo allí parado, gritó: “¿Qué horas es?”
Ese principio físico de que no se puede pasar del reposo al movimiento sin una aceleración previa, cayó pulverizado  cuando el cartero de un salto salió lanzado, como un bólido de carreras, camino de la estación a donde llegó con más velocidad en los pies que el Mercedes de Juan Manuel Fangio cuando ganó las 24 horas de Le Mans.
Comentó mi padre que los golpes de la carrera se oían desde lejos y que despertaron la curiosidad de los dos guardias y la del jefe de estación que, con cara compungida, exclamó que algo grave ocurría en el pueblo para que alguien viniera corriendo a esa velocidad.
Llegó jadeando, asustado y para darle un síncope, por lo que trataron de serenarlo porque debido al esfuerzo realizado y el jadeo no podía articular palabra.
A su lado constataron que aún a pesar de su evidente terror, había controlado sus esfínteres, porque no olía.
Ya más tranquilo y recuperado el resuello fue capaz de hablar, y mientras ese instante llegaba mi padre, que había sacado la petaca y el librito de papel de fumar, se lió un cigarro, le pasó los trastos al otro guardia y al acabar éste, se lo ofreció al cartero, pero era tal el temblor de sus manos, que mi padre recogió la petaca y se lo lió.
No era cuestión de desperdiciar el tabaco que estaba racionado y aunque era muy malo, era lo que había y con la mala leche del pueblo,  habían bautizado la picadura con el pomposo e irónico nombre de “Caldo de Gallina”.
 Picadura infecta de efectos colaterales beneficiosos: pues tenias que abrir las ventanas incluso en invierno si lo fumaban dos en la misma habitación si no querías asfixiar a todos manteniéndolas cerrada.
Y podían considerarse afortunados, porque los más pobres fumaban hojas de patatas secas mezcladas con la de higuera
Por fin pudo hablar y relató lo acontecido y mi padre, nada más escucharlo, dijo: “Ese es el tio Picholo que estará cavando tumbas a la fresca por si hay muertos y no se ha enterado que el otro cartero ya se ha retirado y como lleva años haciendo lo mismo, cuando ha calculado que estaba al pasar el cartero, ha salido y ha preguntado”
Esta explicación, que seguramente habría tranquilizado a un muerto, no convenció del todo al nuevo cartero que dijo que esperaría al relevo para volverse con los dos guardias.
Y así hicieron y a medida que se acercaban hacia el cementerio, comenzaron a oírse los golpes rítmicos y las pausas correspondientes y al llegar frente a la puerta del cementerio gritó mi padre: “¡Tío Picholo, tío Picholo somos los civiles!”
Cesó el ruido y por la puerta del cementerio fue emergiendo la figura de un hombre flaco con una camiseta de manga corta que una vez fue blanca y unos calzoncillos largos blancos, de aquella época, conocidos  como “marianos”.
Le dijeron que menudo susto le había dado al cartero que no sabía de su costumbre de cavar de noche para ahorrarse sudores durante el día.
El tío Picholo si dijo que se había quedado sorprendido al ver salir corriendo a un hombre cuando le preguntó la hora sin entender por qué corría y le reprochó que no hubiera contestado.
A todo esto el cartero estaba mudo y no paraba de mirar  al sepulturero y dentro del cementerio,  hasta el punto de que éste último le dijo que no había lugar más tranquilo y seguro que el cementerio y que a quién si tenía que tener miedo, era a los vivos.
Se fumaron un cigarro y cada uno siguió su camino y después de un poco, el cartero, “el vaquero seductor” para el pueblo, le comentó a mi padre que no era tan grande el hombre y de cerca aún era menos.
Mi padre le dijo mientras andaban que el miedo hace ver gigantes a enanos  e incluso cosas que no existen.
Supongo  que el cartero ya no necesitaba ya correr como un campeón de cien metros, pero doy por hecho que durante algún tiempo, cada vez que pasara por delante del cementerio, se le erizaban los pelos del cuello.

61.- LAS ACACIAS…

Llora la luna incrustada en la capa azul intenso del cielo en esta mañana fría y hermosa mientras contempla cómo las palmeras y la araucaria están mohínas y quietas soportando con paciencia el dolor que produce contemplar las acacias muertas.
No se ve clara la luna porque sus propias lágrimas la difuminan mientras camina hacia su cuarto menguante, tras habernos proporcionado el día 30 un festival de belleza y hermosura cuando estaba llena, enmarcada en un cielo lechoso a su alrededor y cuajado de millones de ojos arrobados en forma de estrellas.
Fue un éxtasis para los ojos de los enamorados de la noche y un dulce para el alma comprobar, fuera de toda duda, que ese cuadro era fruto de un milagro realizado por algo infinito que tiene sembrado el universo entero de maravillas. Pero esta mañana, cuando aún el sol no iluminaba las paredes de los edificios de ladrillo rojo del otro lado de la vía, he comenzado a oír las voces destempladas de alguien, seguramente sin mucha seguridad en sí mismo, que para ordenar necesitaba gritar, diciendo que las acacias impedían el paso del metro.
Y aunque no se ha hecho el silencio en esta carretera en la que parecen los vehículos atravesar el pueblo como si estuvieran en una carrera, he oído un ruido extraño que me ha hecho recordar la moto sierra que usaba cuando en los incendios talaba los pinos para hacer cortafuegos.
Pronto la realidad me ha convencido de que era una moto sierra que rugía mientras la cadena despiadada cortaba los troncos de la acacias que, uno a uno, desaparecían tras el paredón al ser cortados.
Ni las palmeras ni la araucaria movían sus ramas sobrecogidas por la crueldad y dureza del momento.
Y una tras otra han ido desapareciendo de mi vista mientras abandonaban la vida dejándonos huérfanos y solos a los que las amábamos.
Luego, tras un silencio de llanto, agonía y tristeza, otra sierra ha comenzado a trocear los esbeltos troncos, que como soldados muertos en una guerra, yacían en el suelo.
Siempre suceden milagros aunque la mayoría de las veces no los vemos pero tengo la sensación de que hasta el tráfico ha querido rendir homenaje a la muerte de un paisaje, sencillo pero hermoso, guardando silencio mientras se desvanecía la vida y abatían los troncos.
Pronto he oído como sobre la caja metálica de un vehículo caían los trozos, teniendo la extraña sensación de que era el redoble de los tambores en la edad media cuando se producía, en las plazas de los pueblos, una ejecución.
Era el redoble siniestro de la ejecución de unos árboles que no había hecho mal a nadie pero invadían el paso de lo que llamamos el progreso.
