UNAS PALABRAS...
Ha pasado casi un año desde que escribí unas palabras para dar inicio a “CARTAS DESDE LA SOLEDAD, II” y hoy, cobijado por el manto de la noche cuajado de estrellas, he concluido “CARTAS DESDE LA SOLEDAD, III”, porque como en la anterior, el blogs en el que las plasmo, no me admite un escrito más, lo que me obliga a iniciar una nueva entrega de mis relatos bajo el número IV.
Ha sido como una cadena de días enlazados para dar formar a la vida de un año, en la que he tratado de seguir siendo yo, plasmar lo que me llama la atención y, al no poder hacer ningún trabajo, abrir el baúl de los recuerdos e ir extrayendo de él los que creo más interesantes, los que me impresionaron, divirtieron o hicieron meditar en su momento.
Y mientras he recopilado lo que conforma esta nueva colección de hechos y pensamientos, ha continuado sucediendo en mi existencia una serie de milagros, físicos y espirituales, de hallazgo de sendas y caminos inexplorados en mi alma que no creí existieran y alguna que otra cosa agradable que me ha hecho sonreír con la grandeza con la que ríe un niño.
Decir que no ha habido malos momentos en ese intervalo seria pensar que los que pueden leerme son idiotas o inválidos mentales, porque no he conocido a lo largo de mis ya abundantes años a nadie al que el dolor, la desilusión y la soledad no haya atacado y porque creo que cada uno tiene suficiente con los suyos, no voy a hacer que por vaciar mi sufrimiento, carguen con los de un extraño.
La edad no perdona y los achaques te recuerdan en cada momento que tu cuerpo tiene desarreglos y que no puedes llevarlo de nuevo al taller de cuando eras joven, así que aceptas lo que tienes al tiempo que descubres que solo es tu cuerpo el que va más lento, mientras que la mente y el espíritu, si los cultivas con delicadeza y esmero, van brillando más en la realidad presente que lo hace la estrella Sirio en el cielo de Egipto.
Y así he hallado que, tanto dentro de mí como por fuera rodeándolo, hay “algo”, no sé cómo definirlo en estos momentos, misterioso, etéreo e indestructible que me acompaña en todo instante y que me ha permitido clarificar y enriquecer la percepción y el análisis de lo que me rodea, hasta conseguir que me considere un hombre muy afortunado que no tiene dinero e inmensamente rico sin tener donde caerme muerto, que camina decidido hacia el final de su camino contemplando un panorama hermoso, fascinante e increíble.
Y eso es lo que he intentado plasmar en todos los escritos, porque como los dedos forman parte de mi cuerpo, también lo hacen las cicatrices que lo cubren, las llagas indelebles de los sufrimientos, los desengaños, las mentiras, las tristezas y la soledad que acompaña a todo aquel que no quiere vivir en el “rebaño” de los convencionalismos y ni en el “redil del qué pensará la gente”, si nos salimos.
El pensar y actuar de esa manera hace que, en muchos momentos, nos sintamos mal al estar abrazados por la soledad, pero también es cierto que queda un poso, una esencia que te hace sentir cómo cuando en los momentos de mayor silencio permites a tus recuerdos salir a galopar libres por los campos de los sueños mientras los contemplas desde la cima de las realidad cotidiana.
Me miro sin pasión y reitero el juramento que me hice hace muchos años, cuando comencé
a escribir, de seguir plasmando lo que siento, o lo que recuerdo y permanecer atento a lo que me rodea, sean personas, la tierra o el cielo, porque hay tanto que ver, analizar y, la mayoría de las veces, paladear, que una vida centenaria es corta y sé que la mía lo es aún más.
Os dejo todo lo mejor que tengo y he conocido, aunque sea contado por alguien que solo es un narrador aficionado.
Bétera, veinte y ocho de Junio del 2013.
I N D I C E
1
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.- El medallón
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36
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.- Dia tres
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2
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.- La playa
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37
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.- Las siete
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3
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.- Amanece
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38
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.- Siete dias
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4
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.- Bioque
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39
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.- Uno de Lorca
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5
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.- El naufragio
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40
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.- Navegando
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6
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.- Diógenes
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41
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.- Tras la puerta
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7
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.- Antuan
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42
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.- Truenos
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8
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.- Viernes
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43
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.- Urbano
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9
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.- Fregoteo
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44
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.- El ruido
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10
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.- Frío
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45
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.- Llovizna
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11
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.- La rueda
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46
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.- El domingo
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12
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.- El malagueño
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47
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.- Cabreado
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13
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.- Nublado
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48
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.- Praderas
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14
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.- Trabajo
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49
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.- Chocheando
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15
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.- Las piedras
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50
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.- Invierno
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16
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.- Sin dormir
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51
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.- Pitiusas
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17
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.- Dormir un poco más
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52
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.- Marzo
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18
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.- Un martes
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53
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.- Gálbis
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19
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.- El mañana
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54
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.- Juan Antonio
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20
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.- Espera tensa
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55
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.- La matraca
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21
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.- El rocio
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56
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.- Mohino
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22
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.- Truenos
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57
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.- Bendigo
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23
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.- De madrugada
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58
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.- En el gimnasio
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24
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.- Andrés
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59
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.- Aguardar
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25
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.- El centurión
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60
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.- Géminis
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26
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.- Por el camino
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61
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.- Vergüenzas
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27
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.- Sin ideas
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62
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.- Sentado
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28
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.- Realidad
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63
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.- Locos
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29
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.- Vagando al amanecer
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64
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.- Qué me pasa
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30
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.- Noche y dia
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65
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.- Final de etapa
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31
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.- A esperar
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66
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.- La cabra
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32
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.- El telón
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67
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.- Tendencias
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33
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.- Lienzo
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68
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.- Arpegios
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34
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.- Año nuevo
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69
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.- Polvo
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35
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.- Vagancia
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70
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.- En el aduar
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1.-EL MEDALLON…
Este es el medallón de los Abad y esta es su historia, rastreada a base de escudriñar en los archivos parroquiales y municipales que no fueron, afortunadamente, destruidos en la guerra civil del 36.
El origen de los Abad se pierde en la noche de los tiempos aunque la tradición oral, ya perdida casi por completo, fue transmitiendo de generación en generación que somos árabes asentados en ese pueblo ya en 1609, hasta ahí llega la documentación escrita rastreada.
Se sabe que se edificó el castillo, a base de tierra apisonada, en el cerro donde está la ermita de San Miguel y como contrapunto militar del castillo cristiano de Loarre, y del que quedan muy pocos restos hoy tapados por los pinos plantados por Ramón Fontana Abad cuando fue alcalde.
Y a sus pies lo que terminó siendo la villa de Ayerbe, asentamiento primero de ibero-romanos, según quedó acreditado por el arqueólogo Ubieto, prolífico, culturalmente ,hijo del pueblo, al encontrar en tierras de mi familia en el Saso, los restos de una gran villa romana y una necrópolis con urnas funerarias con cenizas, y que desde el siglo XII tiene por patrona a una virgen de talla románica policromada con ermita, a unos tres kilómetros del núcleo urbano y casi pegada a una aldea llamada Los Anglis.
Esta ermita de ahora, construida con sillares de piedra, es de 1700 lo está sobre los restos de otra más antigua del siglo XIII.
Es una imagen muy venerada y mucho más desde 1640, cuando varios pueblos fueron en rogativa para que lloviera porque la sequia asolaba las cosechas y, según cuentan las crónicas, llovió a gusto de todos y se salvaron los cultivos.
Bien, esta es la Virgen de Casbas, cuya fiesta se celebra el uno de junio, día en que nací y al mismo tiempo que hubo otro nacimiento en casa de Andrés de Salas, detalle sin importancia si no fuera porque cuando me veía Lucia, “ de casa Salas” se venía cara a mí emocionada, asistió el parto con Epifanía, de “casa Gabin”, y abrazándome solía repetir en voz alta en medio de la calle siempre la misma letanía “¡Qué alegría verte mocer, me acuerdo que el día que naciste nos nació un pollino”.
Detalle sin importancia.
Mis antepasados, supongo, debieron cristianizarse al imponerse a los moriscos la elección entre bautizarse o perder la cabeza.
Eso ocurrió tras la rebelión de los moriscos en las Alpujarras, en Andalucía y en el Vall de Gallinera, en el antiguo reino de Valencia, en 1567, más o menos, siendo rey Felipe II.
Luego vino la expulsión definitiva de los moriscos en 1609 por ordenes de Felipe III y es a partir de esa fecha en que ya hay constancia escrita de la imposición de nombres cristianos a los hijos y el cambio de la ortografía al inscribir los apellidos.
El original “Habat”, pasó a ser “Abad” ya desde entonces.
Toda esta información hay que agradecérsela al único que sobrevivió a las matanzas de la guerra civil en ambos bandos.
Un antepasado, tal vez “un culo de mal asiento”, que diría mi madre y que por lo visto contaminó el de sus descendientes, ante el panorama de abusos y envidias entre pueblos y entre vecinos y para demostrar que era más cristiano que Cristo y más papista que el Papa, tomó la decisión de hacer una peregrinación a Roma para ganar indulgencias y conservar la vida de él y los suyos que en verdad era lo que corría peligro.
No hay constancia de que en la toma de esa decisión influyera el carácter de la esposa, por lo que piadosos, como buenos cristianos, aceptamos que se fue voluntaria y gozosamente a Roma.
El caso es que como recuerdo de aquel viaje se trajo un medallón en el que por un lado se ve a un San Antonio de Padova y por el otro algo que puede ser interpretado por el crucificado y dos personas, el uso y el paso del tiempo se ha desgastado.
Muchas veces lo hemos hablado en las reuniones familiares en la casa de los abuelos de que, también, existía un San Antonio Abad, que era árabe egipcio, pero no debían haber medallas en aquel momento en Roma o, tal vez aunque no lo creo, existía una demanda excesiva, así que cogió lo más parecido para con ello acreditar ante los más exaltados, que suelen ser siempre los más recientes conversos, que era un pata negra de los cristianos.
Pero que seguía practicando costumbres árabes, entre ellas la de que solo heredaba el primogénito varón y a él pasaban todas las propiedades y así hemos seguido de generación en generación hasta llegar a mis días, solo que las necesidades de los malos tiempos y la guerra civil, salvar la vida del abuelo era importante y para eso no se escatimó dinero ni medios, hizo disminuir el patrimonio de lo que antaño era la rica “casa de Abad”.
Esta forma de clasificar a las personas por la “casa” a la que pertenecen, se ha mantenido hasta nuestros días, pero la vaciedad de la cultura, la falta de respeto a las tradiciones y el desapego que sienten los jóvenes, a los que la televisión lava el cerebro con eficacia y a sabiendas, hará que desaparezcan todos los restos de la unión que viene desde el pasado más remoto, dado que la gente confunde la gimnasia con la magnesia, la velocidad con el tocino y cree que las tradiciones familiares son antiguallas de un pasado que ya no sirven cuando son el hilo conductor que une a las generaciones, da orgullo a las personas y cohesiona las tierras haciendo naciones.
Y por seguir lo que es un mandato espiritual de los que nos precedieron, pasó el medallón a José María Abad Castillo al morir mi abuelo.
Tuvo tres hijas y un hijo, el primogénito, pero con 12 años murió de tétanos.
Cuando murió José María, todos los de la “casa Abad” y los emparentados, fuimos al entierro y siguiendo la tradición, los más directos hicimos el banquete fúnebre y fue al final del mismo cuando apareció la esposa del fallecido con una caja en las manos.
Nos miramos todos entre nosotros y después a ella que, cuando estuvo segura de tener la atención de todos, abrió la caja y dirigiéndose a mi madre, dijo de forma clara:”Eres la madre del último primogénito de la “Casa de Abad”, así que te entrego el medallón como me pidió tu hermano”.
Y se lo dio.
Mi tía Florentina había tenido dos gemelos un par o tres de años antes que naciera yo, pero murieron post parto, así que era a mi madre a quien pertenecía.
Cuando murió mi madre en el 72, fue mi hermana Olga quien, del joyero de ella, sacó el medallón y me lo entregó.
Y conmigo permanecía bien guardado hasta que, uno o dos años después de iniciada la etapa de mi vida que mi hermana denomina como “los años oscuros de mi hermano” y existiendo la posibilidad grande de que muriera, motu propio o porque me ayudaran a salir de entre mis costilla, lo cogí y me fuí a su casa, la mansión donde vive y que le construí, y los dos solos sentados en la cocina, dije qué como era ella la única que tenía hijos varones y David, mi sobrino, era el primogénito y dada la vida, seré muy piadoso, pero mucho, mucho, mucho conmigo mismo, tan “agitada” que llevaba, era mejor que lo guardara, máxime cuando todo hacía presagiar que no tendría hijos.
Y así pasaron unos años, bastantes, en que la suerte quiso que viviera aún a pesar de los intentos, varios, de ponerle fin que tenían algunos insensatos.
Y lo bueno es que parece que ahora los médicos tienen los mismos deseos de ponerme fecha de caducidad, pero definitivamente y si después de todo cuanto me ha pasado no me he muerto, solo puede ser porque soy inmortal.
Pero parece que cuando me había llegado el momento de salir la muela del juicio y el juicio, aunque hay momentos en que lo dudo, con 51 años, nace mi hijo.
Nació por cesárea, tal vez porque quería demostrar a su padre que era digno de él, complicando las cosas y acojonando a quien le rodea.
Hacía tres días del nacimiento cuando mi hermana, por fin, decidió acudir al hospital a ver a la madre y su sobrino, porque a mí me veía todos los días.
Allí, entre parturientas y recién nacidos, padres con cara de no saber donde estaban y abuelos desmadrados, había más gente que en un campo de futbol.
Tuvo gusto mi hermana en elegir el momento, pues elevó un poco la voz como para imponer silencio y abrió el bolso y sacó el medallón.
La gente se quedó sorprendida cuando dijo: “Le has dado un hijo, ahora tenlo tu hasta que muera mi hermano, luego será de él si vive. Recuérdalo siempre, porque no te pertenece”
Y aquí está guardado y de vez en cuando se lo muestro mi hijo y le refresco la memoria para que se grabe indeleblemente esta historia que transcribo, porque en ella está la información que le permite saber quién es, de dónde procede y qué debe hacer con la tradición y el medallón cuando tenga un hijo varón primogénito.
Le digo, venga o no a cuento, que recuerde siempre que no es una herencia de sus antepasados, sino un préstamo de sus descendientes por lo que debe cuidar de ese medallón como lo hace con la niña de sus ojos.
Es único y ha sido restaurado dos veces, la última hace 19 años, que sepa y existe una sola copia en oro macizo que y también está en poder de la “casa de Abad” Conmigo se extingue mi apellido, pero él, mi hijo y heredero de la tradición, es sangre de mi sangre y el continuador.
2.- LA PLAYA…
Como olas que se persiguen sucesivas en el mar para morir en la playa besando la arena así contemplo en el cielo a las nubes mañaneras con forma de lana de borrego que se deslizan raudas hasta aplastarse contra las montañas de la sierra Calderona, y una vez quietas, abrazarse a la cima como lo hace la mujer apasionada en el cuello de su amado mientras lo besa.
Vienen algunas engalanadas de rojo vino, otras de ese gris difuminado del anochecer entre dos luces y las más, de un marrón suave como es el color que tiene el polvo del desierto cuando el viento lo mueve.
Brilla ahora el cielo bajo el palio dorado que recibe enamorado de un sol naciendo
Y terminado el ritual de esos encuentros entre la espuma del mar y los romeros, las nubes bajan y mueren en las laderas víctimas de un calor que las disuelve.
Hablan en su silencio las nubes de vino engalanadas que mañana soplará un ligero viento que arrastrará, desde la lejana orilla oriental el perfume de las mujeres árabes, el intenso olor de las especias turcas, mezclado con el salobre aliento del Mediterráneo.
También vendrá de su mano los suaves y misteriosos sones de las melodías otomanas, los cantos sufís que suenan al mejor flamenco, las ensoñaciones griegas de su grandeza pasada, los lamentos egipcios y tunecinos por sus imperios perdidos, las letras italiana románticas y los suspiros de los catalanes que se repiten como posesos que son lo que nunca han sido.
Es fresco el viento que agita las nubes en su marcha, también es el mensajero, aún en silencio, que nos anuncia el paso de las horas que, minuto a minuto, nos aproxima el momento de que llegue la noche y nos durmamos.
Circulan desde esta madrugada ríos de vehículos como no recuerdo en mucho tiempo sin imaginar su destino, aunque tal vez por ser mañana festivo adelanten su salida para gozar de lo que desean al partir.
Camina cansino hoy mi espíritu en busca de las musas para que iluminen mi mente y sea capaz de crear, o transcribir, las sensaciones sentidas o los recuerdos que perdidos puedan surgir del baúl del olvido y que al escribir me permitan huir de la realidad de tener que permanecer sentado en una silla mientras la vida se desliza alrededor, como rio imparable, hacia el estuario final de los anhelos.
Ha sido muy larga la noche entre los fuertes dolores de la espalda, sin haber podido dilucidar hasta este instante, si son las piedras de los riñones los que los producen o las vertebras aplastadas o ambas cosas conjuntadas, pero si se que aunque tome los opiáceos que me dan, el sueño que encuentro solo consigue adormecer la mente, mientras la boca babea y te sientes como flotar en una charca sin saber dónde estás.
Sueño con los ojos abiertos sumergirme en un reparador descanso, que aunque durara lo que un baño casero, me permitiera proseguir con la mente despejada hacia el final de mis deseos, que no son otro, por el momento, que dormir como lo hacen los demás.
Pobre petición la que le hago al destino, pero es que a medida que acumulo años, cada vez necesito menos y las cosas sencillas, que otros no aprecian, son las que llenan de consuelo un corazón solitario.
Comprendí hace tiempo que es perderlo no aceptar la realidad que nos llega y extraer de ella lo poco, o mucho, bueno que todo suceso tiene porque la opción contraria, intentar rechazarla, es tan estéril como negar la existencia de la noche, porque aceptada o no, la noche existe y llega.
3.- AMANECE…
De la línea oscura del horizonte brota una franja, que parece una bandera ondeando al frio viento que sopla, de un rojo intenso que sin solución de continuidad va pasando al amarillo que a su vez se va perdiendo a medida que gana altura en el cielo, para aún entremezclado con los luceros, se transforma en azul turquesa oscuro.
No se oye nada, ni de la carretera ni del campo, desde esta ventana trasera que me permite ver entre los barrotes de la reja, si miro hacia el norte, brillar la estrella polar y las dos osas que flotan rodeadas de gemas misteriosas y de galaxias mientras con mis pies piso la tierra.
Techo negro el del universo donde cuelgan lámparas pequeñas que confieren a la noche la magia y el encanto que solaza los ojos y las almas de aquellos que utilizan la ausencia de sueño para saciarse en la contemplación del universo aunque este recortado por un hueco.
Y como si fueran árboles inmóviles del bosque de los recuerdos, así siento en mi mente mis pensamientos, que en muchas ocasiones son los promotores de gratas alegrías y otras los que me traen, por haberme equivocado, dolorosos resultados.
Si repaso estos ciclos, si contemplo con frio desapasionamiento lo sucedido, descubro que muchas veces el destino me trae los fracasos con el único objeto de que aprenda y me haga más listo y más fuerte, siempre que acepte la enseñanza que le acompaña.
No siempre es sencillo resistir la tentación de huir del problema y echarle la culpa a otro, pero cuando aún estoy de rodillas me hago el firme propósito de recoger los trozos del destrozo, juntarlos de nuevo y ponerlos en alto para verlos por todos lados para de esta forma averiguar por qué se produjo el fracaso, qué fue lo que hice mal, además de rebuscar entre los trozos las semillas de la sabiduría que lo acompaña aunque no creamos en ellas.
Porque son los errores y los fracasos los que nos dan la sabiduría para que la próxima acción a emprender lleve corregidos los defectos que hicieron a la anterior caer y romperse. Camina deprisa el día avanzando hacia mis ojos mientras la bandera de colores se difumina para pasar primero al gris y terminar siendo del azul del cielo.
Solo aquel que ha navegado y visto todos los tonos que puede presentar el mar sabe que es el espejo donde se refleja el cielo en una infinita gana de colores que pueden variar por la altura a que está el sol sobre el horizonte, una simple condensación de vapores, el humo de los incendios y la acumulación de las nubes, que a medida que aumenta su espesor o la carga de agua, pueden hacer parecer al mar un caleidoscopio con mil colores.
Cambia el color del mar a medida que el color del cielo varía y por algo que no conozco muy bien, también hace cambiar el ánimo del espíritu y la claridad de la mente que transmite a la cara las sensaciones que tiene con la misma fidelidad que un espejo refleja la imagen que ante él ponemos.
Se acerca el momento que suene el despertado para que el chico se levante, para que la vida continúe y me dirija a la ducha para asearme y vestirme e iniciar la búsqueda de algo con qué inspirarme para plasmarlo en una hoja en blanco para formar una cadena repleta de eslabones que no son otra cosas que momentos vividos y atesorados para que sirvan, si alguien los quiere, de enseñanza de un hombre que pasó por la senda de la vida tratando de pasar inadvertido.
Cosa complicada con el volumen que tengo, porque cuando alguien pregunta por mí y mi nombre no les dice nada, añaden solo “…sí, hombre, si. Ese tan grande con el pelo blanco” y ya estoy identificado.
Ya ha sonado la diana para el chico y la mía para que ponga la lavadora en marcha y tener mañana tenga los pantalones de faena del taller del chico, limpios.
No hace mucho, la verdad, pero como se ensucia.
Pienso que yo era más limpio, pero no puedo jurar por la Biblia que no solo fuera igual, sino bastante más porque ya no lo recuerdo.
Se inicia un nuevo día en el que el cielo está despejado, la capa de azul intenso y dentro de un poco, el sol alumbrándonos.
4.- BIOQUE…
Estaba esta mañana, sin inspiración alguna, contemplando cómo pasan los coches por la carretera igual que las hormigas en un camino, cuando por la acera ha pasado un personaje que me ha resultado tan familiar que he abierto la puerta para contemplarlo bien y para cerciorarme de que era él o no, lo he llamado gritando fuerte:
“¡¡Bioque!!”.
Ha girado la cara y entonces he comprobado que se parecían, pero no era el hombre la que he llamado.
Han pasado muchos años, treinta y dos para ser más exacto desde aquel momento y sé que las personas, a lo largo de tantos años engordamos o adelgazamos, nos llenamos de canas o somos calvos, nos arrugamos y dejamos de ser aquellos apuestos hombres con pocos años, pero este parecía una buena copia de aquel como era entonces.
Por eso lo he llamado y al girarse he comprobado que no era él, éste es muy joven aunque lleva un bigote exacto al del hombre que conocí.
Había olvidado que mi cuerpo tiene treinta y dos años más pero la imagen que guardo es la de entonces como si no pasara el tiempo.
No era muy alto, bastante delgado, de unos treinta años como mucho y siempre vestido de oscuro o negro.
Su cara era algo triangular y resaltaban en ella dos cejas espesas como brochazos en negro en un lienzo, unos ojos negros algo hundidos y un bigote que dominaba todo el labio superior como un ejército de pelos acampado.
Era poco reidor, pero miraba de frente y a la cara y al hacerlo aparecían unos dientes blancos ribeteados por la nicotina del tabaco.
Llamó mi atención porque paseaba solo y no se le veía relacionarse con nadie y eso es anormal en un lugar donde hay muchos hombres junto y predomina un sentimiento gregario y bastante de clan, sobre todo cuando hay drogas por medio.
Recuerdo como si lo estuviera viendo que vino derecho a mí calzado con unas botas de montar con algo de tacón, camisa negra de botones y manga larga y pantalones vaqueros negros.
Si no estuviéramos en aquel sitio habría pensado que era un actor camino de alguna escena en el poblado del Oeste de Tabernas.
Se plantó ante mí y sin decirme quién era preguntó:
“Me han dicho que haces instancias al director y a los juzgado y que escribes muy bien ¿me puedes escribir una carta? ¡Te voy a pagar por el trabajo!”.
Me lo quedé mirando en silencio de abajo arriba, estaba sentado en el suelo en aquel primer otoño en la cárcel y antes de que tuviera tiempo de contestar, dijo de nuevo:
“¿Me has oído?”
Dije que si con la cabeza y añadí que solo escribía cartas, e instancias, a aquellos que no sabían leer ni escribir o dejaban mucho que desear y que por hacer un favor, no cobraba.
Fue cuando me dijo que era analfabeto.
Me levante y ya a su lado le dije qué quería decir y contestó que era para su mujer pero que allí delante de todos no quería explicar qué era lo que deseaba que le escribiera a su mujer.
Le advertí que yo no tomaba notas ni escribía como hablaba el que lo decía, sino que me contara qué quería decir y en qué tono debería escribir, además de dos o tres hojas de papel del que vendían en el economato.
Me dijo que esperaba que no lo contara a nadie y le contesté que yo no hablaba, pero que existe un método infalible y sencillo que evita todo riesgo de que nadie se entere: mantener la boca cerrada, porque sabía que las cartas se entregan a los funcionarios abiertas, o cuando fuera su mujer a comunicar con él, se lo dijera.
Me hizo una observación:
“¿Tú crees que se pueden contar ciertas cosas muy delicadas a gritos en los locutorios múltiples donde todos gritan?”
Dije que no lo sabía, porque a mí nadie me venía a ver y por eso no había estado nunca.
Se me quedó mirando y añadió:
“Tú eres “legal” (expresión carcelaria para definir a alguien como de fiar)
Creo que fue al día siguiente cuando, entre la masa que llenaba aquel patio, nos quedamos un poco apartados y comenzó a hablar.
Estaba en la cárcel por atraco a mano armada de un banco con rehenes y lo habían condenado a 25 años, se lo habían dicho hacia una semana más o menos y durante ese tiempo no había hecho más que meditar al respecto sobre su mujer y sus hijos.
Me dijo a su manera que le dijera a su mujer que debería pensar en su vida y en la de sus dos hijos antes que él.
Que le daba toda la libertad para que rehiciera su vida incluso buscándose a un hombre que la quisiera y tratara a sus hijos para hacerlos hombres de bien en el futuro.
Que no lo esperara porque con redención y condicional, estaría no menos de 15 años y eso es una “ruina”.
Tampoco quería que fuera a verle, porque eso sería causar más daño a los dos y hacer mucho más dura la estancia en la cárcel, además de que pronto lo trasladarían a un penal de cumplimiento y ella debía emplear todo el dinero que ganara en ella y en sus hijos.
Que había que usar la cabeza en esta situación y no el egoísmo, porque eso era el exigirle que siguiera viniendo ahora y aguardándolo hasta que saliera.
Que se buscara un buen hombre que la quisiera como él la quería y se le ayudara a criar a los dos pequeños, que pensara que había muerto y no se hiciera vieja aguardando a un hombre que saldría amargado y con la vida destrozada.
Que era tan buena persona no se merecía el esperar a un hombre que estaba marcado de por vida y al que todos señalarían.
Que se fuera del pueblo a un sitio lejano donde nadie los conociera y que no le comunicara donde estaba para no tener el la tentación de buscarla porque sabía que de ir solo aumentaría el dolor en su vida.
Que la quería con toda su alma y le daba las gracias por todo lo feliz que lo había hecho durante los años de casados, pero que ante esta situación, lo mejor era usar solo la cabeza, no oír al corazón y hacer lo que le decía
Cuando se calló, me quede en silencio porque en aquel momento no sabía que decir.
Me miró de forma interrogadora y dije que lo maduraría y le diría al día siguiente cuál era mi idea al respecto.
Aquella noche apenas pude dormir dándoles vueltas a lo que me había contado.
Y nada más salir al patio a la mañana siguiente, se vino hacia mí y antes de que dijera nada le dije que no escribiría la carta porque consideraba que cometía un error, qué si la mujer era como me imaginaba tras oír cómo la describía, no le dejaría y además de que un asunto tan delicado no era para que los funcionarios lo leyeran sino para decírselo de viva voz a ella.
Me comentó que no me hacia idea de lo que había sufrido hasta tomar esa decisión, pues ella era todo para él, pero que había que apechugar con la realidad de los 25 años y seguía pensando que era la mejor solución, porque era injusto retener y destruir la vida de ella y la de sus hijos.
Me lo quedé mirando en silencio sin decir nada.
Él arguyó que debió pensarlo antes de atracar el banco y, moviendo la cabeza dije que sí. Pero si algo me ha enseñado la vida es a no juzgar nunca a nadie sin haberme puesto antes sus zapatos sesenta días y sin conocer qué es lo fuerza a hacer a las personas muchas de las cosas que hacen.
No me explicó sus razones, tampoco sentí curiosidad y nos separamos.
Pasaron unos días y se me acercó para suplicarme que le escribiera, porque no había venido su mujer a comunicar con él y consideraba su deber hacerle saber qué pensaba y qué supiera que no le guardaría ningún rencor por tratar de rehacer su vida sin él.
A veces llegan a nuestras manos patatas calientes que no esperamos y que no sabemos cómo manejar y esta fue una de las situaciones más complicadas que han llegado a mí vida.
Ha sido la carta más difícil de redactar que he escrito, la que más tiempo me costó, que más veces rompí al no encontrar las palabras adecuadas para describir la situación real del momento y cara al futuro, cómo y qué sentía aquel hombre por su mujer y sus hijos.
Hacerle comprender a ella por qué lo hacía
Por fin la escribí y sentados en el patio, se la leí.
He visto en esta vida de casi todo, ya solo me queda contemplar la muerte de mi hijo para sentirme destrozado, pero cuando acabé de leer la carta, estábamos llorando los dos.
Cuando se serenó, dijo que eso era lo que él quería decir y me dio las gracias.
Un día, estando en el patio, gritan su nombre para que se presente ante el funcionario de la galería.
No era normal eso fuera de las horas de comunicación o para sacar a alguien a abogados, o a jueces.
No sé el rato que tardó, pero cuando regresó, llevaba los ojos hinchados por haber llorado y vino a sentarse a mi lado.
Comentó que lo habían subido al despacho del director y que allí estaba su mujer, lo que le sorprendió mucho.
El director se lo quedó mirando y dijo que en la mano tenia la carta que le había escrito a su mujer, pero que era ella la que se la había dado y tras leerla y escuchar las suplicas de su mujer, lo habían subido para que escuchara de boca de ella lo que tenía que decirle.
La mujer le dijo que no lo iba a dejar en esos momentos tan duros y que sabía que lo iba a pasar muy mal sacando a los hijos ella sola sin la presencia de su padre, pero que ella, además de estar enamorada de él, había descubierto quién era gracias a aquella carta y que por eso ella no lo dejaría y esperaría lo que fuera necesario para vivir juntos de nuevo.
Y que por sus hijos no se preocupara, porque les hablaría de lo hombre que era su padre y les explicaría por qué hizo lo que hizo, que estuvo mal, y cuanto los quería.
Guardó silencio y no pregunté nada.
Tocaron para comer y nos separamos.
Estuve poco tiempo más en el Mislata Hilton y después me trasladaron, pero ya no volvimos a hablar de ese tema ni de ningún otro.
No lo he vuelto a ver jamás.
5.- EL NAUFRAGIO…
5.- EL NAUFRAGIO…
Lucha el sol por abrirse paso entre las nubes que se acumulan por levante sobre ese mar ahora oscuro que aún permanece caliente tras este verano que no hace veinte horas que nos dejó como regalo el sufrir un calor tal que ni en los años que tengo recordaba.
Es una mañana silenciosa, ayuna de cantos de aves que tal vez melancólicas se posan en los árboles a la espera de ver cómo evoluciona la mañana para estar callado el resto del día o cantar lozanas al triunfo del sol sobre las nubes que ahora lo empañan.
Solo la ninfa en su jaula da gritos, no sé si llamando a alguien que esté fuera o por aburrimiento, mientras el silencio reina en la casa donde mi hijo duerme y la gata lo acompaña enrollada a sus pies en la cama.
Los sueños son raros en mis noches, no así las pesadillas, en las que muchas veces de esa forma viene a mí el pasado cargado con la tensión, o el terror, o el miedo soportado en cada momento de los muchos ocurridos a lo largo de mi vida.
Pero esta noche ha reinado en mis sueños enloquecidos el miedo que sentí cuando vi como el agua subía de nivel en el compartimento de máquinas de aquel cascarón que se llamaba pomposamente “Oklahoma Getty”.
Recuerdo como si fuera ahora que por el teléfono de máquinas informé al puente que dos de las electrobombas de achique de 60 Tm se habían puesto en marcha según indicaba el cuadro de maniobra de bombas.
Me preguntaron qué número y dije que la dos y la tres.
Mientras bajaba el oficial de máquinas, me deslicé hacia la zona donde succionaban las dos bombas y vi que el agua borboteaba aún a pesar de estar ambas achicando.
Comencé a preocuparme o tal vez era simple miedo, porque sabía que la sentina de la sala de máquinas está a más siete metros bajo la línea de flotación.
Aún estaba tratando de averiguar por donde entraba el agua cuando las otras dos electrobombas comenzaron a funcionar por lo que me fui directamente al teléfono y en eso vi entrar al oficial de máquinas con cara preocupada.
Le señalé el cuadro y vio las cuatro luces encendidas.
Comentó conmigo que eso era una vía de agua preocupante porque el achique era ya, al cabo de una hora de 240 Tm, equivalente a 240.000 litros.
Llamó al puente y desde allí ordenaron que pusiera en marcha el diesel que producía la electricidad para mover las otras ocho electrobombas de 800 Tm/hora, lo que inmediatamente hice.
Con un engrasador nos dirigimos al árbol de la hélice y el agua ya estaba a punto de tocar la parte inferior del mismo y a la luz del foco vimos que el agua estaba impregnada de aceite.
El se dirigió a la caseta de máquinas y nosotros permanecimos observando el agua y comprobamos que entraba más volumen que se estaba achicando, pues el nivel subía.
Los ejercicios de emergencia, inundación e incendio se realizaban con frecuencia por lo que sabíamos qué hacer en cada momento, dónde estaban los equipos de emergencia, dónde los palletes de colisión, cómo atacar vías de agua hasta 2 m2 de superficie, qué hacer con una vía de agua de 1.5 a cinco metros de profundidad.
Muchas veces me han preguntado si se tapona por completo una vía de agua y la respuesta es sencilla: puede seguir entrando agua mientras las bombas de achique extraigan más que la que inunda, porque eso evita el naufragio y permite ver la forma de cerrar, además de que hay puertas estancas que aíslan unas zonas de otras de forma que el agua embarcada no se extienda por toda la nave.
A todo esto el motor principal seguía funcionando a sus 1.200 rpm, aunque la hélice, de unos 4 m de diámetro no iba a más de 500 rpm.
Allí era imposible oír nada, pero si vimos que el agua comenzaba a subir a más velocidad.
Estaba preocupado, pero todavía se podía achicar, incluidas las bombas contra incendios, unas 6.800 Tm/h, más o menos 6.800.000 millones de litros en una hora.
Retrocedimos a la caseta y al entrar vimos al oficial de máquinas que estaba mirando que dos de las electrobombas de 800 Tm se había conectado, por lo que no hubo que informarle que estábamos embarcando mucho agua aún a pesar del achique.
Apareció el capitán, el primer oficial de puente y el oficial de transmisiones y hablaron entre ellos mientras estábamos fuera.
Salió el oficial de máquinas y dijo que le siguiéramos de nuevo y a medida que íbamos por la pasarela comprobamos que el agua ya llegaba a cubrir casi por completo el eje de la hélice y que estaba a menos de 60 cm del generador principal de electricidad del barco.
El oficial estaba con cara de asustado y supongo que las nuestras reflejaban el miedo que sentíamos aún a pesar de ser consciente de que faltaban seis electrobombas en conectarse para achicar.
Retrocedimos y al llegar a la caseta ya no estaba el capitán ni el oficial de radio, pero si el primer oficial de puente que contemplaba como los indicadores de todas las bombas de la sala de máquinas se habían conectado y estaban achicando a pleno volumen.
El motor seguía a velocidad de crucero tal y como comprobé por el telégrafo de máquinas y las revoluciones del motor que seguía a 1.245 rpm.
Salió el oficial de puente y siguió el de máquinas que salió de nuevo conmigo a ver si con todas las bombas de achique el agua se estabilizaba y por el momento eso parecía, por lo que regresó a la caseta y cogió el teléfono de puente.
Y volvió a salir en dirección a donde estaba y al llegar me gritó en la oreja que vigilara a ver si la distancia entre el agua y el generador principal disminuía y se fue en dirección a la hélice, pero pronto dio la vuelta y con un movimiento de cabeza me interrogó y respondí que no y me señaló con la mano su ojo y el generador principal y asentí con la cabeza.
El retrocedió y se metió en la caseta de máquinas y cogió el teléfono de puente y comenzó a hablar porque movía la cabeza.
Mientras vigilaba el agua en relación con el generador principal, observe que con el movimiento propio del barco, el agua se acercaba a la parte inferior de las puertas de engrase por donde se accede al cigüeñal, así que retrocedí y metiéndome en la caseta se lo dije al oficial que estaba revisando otros parámetros del comportamiento del motor.
En eso el telégrafo de máquinas indicó “avante un cuarto”, por lo que procedí a ajustar el motor al nuevo régimen de trabajo y comprobé los manómetros del aire comprimido para saber si éstos estaba cargados para tener presión y volumen como para arrancar de nuevo el motor en caso necesario.
Me di cuenta que el oficial estaba sudando, pero el engrasador y yo también.
Siempre hace calor en las salas de máquinas aún a pesar de los extractores que renuevan constantemente el aire, pero no era sofocante, de ahí que me convencí que el problema era grave y todos teníamos miedo aunque no nos movíamos de nuestro sitio.
Sonó el teléfono de puente y el oficial, tras colgarlo, me ordenó que fuera a revisar como iba el agua con relación a la parte inferior del generador principal.
Salí para dirigirme allí pero me di cuenta que seguía entrando agua porque ya la parte inferior de las puertas de acceso al cigüeñal estaban cubiertas.
Miré el generador y la distancia del agua hasta la parte inferior haba disminuido hasta unos 30 cm, lo que me confirmó que el barco corría peligro, pues embarcábamos más que achicábamos.
Retrocedí y el oficial, al abrir la puerta me miró la cara y debió leer la respuesta y el miedo controlado, pero a su mirada interrogadora conteste con separar las dos palmas de las manos sobre treinta centímetros.
Se levantó y cogió el teléfono de puente y en ingles, a nosotros nos hablaba en español, informó que embarcábamos agua a pesar de todas las bombas de achique.
El telégrafo de máquinas ordenó “alto máquinas” y se procedió a detener la marcha.
Sonó el teléfono de puente, escucho órdenes y lo colgó y a mí me ordenó abandonar la sala de máquinas y subir al pasillo de cubierta que es donde están todos los equipos de emergencia para abandono y contra incendios.
Salimos a cubierta y el barco se notaba empopado y mientras arriaban las dos lanchas, una por cada lado, comprobó que estábamos todos y se procedió a subir a los botes desde la cubierta que estaba ya a unos 80 cm del agua.
Nos alejamos remando y entonces vimos por completo que el agua ya llegaba al balcón de popa, así que nos alejamos antes de que se hundiera del todo.
¿Corrimos realmente peligro?
No en el sentido que muchos entienden por peligro, pero estar a seis metros bajo el agua en una sala de máquinas que se inunda, crispa los nervios a cualquiera máxime cuando sabíamos que el “Oklahoma Getty” se construyo durante la segunda guerra mundial y con tal premura por necesidades de suministro que no sería hoy aceptado para ese servicio.
Fue muy difícil ver como desaparecía entre las aguas el barco en que unas horas antes estábamos tan seguros y nos dimos cuenta que qué habíamos abandonado el barco casi en el último momento luchando por salvarlo.
Sabíamos que se había enviado un MAY-DAY, que fue respondido, por lo que seriamos recogidos pronto y ya se divisaba en el horizonte dos grandes barcos que navegaban hacia nosotros.
Recuerdo que ya nos estábamos reponiendo del miedo pasado, cuando uno de los españoles dijo que en toda su vida había fumado, pero que creía que aquel era un buen momento para comenzar.
El oficial de máquinas lo tradujo al inglés y un filipino, sonriendo de oreja a oreja, sacó un paquete de tabaco con su caja de cerillas y se lo pasó, al mismo tiempo que hacia un comentario, que hizo quedarse serio al oficial peo que nos tradujo: Le había prometido a Dios que si salía vivo de aquel naufragio, dejaría de fumar y de beber de por vida.
Nos echamos a reír y con eso se rompió la tensión que habíamos sentido hasta entonces, pues todos conocíamos naufragios en los que el final no había sido tan feliz.
Y mirábamos al filipino porque, de toda la tripulación, era el que más fumaba y siempre iba pidiendo cerillas.
El resto fue sencillo: tras ser recogidos por otro petrolero, nos entregó a un destructor inglés de patrulla por la zona con base en las islas Chagos, o en Diego García o en Mauricio, pienso, porque si algo hay que reconocer a los ingleses es su inmensa capacidad de caer indigestos a todo el mundo y, mucho más, cuando tratas de saber de dónde vienen o adónde nos llevan.
Y aunque ya ondeaba la bandera de Yemen en el edificio del puerto, este tenía un muelle militar de la época en que era colonia inglesa, nos desembarcaron en Socotora, o Socotra, de ambas formas se llama, porque tenían que hacer informes de lo sucedido para levantar acta del naufragio tanto para la compañía naviera, para el Lloys de seguros y a la justicia del país en cuyas aguas estábamos.
Y allí comenzaron a interrogar a todos y cada uno de los tripulantes y a la oficialidad, a los españoles nos pusieron un intérprete bastante aceptable, no debían fiarse del oficial de máquinas y a la oficialidad, directamente en ingles.
El oficial no necesitaba pasaporte: tenía cara de inglés, pero de ingles aburrido y circunspecto hasta tal punto que me hizo pensar que era abstemio y habían pasado décadas desde su último orgasmo.
Preguntaba con el aburrimiento de quien realiza una cosa que no le gusta, ni le interesa y encima con españoles.
Me interrogaba con la calma de quien sabe que ha de pasar meses lejos de casa y con la suficiencia de habernos derrotado en Trafalgar, como si eso hubiera ocurrido la semana pasada, que empecé a detectar todos los síntomas de que mi paciencia se agotaba y a punto de estallar ante la pachorra que derrochaba, oigo en labios del intérprete lo siguiente:
“El oficial le pregunta cuando abandonó Ud. su puesto”
Me lo quedé mirando incrédulo y salió a flote la grave ironía de los maños.
“Dígale a ese estúpido que cuando el agua de la sala de maquinas me llegaba a las rodillas”.
Vi que no traducía, me volví a él y veo que estaba rojo como un tomate y que el inglés lo miraba sorprendido y luego me miraba a mí.
En un balbuceo me dijo: “…yo no puedo traducir su respuesta al oficial”
“Pues dígale que cuando me lo ordenaron”.
Se había recuperado algo el intérprete y comenzó a decirle al oficial algo y este empezó a escribir sobre los papeles que tenia sobre la mesa.
Estuvo preguntándome cosas cinco minutos más y dijo que saliéramos.
Ya en aquel pasillo le dije qué le había dicho y me contestó que menos lo de estúpido, lo mismo que le había respondido.
Le di las gracias y me fue al hotel.
Dos días después nos llevaron a Sanaá y al no aceptar ser embarcado en otro buque de la misma compañía, me desenrolaron y en un vuelo de la BEA, vía Riad y Atenas, a Londres.
Y desde allí, en un turbo hélice de la BEA, a Manises donde me esperaba mi padre.
6.- DIOGENES…
Aún es noche cerrada mientras los primeros camiones pasan raudos por la carretera salpicando las aceras y manchando mi puerta que indefensa se muestra ante las salpicaduras.
Llora con lentitud el cielo desde media noche empapando los campos de naranjos y la tierra reseca de los que están arrancados dejando el suelo ralo con hierbas amarillas y secas que oculta a la tierra sedienta que aguarda siga lloviendo más rato.
La noche ha sido como tantas otras en que el sueño persigue al descanso pero no lo alcanza dejando tendido en la cama un cuerpo que busca desesperado llenar el semivacío pantano de las horas necesarias para que, al amanecer, no sienta el extraño sentimiento de que anda como un sonámbulo por el pasillo de la casa y contempla el ordenador como si en vez de estar a medio metro estuviera más lejano.
Hablaba anoche con mi hijo sobre el hecho al que nos enfrentamos de a duraras penas sobrevivir y analizar la posibilidad de emigrar a otro lado en busca de un horizonte para él más que una seguridad para ambos.
Y descubro que no ha madurado y siente pánico a quedarse solo frente a un mundo del que se ha aislado debido al comportamiento de todo un pueblo ante un suceso no consumado y que le arrojan a la cara, en cuanto pueden, como un escupitajo.
No me preocupa tener los años que tengo ni saber que camino hacia el ocaso y que las limitaciones que imponen los años irán en aumento, pero empieza a hacer mella el ansia de descanso y paz y la de no seguir como esclavo de una casa, porque hogar no es esto, en la que de tres que la compartimos, dos solo piensan en ellos mismos.
Uno por cobardía y herencia genética y el otro porque entiende que el mundo es el solo y que los demás no tenemos más obligación que servirlos.
Y es esta duda tan grande, añadida a los apuros económicos, la que hace que tenga la mente siempre en marcha buscando un punto intermedio en el que todos no salgamos perjudicados.
Sé que cada uno es distinto a otro, que no se puede comparar a los de antes con los de ahora porque las circunstancias en las que nos criamos son inimaginables ahora y cuando las cuentas suelen ser objeto de chanza cuando no de desprecio.
No echo la culpa a nadie distinto a mí mismo, pero he llegado a los setenta y me encuentro con que ya no se distinguir entre los que debo hacer y lo que deseo, porque ante lo que debo hacer me encuentro con un organismo tan deteriorado que me planteo si no será peor salir lejos y que allí se quede él solo si me ocurre algo, porque no tiene más que planta y no excesivo seso para comprender que debe iniciar su propio camino en el que el deberá elegir y ser consciente de que por ese simple hecho, los premios serán solo suyos pero también los fracasos.
¿Hasta dónde debo llegar en uno y otro caso?
He ahí el dilema de un hombre que no se amilana por nada pero tiene el cuerpo extenuado después de una carrera de obstáculos en la que ha ido dejándose tiras de su piel y salud a cántaros en busca de un cielo que, al llegar a aproximarse, ha descubierto que no era lo mejor y que ha perdido su tiempo.
Tal vez si el sueño fuera un poco más misericordioso y alcanzara al descanso, estaría más despierto, con la mente más clara y con la decisión tomada en uno u otro sentido, pero me encuentro que contemplo un cuerpo dormido de un hombre de diez y nueve años con la mente de un niño de doce que duerme en una cama y que incluso ahora cuando sueña me llama asustado a su lado.
Tal vez sea mi destino, tal vez sea castigo por mis pasados pecados, tal vez sea que no ha llegado el momento de que esté preparado para saltar del nido.
Tal vez es que sea demasiado viejo, si no en años, si en sufrimientos y tienda como Diógenes de Corinto, al que llamaban “el perro”, a gozar de lo más excelso como era el sol ante el que estaba echado y que fue tapado por Alejando Magno, quien, en su soberbia de excelso, dijo al anciano que le concedería lo que muchos en Gracia no podrían conseguir con todo su dinero.
Y solo dijo: “apártate del sol que, a mis años, es todo lo que necesito y tu eres el único que puede concedérmelo porque te has puesto delante”.
Tal vez sea de todo un poco.
7.- ANTUAN…
El Antuan era un personaje peculiar incluso para la cárcel, donde destacaba más que un pedazo de carbón en un plato de leche, pero no era ni por su estatura ni por su inteligencia, sino porque se jugaba el dinero, un talego (1.000 Pts. de aquellos tiempos) con cualquiera a ver quien escupía más lejos, o dos talegos en una partida de parchís donde quien formaba tándem con él era un jugador profesional.