Me han robado y muerto un paisaje cercano que me ha acompañado en este verano seco y caluroso con la música de sus hojas aunque a mis oídos no llegaba, con la cadencia de sus ramas que se movían estremecidas y gozosas al ser abrazadas por el viento y eran, con su silencio y falta de movimientos, los centinelas que me advertían, al apartar la cortina de protege mi intimidad en la casa, que la vida continuaba, que el cielo azul estaba arriba y que no tenían prisa para esperar que la brisa, ese beso del mar con sabor a sal y algas envuelto en viento, llegara.
Me levanto un momento y la luna, en su congoja, se ha tapado la cara y casi desaparecido entre los pliegues de unas nubes misericordiosas que no quieren que veamos cuando llora.  
Siento mi espíritu vacio al no poder mis ojos seguir contemplando el regalo que la naturaleza me dio sin plantarlo de unos arbolitos de flores bancas que han acompañado mis días y mis noche mientras, tras la rejas de mi casa, contemplaba el horizonte.
Cierro mis ojos y aún las veo.
Es el regalo de ese algo infinito del que formamos parte que dotó al hombre de algo místico, mágico y sobrecogedor como son los recuerdos y es gracias a esos recuerdos que podré sentir ánimos cuando la adversidad y el desconsuelo me golpeen y ya no pueda dirigir mis ojos a tan hermoso cuadro que acaban de destruir.

62.- LOS CONEJOS

Hacía poco tiempo que había llegado a la península desde el hospital de las Palmas con el balazo del vientre cerrado y con el de la frente, nada y menos gracias a la calidad del acero del casco alemán, que era el que por aquellos entonces utilizaban  las tropas españolas, y a la acreditada de mi cabeza que demostró, sin lugar a dudas, que los Abad es lo más duro que tenemos.
Bien es verdad que llamaba la atención ver al final de la cara tan  quemada por el sol del desierto, una cicatriz con color de carne, pero eso solo se notaba cuando me quitaba el gorro cuartelero o el de paseo.
Estaba delgado pero fuerte, siempre serio y con la piel que no cubría la ropa, casi negra, hasta el punto de que en el cuartel de Zapadores, empezaron a llamarme “el negro”, siempre por lo bajini, pues pronto se corrió la voz de que no toleraba una broma y si alguno se engallaba, la cosa acababa a bofetadas, porque me importaba ya un pimiento que me metieran en el calabozo, pero aquel aprendía modales y yo me acercaba al licenciamiento
Llevaba aún la ropa de camuflaje para andar por allí dentro, en las marchas y maniobras, pero ya no pertenecía a la unidad de asalto, porque me pasaron a Transmisiones como conductor del comandante Meyer y del Reo que arrastraba la Angli 9.
La Angli 9 era un sistema de transmisiones que  podía hablar con todas las unidades en combate o de maniobras y que cuando no estaba fuera del cuartel, se situaba en el patio y conectaba a una antera de 22 metros de larga, igual que en los submarinos y los barcos, tendida entre dos postes, que  servía para interferir las emisiones de radio que emitía, desde la Rumania de Ceauçescu, al que mataron con su mujer como si fueran perros, para España  con las mentiras, medias verdades y propaganda que el partido comunista de Carrillo, ese que ha muerto hace poco sin explicar por qué mando fusilar a tanto miles de seres humanos en Paracuellos, con el pomposo nombre de “La Pirenaica”. 
Aquella Angli 9 era realmente buena y “apagaba” las ondas de aquella otra en toda la zona central del Mediterráneo.
Lo sabía porque muchas veces, cuando estaba de guardia o de refuerzo, me acercaba a la emisora y me sentaba, si estaba, con el sargento Capel y mientras le invitaba a fumar aquel tabaco cubano de liar entrado de contrabando por el puerto que se llamaba Gener.
El estuvo en USA durante algunos meses para aprender a manejar la emisora, repararla si se averiaba y hacer que sirviera para otros menesteres como el que he descrito más arriba.
Hablaba de cómo comen los americanos, los problemas que tuvieron porque no encontraban comida salada, el desprecio poco disimulado que les tenían a los destacados, había Angli 9 en cada Capitanía General en España que cubría las comunicaciones y hacia de paraguas para las interferencias.
Lo pobres que éramos los españoles a su lado tanto, en medios materiales como en tecnología.
La Angli 9 era una máquina por completo silenciosa que en el cuartel se alimentaba de energía eléctrica directa y fuera de él mediante un potente grupo electrógeno que, además, alimentaba los otros servicios del puesto de mando de transmisiones en las maniobras.
Aunque España había mejorado mucho desde el 53, cuando llegó la leche en polvo y la mantequilla salada a las escuelas, que hizo empezar a crecer a los españoles por el tratado de defensa mutua de Franco con Eisenhower, el ejército recibió los restos del material militar de la guerra de Corea y los primeros Reo cuando entre a hacer la mili.
Eisenhower llegó a un acuerdo con Franco, cuando se convenció de que ni para derrocarlo  los perdedores de la guerra civil se ponían de acuerdo y que el comunismo buscaba la primacía mundial, sabiendo que el estrecho de Gibraltar, se podía cerrar, en caso de necesidad, con un simple tirachinas, además de estar bien atrincherados los ingleses en este lado.
Diseñaron lo de la base naval de Rota y el oleoducto que llegaba a Zaragoza pasando por Torrejón de Ardoz, donde estaban los bombarderos estratégicos y en Zaragoza los tanques estratosféricos para abastecer en vuelo a sus fortalezas volantes.
Todos salimos ganando y los españoles, mejor alimentados, con más tecnología, comenzamos a prosperar.
Estaba Castiella de Ministro de Asuntos Exteriores y fue Vernon Walters el traductor entre ellos, pues hablaba, aún a pesar de no haber ido en su vida a la universidad, inglés, francés, portugués, español, italiano y bastante buen alemán.
Y en algún sitio y en letra pequeña, estaría el suministro a España de sistemas de telecomunicación mejores que los PRC6 y PRC9 de la guerra de Corea y las emisoras de válvulas que descargaban las baterías a los diez minutos de conectadas.
Razón por la cual España se sembró de antenas de radio especiales, como la del cabo Estartit, Guardamar del Segura, que la montaron indios navajos que no conocen el vértigo, El Toro y la Aitana, donde además emplazaron el más potente radar que se fabricaba entonces para inspeccionar cientos de millas del Mediterráneo, donde patrullaba la Sexta Flota.
Al acabar de estudiar, ingresé en el ejército, siendo el mío el último reemplazo que hizo dos años de mili.