O también, para demostrar que era un elegido por el destino para obtener lo que otros presos no podían tener nunca, salvo los de la ETA, pues era noticia de dominio público que la mujer, cuando venía a comunicar con él dos veces por semana, le traía comida en ollas de acero inoxidable que se pasaban directamente sin más control.
El Antuan era un mal imitador de José María Íñigo.
Con parecida calvicie y el mismo afán de ocultar que le faltaba pelo, con bigote raquítico a lo croissant mini porque era casi barbilampiño y de estatura de guitarrista de tablao flamenco.
Era hijo de españoles y había nacido y criado en Francia, hablaba un francés perfecto y un español con acento francés, pero le molestaba que le llamaran Antonio N. G y exigía que le llamara Antoine, pero en dicción españolizada.
De ahí el Antuan.
Cuando descubrió que las cárceles francesas eran cárceles y no “hoteles” como aquí comparado con aquellas, y de que se jugaba ser llevado a la Martinica, “hotel” donde estuvo de vacaciones el famoso “Papillón”, Jacques Charriere, decidió que el aire francés se estaba haciendo irrespirable y que nada como volver a la patria de sus padres a seguir con el oficio que tanto le gustaba de asaltar bancos.
Saneado negocio cuando por aquel entonces los bancos eran la cueva de Alí Babá bien llena y que con la ayuda inestimable de una buena “pipa” del nueve largo, acojonaba a todos los presentes y le llenaban la bolsa sin mayor problema.
Pero parece ser que tales regalías no eran suficientes, o que su capacidad de ahorro fuera escasa, el caso es que para redondear la caja, su esposa, zagala de buen ver y mejor palpar según decía Cela, se dedicaba al rentable trabajo de practicar la tijera previo pago de suculentos emolumentos porque, todo hay que decirlo, estaba, según se dice entre los españoles viejos, como un tren.
Y ese era el efectivo método para mantener bien provista la caja mientras el reposaba en el “Sangonera Palace”, de Sangonera la Seca, de sus múltiples asaltos.
Lista muchacha que no se sabe si por motu propio o inducida por el español de nombre afrancesado, decidió poner en práctica el mejor método para conseguir beneficios penitenciarios para su amado, que es la realización de “favores” sexuales sin hacer distingos entre el director y los jefes de servicio y acabando por los funcionarios para que no hubieran celos profesionales ni privilegios según rangos.
Y vaya qué era bueno el método, porque no había más que ver la comida que le traía la cordera y que el mostraba para envidia de aquellos a los que nos dieron de cena en Nochebuena una sopa de macarrones con pimientos verdes picantes, una patata cocida sin pelar y dos sardinas asadas, aunque para que olvidáramos tan suculento yantar, nos dieron de postre turrón de cacahuetes rancios.
Son fechas difíciles de olvidar así como las circunstancias.
Un día, sentados en el suelo para que no nos cayéramos, oía la radio del Antuan que transmitía un boletín de noticas sobre la eficaz actuación de la Brigada Policial Anti Atracos de Valencia con la detención de tres individuos a los que se acusaba de varios atracos en las fechas que fueran.
Glosaba el locutor la reseña policial y habló que “tras un hábil interrogatorio” se habían podido esclarecer un buen número de atracos hasta entonces sin resolver dando el nombre de las entidades bancarias asaltadas y las fechas de los atracos.
Y entonces oí al Antuan que decía: “¡No puede ser, joder, no puede ser!”
Giré la cabeza y vi la cara de sorpresa que ponía además de que se había incorporado y tenía la radio en la mano.
Y se acabó el boletín y siguieron comerciales y luego música.
Al cabo de un tiempo, en el otro boletín informativo, este cogió la radio y se la puso frente a la cara a la espera de lo que dijeran.
Y repitieron lo mismo palabra por palabra y éste, con un tono de voz más elevado, exclamó:” ¡Que no puede ser, joder, que no puede ser!”
Me vuelvo y le pregunto: “¿Qué no puede ser?”
“¡Es que dos de esos atracos los hice yo!!” me respondió el gabacho.
Lo miré y comencé a reír, lo que hizo que el Antuan, se volviera alterado y preguntara:
“¿Y tú de qué te ríes, gilipollas?”.
Le contesté que no era ningún gilipollas pero el si era sordo, porque, al parecer, no había oído que fueron “interrogados hábilmente” antes de confesar.
Dijo que sí y le sugerí que se sentara a mi lado que le iba a contar primero un chiste de la época de Franco y luego la historia de un conocido.
Por lo visto desperté su curiosidad, porque se acercó y yo comencé a hablar.
“Cuentan que iba Franco con Mohamed V en un coche cuando ven a una pareja de la Guardia Civil en la carretera”.
“Se sorprende el moro y pregunta: ¿Quiénes son esos?”
“¡La mejor policía del mundo! contesta Franco”.
“¿Me pueden enseñar cómo lo hacen?”
“¡Claro que sí!”.
“A la siguiente pareja, había una cada dos kilómetros siempre que pasaba Franco, se paran y se acerca el cabo y después de dar novedades, Franco le dice que se lleven a Mohamed V y le enseñen la eficacia de la Guardia Civil”.
“Pasa un cuarto, luego media hora y a los tres cuartos ve venir a la pareja llevando el cabo las babuchas en la mano y con la otra debajo del sobaco del moro que venía arrastrando los pies y con la chilaba hecha una mierda”.
“Se presentan y dicen: ¡A la orden de su Excelencia: el aquí presente se ha declarado autor de la muerte de Manolete!”.
Cuando dejo de reírse le dije y ahora te contaré la historia de un conocido.
“Lo detuvieron una tarde y lo llevaron a la jefatura superior de Policía”.
“Lo encerraron en un calabozo y a las tres o las cuatro de la mañana lo sacan, lo suben y le ponen un escrito delante para que firmara”.
“Aquel lo lee y dice que una mierda, que él no firma porque no sabe de lo que le hablan”.
“Lo vuelven a esposar y en vez de bajarlo, lo atan a una reja y aparece un “madero” con una toalla anudada escurriendo agua y empiezan a darle golpes en los riñones”.
“Pero éste estaba bastante curtido y aguantó”.
En vista de que no se “ablandaba”, lo bajan a los calabozos y allí se pasó el día echado en un jergón.
A la noche siguiente y sobre la misma hora, cuando entras te obligan a quitarte desde el reloj hasta la correa de los pantalones para que no te ahorques si te da la vena, lo suben y se repite lo del papel para firmar y ante la negativa, a la reja de la ventana y somanta de golpes en los riñones y las lumbares hasta que perdió el conocimiento.
Bien es verdad que le ofrecieron una salida después de decirle que le tenían “ganas” porque se les había escurrido siempre con el tráfico de coches de contrabando robados en Francia y pasados a Marruecos; que sabían que era a la Guardia Civil a quién beneficiaba y qué había llegado el momento de saldar cuentas tras el “cante” de uno de los hombres que colaboraba con él
Y a la noche siguiente la misma ración y protocolo hasta que se orinó encima y viendo que la orina manchaba el pantalón de sangre pensó que de la cárcel se sale, pero del cementerio no.
Así que firmó que había robado un Seat 132 sacado de un almacén de coches después de saludar al vigilante de guardia.
Le dieron unos pantalones y le quitaron los manchados de sangre y le advirtieron de que no abriera la boca delante del juez.
Pero como era "mu tirao pa lante”, se lo soltó al juez que no hizo ni puto caso porque no presentaba ninguna moradura aunque no se le podía tocar en la espalda.
Éste perdió los nervios y llamó hijo de puta al juez, que ordenó ingreso en prisión sin fianza.
Lo sacaron del juzgado y en vez de llevarlo a la cárcel, lo llevaron a jefatura donde le dieron una tunda de palos tal que lo entraron en el "talego dos funcionarios de prisiones cogiéndole de los brazos y lo llevaron a la “nevera” hasta que se espabiló lo suficiente,
Hizo venir a su abogado que cuando oyó lo sucedido le dijo que iba a traer a un notario, lo que así sucedió un día más tarde.
El notario sacó un portafolios y comenzó a transcribir lo que contaba hasta que en un momento dado lo cierra y los mira y le dice al abogado: “Mira Juan, si esto sale a la luz, nada más pongan a este hombre en la calle, a los pocos días aparecerá muerto en un cuneta o en un descampado. Yo no quiero un cargo de conciencia por levantar un acta sabiendo cómo van a acabar las cosas”.
Antuan me miró y dijo que lo que le había contado no podía ser verdad.
Le respondí que quien me lo había contado era de mi total confianza y si le creí, pero que él podía hacer lo que quisiera.
Se quedó callado y añadí:”ahora ya sabes que es “interrogar hábilmente”, tanto al Mohamed como a este conocido”
Aquel insistió que no podía ser cierto que hubiera tal salvajismo en la policía y me preguntó: “¿Por qué estás seguro de que tu amigo no te contó una mentira?”
“¡Muy sencillo, es que soy esa persona y por eso estoy en la cárcel con una condena de seis años!”
“Ese día descubrí lo frágil que es un hombre, Antuan y por eso se que no se resiste nadie”
“¿Entiendes ahora por qué esos “atracaron” el banco que tú asaltaste?”
“¡Que hijos de puta más grandes!”
“Procura, si alguna vez te detienen, que no te “interroguen hábilmente”
8.- VIERNES...
Con el monótono ritmo de la lluvia golpeando el tragaluz de donde duermo, que asemeja a los tambores africanos oídos desde lejos, me levanto y me dirijo a la cocina donde me siento aguardando que el día amanezca sin pensar si será malo o bueno.
Es la noche bastante oscura aunque desde lejos las luces de los pueblos que se acurrucan en la falda de la montaña asemejan luciérnagas que después de recorrer el cielo descansan a la espera de dormir cuando por levante se inicie el día.
Se ve todo el cielo uniforme y encapotado menos por levante, donde se intuye que está más descargado de nubes, que como telón de un teatro, se prepara para el espectáculo de ofrecernos la obra no escrita en el libreto del destino, de un nuevo día cuajado de promesas, de sueños, de desengaños y fracasos que no son otra cosa que cuentas del rosario de la vida que se desliza entre los dedos de nuestra mano.
Pero al igual que en una ópera, es la orquesta del silencio quien ataca la partitura mientras las nubes se arremolinan para hacer un cuadro del cielo que deja como un boceto el que pintó el Greco en su entierro del conde de Orgaz, al que solo por contemplarlo, hace maravilloso un viaje a Toledo.
Grises intensos entre claros, nubes oscuras como los malos pensamientos se desparraman por levante mientras eclosiona el día, que como una carcasa de feria, estallará dentro de un rato para celebrar que la noche ha muerto dando paso a un nuevo ciclo de veinticuatro horas que nos permitirá rectificar los errores de ayer y lanzarnos a la conquista de nuevas metas que solo nosotros conocemos y que, por conseguirlas, nos vamos dejando la vida a trozos.
Noto el roce entre mis piernas de los pelos de la gata que entre ellas se mete mientras me contempla con esas dos enormes luciérnagas que son sus ojos cuando me interrogan.
Y la notar que paso la mano sobre su cabeza, maúlla mimosa y compasiva tal vez pensando que los años me pesan y entretengo mis horas de vigilia contemplando algo que no merece la pena, según su mente de gato.
Se aleja andando como una reina buscando la otomana donde se echara toda extendida a la espera de que el sueño vuelva a sus ojos y haga pasar el tiempo que falta para acudir a donde duerme mi hijo para lamer su cara y decirle de esta manera que debe levantarse para ir a la escuela.
Va cambiando el cielo en cada segundo y por momentos se retira arrastrándose la noche ante el avance inexorable de la luz que ya me permite ver que tras esta lluvia que aún martíllea en el tragaluz, vendrá un sol tristón encubierto de nubes que parecen girones de niebla aunque aún no haga tanto frio como para que se condense la humedad que el caliente mar produce.
Ya me llama mi hijo lo que significa que la gata ha visitado su cama dándole el saludo matutino con unos lenguazos capaces de rascar un árbol para descortezarlo.
¿Cómo va a ser el día?
¿Qué me deparará el destino?
Con certeza será hermoso porque hermosa es la vida y mientras hay vida existe la esperanza por muy lejos que la veamos y por muy poco que creamos en ella, pues es esa certeza la que hace mover los brazos al naufrago aunque no vea tierra ni nada a su alrededor.
Puede que lo único que traiga más abundante sea la monotonía al impedir a la mente desarrollar lo que quiere porque se lo impida un cuerpo que continúa su camino, aunque ya no corriendo sino paso a paso, cuando no arrastrándose sin desmayo.
Aceptar esta realidad puede hacer hermoso el ver desfilar los coches por la carretera, a las hormigas de un hormiguero a otro e, incluso, el canto de un jilguero que se desgañita cantando a un cielo que cubierto de nubes está y parece de plomo.
Ya han desaparecido las luces de los pueblos, ya veo las gotas cuando besan el suelo, ya distingo la hierba verde que hay junto a la acequia que circula por detrás.
Ya se ven las ramas secas de los naranjos muertos que aguardan en silencio la mano que los corte para calentar en invierno.
Ya va siendo hora de que me desnude del todo y me deje invadir por el placer de sentir el agua caliente escurrir por todo mi cuerpo.
Y es que los más pequeños placeres se pueden transformar en los más grandes por el simple hecho de observarlos con desapasionamiento y aceptarlos como vienen y como un regalo.
Ya es viernes, final de una semana que acogota y mata un mes en donde no he hecho más que pasar de médico en médico y oír que soy un milagro viviente.
Habrá quien se queje de tanta excursión a lugares tan fríos como son los hospitales, pero yo no veo satisfacción más grande como la de ver poner parches y remiendos a un organismo que se resiste a que lo entierren.
Hoy, como ayer y como mañana es un día grande e importante.
¡Qué hermosa es la vida aún en las peores situaciones!
9.- FREGOTEO…
9.- FREGOTEO…
Contemplaba mientras fregaba los cacharros de la comida como el viento seco de poniente se enrollaba a la cintura de las hierbas más altas para bailar con ellas un ritmo que solo se capta con los ojos del alma, mientras que los de la cara solo ven poco más que hierbas y ramas agitadas por el viento.
Miraba más lejos, más allá del horizonte, más lejos de la realidad del momento y se perdían los ojos de mi alma en la ensoñación de un tiempo que aún no he conocido en que las montañas bailen entre los recuerdos y los campos plantado de mies sean al moverse los que, como los ángeles en el cielo, agiten el viento para que reseque el sudor que perla mi frente porque lucho constantemente y contra corriente en un mundo donde todo se mide por el pequeño metro de que vales tanto como tienes.
Soy un hombre muy pobre, pero no solo ahora que nada tengo, también lo era cuando ganaba mucho dinero convencido que con él podría comprar otras cosas distintas a las que se pueden tocar con los dedos de la mano.
Convencido de que iba por el camino correcto, he dilapidado el escaso espacio que supone una vida en este mundo terreno y descubro asombrado, cuando ya queda menos para llegar al final del recorrido, que ahora que solo tengo lo puesto, soy más feliz, tengo más paz y me siento más pleno que cuando tenía dinero y era objeto de la envidia de los demás.
Por eso cuando miro lo que tengo enfrente, o contemplo, como las hierbas, altas o bajas, se abrazan al viento, cuando un simple gorrión picotea el suelo o un escarabajo atraviesa el camino, me lleno de algo indefinible que me hace sentir por dentro más que grande, diría que inmenso, por pertenecer a un conjunto en el que la hermosura lo preside todo, incluso lo feo y todo guarda un orden perfecto siguiendo las directrices que vienen marcadas antes del nacimiento por un ser indefinible y etéreo que gobierna el universo basándose en unas leyes muy simples que dan explicación clara a todo, incluido el sufrir enfermedades.
Se gira la cara cuando se observa una herida purulenta, pero eso es la demostración de que nuestro intelecto está virgen y sin usar, porque todo aquel que piensa un poco enseguida descubre que lo que ve es el resultado de una infección ocasionada por las defensas del organismo al luchar contra un invasor que trata de destruirnos.
Nada de importancia, pero aunque no llevo sombrero, me descubro sumiso y orgulloso de estar dotado de mecanismos tan perfectos que incluso en esos momentos tan feos son maravillosos.
Vuelven a mí los fugados pensamientos y me doy cuenta de que llevo un rato con el grifo abierto, desperdiciando un elemento que es indispensable para la vida en todas sus manifestaciones.
Cojo el estropajo de nuevo y ataco a la patata que se ha quedado adherida en el plato como resto de la batalla entre el hambre que tenia y el hervido puesto.
Lo dejo limpio y otro agarro pero parece que lo hubiera rebañado mi hijo, que es niquitoso con la comida, con el trabajo, con el vestir y con todo lo que la mala enseñanza en los colegios y la permisividad de los padres, hemos establecido como dogma en su beneficio, cuando no lo es, y lo descubrirán dentro de un tiempo cuando ellos sean padres, sino que es más un perjuicio porque les ha hecho creer que son los amos de la creación y solo tienen derechos.
Bien es verdad que me consuelo al pensar que entre las miles de tablillas con las que formó la biblioteca Asurbanipal, el Sardanápalo de los griegos en Nínive, apareció una en la que dice que la juventud de aquellos momentos era disoluta, irresponsable, no obedecía a los padres, eran unos vagos y no respetaban las tradiciones convencidos de que los progenitores era sus esclavos y debían satisfacer todas sus necesidades.
Si no fuera porque estoy oyendo la secadora, pensaría que habían desaparecido los 2650 años que me separan de aquel tiempo.
Me consuelo como puedo, y no lo hace el que no quiere, pensando que eso ya no lo verán mis ojos, pero que mi hijo pensara de los suyos, o de sus nietos, lo mismo que pensaban entonces y aguantamos los padres de ahora.
Muchas veces pienso que no hemos evolucionado en nada, salvo en la técnica, pues nos basamos en la filosofía de los griegos, la religión de los hebreos, la escritura de los asirios y fenicios, la metalurgia de los germanos y los caballos de cuatro ruedas que el Sr. Ford enseñó cómo fabricarlos a más velocidad que suspira una joven viuda.
Se me acaba de caer un cuchillo al suelo.
Doy gracias al señor de los espacios infinitos de que no ha insertado en mi pie a uno de los dedos como lo hace un palillo con la aceituna de un Martini seco.
Creo que voy a tener que dedicar más atención a lo que hago, no sea que se deslice un plato entre mis manos y me deje hecho polvo el pie con algún hueso roto.
Mejor dejo de divagar y acabo lo que estoy haciendo.
10.- FRIO…
Al igual que las tribus bárbaras, que no eran mercenarios de los romanos, irrumpieron por las fronteras del norte sin hacer sonar sus cuernos de guerra ni sus pífanos, así ha entrado el frio navegando sobre un cielo azul intenso tras saltar sobre las sierras que cierran el horizonte por donde hace siglos entraron los germanos y el resto de aquellos pueblos que abandonaron sus tierras empujados por el frio y el hambre.
Ha caído como una losa de hielo, pues hemos pasado de ayer a estas horas 18º a menos de cinco, que se cuela como un cuchillo por los intersticios de las ventanas y costuras de la ropa que ha obligado a muchos, de buena mañana, a rebuscar en los armarios prendas más gruesas, o mejor confeccionadas, para no sentir en la piel el beso frio de un enemigo que por sorpresa nos asalta.
Y es que vivimos tan distraídos con los juguetes que nos da el mundo, que hemos perdido el saber ancestral que decía a los antiguos, y ahora a los que quieren escuchar y mirar, que esta avanzado el otoño, que en los campos ya se fija el rocío en forma de perlas a las hojas de las hierbas hasta que al avanzar las horas se deslizan persiguiéndose hasta encontrarse en el suelo al que empapan.
No tardará mucho, y por sorpresa, en que veremos las montañas cubiertas del sudario blanco de la nieve cuyo heraldo son las hojas de los árboles que van muriendo desde septiembre sin que nadie extraiga de lo que contempla otra enseñanza que la hermosura del otoño y no el que la vida sigue y con pasos infalible nos trae desde mediados del otoño las nieves que, cuando yo era niño, comenzaban a caer a finales de septiembre.
Aún no se ha acostumbrado el cuerpo al cambio horario que aseguran puede ahorrar dinero, pero que deforma la realidad a la que estamos acostumbrados, dejando al cuerpo desmadejado y a los sueños perdidos por esos campos planos que son las costumbres adquiridas y detenidas, de forma violenta, por las saetas de un instrumento creado para controlar el tiempo que hace que los más ”civilizados” tenga reloj y a los que consideramos como menos, tenga el tiempo sin importarles cuando nacieron ni cuánto dura eso que llamamos vida y que para ellos es el retorno hacia lo eterno certeros de que al cabo de un tiempo regresarán de nuevo y con otro cuerpo a éste desnortado mundo en que vivimos.
Se nota que hace frio, porque el sonido llega desde más lejos y más nítido montado en el silencio que como un espejo, si no es roto por los locos que solo crean ruidos, nos refleja el cielo y hace de camino, como si fuera de hielo, a ese sonido.
Descorro la cortina y miro las palmeras que dejan colgar lacias las ramas, muchas ya marrones y secas, a la espera de un poco de viento que las agite, mientras se recortan en la capa turquesa de este cielo sin nubes que engalana el día en que se inicia la semana con el mismo panorama de las anteriores en que contemplé cómo pasaban las horas sentado en esta silla tratando de que las musas vinieran a visitarme para iluminar mi mente y, a mi vez, plasmar en el papel lo que me inspiran por si el día de mañana quieren leerme.
Canta la ninfa con fuerza en su jaula mientras la gata gira la cabeza sorprendida por este escándalo mañanero que produce el pájaro del que no sabemos si canta o protesta ante algo que nosotros no oímos ni vemos.
Ya empiezan a producir efecto las pastillas que tomo y la modorra desciende desde mi cerebro al resto del cuerpo.
No estaría mal dejarme vencer por si consigo cerrar mis ojos ante el beso del sueño, pero tengo la impresión, ya comprobada muchas veces, que lo que hago con ellos es esconderlos tras los párpados a la espera del milagro de quedarme dormido, cosa que pocas veces, por no decir ninguna, he conseguido si me acuesto durante el día
Voy a tener que lavarme la cara de nuevo con agua fría, porque lo que siento es laxitud y no sueño.
Y después seguiré aguardando que surja el milagro de que mi mente se despeje y se abra la puerta de mis sentimientos para endulzar y estimular esta página que con el día inicio, tras, también hay que decirlo, ese otro milagro más grande que se inicia cuando abro mis ojos cada madrugada inundándome de alegría al comprobar que sigo vivo.
Avanza el día y con él, los ruidos…
11.- LA RUEDA…
Sentado en la silla que desde tanto tiempo tengo para acomodarme frente al ordenador y abrazado por un silencio desconocido a estas horas, me ensimismo para deslizarme hasta el baúl de los recuerdos y rebuscar, entre tantos como atesoro, alguno que sea capaz de calentar mi cerebro y que no haya entendido jamás por qué sucedió.
Y sin tener que escarbar mucho, sale primero el que más veces he contado y por el que he cosechado más risas, más pitorreo y cachondeo, cuando no bromas sobre el nivel etílico de mi sangre cuando era marinero en aquel barco, porque cuando dices que ya en aquellos tiempos lejanos era abstemio, se lo toman a cuenta de inventario
Tenía por costumbre al acabar mi cuarto, salir a cubierta cuando era de día para darme un paseo si el tiempo lo permitía, o bajar a la sala de marinería a leer tranquilo o charlar con alguno de los marineros españoles, gallegos, o canarios porque de los dos sitios había, que habían acabado el cuarto y no dormían.