Nos daban ropa a medida…”que ibas llegando” y alguna de las prendas procedían de la usada por las quintas anteriores licenciadas, sobre todo los tabardos, que se mantenían de pie sin necesidad de sujetarlos.
El resto del equipo era dos calzoncillo de bragueta abierta, dos pares de calcetines de color caqui, dos camisas de uniforme, dos camisetas blancas y un estuche con una maquinilla de afeitar desmontable, una cuchilla que parecía, la primera vez que la usabas, que la habían utilizado para segar los trigales de media España, un plato de aluminio, una cantimplora y unas botas, además del uniforme.
Aquello eran botas de puro cuero argentino, sacado de las vacas con las que hacían el rancho en frio, latas redondas que nos suministraban en las marchas y a las unidades especiales cuando las enviaban al monte por casi una semana  y que solo podíamos abrir con el machete.
Las fabricaba Segarra en un pueblo de Castellón, Vall de Uxó, y eran tan buenas que te duraban más que los pies.
Esta empresa empezó suministrando calzado al ejército alemán y después a nuestros soldados, que entonces no eran tan altos como ahora, por lo que cuando llegaba un ejemplar como yo que media 1.80 y gastaba el 45, se consideraba como una anomalía genética en la raza, de ahí que botas normales no hubieran y me largaron unos botos alemanes perfectos que aún conservaban las herraduras en los tacones.
Esto llamaba la atención cuando ibas por la calle y, sobre todo, por las noches cuando, tras una marcha, llegabas bien entrada la madrugada a la compañía haciendo ruido de herraduras, lo que despertaba a alguien que, amparado en el anonimato y la oscuridad, te gritaba “¡Caballoooo!”, puntualización que sin fallar una sola vez recibía un “¡Tu padre, hijo de puta!”.
Después reinaba el silencio porque ya se tenía idea de qué genio gastaba.
Éramos la segunda generación de la posguerra y los cuarteles estaban casi vacios, por lo que un conductor tenía asignado el mantenimiento de varios camiones, Dodges ¾ y jeeps y, a veces, salías de guardia de 24 horas por la mañana y entrabas por la tarde de refuerzo toda la noche y por la mañana debías salir con el desayuno a Monteolivete y después con el Reo a abastos.
Se dormía cuando se podía, pero no había otra cosa.
El rancho se hacía en la cocina y se repartía a los cabos para que con dos calderetas de aluminio recogieran el primer y segundo plato y lo repartieran a los cinco hombres que tenía bajo su mando.
Aquella vida era dura y más si estabas fuera de casa, pero esa circunstancia te permitía conocer mundo, descubrir otras costumbres y formas de ver la vida, abrir tu mente a otros razonamientos y a soltarte de las faldas de tu madre, por eso, salvo los voluntarios, los de reemplazo era destinados a otras regiones militares, a Ceuta, Melilla, Canarias y el territorio español del Sahara.
Y al volver a casa, todos, absolutamente todos, regresaban siendo otros o muy cambiados: se habían hecho hombres.
En mi reemplazo solo había otro soldado, con quince dioptrías en los ojos, que tenía una carrera, la de maestro y como veía muy poco de lejos lo designaron para que enseñara a leer a tantos analfabetos como venían en los reemplazos.
Suprimir esa dispersión, creo, ha sido un error que, además, ha fomentado la desunión.
Mientras estuve en el cuartel de Zapadores, no demasiados meses hasta que me licenciaron, mi tarea consistía a las 7.30 llevar el desayuno a los que vigilaban Monteolivete, antiguo convento de frailes, posterior prisión de militares y actualmente museo fallero.
Tras eso, cogía un Reo y con el sargento de cocina, íbamos al mercado de abastos a comprar lo que se necesitaba, llegado al cuartel, cogía el jeep y me iba a buscar al comandante de mi unidad a su casa.
Al medio día llevaba la comida a la prisión militar y por la noche la cena.
No me aburría y cuando íbamos de maniobras, agarraba mi Reo con la Angli 9 y su grupo electrógeno y tenía que meterme por vericuetos increíbles para situarla donde querían.
Pocas veces se quedó en llano.
Y ahora solo falta que describa a mi comandante.
Era alto, rubio, hijo de un militar alemán y una española de Carcagente que además de español hablaba alemán, inglés, francés y algo de italiano.
Llevaba un uniforme español, pero solo le faltaba la Cruz de Hierro y nadie hubiera pensado que era de este país nuestro.
Había estado en USA, en Kentucky, donde le enseñaron a él, a Capel y a otros varios, cómo manejar la Angli 9 y cómo hacer para que interfiriera las emisiones no deseadas de “La Pirenaica”, mientras el Sr. Carrillo se paseaba por media Europa, menos en los países comunista, excepción hecha de Rumania, en un Rolls Royce que le había regalado su amigo del alma Ceauçescu.
De Kentucky, además de sus conocimientos sobre la Angli 9, también se trajo su afición hacia un destilado de maíz que se embotellaba bajo la marca “Four Roses”.
Había perfeccionado su inglés y cuando lo hablaba sonaba como si lo hiciera un vaquero.
Tenía una mirada penetrante y su presencia imponía y como era quien era, a la hora de elegir conductores era él quien, a los que habían aprobado el curso, hacia una entrevista. 
Y allí estaba yo ante él firme y tieso como un palo mientras leía una hoja y en un momento dado levantó la vista, se me quedó mirando y dijo:.
“¿Así que tú eres el que ha escrito en el test que hasta ese momento no había pensado suicidarse nunca?”
No me salía la voz, pero pedí permiso para hablar y explicar el por qué de la frase.
 Asintió con la cabeza y comencé a hablar.
“Mire, mi comandante, estábamos desnudos en el patio y apareció uno del botiquín con una caja metálica con agujas y sin más ceremonia, pasó de uno a otro clavándolas en la espalda y al acabar volvió al botiquín”.
“Volvió a salir con una jeringa y una caja con vacunas que llevaba otro soldado, pero ya habían pasado más de diez minutos con la aguja clavada en la paletilla  y con todo al aire como si esperáramos a los Reyes Magos, y con toda calma fue inyectando a cada uno y retirando la aguja de la espalda”.
“Apareció otro con un montón de hojas que nos entregó urgiendo a que nos vistiéramos y a pasar al comedor para rellenarlas y empecé a preguntarme a santo de qué nos habíamos desnudados y para qué si ahora había que correr para vestirnos”.
“Nos vestimos y entramos al comedor y empiezo a rellenar el cuestionario donde aparecen nombre, apellidos, lugar de nacimiento, fecha, nombre de los padres, residencia y a continuación  una pregunta que dice:”Indique el sexo de su padre” y dos más abajo otra en que preguntan si había pensado en algún momento suicidarme, y verá mi comandante, aquello ya fue demasiado, así que  escribí en letras grandes que hasta ese mismo instante, nunca”.
 “¿De dónde eres?”
“Maño, mi comandante”
“Bueno, esto ya tiene algo de sentido. Puedes retirarte”
Nunca llegué a averiguar si el saber que era maño le daba algo de sentido o la explicación de lo acaecido se lo aclaraba todo.
Saludé y salí y la siguiente noticia fue al cabo de unos quince, o 20 días, que el asistente del “capitán Cerilla”, el capitán se llamaba Menchero, vino a decirme que pasara por el 2º Escalón a hablar con “El Capitán Papeles”, de nombre capitán Antolín, al que se le llamaba así porque tenía la manía de pasear por el patio del cuartel siempre mirando al suelo para ver si encontraba algo y cuando lo hallaba, llamaba al primero que pasaba por allí y le ordenaba: “¡Recógeme ese papel y espera por si encuentro otro”. La gente huía del patio si desde la puerta de los cuerpos de alojamiento lo veían pasear.
Y esa era la labor que como conductor me tocaba hacer cinco días a la semana menos cuando estaba de guardia, porque si tenía refuerzo, también lo hacía.
Si me había llegado por “Radio Macuto”, sistema infalible de información en el ejército, que en el bar de oficiales no se entendía por qué se me había escogido como conductor de vehículos para los mandos y que otro comandante había preguntado a Meyer si creía que era el mejor para ese puesto, pero su respuesta fue tajante y enmudeció a todos: “Si, está loco, pero es disciplinado, ha demostrado en Ifni los huevos que tiene y es el mejor conductor que tenemos”
El que pasó la noticia me preguntó qué había pasado en Ifni, señal inequívoca de que estaba en donde estaba por enchufe y que había entrado hace poco, me lo quedé mirando y dije que matamos muchos moros y ellos a nosotros también.
Reconozco que muchas veces mi cara no invitaba a proseguir una conversación. Pensé en aquel instante que, el comandante, me apreciaba sinceramente.
Creo que era un hombre de palabra que se propuso, en algún momento de su vida, jamás pasar sed, no sé si su padre estuvo en el África Korps y su subconsciente se lo recordaba, pero el caso es que trasegaba “Four Roses” como otros bebíamos agua, pero en el tiempo que serví a sus órdenes jamás le vi dar un traspiés ni hablar a ningún soldado de malos modos, no como algunos chusqueros que a las primeras de cambio te daban dos hostias como no te esperabas.
Si es cierto que, si el nivel de lo bebido era alto, mezclaba las palabras en los cuatro idiomas que hablaba y casi necesitabas un intérprete para saber lo que quería, sobre todo en las maniobras en que casi todos acababan igual de bebidos. Ya habían cenado aquella noche los oficiales y los ordenanzas retirado los platos y restos de comida, así que se reunieron  alrededor de una fogata que habíamos encendido  mientras hacían café de puchero en las brasas.
Y empezaron a salir a flote las botellas que llevaban escondidas en los petates mientras el olor del café escapaba de aquella cafetera ennegrecida y con más mierda que el rabo de una vaca.
Primero con unos vasos pequeños que no sé de dónde salieron, después directamente a los cacillos donde echaban el café y más tarde, directamente de las botellas.
A la mañana siguiente, alrededor de las cenizas de la hoguera, el terreno estaba sembrado de cadáveres de botellas.
Las había de Osborne, de Soberano, de Dyc, de Four Roses y hasta una de anís de Chinchón seco que solo pueden beber los héroes sin caer fulminados.
Las risas eran más fuertes, así como la forma de hablar aunque a alguno se le empezaba a notar estropajosa la lengua y a otros morcillona, como si no les cupiera en la boca.
Comenzaron a contar anécdotas cuarteleras, barrabasadas en la academia, recuerdos de otras maniobras, bromazos a compañeros y otra serie de cosas que ya ni recuerdo.  
Y aún cuando casi hablaban todos a la vez, se oyó la voz del comandante Meyer decir, aunque con la lengua algo estropajosa:
“Tolo (Se llamaba Bartolomé, era isleño y capitán) ¿te acuerdas de aquellas maniobras en Almansa que pasamos tanto frio?”
“¡Pues claro que me acuerdo, tomamos el desayuno con más coñac que café!”.
Ya tenía problemas de concentración verbal el capitán.
Prosiguió el comandante Meyer con su narración aunque se le detectaba ya alguna  laguna mental y varios traspiés verbales.
“Fue en esas maniobras cuando en un ribazo me encuentro cinco conejos quietos”.
Todos lo miraron en silencio y uno puso cara de incredulidad.
El no lo sabía, pero le llamábamos “el comandante Sanders”, porque su cara era igual que la del personaje de un anuncio de piensos de engorde para cerdos, que en la televisión, sacaba su cara a través de un  triangulo y decía con voz porcina: “¡yo también prefiero Sanders¡”
“Bajo la mano, saco la pistola de la caña de la bota (tenía la manía de llevar una pistola del 6.35 metida en la caña de la bota alta), la monto, disparo y conejo muerto”.
“Vuelvo a apuntar y pam, conejo al suelo”.
“Apunto de nuevo y pam, conejo muerto…”
Debió ser que me sentí impresionado ante tanta sangre derramada por los conejos o el ver sus vísceras esparramadas o sus cuerpos espachurrados, pero el caso es ya fuera la visión, la emoción o el estallido de mi más grave defecto de no saber mantener la boca cerrada, el caso es que desde el estribo del Reo en que estaba sentado, me salió como un disparo más de aquella noche un: “Mi comandante,  ¿los conejos eran sordos?”.
 El silencio que se hizo era acojonante y solo se oía el crepitar de la leña que ardía en la hoguera.
Se volvió y con sus ojos, un tanto achispados, me fulminó.
Pensé que iba a echar mano a la caña de la bota y sacar la pistola, pero solo se le oyó decir:”cuando llegues al cuartel que te pelen y dos mes de calabozo”.
Luego se dirigió a “Sanders” y le dijo ya más despacio: “Planas, ¿no te había dicho que éste ha vuelto loco de Ifni?”
A no hacer nada en el calabozo se acostumbra uno pronto y me permitía realizar introspecciones de mi vida más reciente, de lo que haría luego y era, también, una forma de estar tranquilo hasta que llegara la fecha de licenciamiento.