Ese día tenía cuarto en puente, en donde habían cuatro hombres más: uno vigilando la ruta y a ambos lados del puente, otro sentado frente al ordenador que manejaba el timón, donde se podían marcar hasta 57 rumbos diferentes sin tocar el timón con la seguridad de que tres millas antes de llegar al punto de cambio de rumbo, sonaba el zumbador que te advertía de su proximidad, yo que miraba la pantalla de radar, otro que vigilaba el giroscopio y el sistema de posicionamiento del barco en todo momento, algo parecido al GPS de ahora, pero no tan completo y el último sentado ante la enorme consola donde estaban registrados todos los parámetros importantes del barco, sobre todo los del motor, pudiéndose modificar la velocidad, las revoluciones, la inyección, las bombas de achique, además de mostrar en todo instante desde temperatura del combustible, a la presión del turbocompresor, el consumo por caballo hora del combustible, los litros de aceite de engrase, la presión de la bomba de engrase, la temperatura del agua de refrigeración y de la salada entre tanques y todo lo necesario e importante para que funcionara correctamente aquel gigantesco motor de dos tiempos y 14 cilindros en línea, turbo alimentado, de 30.400 CV, con una sola hélice a 114 rpm, que impulsaba aquella mole de 334 m de eslora, 51.60 m de manga, 26.80 de puntal y un calado bajo la superficie del mar de 18,20 m, llamado “Vizcaya”, a 15 nudos por casi toda clase de mar y en el que íbamos 44 hombres embarcados.
Comenzó el viaje dónde sucedió lo que relato al separarnos los remolcadores de la terminal de súper petroleros de Ras Tanura, en Arabia Saudita, el 18 de Febrero y con el “avante un cuarto”, dejamos atrás el “Tokyo Maru”, de bandera japonesa, El “Torrey Canyon”, con bandera liberiana y el “Erika”, con bandera de Malta, quedando dos más al otro lado del pantalán sin saber quiénes eran.
Nosotros lo hacíamos bajo bandera panameña.
Y navegamos sin problemas y aún a pesar del duro trabajo que siempre hay en los barcos, y más en los petroleros, se puede decir que la certeza de que alguno empezaría sus seis meses de descanso, hacia todo más ligero y la rutina volvió tras esos cuatro días cargando.
Sería la noche del 14 o 15 de Marzo, no me acuerdo con certeza cuál de ellas, estando a la altura de la isla canaria más occidental, cuando el oficial de derrota subió al puente y procedió a marcar una ruta distinta a la que llevábamos en el ordenador.
Eso le llevó su tiempo y una vez programado, recogió las dos cartas de navegación que había usado y, tras guardarlas, se retiró del puente.
Comentamos cuál sería el nuevo destino y el oficial nos dijo que íbamos a los Estados Unidos sin añadir nada más.
Nunca viene mal visitar otros puestos, pero había hombres que, una vez llegados a Rotterdam, salían con su permiso tres meses y esta nueva ruta podía entorpecer su salida.
Estábamos en silencio en aquellos momentos y con las luces atenuadas del puente, cuando el horizonte a babor de la nave se iluminó de golpe.
Era como si hubiera estallado un petrolero y la luz se proyectara al cielo.
Duró dos o tres segundos y desapareció, dejando el cielo con la misma oscuridad que tenía antes.
No dio tiempo a llamar la atención del oficial de guardia en el puente, porque éste también debió ver algo y volviéndose a nosotros nos preguntó que habría sido eso. Dijimos que no lo sabíamos, pero podía ser muy bien la explosión de un barco por la luz que proyectó.
El horizonte no indicaba nada que hiciera pensar en un incendio residual así que dejamos de mirar mientras el oficial de guardia llamaba a la cabina de radio y de allí salió el oficial de transmisiones que dijo que no había ninguna llamada de emergencia por el canal internacional y que solo se escuchaban las transmisiones entre barcos y entre estos y las radios costeras para comunicación con tierra.
Nos miramos un tanto sorprendidos, pero sin saber que decir, salvo que aquel intenso fogonazo, por llamarlo de alguna manera, solo podía ser por la explosión de un buque tanque.
Y eso comentábamos entre nosotros.
El de transmisiones regreso a su sitio y nosotros seguimos oteando por las ventanas rectangulares del puente la noche tan oscura y estrellada sin observar nada.
Nos acercamos a la pantalla del radar donde el oficial manipuló para barrer desde la distancia máxima que puede alcanzar a la distancia mínima con el fin de detectar si había algún otro barco, pero la pantalla permaneció sin señal alguna.
Consultamos la pantalla del Navigator y estábamos a más de 250 millas de Canarias y navegábamos formando un ángulo de más de 30º con el norte magnético alejándonos de la ruta que llevábamos antes.
El oficial estaba con un bolígrafo en la mano y el libro de bitácora abierto para anotar el incidente, cuando un marinero, que miraba con prismáticos en la dirección por donde habíamos visto el fogonazo, dice en voz alta: “¿Qué es eso?”
Lo dijo en español y nos volvimos todos, incluido el oficial, que estaba casado con una vasca y hablaba español muy bien con marcado acento nórdico, era noruego.
Allá, en la oscuridad del mar se veía como un foco de luz que parecía avanzar hacia nosotros.
Giró el oficial y se acercó a donde estaba y comenzó a hacer barridos de radar convencido de detectar algún navío, pues era visible con prismáticos, pero en la pantalla no aparecía nada en absoluto.
Volvió a observar por la ventana y la luminosidad se mantenía y aunque era de noche y el mar estaba bastante en calma, no se podía distinguir con claridad qué era “aquello”.
Mientras miraba preguntó si el radar detectaba algo y respondí que no, lo que hizo que volviera junto a mí a mirar la pantalla y en la misma seguía sin aparecer nada.
Se seleccionó para el máximo, pero no aparecía ningún navío, luego para 15 millas y el barrido fue nulo; se puso para 10 y también el barrido no indico ningún objeto sobre el agua, se conecto la banda de “colisión”, por si estaba más cerca y tampoco señaló objeto alguno.
Nos miramos y los dos estábamos desconcertados, pero ninguno dijo nada mientras volvía a coger los prismáticos y ponerse de nuevo a observar por la ventana.
La tensión iba en aumento, porque si hay algo que aterrorice al ser humano es lo desconocido y, a todas luces, “aquello” navegaba hacia nosotros pero el radar señalaba que estábamos solos en el mar y no había objeto alguno.
De momento parecía estar aún lejos, porque aparecía y desaparecía según navegábamos, aunque al no resaltar mucho la luminosidad y ser noche cerrada, era muy difícil calcular a qué distancia estaba de nuestro barco sin la ayuda del radar.
Pensé que de haber sido de día y estar sobre cubierta, ni lo habríamos visto y tenía mis dudas que desde el puente lo vieran porque el sol utiliza las olas como espejo y distorsiona las distancias cuando todo lo que abarcan tus ojos es mar abierto.
No sé quién fue el que habló de los que miraban con los prismáticos, pero uno de ellos, con voz alarmada, dijo: “¡Eso está sami sumergido!”
Estábamos en silencio y sonó como una granada en un local vacio.
El oficial tomó el teléfono y dio aviso al capitán que, cuatro o cinco minutos después, entró en el puente con pantalones vaqueros y camiseta oscura.
Sandsmeier imponía con sus casi dos metros, delgado, con barba dorada y casi calvo, fumador hasta el aburrimiento y de los que no levantaba la voz, pero daba miedo cuando te miraba con aquellos ojos azul claro.
Hicieron un aparte y solo veíamos como con el brazo extendido, el oficial, le señalaba el horizonte donde aparecían y desaparecían aquellas luces.
Estaba sin moverme y mirando la pantalla que seguía sin señalar ningún contacto de radar.
Me miró el oficial y moví negativamente la cabeza, lo que le transmitió al capitán, que abrió la puerta y salió a la pasarela a mirar sin los reflejos del cristal.
Estuvo unos minutos y entró dirigiéndose a la mesa de cartas donde extendió una y sobre ella trazó una ruta, momento en el que entró el oficial de derrota, que se aproximó y miró la carta.
No me había dado cuenta que estaba convocando el comandante a los oficiales.
Hablaban los tres en ingles y de pronto cogió los prismáticos el oficial de derrota y salió para entrar a los tres o cuatro minutos.
A esa altura ya se distinguía que aquello era redondo, que llevaba luces de colores y que eran pulsantes porque aumentaba y disminuía la intensidad lumínica regularmente., al mismo tiempo que giraba sobre sí mismo.
La tensión se “olía”, como el miedo, pero el comandante y los dos oficiales seguían trazando sobre la carta mientras giraban la cabeza y miraban como “aquello” se iba aproximando.
Volvió el primer oficial y el capitán a acercarse a la consola del radar y ellos mismo manipularon el selector y en ninguno de los barridos apareció en la pantalla nada.
El capitán y el oficial determinaron que el rumbo de aquel objeto era de colisión, y desde el mismo puente, se rebajó la velocidad a 10 nudos supongo que con el fin de permitir a “aquello”, de seguir el mismo rumbo, que pasara por la proa al petrolero.
El capitán cogió el teléfono y debió comunicar con la cabina de radio, pues al poco rato, salió el oficial y le entendimos que no respondían a las llamadas que por la frecuencia de emergencia se hacían.
Cuando salió al puente el oficial de comunicaciones, el objeto ya se veía más grande pero lo que desconcertó a los allí presentes fue que varió el rumbo de forma que el nuevo también era de colisión con nosotros.
Volvió a su cabina el oficial de transmisiones y, supongo, empezaría a emitir seguido mensajes de peligro de colisión si mantenía ese rumbo.
A la vista de que no variaba el rumbo, se ordenó “¡Alto Máquinas! ¡Toda atrás!” desde el mismo puente y Ambrosio, otro de los marineros, por el telégrafo ordenó lo mismo, que fue respondido desde abajo de inmediato.
Aquel súper tanque a la velocidad de 15 nudos y cargado a tope de crudo necesitaba seis kilómetros, desde el instante de “Alto Máquinas. Toda Atrás”, para detenerse y empezar, milímetro a milímetro, a retroceder.
Y el radar seguía sin presentar ninguna lectura, lo que era comprensible si “aquello” navegaba sumergido., pero tampoco teníamos dudas de que navegaba a la misma velocidad que nosotros o, quizás, más.
Apareció el ingeniero de máquinas que, al tener en su cabina terminales de los más importantes datos del motor, había detectado que algo raro estaba sucediendo, aunque no en el motor.
El barco se iba parando, pero dentro del puente todos estábamos muy preocupados, convencidos de que íbamos a colisionar contra algo que no sabíamos qué era pero que venía hacia nosotros.
Y por completo indefensos ante las evoluciones de aquel objeto que variaba su rumbo en función de la velocidad que teníamos hasta detenernos por completo.
Todos sabíamos que de nada servía virar el timón e intentar volver a “Avante toda”, porque además de requerir tiempo, “aquello” evolucionaba como si estuviera manejado por profesionales que sabían lo limitado de nuestras posibilidades de eludir una colisión, además de disponer de una tecnología muy superior a la nuestra en todo.
Miraba la cara del primer oficial que escudriñaba la pantalla del radar y notaba una mezcla entre sorpresa y miedo por la carencia de destellos en la misma, porque eso significaba, fuera de toda duda, que de aquel objeto sumergido no emergía tan siquiera una antena metálica.
No podía leer la mente de nadie, pero si me percaté que todos estábamos sudando y que, como podíamos, controlábamos el miedo.
La cara del comandante parecía tallada en piedra y solo le cubría la frente el sudor, pero cuando preguntaba al oficial del radar, su voz eras tensa pero normal, sin pánico o miedo, pero hombre como nosotros, sabíamos que lo controlaba a duras penas.
Estoy seguro que era consciente del peligro que representaba una colisión en un petrolero tan grande, además de saber que allí habían 44 hombres, la mayoría de los cuales dormían, o estaban en las máquinas, por completo ajenos a lo que estaba sucediendo en el mar y a lo que pensábamos los del puente.
Nos mirábamos unos a otros y creo que todos esperábamos el choque de “aquello” contra nuestro barco como aguarda la estocada final un toro de lidia en el ruedo después de haber hecho todo lo que sabe para defenderse.
El oficial de la radio salió diciendo que nadie respondía a sus llamadas, que el carguero más cercano, en ruta hacia Montevideo, estaba a 150 millas de donde estábamos, además de que el canal internacional de emergencias, seguía en silencio.
Entonces el capitán dijo a los oficiales: “Si colisionan contra nosotros, se hundirán y no se salvará nadie y si quisieran torpedearnos ya lo habrían hecho. Sea lo que sea “eso” está tripulado y sabe lo que hacen”.
Y el oficial de puente nos tradujo a los españoles lo que dijo el capitán.
Fue como encender un foco en la oscuridad de la mente, porque de inmediato nos agarramos a lo oído convencidos de que lo pensado por el comandante, era correcto.
Desde las ventanas del puente observamos que la rotación de las luces se hacía más rápida y, al mismo tiempo, disminuía la intensidad, lo que hizo exclamar al capitán: “¡Se está sumergiendo!”.
Esta vez no lo tradujo de inmediato, pero vimos como se sumergía al disminuir la intensidad de las luces.
Todos los tripulantes del barco sabíamos que la obra viva sumergida tiene 18 metros debajo del nivel del mar y que un impacto en el centro del petrolero lo partiría en dos con toda seguridad.
Miramos asombrados cómo se aproximaba al barco y distinguíamos que era como una rueda con luces al final de los radios y de un diámetro comprendido entre los 15 y los 20 metros.
“Aquello” era un disco enorme que viajaba sumergido y maniobraba como si fuera un submarino a una velocidad bastante elevada.
Salió el capitán, el primer oficial, el ingeniero y el de radio, a la pasarela, nosotros miramos por las ventanas del puente y vimos como se acercaba más y más hasta que desapareció bajo nuestro casco.
Yo no sé que pensaron los demás ni qué sentían, pero yo creí llegado mi último día si aquello colisionaba y salíamos ardiendo.
Desaparecido por la amura de babor, pasamos a través de puente a estribor y miramos a través de las ventanas y lo vimos proseguir su marcha hasta que estuvo a una milla en que las luces comenzaron a brillar con más intensidad y a girar más despacio.
Estaba emergiendo con un ángulo de unos 30º y antes de llegar a la milla y media, lo veíamos como cuando se aproximaba a nosotros, pero navegando con rumbo a Canarias.
Menos de cinco o seis minutos después, todo signo de luz haba desaparecido de la superficie del mar, siguiendo la noche completamente oscura.
Y empezamos a hablar porque en todo aquel lapso de tiempo en el puente solo se oían los instrumentos y en voz baja, las conversaciones de los oficiales con el comandante.
Me di cuenta que el capitán, los oficiales de puente, radio y el ingeniero de máquinas, tenían la camisa mojada, al igual que nosotros.
Habló con el de máquinas y este movió el telégrafo a la posición de “Avante toda” y pronto volvió a vibrar el barco como estábamos acostumbrados.
El capitán y los oficiales de puente, comenzaron a tomar notas, mientras el de radio y máquinas salían.
El de derrota se dedicó a comprobar donde estábamos y a reprogramar el ordenador del piloto automático.
Al día siguiente se nos llamó a la cámara de oficiales y allí se nos dio papel para que redactáramos una declaración jurada de lo presenciado, cada uno en su idioma que firmamos ante testigos y en presencia del capitán.
Sé que se radió lo sucedido a las autoridades de Canarias porque hacia allí se desplazaba el objeto, según dijo el camarero de oficiales, que comentaban entre ellos lo sucedido la anterior noche.
Y no merece la pena nombrar el cachondeo de la tripulación cuando se extendió la noticia mientras se comía, porque nos oímos de todo referido al papel higiénico, pero uno, que no sé rió, comentó que él, en otro petrolero mientras navegaba por el Índico había presenciado como un platillo volante se sumergía en el mar como si tal cosa.
Una vez atracados en el pantalán de grandes tanques de Baltimore y mientras la tripulación se preparaba para proceder al bombeo del crudo, llegaron en una lancha tres personajes que subieron y se metieron a hablar con el oficial de puente de aquella noche y con el capitán.
Pero lo que más nos llamó la atención fue que aún no se habían ido los primeros cuando se abarloo una lancha de la marina canadiense con algunos oficiales, uno de ellos de graduación, que estuvieron bastante tiempo.
Volvieron al día siguiente y nos interrogaron a los que estábamos en el puente y nos mostraron una serie de fotografías para averiguar si algo de lo que nos mostraban coincidía, o se aproximaba, a lo que habíamos visto aquella noche.
Fue la primera vez en mi vida que vi buenas fotografías de platillos volantes y su contemplación asentó definitivamente en mi cabeza que “aquello” que vimos era de origen extraterrestre y que para conseguir esa tecnología habían de ser fisiológicamente como nosotros, o muy parecidos.
Me vino a la memoria entonces la frase de un científico que decía muy ufano que no se parecen los extraterrestres a nosotros, sino que nosotros nos parecemos a ellos.
Han pasado casi cuarenta años de aquello y continúo diciendo lo mismo: “aquellos” supieron en todo momento qué hacían, con seguridad escuchaban nuestra radio y tenían una tecnología inimaginable que utilizaron para acojonarnos y, vive Dios, que lo consiguieron.
12.- EL MALAGUEÑO…
Muchas veces salta en mi mente un destello cual rayo en cielo oscurecido de nubes negras de tormenta, que me hace retroceder décadas y a lugares donde viví pero que desde el año 57 no he vuelto, por lo menos a dos de ellos.
Tendría yo sobre diez y once años, cuando llegó mi padre contando el por qué no había llegado a tiempo de comer con nosotros desde Quismondo, pueblo pequeño que proveía, en aquellos años, de los braceros necesarios para las grandes fincas que lo rodeaban, entre las que estaba la Companza, donde residía la abuela y parte de la familia del torero Luis Miguel Dominguín y donde residieron cuando se casó con Lucia Bosé.
También estaba la Guadamilla, Concejo y la Casa de las Pulgas, nombre puesto porque el que se acercaba allí, salía hecho un Cristo de picotazos y la enorme finca de toros bravos de Celso del Castillo Cruz, hombre que combatió en Alemania y de donde se trajo a Dª Guillermina, una belleza teutona de ojos azules como lagos.
Don Alejandro, magistrado del Tribunal Supremo, tenía una finca muy grande donde se refugiaba en verano con la tribu de hijos que tenia, a los que llevaba y traía en su Mercedes, raros vehículos en aquellos entonces que solo tenían los muy ricos.
Aquel hombre destacaba por su altura, por sus gafas, por su porte y porque cuando llegaba a la plaza del pueblo a buscar a gente, todos, absolutamente todos los hombres, se quitaban las boinas y las gorras, los que podían pagárselas, como si en vez de un hombre hubiera entrado un dios pagano.
Esa era la España empobrecida y aislada por dictamen de la ONU que por no tragar a Franco ordenó la retirada de embajadores de España y el embargo del comercio, con lo que condenaron a los españolitos a la pobreza y el hambre.
Detalles sin importancia que ahora no se cuentan o se omiten voluntariamente como si el raquitismo en los niños y la miseria en los mayores no hubieran sucedido.
Porque hasta 1953, que empezaron a dar leche en polvo y mantequilla salada en las escuelas, se pasaba como se podía y había pueblos enteros en los que los gatos habían desaparecido y muchas cosas seguían racionadas.
Fue en aquellos tiempos heroicos donde brilló más el ingenio de los españoles que lograron suplir la carencia de gasolina inventando el gasógeno, que lo mismo quemaba cáscaras de almendras que trozos de encina y lo que fuera para mover los coches que no quedaron destruidos en la guerra.
Y fue en esa época cuando sucedió lo que motivó el retraso de mi padre a la hora de la comida y voy a tratar de plasmarlo como él lo contó y mi memoria recuerda.
Entre Madrid y Extremadura habían dos líneas de autobuses muy diferenciadas: La Duhalde y la Sepulvedana.
La segunda tenía mejores autobuses que la primera y sobre ellos solo se colocaban los bultos de los viajeros y algunas cosas que urgieran en los pueblos a lo largo del recorrido.
Los vehículos de la Duhalde eran más viejos, más destartalados pero más familiares y con esto quiero señalar que se podía llevar de todo si se podía poner en las rodillas, fueran paquetes o niños.
Y cuando ya estaba lleno, unos de pie, otros sentados y todos casi sin poder respirar de apretados, siempre quedaba el recurso de bien, pero bien, abrigados en otoño o invierno, subir al techo y acomodarse en aquellos asientos, de alguna forma había que llamarlos, para llegar al destino a tiempo aunque casi helados.
Siempre se ponían con los tabardos o las zamarras y envueltos en mantas de muleros, de espaldas al sentido de la marcha para evitar en lo posible el lagrimeo que de frente hacia llorar como los niños cuando se deciden a amargarnos la noche.
Solo los imprudentes preferían llorar a moco tendido e irse recogiendo la moquita que goteaba por la nariz en tal cantidad que parecía el Tajo después del deshielo.
El caso es que en Madrid, en el Arco de Cuchilleros, punto de salida y llegada de ambos autobuses, subieron una caja de muerto vacía en la baca de uno de la Duhalde.
Salió el autobús completo y al llegar a Navalcarnero paró, porque se paraba en todos los pueblos, y allí había un nuevo pasajero al que después de cobrarle el billete, se le dijo que tenía que ir en la baca que allí dentro no cabía.
Tira el hombre para arriba y cuando ve la caja se descuelga por la escalerilla y corriendo llega al chofer y le dice gritando: “¡¡¡Ahí arriba hay una caja de muerto!!!”.
El chofer debió de mirarlo con desprecio porque le soltó como un escopetazo: “¡Cojones, si que eres tu valiente! ¡Está vacía!”
Tira aquel para arriba, mira la caja, la abre y comprueba que está vacía.
Se sienta y se reanuda el viaje sin mayor problema.
Antes de llegar a Valmojado, empieza a lloviznar de forma que la velocidad y el aire, convencen a éste que lo mejor que podía hacer era meterse dentro de la caja hasta que parara de llover.
Y dicho y hecho: a meterse tranquilamente.
No se sabe bien por qué fue, si por el traqueteo del viaje o porque llevara sueño, pero el caso es que se quedó dormido tan buenamente.
Pararon en Valmojado pero no subió nadie, así que siguieron hasta Santa Cruz y en el cruce con la carretera de Toledo, en casa del “tío Pepe el gasolinero”, se para de nuevo y allí estaba aguardando Manolo “El Andaluz”, personaje archí popular por aquellos pueblos, de mediana edad y hablar con gracejo que lo mismo vendía jabón hecho en casa, que agujas para coser sacos, que ponía lañas en los lebrillos de barro que se habían rajado.
Hoy diríamos que era un hombre todo terreno.
Simpático, agradable y muy supersticioso, que mientras arreglaba algo mantenía a la chiquillería quieta contando cosas inverosímiles hoy, pero entonces emocionantes para el auditorio.
Tira para arriba y en eso que ve la caja, con lo que baja rápido y se va al chofer de nuevo:”Oye, chiquiyoo, ahí no llevarás ningún fiambre, ¿verdad?”
“Súbete tranquilo que está vacía y la bajo en Santa Olalla”
Debió olvidar que arriba ya iba uno desde Navalcarnero.
Y Manolo “el Andaluz” que tira para arriba, se sienta de espaldas al trayecto, se abriga con su zamarra, deshace el bulto y saca una manta de mulero, con la que se envuelve.
Y se reanuda el viaje.
El hombre no debería llevarlas todas consigo, porque de vez en cuando lanzaba miradas desconfiadas a la caja, pero haciendo de tripas corazón, siguió hasta llegar a Quismondo, donde al llegar al bar de la carretera, paraba, coincidiendo con un bache que todos sorteaban, menos ese día el conductor.
Manolo oye “argo raro” y dirige la mirada a la caja comprobando que esta se abría poco a poco.
Pega un salto y se pone de pie mientras ve que de la caja sale una mano entera y desde dentro gritan: “¿Aún llueve?”.
No se lo pensó mucho y se lanzó al suelo desde arriba siendo contemplado por los que esperaban al autobús y los de dentro, que empezaron a bajar para socorrerlo mientras Manolo gritaba porque se había roto una pierna y un brazo.
Cuando van a cogerlo, Manolo grita: “¡un muerto, un muerto!”
Y todos miran para arriba donde ven a un hombre de pie en una caja de muertos con cara de sorpresa como si se preguntara:” ¿Pero qué les pasa a los de ahí abajo?”