Tengo que decir que durante los dos meses que estuve en el calabozo, no me libré una sola vez de tener que ir a buscarlo por la mañana a su casa.
Le abría la puerta del coche, se sentaba, viajábamos en silencio y en el cuartel se abría la puerta y descendía: siempre lo mismo.
Lo dejaba en el patio, se llevaban el jeep y me reintegraba a la pavera.
También intenté con todos los medios a mi alcance tratar de educar a mi boca a guardar silencio, a no decir lo que no debía, pero tengo que reconocer que he llegado a los 70 años sin haberlo conseguido.
Ha sido y es el fracaso más grande que te tenido.
Tal vez es porque en mi ADN, falta el cromosoma que mantiene la boca cerrada.
Pero lo más sorprendente, fue que cuando me licencié recibí un diploma del Coronel del Regimiento y un premio consistente en dos gemelos de camisa por ¡¡¡BUEN COMPORTAMIENTO y a propuesta del comandante Meyer!!!
Y aún conservo el diploma.
Creo que aquél hombre me apreciaba sinceramente.

63.- SOLIDARIDAD…

Solidaridad fue el nombre que un electricista de los astilleros Lenin de Gdansk, la antigua Dánzig de los alemanes, dio a un sindicato independiente de los oficiales comunistas en Polonia.
Se llamaba Lech Walesa aquel joven, un imitador de José Mª Íñigo en el bigote, aunque más famélico, seguramente debido a las penurias que se pasaban en los países satélites del paraíso comunista.
Creo que la gente empezaba a estar empachada  de las bondades que el gobierno decía tenía el pueblo y que era protestada con ruidos extraños por las tripas de los obreros.
Entonces mandaba un lacayo de los rusos que se llamaba Jaruzelski y aunque el hombre aguantaba el tipo, no llegó a hacer el bestia como Janos Kadar en Hungria en el 56, donde aplastó un levantamiento de hambrientos y perseguidos a base de tanques y miles de muertos.
El hombre llevaba gafas con cristales como culo de vaso y tal vez fue esa visión deficiente la que le impidió darse cuenta que tenia, el tal Walesa, un aliado más viejo que él, que había empezado su carrera desde el puesto más bajo como es un cura raso, pero con talento, voluntad y coraje para llegar, con el escalafón y por méritos propios a papa de todos los cristianos.
Un personaje despreciado hasta después de muerto pero que mientras estuvo vivo y solo armado con cuatro evangelios, dos en sendas manos y los otros dos en “el sitio”, pero muy bien puestos, insufló ánimos a aquel jovenzuelo, y a los que le seguían, diciendo bien alto desde el principio los que los demás murmuraban por lo bajo.
Pasó el tiempo y aquello fue creciendo hasta tal punto que el energúmeno de turno en  la Urss, un inválido mental  llamado Andropov, que también llevaba gafas pero veía muy corto, eligió a un pobre desgraciado llamado Popieluszko, sacerdote por más señas, como amansador de las fieras del sindicato, pero algo falló en sus cálculos porque al igual que Daniel en Babilonia, los leones de Walesa lo respetaron y entonces se unió a ellos.
Injuria que no podía aceptar aquella bestia del comunismo, por lo que mandó asesinarlo.
Y como ante la salvajada no se levantó nadie y todo siguió calmado, decidió darle un escarmiento al mentor más conocido del dichoso sindicato inoportuno y que rezando excitaba a las masas más que una paella a un hambriento.
Y mira que fue ciego y bruto, porque no se les ocurrió más que elegir a un turco que, además de musulmán, era de extrema derecha.
Y ese otro idiota, el turco, no se le ocurrió otra cosa mejor que coger una pistola casi de juguete para apiolar a la competencia mientras paseaba por la plaza de su imperio vestido de blanco subido en un coche.
Puede parecer ironía y mentira, pero aquella idiotez poco meditada selló la caída del imperio ruso, que aunque jamás dijeron que duraría mil años como Hitler, solo les aguantó 72 años sobre un colchón de millones de muertos.
En ocasiones el destino tiene reservado cosas que permiten retratar a las personas con precisión al presentarlas ante nosotros desnudas de las apariencias con las que se tapan.
Ocurrió la otra noche en que los inteligentes que diseñaron un desagüe a la salida del pueblo pusieron en evidencia delante de todos los vecinos que no tienen ni idea de hidrodinámica, de compactación se suelos y de las propiedades del agua cuando adquiere gran velocidad, porque ante los sucesivos encharques de la calle al tener un desagüe en una cuneta, no se les ocurrió mejor idea que hacer uno nuevo con un tubo de PVC corrugado de 50 cm de diámetro y colocar la parte inferior del mismo al mismo nivel que la carretera: ya no habían obstáculos para que el agua pasara por encima del asfalto e inundara los campos del otro lado que están yermos.
Y empieza a llover tanto como en el diluvio pero en menos tiempo, así que toda el agua que viene de la parte alta del pueblo solo encuentra un tubo que pasa por debajo de las vías del metro y expulsa el agua directamente a la carretera.
Y aquí viene el derroche de ingenio y fósforo: nadie pensó que en los últimos trescientos metros de la carretera hasta el final del pueblo, no existe desagüe alguno, por lo que el agua que salía por el tubo lo hacía a tanta velocidad y presión que formaba una especie de cilindro de agua que impedía que, la que venía por la carretera, saliera, por lo que empezó a represarse subiendo de nivel y al alcanzar los 15 cm de la acera, empezó a penetrar en los bajos y, entre ellos, a mi casa.
Seguía cayendo agua como si no hubiera llovido nunca al mismo tiempo que los coches, que no disminuían la velocidad para no quedarse parados, formaban olas que barrían la acera, inundaban más los bajos e impulsaba lo que arrastraba dentro.
 Según sabe quién ha estudiado física, al aumentar la velocidad de un liquido este llega a comportarse como una plancha de acero, lo que explica que las piedras reboten en el agua y por este principio la que salía a tanta velocidad por el tubo impedía que la que fluía más lenta, la de la carretera, saliera.
Y eso siguió así hasta que la altura del agua de la carretera sobrepasó los cincuenta cm, siendo esta la altura que alcanzó el agua en todos los bajos. No se si es una regla de física o de las normas de la estupidez humana, pero siempre que hay una situación complicada, siempre aparecen los listos que consideran sus vehículos como anfibios y no normales como el que llevan y acelerando se internan en el agua hasta que llegaron, en este caso concreto, a penetrar en el chorro que salía por el tubo.
Primero fue una mujer en un Opel Corsa blanco, que fue empujada por el chorro de costado hasta meter medio coche en la cuneta inundada.
Después fue un Ford Orión de color azul oscuro.
Tal vez debió pensar que como llevaba en la parte de detrás a una persona minusválida pero enorme y deformada por no poderse mover, seria peso suficiente para no ser empujado por el agua.
La idea era excelente pero le fallaron los cálculos, porque nada más entró en el cañón de agua ésta desplazo el coche de costado y se le paró el motor, quedando  en medio de la carretera con el agua que le cubría media rueda.
 La grandiosidad del espectáculo era tal, que los vecinos de la parte que da a la carretera saliendo a contemplarlo desde sus balcones y para inmortalizar el evento, o para cualquier otra cosa,    desde donde realizaban fotografías con sus móviles, e incluso uno sacó una cámara de video y debió sentirse mientras grababa, por lo menos, un Pedro Almodóvar, cuando no un Dino de Laurentis en sus mejores tiempos.
En eso, dos chavales jóvenes, uno descamisado, descalzo y en pantalón corto y el otro, sudamericano con el rostro atezado y el pelo negro lacio, empiezan a dirigirse al Corsa casi volcado porque vieron a una persona dentro.
Se acercaron y se encuentran con que la mujer llevaba en brazos un niño mientras el agua seguía golpeando el coche aunque con menos fuerza.
Se ponen a gritar y un boliviano y un español se acercaron, con el agua más arriba de las rodillas y haciendo fuerzas lograron abrir la puerta y pasarse de mano en mano al crio, que aterrorizado, estaba llorando hasta que se dejó a la esposa del boliviano que estaba con él en el patio.
Se reúnen de nuevo las cuatro personas y se va a buscar a la madre, que salió y fue andando con su propio pie, aunque cogida por los brazos por los jóvenes que la llevaron hasta el patio donde estaba a salvo su hijo.
Del otro coche bajan dos hombres que dicen que en el interior llevan a una señora muy obesa y minusválida que no pueden sacarla porque no se mantiene en pie.
Se acercan los cuatro al coche y creyeron que se abría el cielo y llegaba el milagro en forma de ambulancia con las luces de emergencia encendida y uno de los jóvenes se planta en medio de la carretera y empieza a mover los brazos para que se detenga.
Dicho y hecho, disminuye la velocidad y se detiene junto al grupo, abre la ventanilla y pregunta que sucede.
Uno de los del coche se acerca y le explica que tiene una minusválida muy obesa que quieren sacar y ahora que ha llegado la ambulancia, sería mejor sacarla del coche y tenderla en la camilla porque no se mantiene de pie.
Aquel abrió ojos como platos y dijo con el mayor cinismo:”¿Qué me baje yo y mojarme? ¡Estáis locos, yo me voy a mi base que allí se está calentito!”
Y sin más, puso la primera y se largó, dejando a los presentes sin palabras y cuando las encontraron y las dijeron, aquel no oyó los mensajes referidos a sus progenitores ni ancestros.
Así que no hubo más remedio que empujar el coche,  atravesar el chorro de agua del desagüe y a base de hacer esfuerzos en aquellas condiciones, llevarlo a un sitio donde no corriera peligro y aguardar a que el nivel del agua disminuyera.
Los dos chavales dijeron de ir a avisar a los conductores que se iban amontonando frente al problema del agua para que dieran la vuelta y fueran por otra carretera y en esas estaban cuando unos 15 m del talud de la vía del metro decidió salir de “paseo” cortando por completo la salida del agua por la carretera abajo.
Piedras del muro, arcillas sueltas, balasto e incluso piezas de hierro, según se vio a la mañana siguiente, que se retiraron cuando la unión de los raíles se dejó de hacer con placas y tornillos y se fueron soldando.
Se pidió ayuda a los vecinos, pero nadie bajó a echar una mano y todo su esfuerzo se limitó a hacer fotografías y a decir que ya habían llamado a la policía porque para eso estaban.
Y por fin apareció la Guardia Civil con sus luces intermitentes azules por un extremo y las amarillas de los vehículos de los municipales.
Unos y otros se apearon y, sin mojarse los zapatos, se dedicaron a hacer los que estaban haciendo los chicos jóvenes, uno de los cuales se limitó a decir que eso si se llama “llegar a tiempo” al tiempo que se retiraba.
No les hizo mucha gracia, pues dijeron que estaban en otro sitio, como si consideraran a los allí presentes tan imbéciles como para pensar, teniendo ya hasta los testículos mojados, que se puede estar en dos sitios a la vez.
Hay respuestas más inteligentes.
Se quedaron mirando a los vecinos aún con el agua a media pierna y ninguno de los cuatro dijo nada, aunque no había que ser adivino para saber qué estaban pensando. 
Apareció un taxi de minusválidos y, tras ímprobos esfuerzos y casi arrancándole la ropa, se sacó a la señora del coche y la metieron en el taxi.
Los dos hombre y la mujer dieron las gracias al irse, una a donde fuera y otro a buscar una grúa porque no se podía dejar el coche encima de una acera tan estrecha como es la de la calle.
Uno de los hombres, lanzó una mirada de desprecio a los balcones y dijo: ¡¡QUE ASCO DE BARRIO!!
Todos los bajos estaban inundados, mi casa incluso con barro.
En el número 41viven 20 familias: solo los bolivianos, padre e hijo, limpiaron el zaguán de entrada, 20 cm más bajo que el nivel de la acera.
En el 43, viven 20 familias: bajaron un matrimonio y su hija porque eran dueños del bajo colindante y vaciaron y limpiaron el zaguán, 20 cm más bajo que el nivel de la acera y en el 45 viven 10 familias de las que bajaron una viuda y su hijo de 15 años.
 No hablamos entre nosotros ni aquella noche ni después, pero uno de los jóvenes hizo un comentario que recibió como respuesta el silencio: “A eso, algunos, le llaman solidaridad”

64.- MELANCOLIA…

No sopla la brisa en este domingo en que ha vuelto a subir al medio día el calor hasta alcanzar los 31º.
Día de lavados, de recogida de ropa y de guardarla en los armarios antes de que llegara el momento de ponerme a hacer la comida que supone un cansancio extra que pesa demasiado sobre los ojos y las fuerzas de quien no ha dormido mucho.
Despertarme a las dos y media de la madrugada supone que o entretienes tu mente en el silencio de la noche y aguardar al amanecer se transforma en un tormento que nada puede aplacar salvo el sueño, ese que ha huido dejándome despierto.
Dejo pues recorrer a mi curiosidad por los recuerdos y entre tantos que tengo no fijo mi atención en ninguno de ellos, sino que van pasando ante mí como lo hacen los soldados cuando desfilan uno tras otro.