Fue tal el pasmo que tuvieron los mirones que huyeron despavoridos dejando solo en el suelo a Manolo con sus quejios y lamentos.
Hay cosas que parecen de chiste, pero que sucedieron.
13.- NUBLADO…
Como se acercan las tragedias o las tormentas en los días claros, así vienen desde el sur masas enormes de nubes negras que preludian lluvia abundante, cuando no desastres, si caen con violencia sobre los campos de frutales hasta formar una lamina de de agua que arrasa todo a su paso cuando cae en demasiada abundancia.
Estoy desde muy temprano levantado sentado frente a la pantalla de este amigo silencioso que recibe con paciencia mis palabras cuando de la mente brotan, o me proporciona la información que me habla del mundo que me rodea.
No hace mucho frio, pero se mete hasta la carne la humedad tan intensa que me rodea dejando la piel de las piernas como si de la de una gallina se tratara y como esto lo conozco protejo mi cuerpo, sobre todo el pecho, para no tener problemas que, si me enfrío, vendrán corriendo.
Las labores de la casa, lavar ropa y dejar algo más limpio el suelo para que pueda distinguir el color que el polvo me tapa, son ejercicios que se enfrentan violentamente con mi religión más asumida que es esa de que no hagas hoy lo que puedas hacer mañana.
Tal vez sea que me voy haciendo viejo, pero jamás me han gustado los arreglos de la casa, no porque lo considere un ataque a mi machismo, sino porque he vivido en sitios tan abandonados que por muy sucio que esté, siempre, comparado con aquellos, me parecerá limpio.
Comienza a lloviznar aunque solo para matar el polvo o dejar en los parabrisas de los coches las manchas del polvo para que el conductor cuando se siente tenga remordimientos y se diga a sí mismo, casi con desprecio: “¡que guarro que eres!”.
El gris de las aceras se hace más intenso a medida que se moja, lo mismo que la carretera que se hace más negra.
No pasan muchos coches esta mañana de domingo cara al bosque y es que deben ver los nublados y han decidido quedarse en casa para no mojarse, prudencia que aconseja no moverse de dónde uno esta relajado y seco.
Poca es también la inspiración que desde el firmamento dejan caer sobre mi cabeza las musas, tal vez porque este nublado, tal vez porque vean mi mente obtusa y roma tras una noche en la que me he pasado todo el tiempo persiguiendo al sueño que ha huido y que a estas horas, incluso, no he conseguido alcanzar y eso que me está provocando con sonoros bostezos y abaniqueo de parpados tratando de cerrarse y yo luchando para que permanezcan abiertos.
Creo que es mejor que me eche un rato a ver si concilio el sueño y éste trae a mí
mente algo de inspiración, o por lo menos, descanso.
Un domingo como otros tantos, pero sin la luz, el sol y el viento fresco empapado del agua del mar que por la ventana de la cocina entraba a lomos de la brisa.
13.- TRABAJO…
Se anuncia el día mediante heraldos que llevan desplegadas al viento las banderas a franjas de oro intenso para hacerse más claro y terminar en blanco que pregonan que pronto el color del cielo comenzará a hacerse azul intenso y que en el navegará majestuoso el sol, por ese mar inmenso, desde un horizonte al otro en que se rendirá en las cumbres de las montañas que cierran la visión por poniente.
Un día que promete ser distinto aunque sean hijos viejos del tiempo que desde infinitud del principio se prolongará hasta lo eterno del futuro, pues no encuentro otra forma de definir el conjunto dónde estamos y pertenecemos.
Intenso ruido por la carretera que es el mensajero de los afanes hacia el trabajo y la demostración clara de que a muchos se les han pegados las sábanas y quieren ganar en pocos kilómetros el tiempo en que se regodeaban en el lecho.
Se levanta mi hijo mientras protesta por tener que ir al colegio, de lo frio que está el aire, de lo oscuro de la mañana, del sueño que tiene y de las pocas ganas que tiene de hacer nada.
Síntoma más que evidente de su poco afán por el estudio y la renuencia, hoy tan abundante entre los jóvenes, a asumir las responsabilidades que son para su día de mañana, que no ven próximo, porque en su mente no entra la idea de lo fugitivo que es el tiempo y que cuando cesen los cantos juveniles, les pasará como a la cigarra del cuento, que cantando, cantando, llega el invierno sin tener los graneros llenos.
Así vislumbro el concepto que tienen los jóvenes del tiempo y de la vida, que cuando quieran acelerar para recuperar lo perdido, ya no podrán volver atrás ni alcanzar lo malgastado.
Y en el momento actual no me es posible ponerlo frente a la realidad que es el trabajo porque no hay para nadie, porque pude comprobar con once años lo que significa una jornada laboral de ocho horas acarreando calderetas de mortero después de haberme recorrido ocho kilómetros andando para llegar al tajo y ocho más que tenia de regreso, estuviera como estuviera de cansado.
Porque no hay más que enfrentarlos a esta dura realidad para que se percaten por completo de que el “ganarás el pan con el sudor de tu frente” es algo más que una maldición bíblica.
Pero no hay trabajo ni muchas veces fuerzas para sumergirlos en esa realidad tan dura.
Tenemos la culpa nosotros, que porque de niños sufrimos tanto, no queremos que nuestros hijos sufran tanto y es, cuando llegan estos momentos, cuando nos damos cuenta de que estamos equivocados.
También para nosotros se ha pasado el tiempo de las rectificaciones, aunque en este momento preciso, sea porque no hay trabajo para nadie.
Miro el futuro con desasosiego, no por mí que ya lo tengo todo hecho con mis setenta años, sino por el que se les viene encima insinuado por todo lo que ahora está ocurriendo.
Ya se ha hecho de día por completo y es, como había imaginado, un día muy hermoso.
14.- LAS PIEDRAS…
Era al poco de estar montado el servicio técnico de electrodomésticos de AEG en una zona comprendida desde Benicarló por el norte hasta Guardarmar del Segura por el sur, entrando también la provincia de Teruel hasta la capital.
Pero la línea principal de actuación lo constituía la costa entre Gandía y Benidorm, por estar asentadas en esa zona las colonias más numerosas de alemanes, siendo Denia, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, nido de gerifaltes del partido nazi a los que se permitió esconderse, tras comprar las tierras, llegando alguno de ellos a tener puerto propio para su lancha torpedera alemana, como fue Bremer, cuya mujer nos hacia ir más veces a su casa de las debidas aunque siempre era generosa en las propinas, pero que trajeron sus símbolos que aún se pueden ver sobre las puertas de acceso, todas de acero forjado, en el hierro de sus pozos y hasta en algunas veletas,.
Solo compraban electrodomésticos de marca alemana o se los traían al hacer el traslado, de ahí que esa era la zona más visitada.
El equipo lo conformábamos dos jóvenes de poco mas de 25 años, ambos aragoneses, que eran los más especializados en aquellos electrodomésticos que traían las instrucciones en alemán y era yo el único que lo entendía algo.
A medida que creció el turismo, los alemanes demuestran lo que siempre han sido: un pueblo gregario y se juntan y forman colonias donde ves al poco tiempo de ubicarse, que están es Alemania, porque hasta los indicadores de calles están también escritos en ese idioma, se juntan entre ellos y es difícil que aprendan español porque aunque los recibimos, nos desprecian.
Ya se había establecido el primer distribuidor en Denia y si bien algunos alemanes dejaban los avisos en esta tienda, casi todos llamaban directamente a Valencia.
Como los alemanes comen a distinta hora que los españoles, estén donde estén, teníamos que acoplarnos a sus horarios y si no había españoles que visitar, nos movíamos por los alrededores viendo cosas, porque lo que rodea a Denia, es precioso.
Recuerdo que aquel día subimos al cabo de San Antonio y dejamos junto al faro la furgoneta y nos dedicamos a contemplar Jabea, la isla del Portichol y, como soplaba poniente, distinguíamos con nitidez las montañas de Ibiza en la zona de la costa de San Antonio.
Y fue mirando hacia Ibiza, al mirar a la izquierda del faro, cuando vimos los gigantescos farallones que caían a pico sobre el agua.
Así que, de común acuerdo, nos dirigimos a pie hacia el mismo borde de aquel acantilado saltando piedras por un camino que hubiera encontrado dificultosa una cabra de monte.
Llegamos al borde, nos echamos al suelo y miramos a ver si se veía el agua al pie del acantilado, pero estaba oculto por un resalte.
No sé a quien se le ocurrió, han pasado de aquello 45 años, pero el caso es que dijimos de lanzar piedras hacia el mar lo más lejos posible para verlas caer en el agua.
Y dos piedras primero, y dos más después, y dos más y dos más, y dos más sin verlas desde aquella altura caer en el mar.
Íbamos a lanzar otra dos cuando vemos allá abajo aparecer la proa de dos barquitas pequeñas de pesca con dos hombres en cada una remando como galeotes y dejando a los remeros de la carrera entre Oxford y Cambridge como meros principiantes en el Támesis.
Y después una zodiac pequeña, con dos émulos de Jacques Cousteau, que jalaban a todo trapo y a más velocidad que la “Calypso” cuando atravesaba el Mediterráneo.
Nos llamó la atención que todos llevaban el puño en alto y lo agitaban a aquellas dos figuras recortadas contra el cielo que éramos nosotros arriba del acantilado.
Era tal la altura que las palabras llegaban distorsionadas desde allá abajo, pero no tuvimos duda alguna que venían referidas a nuestras madres y sus dudas sobre su honestidad desde que nacieron.
Nos quedamos impresionados y nos dimos cuenta al instante que aquellos, qué plácidamente practicaban su deporte, habían empezado a ver llover piedras de un cielo raso y claro y de que alguna de ellas debió pasar rozando alguna de las barcas, si no cayó dentro.
Hubiéramos salido corriendo pero no podíamos, así que con la mayor rapidez posible para no rompernos la crisma entre aquellas piedras cortantes, nos fuimos hacia la furgoneta y a toda la velocidad que permitía el trazado de la carretera para no matarnos por aquellas curvas, nos dirigimos a Denia de nuevo.
Y mientras conducía, iba dando gracias a Dios y al ángel de la guarda de aquellos hombres porque ése medio día estaba haciendo horas extraordinarias protegiendo a aquellos inocentes de la acción irresponsable de dos, que no habiendo visto nada ni a nadie, eligieron lanzar piedras al mar para distraerse.
Hablamos entre nosotros y acordamos que si por el puerto, o Denia, circulaba la noticia de un accidente a unos pescadores de caña, nos presentaríamos a la Guardia Civil a decir qué había ocurrido.
Fue una tarde muy larga y cuando terminamos de trabajar, nos recorrimos todos los bares de los aledaños del puerto pero no oímos comentar nada.
No sucedió nada, pero ese día nosotros no comimos y ya acostados, el otro no paraba de dar vuelta en la cama pensando en lo que hubiera podido suceder de darle a alguien.
Trabajamos al día siguientes y no se comentaba nada en ningún sitio, así que por la tarde seguimos la ruta hacia Moráira y Calpe.
Y es que estas cosas que provocan risas cuando se cuentan, pudieron acabar en tragedia.
16.- SIN DORMIR…
Llora la capa de nubes grises que de un horizonte a otro cubre el cielo de este martes en que la abulia y el desánimo se adueñan del espíritu tras una noche prácticamente en vela en la que los pensamientos han recorrido el techo de donde duermo buscando el agotamiento, que misericordioso, me trajera el sueño.
Son noches en las que no logro dormirme y nunca que sé por qué sucede, pues es sorprendente que me voy a la cama cuando ya los bostezos son tan fuertes y el lagrimeo de mis ojos tan intenso, que deduzco que es sueño lo que tengo, pero tras estar en la cama quince o veinte minutos, o menos, siento que ese sueño se diluye como lo hace la niebla ante un sol intenso y comienzo la travesía por el desierto de querer dormir y estar despierto.
Repaso hacia atrás mi vida y me planteo en serio si lo que he hecho ha sido vivir o dejar pasar el tiempo, cuando no perderlo.
Vienen los años bonitos de mi relación con Li, los años de aislamiento en la cárcel, los años de irme percatando hacia dónde caminaba y, al mismo tiempo se alejaba, perseguida por mi ansia, la realidad de tener una familia y ser, más o menos, como los demás que han creado su mundo.
He ido flotando, es la imagen que mejor define mi vida, sobre la superficie de un rio, más o menos sereno según las veces, sin sujeción a la orilla, sin arraigo, sin amigos, porque cuando he creído tenerlos he descubierto, nada más dejar pasar un poco de tiempo, que solo era un objeto a utilizar para su provecho.
He mirado siempre adelante buscando hallar la mujer que frenara esa deriva y fuera capaz de llenar los huecos tan grandes de falta de cariño y ternura como los que tiene mi cuerpo desde niño, pero no la he conocido.
Unas porque eran casadas, otras porque solo me miraban como instrumento para alcanzar sus objetivos, otras que trataron de aprovecharse de mis mejores años cuando derrochaba energía y era una máquina casi perfecta de trabajar y producir dinero.
También me equivoqué al unirme a la madre de mi hijo convencido de que al ser dos marginados por la vida podríamos ser las dos ruedas de un carro en el que fuéramos dentro.
Quejarme y hablar de los años de sufrimiento unido a esa persona porque existía mi hijo, que con sus tiernos brazos me ha atado más fuerte de lo que creía al haberme negado desde el principio a perderlo, sería echar toda la culpa a la otra parte y no sería justo, pues la vida me ha enseñado que cuando se produce un fracaso en una relación entre humanos no tiene la culpa uno solo, sino que es compartido, queramos o no aceptarlo.
Y así, manteniéndome a flote simplemente, han ido llegando las enfermedades que, de la mayoría y por mi forma de vivir al límite, he sido culpable.
Decía mi madre que bienvenido mal si vienes solo y tenía toda la razón, porque a las enfermedades le han seguido los desengaños, los fracasos y la realidad de que no ha salido adelante ninguno de mis proyectos.
¿Echar la culpa a otros?
Es absurdo y ganas de eludir la responsabilidad que solo uno tiene para pasársela a los demás
Y esto no lo pienso ahora pues ya en el 79, cuando hube de entrar en la cárcel, dije a mis socios, que echaban la culpa a la mala actuación del abogado, que el único culpable de lo ocurrido era yo por haberlo elegido.
Las horas pasan muy lentas mientras miro el techo de donde duermo y los recuerdos, unos muy dolorosos, otros menos y también algunos buenos, todo hay que decirlo, pasan por mi mente camino de nuevo hacia el baúl de los recuerdos, que es de donde extraigo, cuando escribo, las cosas que plasmo.
Con este caminar, un tanto monótono y desorientado, he llegado a los 70 años y veo que lo único solido que he conseguido ha sido tener a mi hijo y tratar de sacarlo, a trancas y barrancas, adelante para llegar a éste momento en que ni puede trabajar ni él estudiar por sus circunstancias personales.
Qué más quisiera yo que tener una actividad que me permitiera vivir más desahogado y, el mismo tiempo, llevarlo a mi lado para enseñarle cuanto sé y para que observe bien cómo hay que comportarse en la vida para que no cometa los mismos errores que cometió su padre.
Es difícil criar a los hijos en este tiempo en el que no se les enseña otra cosa distinta a la de que tienen derechos irrenunciables y nunca obligaciones, pues es la misma sociedad, nada más salen de casa, la que se encarga de borrarles de la mente los buenos ejemplos que les das para que acierten y no se equivoquen al hacer lo que realmente importa.
Por otro lado siempre he pensado que el libre albedrio del ser humano no es otra cosa que una cadena, más o menos larga, que lo ata desde el nacimiento a la muerte y que solo le permite ir hasta el límite de ella.
Si analizó con frialdad mi vida, observo que vienes con un destino prefijado, no sé si eres tu quién lo elige antes de nacer, o es Dios o algo superior si existe, pero he podido comprobar hasta la saciedad que cuando intentas alejarte del fin de eso prefijado llamado destino, que no conoces bien, te vuelven al camino con golpes tan fuertes que te obligan a razonar y descubrir que no es el camino que habías elegido por el que tienes que seguir.
De ahí que piense que cada uno de nosotros tiene su destino y vamos hacia el final de nuestra vida como lo hace una locomotora sobre los raíles de la vía, sin poderse salir de ellos aunque descarrile, porque la suben de nuevo y sigue recorriendo ese camino que une el nacimiento con la muerte
Tal vez sea esta la razón por la que debo seguir en esta situación que no me gusta y él aprendiendo a mi lado una forma de ver la vida distinta a como nos la enseñaron entonces y ahora enseñan en las escuelas.
Porque hay tres cosas en la vida que son inamovibles y sin posible cambio: que nacemos, que morimos y que recogeremos en el trayecto entre ambos extremos lo que hayamos sembrado, que dicho de forma más sencilla es que nos harán como hagamos.
17.- DORMIR UN POCO MAS…
A veces los milagros suceden y de la forma más insospechada y me refiero a algo que los demás mortales hacen, más bien que mal sin esfuerzo, como es el dormir por las noches.
Pero esta pasada ha ocurrido el milagro de que sin necesidad de pastillas ni del vino, he dormido siete otras en dos turnos, levantándome como si fuera más ligero que un globo de helio para subir a la estratosfera.
¡Y hasta he soñado!
Y lo cierto es que no recuerdo mucho, pero aunque fuera lo más nimio, eso significa que estaba dormido.
Recuerdo cuando mi madre me bañaba de niño en un balde metálico con agua fría para tranquilizar unos nervios que siempre he tenido en primera línea dispuestos a salir corriendo y meterme en problemas.
También la de noches enteras que me pasaba leyendo porque obligar a cerrar los ojos y taparme la cabeza con la almohada no llevaba a otro sito que a sacar los párpados inflamados y el cuello torcido.
Y qué voy a decir de mis años en el ejército y en los barcos, donde llegaron a cruzarse apuesta para ver cuánto era mi aguante sin pegar ojo.
Pero mi recuerdo favorito relacionado con las noches en vela fue un viaje a Marruecos, no de placer precisamente, en el que llegué a estar sin acostarme, salvo tres, ochenta horas y en ese espacio solo conseguí dormir siete y en tres veces.
Jamás me he sentido más sonámbulo que entonces y eso que cuando se habla de “negocios” con un árabe aquel que intenta acortar el tiempo del regateo, de la rasgada de vestiduras y de sus lamentos lastimeros de que pierden dinero, es despreciado por ellos y al final, casi siempre sale estafado, porque para ellos es importante el dinero, como para casi todos, pero lo verdaderamente importante es el regateo, es el té, son los lamentos y la esgrima de tu inteligencia contra la de ellos hasta que comprueban que eres tan correoso como el más adelantado de los vendedores, y entonces haces negocios y te admiran.
La verdad es que contemplar un regateo con un árabe, mirado sin prejuicios, es la lección más grande que un ser humano puede dar a otro de lo que es el comercio.
Los españoles no sabemos regatear porque partimos desde antes de comenzar a hacerlo de un principio erróneo, pues olvidamos que nuestro rico refranero ya nos avisa de que “aquel que desprecia el burro, comprarlo quiere”.
Y lo primero que hacemos es decir que es muy caro o que no vale nada, con lo cual mentimos, porque valer vale algo y despreciamos la inteligencia del vendedor que se siente ofendido y con razón, además de querer hacerlo rápido, síntoma para el vendedor de que si te gusta pagarás por llevártelo lo que él pida.
Fue un viaje inolvidable por diversos motivos, uno de ellos fue el no poder dormir, que no de tener sueño; otro fue que quien me acompañó se debatía entre el ganar dinero con cierta facilidad y corriendo pocos riesgos y lo que él consideraba no muy legal, sin tener escrúpulos para invertir su dinero.
Pero como casi todo en la vida es una cuestión de matices y, abusemos de nuestro refranero, dependen las cosas del color del cristal con que se miran y mirando desde unos dos metros llegamos pronto a un acuerdo que lo que estábamos tratando eran intercambios comerciales entre dos naciones.
Lo que también podríamos definir de forma más elegante diciendo que eran transacciones entre estados soberanos, pues ellos nos entregaban sus productos de mejor calidad a cambio de autógrafos del cajero del Banco de España.
Y como quiera que el trueque es tan antiguo como el hombre y aquello era cambiar dinero por otra cosa, siempre pensé que por qué razón había que perder el beneficio por el intermediado entré quién pone el dinero y quien lo recibe a cambio del trueque, aparte de pagar mi trabajo de mandar el barco que lo trasporte.
Así que me vi obligado a tomar, casi, lagunas de té verde para reponer el agua que perdía en la saliva por el habla, y siempre me admiró cómo pueden pasar tantas horas hablando y no tener sed.
Más de una vez he bromeado que cuando Dios creó a los dromedarios, creó a los árabes con la misma virtud de no beber en días.
Conocerlos es admirarlos en algunas cosas, entre ellas por la hospitalidad y la generosidad cuando te agasajan, porque se quitan de la boca la comida para que a ti no te falte, como hacen los tuareg, pero que, por no desairarlos, no me atreví a decir cuando me llevaron a su casa que ya habíamos cenado y hube de hacerlo dos veces más, pues se visitaron dos sitios.
Mi acompañante pronto se sintió enfermo y eso le salvó de lo que hubieran tomado como un desprecio.
Nos alojaron en Nador en el hotel Rif, que está pegado a la Mar Chica, algo parecido a la Manga del Mar Menor pero con mucha más suciedad y miseria, cuando eran las dos y media de la madrugada, una hora menos que nosotros, pero a las cinco y media, como manda el sagrado libros de los árabes, subió el muecín a su minarete, que estaba a tiro de piedra, y poniendo a todos volumen los altavoces, llamó a los verdaderos creyentes a la oración.
Fue tal el alarido que dio que salte de la cama y salí al pasillo convencido de que degollaban a alguien, pero el pasillo estaba vacío.
Y en la puerta aún oí de nuevo el alarido y recordé que esa es la norma y yo la había olvidado como un vulgar infiel.
Ya no pude quedarme dormido en lo que quedaba de la noche, estaba amaneciendo, así que bajé a desayunar mientras el otro se despertaba, pero cuando vi que tardaba, subí y lo desperté, así que duchados como donceles, bajamos y yo volví a tomar más café.
Mientras desayunaba, mi acompañante me comentó que ese hotel no servía lo que desayunaba normalmente en casa.
Le recordé que estaba en África y fue cuando dijo todo serio:”No te han traído una fuente de palabras”.
No estaba para muchas bromas y si desesperado por dormir, pero me armé de paciencia y respondí:
“Tu ignoras que desciendo de árabes y llevo en mis genes, si bien desde antes de 1609, espíritu musulmán y charlatán como has visto, pero es que en mi parece ser que se ha acentuado la cosa, porque ya desde muy niño, mi madre siempre decía tras oírme que ”si te dejan hablar, hijo mío, jamás te ahorcarán”.
“Creo que debes extraer tus propias conclusiones después de ver todo esto”
Avisé por teléfono y un taxi pasó a recogernos por el hotel y nos trasladó a Melilla y en el trayecto, esta vez de día, pudimos contemplar el palacio que le estaban construyendo a Hassan II mediante encofrados metálicos en hormigón y acero, a la izquierda en un cerro. Visité a viejos conocidos y no muy formales “comerciante” del oro verde del Rif, porque ellos no se sienten marroquíes, sino rifeños, por aquello de que siempre hay que tener “amigos”, incluso en el infierno, o al menos eso dicen los viejos de mi pueblo.
Y por la noche a coger el ferri que nos llevo a Almería donde, no se las razones, me hicieron hacer estriptis, tal vez porque al verme tan horondo pensaran mal, pero es que aquellas cenas aún las llevaba dentro y no las pude dejar en Marruecos.
Después a retirar el coche del garaje e iniciar el regreso venirnos, pero no sin antes meternos en un surtidor a repostar, desayunar y, todo hay que decirlo, vaciarme.
Debí salir del baño con cara sonriente y placentera, pues quien me acompañaba me preguntó si me sentía a gusto, respondiéndole que si pero que me había quedado una duda, que aquel quiso saber y aunque me negué en principio a decírsela, al final y por no oírlo se la conté.