Tan solo se detiene un poco más cuando algún hecho del pasado marcó a fuego sobre el alma lo acontecido en aquellos momentos, o fue la vida, con su paso cansino pero inexorable, la que ha ido desgastando la piedra de la paciencia y la resignación para dejar grabadas en ella, como a Moisés le grabó las tablas de la ley Dios, acontecimientos tan profundos que jamás se pueden olvidar aunque nos esforcemos por hacerlo.
Tengo las cortinas corridas porque siento un vacio en el alma cada vez que miro a través del cristal y solo contemplo las tres palmeras y la araucaria, inmóviles o agitadas si sopla el viento, pero en la retina de mis ojos permanecen vivas las acacias acariciando el viento con sus hojas de verde intenso que habían comenzado a pasar al amarillo como preludio del otoño y ahora pienso que lo hacían presagiando su próxima muerte.
Pasa el metro ahora y disminuye su marcha al pasar por la zona donde 15 metros del talud de la vía inició un paseo cuando con más fuerza azotaba la lluvia.
No tardarán mucho en iniciar el regreso aquellos que salen en domingo a saciarse de campo o a olvidar la cárcel que siempre son las casas y más cuando están hacinadas como ocurre en las capitales y los grandes pueblos.
Hablaba el otro día con alguien que vive muy lejos y tras la dulzura de su voz se oían los trinos de pájaros para mí desconocidos, que me hicieron preguntar si tenía jaulas con ellos.
Pocas cosas logran sorprenderme a estas alturas de mi vida, pero fue tal la sensación de paz y armonía que permanecí en silencio hasta que oí que me preguntaban si continuaba al otro lado del teléfono.
En mi niñez me crié en el campo y desde los catorce años viví en casas apiladas, que como colmenas de personas, llenas están de desertores de los pueblos, ya viejos, que no pueden regresar porque allí lo vendieron todo para comprar lo que hoy son un infierno de aburrimiento, que solo te permite salir a pasear y hablar con otros de, más o menos, la misma edad, que arrastran colgados de su espalda la añoranza de aquello que conocieron en sus pueblos, y de sus descendientes que siguen aquí atados porque la educación de sus hijos, o el trabajo, son la cadena que los hace esclavos.
Pocos son los que en un rasgo de sinceridad contestarían que lo dejaban todo para regresar a la paz que respiran los pueblos, pero si lo hacemos, la mayoría mentirán dando las razones más peregrinas.
Solo que en cuanto pueden, huyen en busca de ese campo, que como paraíso perdido, esperan encontrar entre los pinos, entre los árboles de los huertos, entre las hierbas y en el silencio adornado con trinos de jilgueros, gorriones, verderoles o simple cuervos que, aún con su desagradable canto, nos hablan de una libertad que hemos perdido y que añoramos.
Siguen mis ojos, que miran este teclado sobre el que escribo, viendo las acacias que el otro día mataron.
Es de cobardes no hacer frente a lo que nos ha acaecido, pero juro por Dios que huiría lejos para que cuando volvieran a nacer las hojas en la primavera viera acacias, higueras, almendros y manzanos, ser recibido por las flores y los cantos de esas aves del campo que vuelan libres.
Se enseñorea la melancolía en mi espíritu mientras mis dedos tratan de guardar, para los que vengan luego, cómo fue asesinado un paisaje por la comodidad de que pasara un metro.
Los más cínicos dirán que hay que abrir paso al progreso.

65.- UN LUNES MAS…

Amanece el día envuelto en una capa de rojo y oro difuminado que por el levante preconiza el nacimiento del sol en el Mediterráneo, misma cuna donde nació Venus, la diosa del amor y los besos que se aleja de estas tierras mientras el frio viento del otoño ya cubre las pocas hierbas verdes que quedan de rocío.
Serenidad, calma y silencio en este día en que siendo laboral casi nadie ha aparecido a trabajar con el pretexto de que era entre festivos.
Tal vez por eso los camiones no pasan y el polvo de ese desierto que son los campos resecos, no entra y se deposita sobre todos los objetos que, junto a la puerta de la calle, tengo sobre la mesa.
El día será hermoso como son todos los días de la vida aunque esté nublado o sean lluviosos, porque son nuestros ojos los que le ponen la luz y el sonido a este discurrir del tiempo encorsetado en horas con la que intentamos atar el tiempo, esa eternidad a la que pertenecemos y de la que no nos damos cuenta.
Se oye el ruido de la secadora, monótono como todo lo que es mecánico, en la casa y me produce cansancio al escucharlo, por lo que huyo de la cocina y me acerco sabiendo de antemano que voy a encontrar el vacío dejado por aquellas acacias que adornaban una pared de cloques de cemento y los ojos del que, sentado tras los cristales y la reja de esta puerta, contemplaba el cielo, las palmeras y la araucaria formando un cuadro, sencillo pero hermoso, de una naturaleza que nadie miraba.
Y ahora, recortadas en el azul del cielo, veo las palmeras de las que muchas ramas han pasado del verde esmeralda al marrón de lo muerto.
O era tan hermoso y atractivo su verde que no he visto lo que ahora veo o es que en pocos días, por el dolor de la tragedia han ido muriendo las ramas de las palmeras que, como las canas en el pelo negro de un hombre, forman mechones de un marrón apagado y muerto.
Cuelgan flácidas, como los brazos de un ser cansado, y sin gloria dejando en el conjunto la sensación de que la vida del verano se acaba y viene el velatorio, en forma de otoño, para llegar al invierno en que el que las poda las cortará, sin ningún miramiento, y formarán parte del montón de lo podado a la espera de una cerilla que haga una pira donde desaparezca abrasado un pasado hermoso.
Mejor dejo de mirar y me refugió en mi mismo para perderme por un rato por las arenas del desierto mientras aullaba el viento y los granos de arena, si no te cubrías, herían tu ostro.
Misterio el de aquellas noches con un cielo estrellado en que las estrellas parecían ojos mirando la vida sencilla y dura de aquellos hombres que se resistían a ser devorados por los nuevos tiempos y que soñaban, como sus antepasados, con seguir a lomos de sus dromedarios, recogiendo sus excremente para hacer fuego, el camino de las creencias acrisoladas por las tradiciones y la experiencia de los más ancianos, que miraban, ya casi con sus ojos vacios, un mundo y una realidad en que no entendían y en la que no querían  integrarse porque lo que veían en nosotros les resultaba ingrato, vacio e innecesario.
Si algo aprendí de mirarlos tanto tiempo en silencio es que nosotros nos creamos necesidades en el ambiente en que vivimos y que ellos, en el suyo, que no quieren cambiar por nada del mundo, no necesitan lo nuestro porque allí lo tienen todo.
No se puede comparar una fuente con un charco ni podemos medir con el palmo de un gigante la estatura de un enano de ahí que con los ojos de un europeo solo vemos de lo que carecen sin tener en cuenta que con los ojos de ellos lo tienen todo y lo que ven en nosotros, son trastos y estorbos.
Dejo de escribir un momento y me pierdo por entre las dunas de los recuerdos abrazado por aquel silencio donde podías oír por la noche el latido de tu corazón en la jaima.
Solo lo que hemos vivido en ambos mundos y no nos dejamos dominar por la codicia de atesorar lo que vamos a dejar, mientras desperdiciamos la vida corriendo veloces en busca de algo que ya tenemos dentro, entendemos que sin tener casi nada se puede ser feliz y teniendo en nuestro mundo casi todo, nos lamentemos por lo que nos falta y no apreciemos lo que tenemos.
La verdad es que para vivir en paz, ser feliz y gozar de la vida y belleza que nos dan gratuitamente, se necesita muy poco, aunque la mayoría se lamenta de lo poco que le falta y no disfruta de lo mucho que tiene, porque su mayor riqueza es espiritual aunque él lo ignore.    
Debe ser que hoy es lunes y solo mi mente se aleja de la realidad en la que me encuentro y me hace añorar la paz de aquellos tiempos en el desierto en no que no necesitaba más porque lo tenía todo y me sentí integrado en lo eterno.

66.- UN LUCERO NUEVO…

Solo y semidesnudo, en esta madrugada fresca, veía como destellaban las estrellas en el cielo que contemplo cada vez que puedo como si fuera nuevo sabiendo que es viejo y eterno.
La noche se adorna y engalana con gemas rutilantes y perfectas que mantienen un equilibrio inestable que las mantiene quietas aunque flotan en el vacío.
Misterio más profundo que el definido por Newton con su ley de la gravedad, porque no tengo duda alguna de que todo forma parte de algo inmaterial infinito que, como lo vemos nosotros, es material y finito.
Contradicción similar a la que siente el que distingue el día de la noche sin ser consciente de que mira el mismo hecho desde el mismo lugar pero no en el mismo momento.
Eso es una demostración más de la magnitud de la divinidad que muchos reducen al corsé de una religión con la que intentan constreñir el espíritu del hombre metido en un cuerpo, para que sigan el camino marcado por ellos, verdaderos zotes que solo tienen la inteligencia suficiente como para prometer en el más allá de la muerte un paraíso a condición de que en esta vida en la tierra se mantengan sumisos y obedientes mientras ellos sobrevuelan, como elegidos por los dioses, la adversidad en la que estamos sumergidos todos.
Bien es verdad que hubo, y hay, unos más piadosos que otros, pero lo que tengo bastante claro es que con el báculo del poder divino, solo se daban garrotazos a fin de mantener el poder terráqueo agachando las cabezas, cuando no quemando y esclavizando a pueblos enteros con una ideología mundana envuelta en el ropaje de una esencia divina.
Pero no todos son esclavos de aquellos que se arrogan la sabiduría máxima, que no es tal, sino la contenida en unas mentes estrechas, que retuercen la realidad para hacer real lo que solo es su interés y no existe.
A veces, dentro de ese conglomerado de seres humanos que llenamos el mundo, surgen almas preclaras que con las más sencillas herramientas, como son el humor, la ternura, la verdad y la aceptación de que solo es el corazón el que debe juzgar y no la mente, hacen que el viento de su humanidad barra las brumas de la monotonía y el desconsuelo.
Suelen ser personas que nadie conoce, que necesitan comer como todos, que no buscan el reconocimiento que se merecen, sino solo ser el sol que alumbre a los viejos en su ancianidad mientras, en la solana del pueblo, aguardan la muerte, el aire de los pulmones de los que nacen a la vida y aún no tienen recuerdos y ser el bálsamo en forma de sonrisa clara, cuando no carcajada, que definitivamente rasgue la cortina de las preocupaciones humanas y aleje por unos momentos, o mucho rato, porque cada cual es un mundo similar al de al lado pero por completo distinto, el dolor y los arañazos, que al vivir cada día nos producen las zarzas de la ignorancia, los cardos del desamor y el rechazo cerril de la envidia que nos tienen sin saber, la mayoría de las veces, por qué.
Son seres que han sido tocados, desde la anterior vida que tuvieron, por la varita mágica del destino que al llegar a este momento, envuelto en las convulsiones de la vida, los problemas del trabajo, la desesperación de ver lo que cerca a su familia, hacen de tripas corazón y lanzan destellos para iluminar la noche negra de la desesperanza de los que navegan por la vida sin saber ajustar sus velas y sin tener un puerto donde llegar.
Son luciérnagas que revolotean en la oscuridad de los problemas, relámpagos surcando las nubes, centellas quemando lo inútil, viento huracanado que asola los campos estériles de muchos hombres mientras van sembrando, cual San Isidro de los tiempos actuales, las almas de los que han dejado ya de tener su corazón en barbecho para pasar a ser sembrado.
Pero son tan milagrosos esos escasos profetas, que de eriales de años, incluso de siglos, obtienen ubérrimas cosechas con algo tan sencillo como es regarlas con las lágrimas que del alma brotan cuando ríe a carcajadas.
Conocer a esos elegidos, que casi nadie conoce, puede dar sentido a la vida de un nómada que recorre su destino, al naufrago en su isla desierta que lanza botellas llenas de risas y sarcasmos, de caricias y mimos, de lagrimas y abrazos, sin saber si serán abiertas ni si al serlo, el que lo haga tendrá la sensibilidad o el sentimiento de plantar en su corazón la semilla  más sagrada de la solidaridad humana.
Puede uno cerrar los ojos tranquilo al saber que la cadena de los elegidos no se ha interrumpido, porque aun debatiéndose en las procelosas agua de la vida cotidiana, hay un invencible que está dispuesto a recoger la antorcha del destino y pasarla a quien venga después, encendida con el divino fuego de la risa y el derroche de su humanidad.
Camina el día para coronar su mitad mientras mis ojos regresan de contemplar, en el firmamento de mi vida, el nacimiento de un cometa que pronto se transformará en lucero.
Y podré decir, cuando llegue el momento,  como Simeón a las puertas del templo de Jerusalén al contemplar a Cristo niño: “Ya puedo morir tranquilo porque mis ojos te han visto, Jesús”.


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