Le dije que había estado analizando cual de las dos posibilidades era la que más le convenía al del surtidor por su repercusión económica, si cambiar el surtidor de sitio o desatascar el wáter.
Me contestó que era muy exagerado a lo que le replique que además de tener sangre árabe, era aragonés.
Y llegamos a Valencia y al entrar en casa, darme una ducha y acostarme, comprobé que llevaba ochenta horas desde que salí sin acostarme casi y solo había dormido siete y no seguidas.
Jamás pensé hallar un placer tan grande como sentí al echarme en el colchón sobre el suelo como aquel día.
Ya empezaban a amanecer las secuelas de las tres palizas.
18.- UN MARTES…
Como el suspiro prolongado que se escapa del pecho de un enamorado al presentir que se acerca quién ama, así he ido percibiendo que el primer metro se acercaba deslizándose sobre los raíles sin apenas hacer ruido.
He sentido, más que oírlo, la frenada que hace al llegar el derrumbe que inundó hace tres semanas medio pueblo y el acelerar de nuevo tras sobrepasar el peligro para llegar a la estación donde dejar a los primeros viajeros y recoger a aquellos que se desplazan en pos de sus afanes y trabajos.
Es el metro el portavoz silencioso que anuncia que por el horizonte aún negro del mar, ese espejo en constante movimiento donde se miran las estrellas en las noches rasas y por el que navega el sol hacia el ocaso que no veo, se acerca el día para darnos una nueva oportunidad a todos los seres vivos.
Sé también, por su llegada, que faltan quince minutos para que las seis de la mañana lleguen a mis oídos desde el reloj del campanario, incansable centinela que nos recuerda, cada cuarto de hora, lo fugaz que es el tiempo y lo rápida que pasa la vida.
Ha sido una noche larga en la que, de vez en cuando, el sueño ha venido a visitarme mientras mi cuerpo daba vuelta en la cama como si fuera un trompo tratando de hallar la posición más cómoda donde descansar mis huesos.
Y es que aquel que a los cincuenta años se ufana de no sentir dolores en su cuerpo es un embustero compulsivo, porque solo carecen de ellos los que ya han muerto.
Creo que no hay que esforzar mucho la mente para comprender qué siente un cuerpo con setenta años en donde los dolores, ya no es que sean crónicos, sino que son camaradas inseparables de tu cuerpo y de tu mente, amigos.
Porque entre quejido y quejido, no hay terapia mejor para iniciar el día que pensar en lo que aún funciona y no churria, como las cerraduras viejas, que en lo que te duele, porque si tratas de enumerar todo, casi se te habrá pasado el día.
No se ve amanecer a través de los cristales de la ventana de la cocina pero si estoy oyendo como golpean las lágrimas del cielo en el tragaluz, lo que hace que mueva la cortina y vea cómo van mojando la acera a medida que aumenta su intensidad.
Vamos ganando terreno hacia el final del mes que nos acerca a la Navidad en cuarenta días, que nos deja a siete más para empezar el nuevo año y es que pasamos a tal velocidad que los días se nos hacen horas y los meses días y llegamos al nuevo año casi sin darnos cuenta, para descubrir que mientras luchamos por nuestras necesidades y quimeras, la vida se nos escurre entre los dedos como lo hace el agua al tratar de atraparla con las manos.
Está nublado y la temperatura de dentro de la casa aún es agradable dado que las nubes nos hacen de techo de invernadero en el día que hay mercadito por la calle, que en éste pueblo corresponde hacer los martes, pero empieza a filtrarse la luz aunque sea escasa y tímida.
Aún falta para que suene el despertador del chico, pero se revuelve en la cama hablando con personas que solo él ve y de temas que por completo desconozco.
Pasa veloz un coche y las ruedas ya producen ese ruido característico en el suelo mojado dejando tras su paso unas manchas de espuma blanca que van de un lado a otro según sea la dirección del coche que pasa y el volumen de la lluvia caída que hace un rio de lado a lado en esta carretera que fue mal ejecutada cuando la asfaltaron.
Ya se recortan las palmeras en el gris oscuro del cielo iluminado en las partes más bajas por las farolas de la calle encendidas.
Tres palmeras quietas y una araucaria que aguardan que sople el viento para abrazarlo con sus ramas y regalarnos esa música misteriosa que se produce cuando las hojas rozan entre ellas.
Me llama mi hijo mientras sueña, cosa que hace desde niño e insiste hasta que contesto, siendo suficiente, aunque sea en sueños, el oír mi voz para seguir durmiendo.
Misterios de la mente humana que disocia los sentidos haciéndolos funcionar aunque no seas consciente de ello.
Gracias doy al Dios de los espacios infinitos porque permite que mis ojos vean amanecer un día nuevo.
Este sencillo milagro, seguir vivo, solo lo aprecian los que se acercan al final de su camino y aquellos a los que la enfermedad les empuja al abismo de lo desconocido y eterno.
Amanece lentamente…
19.- EL MAÑANA…
Sentada en una silla junto a la puerta de entrada está la gata mientras contempla el paso de los coches en esta mañana gris y lluviosa en la que hasta el ánimo se siente deprimido.
Los contempla con atención, al igual que hace cuando alguna persona pasa por la acera y no se asusta cuando los niños de la mujer árabe se detienen tras la reja para contemplarla y hacerle carantoñas como si pudieran tocarla.
Misterio el de los seres vivos que hacen que la mente de un niño capte lo que siente un gato y el gato sepa que nada van a hacerle y es que a medida que me hago más viejo y observo con más atención todo, llego a la conclusión de que existe “algo” que nos rodea a todos donde se almacena la información y es lo que explica que varias personas puedan pensar al mismo tiempo, o saber, lo que deben hacer o piensan los demás.
En el ser humano es más difícil de constatar pero si desviamos nuestros ojos hacia otros seres vivos, comprobaremos la verdad del aserto que he dicho.
Hagamos unos instantes memoria y recordemos esas bandadas de pájaros africanos que forman nubes inmensas de miles volando sincronizados sin que entre ellos choquen y sin transmitirse oralmente las órdenes aunque se pueda pensar que con sus piadas lo dicen, extremo imposible al haber miles y miles porque el tiempo que se tarda en trasmitir la orden desde el que dirige hasta el último miembro de la bandada es mucho, extremo éste que no se aprecia en los movimientos del conjunto, lo que me hace afirmar sin lugar a dudas que la información está fuera de sus cerebros pero todos acceden a ella al mismo tiempo.
Y si bajamos al mar y volvemos a usar nuestros recuerdos, apreciaremos que bancos de peces, de sardinas, anchoas, caballas u otras especies, se mueven automáticamente y evolucionan no como individuos, sino como un ente autónomo formando por miles, o cientos de miles, de peces individualmente.
Si esto es como describo, nada me impide pensar que los diversos componentes del organismo humano también se comportan como aquellos, luego reciben información por vías desconocidas y es casi seguro que el cerebro solo es el perfecto ayudante en la transmisión de órdenes, pero éstas no están en su interior.
Un ruido que espanta a la gata hace que mire hacia el exterior y veo un camión militar que le importar un pito ensuciar las puertas y por eso pasa a toda velocidad.
Y sobre la acera quedan los restos de hojas muertas, papeles de diversos tamaños y objetos varios, varados sobre ella, que fueron arrastrados por el agua de los fuertes aguaceros que nos visitaron la noche pasada.
Lo miro y llego a la conclusión de que el hombre es el único ser vivo que produce basuras, aunque también le reconozco que hace obras de arte, pero que no mitigan esa falta de educación y sentido de dónde vive porque, por vagancia o comodidad, arroja lejos de si lo que le estorba.
Recuerdo mi niñez, entre las penurias de la postguerra civil y el hambre, en que, cuando se podía, se tenían animales en el corral de la casa que se alimentaban con los restos de la comida y granos recogidos tras espigar los rastrojos, si tenían plumas y se cocinaba con las peladuras de las patatas, las verduras ya estropeadas y salvado de harina una pitanza que alimentaba a los cochinos.
Tiempos heroicos en los que, con los restos de los aceites usados y sosa caústica, hacia mi madre jabón para lavar la ropa y las manos.
Los muladares, estercoleros para ser más fino, solo tenían pajas impregnadas de orinas y heces de los animales de cuatro y dos patas, que fermentaban mientras llegaba el tiempo del abono del terreno tras la arada que transformaba un barbecho en un campo para dar trigo, o cebada, o avena o centeno.
Hoy eso ha pasado al cuadro de los hechos viejos, de las reliquias del pasado, a la memoria de los viejos que miramos lo que se tira sin entender por qué no aprovechamos más lo que nos sobra.
Hemos llegado al extremo de no arreglar muchas cosas pensando que es más barato comprarlas de nuevo, sin darnos cuenta que eso es una carrera hacia un sin sentido porque lo que hacemos es agotar más pronto lo que tenemos sin poder reponerlo luego.
Llevamos un retraso de dos siglos si nos mirarnos en el espejo de los pueblos nativos que aprovechaban hasta el último gramo de cualquier animal cazado y solo tiraban los huesos, que no todos, porque de algunos hacen adornos, de otros instrumentos, como rascadores, arpones y, los más habilidosos, agujas con que coser las pieles con que cubrían su cuerpo.
A los de mi edad nos llaman retrógrados, cuando no fósiles vivientes, del pleistoceno por lo menos, y nos tratan como si en vez de cerebro tuviéramos basalto y claváramos clavos con la frente de tan endurecida que, suponen, la tenemos, cuando lo que en realidad somos es espectadores asombrados que callamos casi siempre ante el despilfarro irresponsable de los recursos que no son exclusivos nuestros, sino que pertenecen a todos.
Más de una vez me han preguntado si es que me gustaría vivir como hace dos siglos y prescindir de las comodidades que tengo y contesto siempre lo mismo: no digo que debamos volver a las cavernas, ni pintar en las paredes como en Altamira o tirar los huesos machacados al suelo como en la cueva de las Calaveras, no, nada de eso.
Digo algo tan sencillo como que hay que aprovechar al máximo lo que ya no utilizamos y hacer, aunque ya sea casi demasiado tarde, un reciclaje de los objetos que desechamos.
Y pienso que puede ser demasiado tarde porque llevamos dos siglos de retraso, pues por mucho que se enseñe en las escuelas él clasificar para reciclar, el no tirar papeles al suelo y otros objetos, quedan millones de seres humanos que tiran lo que les molesta en un gesto displicente de chulería porque piensan que son reyes y que para eso están los barrenderos, como si no hubiera que pagarlos.
Era aún joven y en una conversación con un peruano con ascendencia japonesa, le pregunté qué le había llamado más la atención de los españoles.
Pensó unos momentos y me contestó lo siguiente, que lo llevo grabado a fuego en el cerebro:
“Teniendo la cultura que tenéis, sois el único país de Europa donde tiráis las cosas al suelo y luego pagáis para que os las recojan”.
Más demoledor espejo jamás me han puesto en la cara.
Y eso que aquel japonés peruano no ha visto cómo está la acera y la carretera, porque de verla, su pensamiento, juicio y sentencia ante lo contemplado habría sido mucho menos piadosa.
Tal vez no se atreviera a decir que somos unos guarros, pero me asombro que los españoles critiquemos a los de Marruecos porque tiran todo al suelo y les llamamos cerdos por eso.
Rico y preciso es el refranero español cuando dice que vemos más pronto una paja en el ojo ajeno que un tronco de árbol en el nuestro.
No sé si cuando vuelva a reencarnarme los que me sucedan en esta vida que tengo habrán aprendido que la tierra es finita en sus recursos y que sus habitantes la están destrozando.
Tal vez mis nietos, que pienso no llegaré a tiempo de conocerlos, ya tengan más conciencia de esto que ahora plasmo.
También los años me han dado un sano escepticismo sobre la posibilidad de que esto avance y pueda verlo.
Otra cosa que no he comprendido jamás es por qué la gente destruye lo que le rodea y más aún tras los incendios provocados este verano pasado, porque aunque soy consciente de que quién lo hace lo hace por dinero, o por beneficiar a alguien, me asombro que no se dé cuenta el incendiario que lo que hace es coger pan hoy para tener hambre mañana, porque un bosque puede necesitar cincuenta años para regenerarse sin que haya otro incendio.
Lo más piadoso que se me ocurre para juzgarlos es que son unos analfabetos mentales egoístas que solo miran el momento y nunca más adelante.
Da vergüenza volver la cara desde el ordenador para ver cómo está la carretera y la acera.
Las hojas son ciclos vitales de la tierra pero los papeles, las bolsas e incluso profilácticos, estoy viendo uno, no son otra cosa que la demostración clara de que si los bosques necesitan una repoblación forestal, los humanos, incluso los que se consideran más civilizados, necesitan una repoblación cerebral constante, casi punitiva, para que los que vengan después, tengan algo.
Eso tan español de “que quién vengas detrás que arree”, chirría como lo hace una hoja de puerta oxidada, porque además de hablar de un egoísmo despiadado descubre una indigencia mental digna de una limosna por parte de los simios.
¿Nadie piensa que lo que tenemos no es una herencia de nuestros padres, de nuestros antepasados sino un préstamo de nuestros hijos, de las generaciones venideras, del futuro?
Al parecer hemos empezado a sembrar en la mente de los más jóvenes que no existen chinos ni europeos, ni africanos ni indios, ni hispanos y anglosajones, nada de eso, solo somos seres humanos que habitamos en una casa llamada tierra que tienes sus recursos, por enormes que sean, limitados.
Quiera ese Ser inmaterial que preside todo hacer que dentro de tres generaciones ya comiencen a verse los resultados de la siembra en las mentes de los ahora más pequeños.
Está pasando en estos momentos el barrendero…
20.- ESPERA TENSA…
Juega el sol al escondite entre las nubes que como coliflores navegan por ese mar inmenso que es el cielo mientras las sombras que proyectan sobre el suelo son el contrapunto de lo que vemos si miramos con atención lo que ocurre en lo alto.
Los naranjos, lavados esta misma mañana por un aguacero intenso, asemejan esmeraldas de verde intenso ensartadas en las ramas formando las piezas de un collar enorme que además engarza el amarillo fuerte de los limones que cuelgan, cual senos de adolescente, de las ramas a la espera de la mano que los corte y recoja en cajas para deleite de germanos y franceses y de los bebedores en los bares.
He salido de casa camino del hospital con la sensación intensa de que las cosas no se verían claras y mientras conducía he intentado a la desesperada tranquilizar a mi mente para que ordenara a mi organismo que se serenara y mientras aguardaba, estaba lleno de gente porque ayer hicieron huelga, no he parado de repetirme el mantra de que no iba a pasar nada.
Pero esa voz interior que conozco bien pero que jamás he identificado para saber cómo sabe y de dónde sale lo que intuye, no ha dejado de pasearse por mi frente hasta que me han llamado repitiendo que no estaba nada claro.
He traspasado la puerta y la doctora y su ayudante me han ofrecido su mejor sonrisa y han comenzado a decirme lo que de forma indirecta ya sabía: citología cancerígena, ecografía con señalamiento de dos piedras en cada riñón y ha procedido a leer el informe del técnico que efectuó el TAC.
Y como si el cielo fuera cubriéndose a toda velocidad por nubes inesperadas, así la cara de la doctora cambiaba de aspecto y color en su avance hasta el final del informe.
He visto a hábiles abogados casi describir como una suerte el ingreso en la cárcel a sus defendidos, pero ella no era capaz de hallar las palabras para decirme que no estaba muy claro lo que decían las imágenes del TAC, pero que en uno, o los dos riñones, se apreciaba una zona en la que el contraste que me inyectaron en vena para realizar la prueba no había penetrado.
Me ha dicho que no me asustara y le he respondido con la ironía que me caracteriza que todo lo mas que podía ocurrirme es que muriera, pero más, no.
Se ha reído y ha tratado de hacerme entender que se iban a reunir todos los urólogos del hospital para ver qué opinaban.
Y me ha explicado que no hay diagnostico definitivo hasta que se realice una resonancia magnética y una biopsia si lo que apareciera fuera preocupante.
Así que he de volver dentro de quince días.
Entiendo que a muchas personas decirles la verdad les hunde, como tampoco me gusta tener que morirme, pero la realidad es que llorar por el vino derramado no conduce a ninguna parte, pero tampoco he querido presionar porque no sacaba nada salvo irritar.
Y mientras me alejaba de Valencia y subía la suave cuesta que conduce a donde resido, miraba al cielo estremecido no por que sintiera miedo a dejar de verlo, sino por lo hermoso que se muestra todo aquello que Dios nos puso ante los ojos.
No he pensado en momento alguno en mi mismo, pero si estoy preocupado por cómo decírselo a mi hijo, porque aunque está acostumbrado a verme sufrir, a los muchos ingresos hospitalarios y a la desesperanza cuando de dijeron en uno de esos ingresos que no regresaría a casa vivo, no es capaz de captar que el morir es el contrapunto a la vida y que la misma vida carecería de sentido si no se terminara nunca.
No pienso disimular nada, pero tampoco hacerle pensar que le engaño para que no sienta miedo.
Le diré la verdad, le diré que aún queda mucho por hacer, campos que explorar y una energía infinita dentro de mí para luchar aunque sea desde mi organismo tan deteriorado.
Que no sienta miedo, que no va a pasar nada salvo que lo qué confirmen y me hagan condicione más aún que ahora mi dependencia asistencial y hospitalaria.
Que si llega ese momento, lo que ocurra será solo mío y que como veterano de batallas anteriores, me siento preparado para lo que venga y dispuesto a no rendirme jamás.
Al despedirme de la doctora me ha dicho que no me asustara porque ahora hay muchos adelantos médicos y técnicos y he contestado que no lo estaba, que incluso físicamente me siento en estos momentos mejor que hace años, así que lo único que le rogaba era que me permitiera seguir visitándola para verla envejecer.
Se ha echado a reír y me ha dicho que ese factor sicológico es mucho más eficaz de lo que nadie piensa y que hacer frente a la tragedia, a la adversidad, a la enfermedad y a lo que sea diciéndole a la cara que vas a luchar hasta la muerte, si es necesario, hace milagros.
En un momento dado me ha mirado a la cara y ha asegurado qué maravillosos setenta años tengo, que nadie me echaría más de 60 y que ha conocido a pocos pacientes que tengan esas ganas de vivir que salen por cada uno de los poros de mi cuerpo.
Le he dicho que eso lo vengo haciendo desde los seis años y se ha quedado sorprendida, así que le he contado que ya en el hospital Gómez Ulla oí que iba a morir a los pocos días y fui despidiéndome, uno a uno, de todos los que me rodeaban y también de mi madre que me cogía la mano.
Creo que ha dudado unos instantes aunque no ha dicho nada.
Tal vez por eso no entiendo a los pusilánimes, a los cobardes, a los problemas, a los que tienen miedo, a los que siempre empiezan diciendo que no pueden.
No soy de una raza especial, simplemente un hombre que le planta cara a la vida consciente hasta la saciedad de que la muerte es el precio a pagar por una vida vivida.
Tendré que aguardar dos semanas más hasta saber en realidad qué opinan y cómo piensan plantear la guerra si es necesario luchar.
Lo que si tengo asumido desde diez minutos después de salido del hospital es que, sea lo que sea, voy a luchar y a ganar.
21.- EL ROCIO…
La misericordia divina ha descendido esta pasada noche sobre mi cuerpo permitiendo que el cansancio dominara los nervios y, un poco después de la media noche, me quedé profundamente dormido.
Y cuando he abierto los ojos en la oscuridad de la madrugada, he sentido reír a mi alma al comprobar que el dios de los espacios infinitos me ha obsequiado con un manto de estrellas refulgentes y un nuevo día aunque tarde un rato en hacerse presente.
Ha levantado la gata su cabeza y me ha mirado fijamente acompañada del suave ronroneo de su garganta y ambos hemos girado las nuestras al oír salir del pecho de mi hijo durmiente un suspiro que ha traído de la mano un movimiento de su cuerpo para ponerse de lado.
Serian sobre las seis menos cuarto y ya no me he dormido, aunque he permanecido tendido en el lecho repasando los acontecimientos de ayer tras las no muy claras palabras de la medico.
Fui con miedo hacia la duna cuando quisieron fusilarme en Mauritania, pero no suplicaba ni tuvieron que arrastrarme, porque pensaba que mi miedo duraría poco y el paso a la otra vida sería cuestión de un momento.
E igual me pasó ayer, que salí del centro hospitalario andando calmo y sin correr, sin sentir pánico, aunque la posibilidad que se vislumbra puede ser muy dura y no lograba centrarme en cómo le hablaría a mi hijo.
Andaba relajado pero descubrí que iba en otro plano porque pasé al lado de mi coche que había dejado sobre la acera, y el causante de que bajara al asfalto, sin verlo y seguí caminando hasta darme cuenta que no sabía dónde lo había dejado.
Me detuve un poco y traté de mover mi mente hacia los recuerdos anteriores a la entrada en el centro hospitalario, pero aunque tuve que esforzarme, al final hallé el coche que, cual perro fiel donde los haya, me estaba aguardando en el mismo sitio que lo había dejado.
Me levanto y me voy hacia la ventana de la cocina y miro el cielo.
¿Cómo se puede decir que todo ese infinito espejo es fruto de la casualidad?
He pensado muchas veces que quienes dicen eso son solo mentes empobrecidas que tratan de hacerse notar en un mundo de continuas maravillas.
Ya falta menos para que amanezca porque detecto una muy tenue línea de luz a lo lejos sobre el mar pero que aún no es suficiente para definir el contorno de los árboles que tengo enfrente cuajados de naranjas y limones.
Me siento un rato mientras contemplo las luces de los pueblos lejanos, que asemejan luciérnagas revoloteando sobre el negro de los montes, y siento una sana envidia porque son capaces de dormir mientras yo, contra mi voluntad, estoy despierto.
Lenta, casi igual que pasa la vida para un joven, va acercándose la luz de la mañana pues a medida que pasan los minutos se va iluminando el cielo, libre y raso cual espejo, de un blanco lechoso que da la sensación de ser una sábana que se va extendiendo sobre la bóveda del firmamento.
Me levanto y me apoyo en el fregadero mientras oigo como suena el teléfono de mi hijo, cual toque de diana cuartelero, llamándolo a levantarse para, tras asearse, partir al colegio.
Ha durado la llamada unos momentos pero de nuevo reina el silencio.
Y mientras escuchaba, el sol que aún no aparecido, ha ido empujando la luz hacia el cielo dejándome ver con claridad las montañas de Sagunto, la sierra Calderona y a un vecino que abrigado con una cazadora pasea por el camino de tierra apisonada a su perro mientras fuma un cigarrillo.
Hoy va a ser un hermoso día, aunque para mí todos, nublados, lluviosos, fríos, templados y pesados, son hermosos.
Se desliza desde el cielo la claridad hacia el suelo y comienzan a verse las hierbas más próximas a la acequia engalanadas con perlas blancas de rocío que, dentro de no mucho tiempo, se transformaran en agua que caerá sobre la tierra con la suavidad y dulzura que caen los besos en los labios del ser que amamos cuando no hay deseos.
Es frio el aire que entra por la ventana pero puro como pocos porque aún no han empezado a ensuciarlo los coches y los camiones que pasan por delante de la casa.
He cerrado unos momentos mis ojos y, aunque siento las zapatillas en el suelo, algo de mí ha salido de mi cuerpo y ha flotado majestuoso sobre el silencio inmenso y la luz blanquecina que va inundando el cielo hacia las montañas del ocaso.
Me llama mi hijo y desciendo de esa sensación tan maravillosa siendo consciente de que solo ha durado unos momentos pero los suficientes para impregnarme de esa esencia de lo divino que llena los espacios siderales y las células de mi cuerpo.
Sé que esperan encontrarme un cáncer avanzado, pero es tal la sensación qué tengo que me siento ingrávido, qué no logrará vencerme, qué no ha llegado mí momento y que espero aún paladear la dicha de seguir sintiendo lo que siento.
Solo pasan los años y porque lo dice un documento, pero la sensación espiritual y física que tengo es que estoy saliendo de un plano donde el cansancio llega cuando se acerca la noche y me acerco a otro en el que sufre el cuerpo mientras desde lo alto lo contemplo, sintiéndome ligero y absolutamente sano.
No estoy loco ni soy un soñador de quimeras, sino que trato de describir lo que percibo y ha empezado a manifestarse de una forma más intensa desde no hace mucho tiempo.
Vuelve a llamarme mi hijo y lo hace porque necesita de abrazos y besos como todos los seres humanos pero muchísimo más aquellos que no nacieron de una forma natural y hubo que sacarlos mediante una cesárea.
Misterio de la naturaleza de los nacidos por cesárea que me descubrió un anciano médico la misma madrugada que nació mi hijo y que próximo a los veinte años de aquel hecho he ido confirmando a medida que él iba creciendo y ha resultado todo cierto.
Podemos amar a nuestros hijos pero, como dicen Kjalil Gibran, no son nuestros, sino hijos de la vida que va siempre adelante y aunque vienen a través de nosotros, no nos pertenecen porque son hijos del futuro al que ni en sueños podremos llegar pues el futuro no se detiene para que lo alcancemos.
Cada día que pasa me siento más inmerso, más creyente y convencido de que en lo que creo es lo correcto y que no son delirios de una mente envejecida.
22.- TRUENOS…
A través de los cristales traslúcidos de la cocina se filtran los destellos que iluminan el cielo por una tormenta lejana.
Son fogonazos lejanos y poco intensos, pero tengo la certeza de que tras las montañas que cierran el horizonte por el norte se está desarrollando una lucha épica entre las nubes de las que saltan relámpagos y truenos.
Aún está en la otra vertiente de la sierra y al abrir la ventana me llegan, muy lejanos y tenues, el ruido de los truenos que asemejan un escenario bélico en el que combaten con encono dos ejércitos.
Fogonazos de luz, más o menos intensos y grandes, y el ruido sordo y atenuado de los truenos que se asemeja a los cañonazos.
Duermen todos en casa y reina el silencio en la calle porque los que trasnochan ya están en sus lechos y por eso el ruido de los truenos llega más nítido y da la impresión de que están más próximos, mientras siguen los relámpagos iluminando el cielo.
El cielo está todo cubierto y comienza a llover suavemente y pronto llega a mi nariz el olor a tierra mojada empujado por el viento que antes no se notaba y ahora arrecia.
No tengo duda alguna, ante la fuerza de las ráfagas que llegan, que antes de media de hora estará cayendo sobre este pueblo un diluvio en pequeño acompañado de ensordecedores truenos, resultado del juego entre las nubes cargadas de electricidad estática.
Todos los felinos son curiosos, pero el rey entre ellos es el gato y como demostración exacta de lo que digo, mi gata salta a la bancada y a través de la ventana abierta contempla el espectáculo.
Se nota que arrecia el viento y que pronto tendré que cerrar la ventana porque ya ha tirado una botella dejada sobre la bancada y arrancado un calendario y evitar, de paso, que penetre el agua que con toda certeza empujará el viento, cuando empiece a caer, contra la fachada.
No soporta la gata la fuerza del viento de cara y sale huyendo a la búsqueda de un resguardo.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y voy a donde escribo porque en el respaldo de la silla está el chaleco de frio que me pongo en prevención de indeseadas anginas de pecho que se producen si se me enfría el cuerpo demasiado rápido.
Tras escalar la tormenta por la ladera del otro lado y ensartarse las nubes unos momentos sobre las crestas, comienza a deslizarse cuesta abajo por la ladera que desciende suave hacia el llano enviando como heraldos los primeros relámpagos que, como bengalas lanzadas al cielo en noche oscura, anuncian los primeros rayos que se abrazan a los campanarios de Serra y Náquera, espectáculo que me dejan extasiado al comprobar que cada uno de ellos es distinto a los otros además de los que nacen en una nube para morir en la siguiente o aquellos, los menos, que trazan en el aire fantásticos arabescos de fuego antes de caer al suelo.
Golpean con fuerza las gotas enormes sobre la acera trasera y sobre el suelo donde suenan como debieron sonar los tambores de guerra de aquellos guerreros zulúes bien entrenados, pero solo armados de flechas, arcos, escudos de piel y venablos, antes de enfrentarse a los soldados ingleses que estrenaron contra ellos sus nuevos rifles de bala de plomo endurecida, dejando sobre las tierras de Natal más de seis mil muertos y diezmado un ejército de cincuenta mil guerreros, en 1.870.
Un relámpago prolongado ilumina tanto la cocina como la parte delantera seguido de un estallido, más que un trueno, que hace vibrar los cristales de la puerta.
Ya no es un trueno más fuerte que otro, sino un mismo ruido con momentos fuertes y otros menos, pero un conjunto sonoro que cubre el cielo de un horizonte a otro y desde la ladera de la sierra que no veo hasta algún pueblo más alejado en dirección a la Albufera.
Tengo que volver a la cocina porque el viento aúlla al pasar por las rendijas de las ventanas asemejando el que hace la jarcia de un velero cuando capea un temporal.
Desde donde escribo se oyen más amortiguados los truenos, tal vez porque los cristales anti vandalismo son dobles pero dejan ver los fuegos celestes en su espléndida belleza y salvajismo.
Ya llevo un buen rato contemplando el espectáculo, pero empieza a hacer mella en mí el cansancio por las muchas horas que llevo levantado, y las menos dormido, y decido echarme vestido sobre la cama por si surge alguna emergencia, aunque compruebo que la carretera se ha convertido en el Amazonas de otras veces producto de la que desciende desde la parte alta del pueblo y la que viene desde el último albañal hasta donde me encuentro, pero aunque va de lado a lado, no rebasa el nivel de la acera más de dos dedos, por lo que mientras no suba más nos libramos los bajos de inundarnos.
Miro el techo que se ilumina con un nuevo relámpago al mismo tiempo que ruego al sueño reparador que me coja en sus brazos.
Mi hijo no se ha enterado de nada, y le envidio, como también lo hago con el que está delgado porque nunca he dormido bien y he sido muy grande desde niño.
Poco a poco va cediendo la tormenta y recordando que la carretera carece de albañales, me levanto y compruebo que sigue por encima de las aceras, pero aún no entra en los bajos, síntoma evidente de que la carretera está drenando el caudal que por ella corre.
Ya no entrará esta noche así que, más tranquilo, me desnudo y me acuesto.
23.- DE MADRUGADA…
Con lentitud la mañana se va cubriendo de nubes que avanzan desde el sur como si una mano mágica fuera corriendo el telón de un día tan hermoso como ha amanecido.
Ya se nota el frio en la madrugada y con las primeras luces de la mañana veo el destellar los millones de perlas blancas que se agarran a las hierbas formando en el suelo un tapiz de hermosura sin igual al que los que solo miran y no ven llaman rocío o escarcha.
Ya casi estamos a mitad de la semana y todo continua lo mismo que ayer, que anteayer, que la semana pasada, haciendo que sienta lo mismo que cuando me sentaba sobre la cama en la celda y miraba la pared de enfrente porque me negaba a mirar por la ventana para que la nostalgia no hiciera sufrir más a mi alma y mi ánimo de hundiera en el abismo de la desesperanza.
No estoy preso como entonces y puedo salir cuando quiera, mirar los montes, ver los naranjos y deleitarme con el canto de las aves, pero por dentro me siento raro, extraño y dentro de mi pecho noto un vacio, la falta de algo que no distingo pero que añoro sin saber con exactitud qué necesito ni qué espero.
Esta madrugada, cuando se ha despertado mi hijo y me ha visto sentado en la cama, me ha preguntado que me pasaba y le he dicho que no lo sabía, aunque no era ningún problema físico como el de anteanoche, que me sentía y que tal vez fuera una alteración anímica sin mayor trascendencia.
Se ha levantado y venido a sentarse a mi lado en la cama para preguntarme qué me pasa al mismo tiempo que cogía mi mano.
Tras unos instantes de silencio en que a través de su mano pasaba a la mía la vitalidad que da una vida joven aunque no esté formada del todo, le he dicho que lo que siento es algo espiritual que ha desaparecido o que, con el paso del tiempo, necesito y que antes desconocía y por eso no tenia añoranza de ello.
Pero no sé que es, como no se qué me pasa, qué me falta o qué me sobra.
Solo sé que mi alma está desconcertada, desorientada y un tanto incrédula de que suceda lo que me está sucediendo.
Me ha respondido que cuanto me pasa debe ser consecuencia a que casi no duermo y a las preocupaciones por la subsistencia y a las añadidas por los riñones.
Le he respondido que puede ser eso, aunque me inclino a pensar que es de todo un poco: físico y espiritual al mismo tiempo.
Hemos hablado unos momentos sobre lo mismo y me ha preguntado qué me gustaría hacer.
He respondido que perderme por el bosque, por entre las montañas, bañarme en el silencio de la naturaleza, respirar un poco de ese viento perfumado de resina, tocar el agua de los arroyos, dejar que mis ojos miren al cielo y vean volar majestuosos a los buitres, estar solo, dormir arrullado por el viento, sentir como la hierba cruje bajo mis pies cuando ando, ver correr a las hojas amarillas por el otoño como surcan las aguas de un rio camino de lo desconocido.
Oír a los zorros sus chasquidos en la noche, cantar a los jilgueros y en los momentos en que se llene mi alma, anotar en un papel todo lo que siento.
Me ha dicho mientras me abrazaba que nada más cobre llene el depósito de gasóleo y viaje todo lo que quiera sin importarme el sitio, pero que no deje de llamarle cada día.
Me he abrazado a él y he comenzado a llorar en silencio hasta que la tensión interior ha disminuido.
Le he dicho que se acueste, que esté tranquilo que no va a pasar nada con mis riñones, que la vida va hacia adelante y que aunque me quiera como a nadie, yo pertenezco al pasado y el debe seguir el camino trazado por su destino, porque si no lo hace, lo llevarán a palos a cumplirlo.
Se ha acostado y sé que lo último que le he dicho no lo ha entendido.
Todo es cuestión de más de tiempo, porque poco a poco irá madurando, como lo hemos hecho todos, unos colaborando con el destino y otros llevados al camino como esclavos del mismo.
Aún tardará bastante en hacerse de día, pero se me ha ido por completo el sueño.
23.- ANDRES…
Seria mediados de febrero del segundo año, de los seis que tenia de condena por haber firmado que había robado un coche, cuando el abogado me comunicó que aún a pesar de los ríos de dinero gastados en Madrid, no iba a ser posible obtener un indulto superior a la cuarta parte de la condena.
No me importaba que se gastara dinero a manos llenas como se había hecho para que me dieran a los cuarenta y cinco días desde el ingreso el tercer grado, pero con lo que nadie contaba, o alguno olvidó, fue que el uno de septiembre entró en vigor una ley que impedía conceder el tercer grado si no se tenía una cuarta parte de la condena cumplida.
Había pasado de tener “comprado”, y a qué precio, el tercer grado penitenciario en cuarenta y cinco días a tener que esperar un año antes de volver a intentarlo, siempre y cuando no surgieran problemas allí dentro y ya habían surgido los primeros con un funcionario enloquecido.
Hacía mucho frio, pero como el día era despejado, nos sacaron al patio del cuarto módulo donde más de la mitad estaba en la sombra y en el espacio soleado, nos apiñábamos tratando de calentarnos con el sol.
Pero el frio no logró enfriar las ideas y la mente enfebrecida por la ira empezó a galopar desbocada por los senderos próximos a la demencia acompañada del cabreo que da el sentirse engañado.
Me senté un poco, pero debido a que me estaba quedando helado, inicié el recorrido del patio de una punta a otra, cuarenta y dos pasos de largo por treinta y ocho de ancho, a solas con mis pensamientos analizando con la mayor frialdad posible qué era lo más conveniente para mí y si merecía la pena soportar todos aquellos años que me quedaban.
Fuera no tenía a nadie, mi familia era como si no la tuviera, los que se llamaban mis amigos me enseñaron aún estando en Valencia lo que significaba para ellos y el futuro, cuando saliera, estaría marcado de por vida con el sello de ex presidiario y los años de libertad condicional teniendo que presentar en cada sitio que fuera el documento de licenciamiento de prisiones a cada autoridad local y siempre que se me solicitara.
Nunca me han gustado el secretismo, pero tampoco he sido muy partidario de un control absoluto, pues primero en mi casa y después en el ejército y en los barcos, habían colmado todas mis necesidades de eso.
La verdad es que a medida que iba paseando, nunca pasee con nadie, debía estar saliendo mi ascendiente astrológico Escorpio, comencé a sopesar el actuar de la misma forma que hacen esos arácnidos cuando se ven acorralados, suicidarse, pero no antes de ajustar cuentas con el funcionario que me había violado y el otro.
Una vez tomada la decisión de quitarme de en medio, comencé a planificar, con frialdad y placer, cómo salir de este mundo pero tras ajustar cuentas.
Analicé quién de los dos funcionarios que me habían hecho daño seria el que me acompañaría en mi viaje al otro mundo y elegí al que había abusado de mí como si fuera su esclavo y no un preso.
El otro jamás podría imaginar la suerte que había tenido de poder seguir vivo.
Comencé a serenarme a medida que se iban perfilando en mi mente los planes de eliminar a aquel sujeto y luego seguirle satisfecho al otro mundo.
Sin duda alguna en mi cara se iban reflejando las emociones más fuertes y también el goce anticipado por realizar todo aquello que iba pensando y debió llamar la atención de otro preso que estaba sentado en el duro suelo recibiendo los rayos del sol como el mejor de los regalos.
Oí que decía alguien “¡Oye, valenciano!”, pero no pensé que se refirieran a mí, porque soy maño, aunque residía en Valencia y conmigo habían venido a la prisión en la que estábamos una buena cantidad de presos de allí.
Seguí hasta recorrer los cuarenta y dos pasos e inicie el recorrido inverso hasta llegar a escaso metro y medio de donde estaban sentados hombres tomando el sol cuando volví a oír “¡Oye valenciano!”, que me hizo levantar la cabeza y volver a la realidad porque estaba andando automáticamente y con la mente por completo ausente.
Lo miré mientras me señalaba a mi mismo con el dedo y vi que movía la cabeza afirmativamente.
Me detuve ante él y le pregunté qué quería y con voz chillona dijo que me sentara que quería hablar conmigo.
Se apartó un poco para dejar hueco en donde diera el sol y me senté a su lado.
Se llamaba “Andrés” y todos sabíamos por qué estaba allí.
Una disputa familiar por una cuestión de reparto de pisos y bajos comerciales había finalizado con la muerte de dos de sus hermanos, un cuñado y otro cuñado herido gravemente.
Según me contó otro día, cuando lo trasladaban desde el cuartel de la Guardia Civil al Juzgado, uno de los guardia le comentó que uno de sus cuñados seguía vivo, lo que le provocó un ataque de rabia por la mala puntería de la que había hecho gala dejándolo vivo, aunque cuando saliera de la cárcel, iría a por la pistola y remataria el trabajo.
Este era el personaje a cuyo lado estaba sentado y con mis manos apoyadas en las rodillas aguardando a que quisiera empezar a hablar y me dijera el motivo de su llamada.
“Sé lo que te ha hecho el hijo de puta de ese funcionario, pero no eres el primero”
Me quedé de piedra, pero él siguió hablando.
“No te sacaron al hospital para que no se supiera y por eso te cosió y cauterizó aquí dentro ese veterinario que tenemos como practicante”
“No pongas esa cara, uno de los presos que hacen de sanitarios lo contó al cabo de un tiempo, pero no te preocupes, en estos sitios esas cosas ocurren y nadie lo tiene en cuenta”
“¿También te esposó a la reja?”
“Es lo mismo que digas o no digas. Se lo ha hecho a otros”
“Si, me esposó a la reja” contesté.
“Bueno, pero yo no te he llamado para eso sino porque te estoy viendo pasear y las caras que pones y sé lo que estás pensando y por eso quiero hablar contigo”.
“Ese hijo de puta saca, cuando tiene guardia, a los maricones con pechos y se monta verdaderas orgias y aunque esos ya lo tienen muy “ancho”, alguno grita porque este mal nacido la tiene muy grande”
“Pero a ti, además, te pasa algo, porque te vengo observando mucho tiempo y no hablas con nadie, “arreglas” las diferencias con otros presos “en el tigre” sin testigos y ya han aprendido muchos en el patio que a ti hay que dejarte tranquilo porque no te metes con nadie, pero que eres una fiera que no tienes compasión cuando peleas y aunque salgas marcado y te pregunten los “boqueras”, siempre dices que te has caído”.
Yo no hablaba y solo lo escuchara pero estaba haciendo un retrato muy acertado de lo que era yo allí dentro.
“¿Cómo te llamas?”
“Raúl”
“Mira, Raúl, si lo matas aquí, lo que harán después contigo te hará desear la muerte para dejar de sufrir”
“No me preocupa y ya lo he pensado”, respondí.
“Pues entonces no has pensado mucho, porque si pensaras un poco más y mejor ya habrías descubierto que de la cárcel se sale, pero del cementerio no y con los años que tienes, debes estar cerca de los cuarenta (tenia treinta y ocho) tienes media vida por delante y si quieres entonces ajustarle las cuentas lo puedes hacer y, usando bien la cabeza, no te cogerá nadie y habrás quitado de este mundo a alguien que debería estar ya muerto”.
“Tú no tienes la condena que yo por tres muertos y un herido grave porque a mí me toca y matar a otro no me suponen más años de cárcel, pero tú tienes poco, así que dime qué más te pasa que andas como loco y sin saber donde estás”
Estuve un poco callado envuelto en un mar agitado de ideas encontradas y de sentimientos, pero al final es el instinto, o que la vida tiene mucha fuerza, el caso es que me desmoroné y le conté todo lo que había pasado desde la entrada en la cárcel y lo que me había dicho el abogado.
No sé el rato que estuve hablando, solo sé que él guardaba silencio y seguía con la mirada fija en el cielo.
Vacié todo el odio que sentía, toda mi frustración, todo mi desamparo, toda mi soledad en un hombre del que solo conocía su nombre y que había matado a tres hombres.
Cuando me callé me preguntó si ya había acabado y cómo me encontraba.
Dije que sí y que sin duda alguna mucho mejor que antes de sentarme.
Y fue cuando él empezó a hablar.
“Jamás dejes que la ira nuble tu cabeza y hazte con un arma, si no tienes, sin que nadie lo sepa por si la necesitas”
“Hacer las cosas a tontas y a locas sin haber meditado y desmenuzado todas las consecuencias, por duras y desagradables que sean, solo conduce al fracaso, a la cárcel e, incluso, a la muerte”
“Controla siempre los nervios porque quien los domina tiene ventaja sobre el de enfrente y de cien veces que pelees, noventa y ocho ganarás en el enfrentamiento”
“No presumas de nada ni te destaques entre la gente porque el que presume siempre habla más de lo que debe e informa a los que le escuchan de sus puntos débiles”
“Aguarda a estar libre y a recuperarte un poco de lo que has sufrido, pero no dejes pasar mucho tiempo para “ajustar” todas las cuentas pendientes con todos aquellos que te hayan hecho daño o se han aprovechado de la situación en la que estabas”
“Aunque no lo creas, existe un Dios que es justo pero son escasos los humanos que lo son y muchas veces te utiliza como instrumento para imponer la justicia que los demás te niegan”
“No tenga piedad ni misericordia con tus enemigos porque si por humanidad les perdonas, la ruindad de la que hicieron gala al hacerte daño la sacaran después para vengarse porque les has puesto frente así el espejo y han visto la cara de su maldad”
Luego se calló.
Estuvimos en silencio un poco sumergidos cada uno en sus pensamientos y volviendo a la realidad del patio y a lo duro que era el cemento del suelo, le pregunté de qué forma podría pagarle y agradecerle la ayuda que me había prestado.
Se sonrió y la vida volvió a aquellos ojos azul claro que inspiraban miedo.
Y comenzó a hablar de nuevo:
“Es muy sencillo pagarme, Raúl, solo tienen que hacer con algún otro “Raúl” que te encuentres por la vida, porque te los encontrarás, lo mismo que he hecho contigo y estaré pagado hasta donde ni imaginas aunque no lo sepa nunca”
“Recuérdalo siempre: haz lo que te he hecho yo cuando veas que alguien está “perdido” y necesita ayuda aunque no abra la boca ni la pida, porque no sabe, porque no puede, porque no quiere, pero haz lo mismo que te he hecho yo y si es persona agradecida como eres tú, te preguntará cómo te puede pagar y agradecer lo que le has hecho, repite lo mismo que te he dicho”
“De esta forma todos seremos pagados y recompensados por ayudar, pero si no te pregunta, no le digas nada, porque con toda seguridad dentro de él sabrá que te debe la ayuda que es incapaz de agradecer”
Llamaron para el comedor y nos levantamos los dos.
Estuve allí casi dos años y medio más y solo nos saludábamos al vernos mientras estuve en el modulo cuatro, después, al pasarme a la enfermería, ya nunca más lo volví a ver.
Y un veintitrés de diciembre de 1982, salí en libertad desde la cárcel de Albacete y llegué a Valencia donde no me esperaba nadie al bajar del tren.
Pero no había olvidado los consejos de “Andrés”, así que tres años y medio después regresé a “Macaybo” y desenterré la vasija hermética conde guardaba la pistola desmontada sumergida en una masa de grasa consistente tal y como la dejé.
También comprobé la munición y comencé a planificar como ajustaría cuentas con aquellos dos desalmados que tanto daño me habían hecho.
Me llevó mi tiempo, pero cuando todo estuvo comprobado y listo, partí en busca de mi destino, pero solo encontré al que me había arrancado las muelas a puñetazos son la mano envuelta en un guante porque me negué a hacerle una felación.
Ese día sentí en la boca un sabor extraño, mezcla de rabia, satisfacción, de odio, de locura y sangre, mientras le golpeaba la cara con un palo hasta que le deshice la boca.
Queria que mientras viviera y se mirara al espejo recordara quién se lo habia hecho y porqué, como me sucederia mientras viviera al ponerme y quitarme la dentadura que iba a necesitar.
Dios es piadoso también con los sinvergüenzas y le hizo perder el conocimiento, por lo que no sufrió mucho y eso que quería que supiera lo que sufrí cuando me las movió todas con sus puños, pero antes, cuando aún me oía, le grité que si abría la boca y ponía una denuncia volvería para matarlo a él y a toda su familia.
Estaba enloquecido y supongo que mi cara daba miedo.
Al otro no lo encontré aún a pesar de buscarlo durante cuatro días porque seguir más era un riesgo muy peligroso, así que como tenía planeado, lo mejor era desaparecer una buena temporada de circulación y nada mejor que en un barco que navegaba bajo bandera extranjera y con un pasaporte panameño que me costó tres mil dólares de aquel tiempo.
Cuando regresé me acordé de Andrés y dije que tenía razón en todo lo que me había dicho, asi que volví a buscar al más dañino, pero me dijeron que habia muerto.
Dios no fue generoso conmigo y me quitó un placer.
El mar es uno de los mejores sedantes para los nervios, pero no borra los recuerdos, sobre todo los más dolorosos.
25.- EL CENTURION…
Era un hombre moreno, de unos cuarenta años, bien vestido, serio y con el pelo ya mostrando las primeras canas.
Y si lo habían traído a la enfermería era porque tendría alguna enfermedad crónica, que luego nos enteramos que necesitaba insulina porque era diabético.
Paso a dormir a la brigada donde dormían diez hombres, entre enfermos y otros que realizaban labores de confianza para el centro penitenciario.
Al principio era bastante reservado, cosa muy normal cuando se entra desde la calle y no se conoce a nadie, pero luego se van abriendo al dialogo y se entablan relaciones con otros presos variando el grado de amistad, si se puede llamar amistad a lo que allí existe, según la personalidad de cada uno.
Había venido de la prisión del Puerto de Santa María porque solicitó el traslado habida cuenta de que en aquel centro, cercano a Cádiz, había mucha gente de Sevilla que lo conocía, pues tenía un negocio de cara al público muy visitado.
Nos saludábamos con los buenos días protocolarios y si noté que cuando paseaba por el patio no lo hacía con dos presos más que eran sevillanos, tal vez no se conocían, pero los soslayaba, sino que lo hacía solo o hablaba un poco con Rhune, el sueco, que era muy serio.
Lo que si llamaba la atención era que al llegar el domingo se vestía de traje y corbata y bajaba al patio a pasear de esta guisa.
En pocas palabras, que destacaba en aquel sitio y ambiente más que una mosca caída en un plato con leche.
Siempre existe el gracioso de turno que se entretiene poniéndole motes a los nuevos, aunque no suele usarlos más que cuando el del mote no está delante.
Así que el sevillano empezó a ser conocido como “El Dandi” por su ponte y su elegancia de los domingos.
Llevaría un mes, o mes y medio, y necesitó elevar una instancia al juzgado y se dirigió al funcionario de enfermería de ese día pidiéndole que le ayudara porque él no tenía ni idea de cómo hacerla.
Y el funcionario, todo un derroche de amabilidad y siempre predispuesto a no hacer nada, le dijo que se dirigiera a “Raúl, el de paquetes” que escribe bien y se las hace a todo el mundo aquí dentro.
Así que cuando volví de limpiar los locutorios de comunicaciones y las dependencias de paquetes, se dirigió a mí diciendo si podía hacerle una instancia, siendo mi respuesta que no veía inconveniente.
Y así fue cómo comenzó nuestra a relación.
Le dije que al día siguiente se la haría porque no había visitas por la tarde y yo no tendría trabajo, así que a la tarde siguiente, después de salir de las celdas tras lo que ellos llamaban “la siesta”, nos fuimos al comedor y mientras los demás hablaban a gritos en el cuarto de la televisión, me contó lo que quería y se la redacte a mano lo mejor que supe.
Al acabar me preguntó qué me debía y dije que nada, que por hacer favores no cobraba y que allí, los trabajos que hacía para la prisión o algunos funcionarios, no me los pagaban, por lo que no iba a cobrarle a un hombre que estaba, por lo que fuera, en prisión como yo.
Y cada vez hablaba más conmigo y me preguntaba cosas de cómo llevar la situación en la que estábamos, cuál era lo mejor para que no se metieran con él, y qué debía hacer para que ningún funcionario le creara problemas, con lo que fue aumentando su confianza hasta que llegó el momento que no pudo resistir su curiosidad y preguntó:
“¿Por qué estás aquí?”
Le contesté que no se lo preguntara a nadie porque podía tropezar con el chistoso que dijera que por ayudar a cruzar a una anciana la calle hasta el violento que contestara con una salvajada.
Se disculpó y le dije que no hacía falta, pero que tuviera cuidado a quién preguntaba porque no todos eran como yo.
Le comenté que estaba con una condena de seis años, cuatro meses y dos días en total por robar un coche que jamás había visto, pero no me creyó y le dije que eso figuraba en la sentencia.
Me hizo gracia cuando dijo que no tenía aspecto de ladrón de coches y le respondí que no lo era, aunque si traficaba con esos coches que enviaba a Marruecos o a Francia a través de Andorra.
Se quedó muy sorprendido y sin que le preguntara dijo:
“Estoy aquí porque le clavé una lanza de romano a un conocido”
No sé el tiempo que tuve la boca abierta por la sorpresa, pero el hombre siguió hablando y me contó su historia, pero la verdad es que lo que menos esperaba oír fue lo que a continuación relato.
La cosa empezó en Sevilla en la Semana Santa de hacía dos años en que él, como siempre desde hacía años, salía vestido de centurión romano.
Camisola hasta casi la rodilla, coraza decorada con dibujos en latón, sandalias de cuero atadas a las piernas, escudo de madera forrado, casco metálico con orejeras dorado coronado por un penacho de plumas y, por supuesto, su correspondiente lanza de combate como está mandado.
La procesión salió preciosa y todos los de la cofradía se metieron a un bar para atajar la sed y empezaron a beber.
O bien porque no había comido mucho o porque bebió más de la cuenta, el caso es que agarró una borrachera de tal entidad que no sabía ni donde estaba ni quién era.
Y a los otros, que estarían también con más de media borrachera, no se les ocurre otra cosa que coger dinero, irse a la estación de ferrocarril que entonces había y sacarle un billete para Madrid en coche cama.
Lo subieron, lo metieron en el departamento y le dijeron al del coche cama que no lo molestara para nada., aunque de esto se enteró mucho después.
Y llegada la hora de salir el tren, arranca y hacia Madrid que se va con el centurión dormido como una piedra.
Me decía que no se despertó en toda la noche y que lo hizo cuando ya entraba casi en la estación y pensó que menuda borrachera había cogido porque le parecía ir en un tren.
Abrió los ojos y no sabía dónde estaba porque aquel sitio no le sonaba para nada.
Y estaba tratando de entender algo entre los efectos de la resaca cuando oye unos altavoces en el exterior que dicen: “MADRID ATOCHA”.
En este punto empiezo a reírme a carcajadas imaginando la escena y él me dice todo serio:
“Raúl, te juro por mi madre, mi mujer y mis hijos, que por un instante pensé que estaba en pleno delirium tremens por tanto como había bebido”
“Recojo el casco y la lanza y abro la puerta para salir y me encuentro en un pasillo de un tren y a todo bicho viviente mirándome sorprendidos como si fuera un marciano”
“Mira si es que cuando empiezo a avanzar por el pasillo la gente se apartaba y me miraba de forma rara”
“Me bajé del vagón sin entender nada y aquello resultó aún peor, porque a medida que avanzaba por el andén la gente se apartaba poniendo alguno cara de susto”.
“Y como me dolía la mano de llevar el casco, me lo puse en la cabeza y aquello ya fue demasiado, porque la gente apretaba la espalda contra el vagón y contra las paredes para que pasara sin rozar a nadie”.
“Como no tenía dinero para llamar, me acerco a un hombre mayor con cara afable y trato de explicarle mi situación pero cuando le digo que me deje dos duros para llamar a Sevilla, salió corriendo despavorido”.
“A estas alturas me estaba orinando, así que fui a los baños y al entrar veo a uno que se estaba arreglando la cara, pero cuando me vio aparecer por la puerta el hombre se siente chistoso y suelta “Que ¿te has escapado de una película de romanos?” y salió disparado”
“De la mala leche que llevaba de buena gana le hubiera arreado con la lanza”
“Pero cuando algo va mal siempre se puede poner peor y me entraron ganas de lo otro, pero no tenia papel, así que no me quedó más remedio que limpiarme con el dedo y luego lavarlo un montón de veces sin jabón y ni de coña se iba el olor del dichoso dedo”
“Salí y viendo un hueco en un banco, me senté sin decir nada, pero de inmediato todos los que estaban sentados se levantaron y se fueron”
“Poco a poco me puse a pensar y tomé la decisión de ir a la comisaría de policía de la estación y contar mi caso”
“La puerta estaba abierta y después de pedir permiso y entrar lo primero que oigo es “éste se ha escapado del manicomio de Ciempozuelos”.
“Me pregunta el que estaba sentado en una mesa por qué voy vestido así y le pido que me escuche, pero como siempre hay un listo que mira pero no ve, entra otro policía y me suelta: “Deme su documentación”.
“No me cague en sus muertos de milagro y haciendo un esfuerzo enorme le contesté que por favor me escucharan”
“Y empecé a contar lo que recordaba de la procesión y después, quién era, dónde vivía, cuál era el teléfono de mi casa y el de mis padre y aunque observaba caras para todos los gustos, les rogué que llamaran a mi mujer para que alguien viniera a Madrid con ropa y dinero para regresar, porque al no tener documentación, no podía acreditar quien era y recibirlo por un giro”
“Aquellos se reían a base de bien, pero por fin llamaron a mi casa, pero no había nadie, así es que llamaron a la casa de mis padres y se puso su madre”.
“Después de decir que era la policía, mi madre se puso histérica convencida de que a su hijo le había ocurrido una desgracia”
“Oye, Raúl, gritaba tanto mi madre que la oía aun a pesar de tener el policía el auricular pegado a la oreja”
“El policía trata de tranquilizarla y mi madre pregunta angustiada “¿pero dónde está mi hijo y qué le pasa?”
“En Madrid señora”
“¿Y qué hace mi hijo en Madrid?”
“Mire señora, pregúnteselo a él porque a nosotros nos ha contado algo increíble”
“Me dieron el teléfono y mi madre era un mar de lagrimas y tuve que contarle muy por encima lo que pasaba y que viniera mi hermano con ropa para cambiarme y de abrigo porque hacia un frio que pelaba”
“Les di las gracias y salí de nuevo al andén, helado de frío, sin comer y cagándome en la puta madre de los que me habían metido en el tren”
“Así que a esperar que viniera mi hermano”
“Me pasé todo el día en la estación, y hasta que llegó, fui el centro de atención de todos los viajeros que pasaban por aquel andén”
“Lo primero fue cambiarme y meter toda la ropa de romano en una bolsa, tomarme dos cafés y comer”
“Por fin salió el correo de Andalucía hacía casa”
“Llegamos y cuando faltaban pocos metros para la casa de mis padres, donde me esperaba mi mujer y los chiquillos, me veo a uno de los cofrades que viene cara a mí y sin encomendarme a Dios ni a la Virgen, me voy cara a él con la lanza en ristre”
“Aquel que me ve ir hacia él, da la vuelta y empieza a correr por la calle gritando como un loco “¡que no he sido yo, que no he sido yo!” al mismo tiempo que oía a mi hermano gritar “¡déjalo, déjalo”, pero estaba tan encabronado y enloquecido que como se me escapaba, estiré la lanza y le di un lanzazo en uno de los glúteos”
“Empezó a sangrar pero aún así corría como un galgo, pero se me hizo la luz, tiré la lanza y grité a mi hermano que llamara una ambulancia y a la policía”
“Aquel cayó al suelo y me acerqué a verlo pero puso tal cara de miedo al verme que empezó a dar alaridos”
“Tardaron poco los de la policía en acudir y lo subieron a un coche Z y se lo llevaron”
“Había dicho que iba a la comisaria y eso hice con mi hermano”
“Y allí vino a verme toda mi familia menos mis hijos, que con talento mi mujer los dejó con su hermana”
“Y ya estando detenido, me enteré lo que había sucedido con lo de subirme al tren porque los causantes lo contaron”
No recuerdo en todo el tiempo que estuve en la cárcel haberme reído tanto como cuando escuché su relato.
Le habían imputado por homicidio en grado de tentativa y al final el propio “lanceado” había declarado a su favor, por lo que lo condenaron a seis años en vez de a doce.
Y ocurre que cada vez que veo en un pueblo a uno vestido de romano o una procesión por la televisión, me acuerdo de aquel y me rio un buen rato.
26. POR EL CAMINO…
Hace más de un año que no salgo de casa si no es con el coche, unas veces porque voy lejos y otras porque me duele la columna muy fuerte.
También, a fuer de ser sincero, tengo que reconocer que no siento ganas de pasear por un camino tan deprimente como es el de detrás de donde vivo.
Pero la falta de ejerció está deteriorando mi organismo y al menor ejercicio comienzo a jadear y tengo que pararme.
Así que tomé la decisión de empezar a recorrer el trayecto que antes me hacía, pero tras un entrenamiento lento que he comenzado esta misma tarde.
Más antes de llegar al semáforo, unos cien metros, ya necesitaba un extra de aire y los bronquios silbaban como lo hacían las viejas máquinas de vapor de antes cuando aún estaban lejos, así que hago mi primera pausa en un trayecto de no más de dos kilómetros.
He entrado al camino por completo deteriorado por falta de mantenimiento debido a la falta de dinero y a la desidia de los políticos que creen que es mejor entretener al pueblo con el pan y circo de los romanos pero en versión moderna, haciendo berrear a cuatro engreídos a los que les han dicho unos bromistas que cantan, cuando lo que hacen no es otra cosa que un recitar de palabras deslavazadas que carecen de sentido, ritmo, poesía y elegancia y encima lo llaman cante moderno.
Se nota que está abandonado, que les importa un pimiento que los coches caigan en algún bache y se golpeen los bajos haciendo la delicia de alguno de los talleres que tenemos.
La imagen que mejor le cuadra es la de un camino de tierra bombardeado sin misericordia y con los agujeros llenos por el agua de la lluvia de estos días pasados que tienen el fondo del charco cubierto de una pátina marrón de barro y el resto del agua se comporta como un espejo puesto para que se mire el cielo.
Espejo sucio en el que se asoman para mirarse los tallos secos de las hierbas del verano que aún aguantan tiesos como si fueran palos plantados en el suelo y que debo ir sorteando con la misma elegancia y finura con que un hipopótamo artrítico damzaria el ballet del Lago de los Cisnes esquivando el caer en el charco y desaparecer dentro.
Me ha hecho recordar a los cenotes mejicanos que pululan por Chiapas y el Yucatán como ojos enormes y misteriosos que escudriñan el cielo y, solo un instante he pensado, si estos no se comunicarán por la tierra con aquellos, aunque no lo creo y lo achaco al desvarío de mi mente ante el espectáculo.
Uno o dos, los más grandes, parecían el lago Nasser pero en pequeño y como aquel africano, estaban ya cubiertos de algas verdes sobre las que caminaban algunos insectos que al parecer no se han percatado aún de que se halla próximo el invierno.
Algunas hierbas secas se balanceaban empujadas por una brisa tan tenue que no movía las ramas de los naranjos más próximos al tiempo que miraba su cara la luna envuelta en celajes rosados como regalo de despedida al sol que por poniente moría.
Tal vez la luna, coqueta como todas las mujeres, se miraba con atención para comprobar que ya estaba bien acicalada y su rostro brillaba perfecto para esperar a la noche que no tardaría mucho en llegar y declararse su mutuo amor y envueltos por el manto negro, cuajado de estrellas, perderse enamorados por el cielo.
Mi andar era lento, pero el dolor en la columna intenso y más pronto de lo que quería ha empezado a exhalar mi pecho columnas de vapor que me han convencido de que la humedad de aire era tan intensa que no me extrañaba nada que sintiera frio y este se colara casi hasta los huesos.
Pero he proseguido lo que llamaré paseo, por no llamarlo calvario, entre los naranjos verdes recién lavados con hermosas naranjas que colgaban como pezones del seno de las ramas y que por estar tan cargadas de naranjas, se doblaban hasta que besaban el suelo.
Y he llegado como he podido hasta el muro de un huerto donde me he sentado mientras soplaba las gotas de sudor que por la nariz se deslizaban, cayendo alguna en un charquito pequeño donde ha levantado hondas concéntricas que morían al acabar la lámina de agua.
Y mientras jadeaba tratando de oxigenar bien el organismo, me he dedicado a contemplar el cielo, de intenso azul en las zonas en que los girones del celaje dejaban verlo y en otros trechos cubiertos de una niebla tenue en la que destacaba la luna como una reina del cielo.
No he oído el ruido y tampoco he visto el avión que desde mi espalda ha aparecido dejando tras de sí una estela de vapor como si una mano gigante, maestro de escuela en el firmamento, hubiera trazado en la pizarra del cielo un trazo para enseñarnos cómo se va doblando la estela, a medida que se aleja, y que el avión no va recto sino que sigue la curvatura de la tierra.
Cuando he recuperado el resuello he seguido adelante hasta llegar a donde antes había un camino para bajar al polígono industrial.
Una valla de hierro montada sobre un muro de hormigón de unos 15 cm delimita una parcela en la que hay montados una serie de módulos de oficinas y dos máquinas, en el exterior, de las que se denominan “toros”.
Y es que el tiempo pasa sin darme cuenta, porque también me ha sorprendido comprobar que los plantones de naranjos que vi plantar en un campo ahora ya tienen una altura de casi un metro.
Me he parado unos momentos aspirando con ansia el oxigeno que necesito y he dado la vuelta para recorrer, en sentido inverso, el camino cuajado de charcos que me obligan a andar con siete ojos para no caer dentro.
El regreso ha sido lento, en momentos penoso, mirando los naranjos, oyendo cantar la despedida al día de los jilgueros y algún ladrido lejano de perro, pero es la consecuencia lógica del primer día del esfuerzo, aunque estoy seguro de que al cabo de poco tiempo andaré sin detenerme como lo hacía antes y que el jadeo haya desaparecido, no estando tan seguro de que no siga la columna doliendo, lo que me hará andar inclinado como un viejo.
Y es que aunque físicamente lo soy, me niego a verme viejo porque tengo la mente tan despejada y lúcida como cuando era mucho más joven.
Poco a poco la decrepitud avanza, sobre todo en el cuerpo, pero mi valor se mantendrá incólume mientras mi mente siga funcionando como lo hace.
Se está haciendo de noche y el frio de la humedad penetra hasta la piel, pero de la frente me brota el sudor y por la cara corre hasta que se pierde en el algodón de la camiseta que llevo.
Una sirena pasa anunciando una ambulancia que corre veloz con alguien enfermo cuya vida corre peligro.
Por el inicio del camino, iluminado por las farolas de la calle, aparece un vecino tratando de sujetar a un perro que de fuerza que hace se apoya solo en las patas traseras.
Me paro mirando y me pregunto: ¿pasea el amo al perro o es el perro quien obliga a pasear al amo?
Y es que estos dilemas tan poco interesantes, son fruto de la mente de un viejo jubilado y aburrido.
27.- SIN IDEAS…
27.- SIN IDEAS…
Unos cuantos días de lluvias y los campos demuestran al que quiere mirarlos y verlos, que no es la misma cosa, que la fuerza de la vida es irresistible, porque de algunos naranjos, ya abandonados y casi secos, han brotado flores de azahar muy blancas que contratan con el verde intenso de las hojas lavadas por las lluvias de estos últimos días.
También se ven desde la ventana y en camino pequeños brotes blancos surgen en la punta de las hierbas que como alfombras verdes cubren los campos.
No se presenta el cielo alegre y diáfano hoy, sino cubierto de nubes desgarradas que lo cubren de un horizonte al otro, mientras el sol se viste con esos jirones que como vestido el día nos ha traído.
Las tres palmeras que tengo delante tienen sus hojas colgando lacias porque no sopla la brisa que otras veces se abraza a ella para danzar graciosas al ritmo de las lejanas olas que mueren al besar la plata.
Esa quietud transmite calma y tengo la impresión de que es la molicie por no hacer nada la que da a la mañana ese aire cansino y aburrido mientras las horas se deslizan a través del aire en busca de la tarde con la certeza de que se terminan como si nada ocurriera en la vida.
A estas horas, ya muy cerca del medio día, los camiones han disminuido su tránsito y son los coches que pasan los que van raudos levantando a su paso ese tenue polvillo en que se ha convertido el barro, ya seco, que dejó la lluvia de tierra el otro día a su paso.
Miro el cristal de la puerta y aparece lleno de “condecoraciones” que no son otras cosas que los rociones de agua y barro que los camiones proyectaron desde el suelo cuando pasaban raudos.
Y no merece la pena limpiarlos porque, si bien los del servicio meteorológico dicen que tendremos llovías débiles, que con seis gotas forman dos charcos en la carretera, hacen que tanto la puerta como las paredes parezcan cubiertas de escupitajos secos.
Una hierba silvestre se abre paso con un agujero de la pared de bloques de enfrente como heraldo de lo que he dicho antes: la vida tiene tal fuerza que es casi indestructible.
Me mira la gata mientras tecleo y se sube sobre mis piernas en busca de que la rasque con suavidad moviendo su cabeza para ponerla donde más placer le proporcionen mis dedos.
Llevo en el jersey un botón que cierra el bolsillo del pecho y representa para ella una irresistible atracción porque no hay vez que suba a mis rodillas que no apoye sus patas sobre mi pecho y dedique toda su atención a tratar de cortar los hilos que lo sujetan al jersey.
Diversión de la gata que tengo que cortar porque cuando se trata de sujetar más fuerte, clava sus uñas sin compasión sobre mi pecho con tal de sujetarse.
Creo que se está pasando en su diversión, así que le soplo en la cara y sale como una exhalación camino de la silla donde tiene su cómodo y caliente cojín traídos de Marruecos.
Llaman a la puerta y veo a través del cristal a un vecino que tiene cara de angustia vital, o de aburrimiento supremo, que con toda certeza vendrá a contarme sus problemas, los mismos de otras veces, y a secar su lágrimas, cada vez estoy más convencido, en la toalla que debo tener por cara, aunque cuando me miro en el espejo no me veo nada.
28.- REALIDAD…
Languidece el día a medida que se acerca el momento de reinar la noche que ha perseguido al sol en una jornada de intenso frio mientras recorría el mar del cielo en busca del ocaso y que ahora ya solo ilumina los tejados de las casas al mismo tiempo que los besa en su despedida hasta mañana en que se repetirá, como hace desde el principio de los tiempos, el ciclo.
Sentado frente al ordenador trato de disminuir la presión que siento en el pecho y en mi ánimo tras darme los médicos el resultado que, no por menos intuido, no me ha gustado y aunque ya han pasado unos días desde que me dijeron lo que habían encontrado en mi riñón derecho, sigo sin apartarlo de mi mente.
Hace años que descubrí que ante el fracaso, la tragedia, el dolor del alma herida y la soledad en compañía, se presentan tres etapas bien diferentes por las que, quieras o no, has de pasar si pretendes alcanzar esa paz que necesitas y que el destino trata de impedir mediante lo que ha interpuesto en el camino de tu vida.
Son la sorpresa, la ira e incredulidad y la aceptación.
Ya llevo mucho tiempo, más de dos años, con trastornos que me han producido de todo menos alegrías, por lo que no cabe el que me interrogue sobre el “ésto por qué” ni, tampoco, que me diga “por qué a mí”.
Un hombre a quien admiraba mucho porque jamás se rindió aún a pesar de necesitar 37 operaciones para seguir vivo, describió con la sencillez de un niño la existencia del ser humano de esta manera: “La muerte es una enfermedad incurable que se adquiere al nacer y solo se cura cuando mueres”.
El intervalo entre esos dos extremos irremediables lo recorres en su compañía aunque no pienses en ella y creas, cuando eres joven, que no llegará nunca, como también te acompaña la decrepitud que, a medida que pasan los años, se va haciendo más evidente al mismo tiempo que la certeza de que por ese camino jamás viajas solo.
Aquel que se ancla desesperado en la ira, o la sorpresa, inicia un sendero que conduce a la amargura que, queriendo o no, extiende a los que le rodean amargándoles la existencia.
Solo queda la aceptación como patín para deslizarte por la cuesta de la vida, como salvavidas de tus angustias, como certeza de que te acabas, tardes aún mucho o sea mañana.
Aceptar es ante lo que estoy y lo que miro de frente con la certeza de que lucharé aunque no tenga ni idea si lograré vencer, o al menos retrasar, el que me alcance la muerte.
En alguna parte, ya no sé donde porque la memoria me falla, escribí una versión distinta de la misma cosa que decía ese hombre al que tanto admiraba, muerto hace pocos días, y que era la forma de expresar mi propia idiosincrasia.
“La inmortalidad tiene el inconveniente de que para alcanzarla hay que morirse y tan segura está la muerte de darnos alcance que nos da una vida de ventaja”.
Tardará en llegar ese instante, pero no soy tan ciego ni tan idiota como para no saber que se acerca y que continuo metido en el mismo pozo donde caí, o me tiró el destino, ya hace unos años.
Dejó de besar el sol los tejados y regresan los valientes que han salido en la mañana despejada y fría al campo.
Y es que la vida continúa porque es eterna y lo único que hacemos los que vivimos es entrar y salir de ella de una forma o de otra para llenar nuestro espíritu de las cosas que necesita para adquirir sabiduría, cuya forma más sencilla la llamamos experiencia.
Conversaba con un condenado a muerte por una enfermedad incurable sobre la existencia del más allá, de otros planos de la vida, sobre otras vidas y recuerdo el brillo de sus ojos iluminados cuando me decía que él no perdía su tiempo elucubrando sobre algo que sabía que existía, sino que toda su energía la utilizaba para dominar su mente y su desmedida curiosidad por saber de qué otra forma regresaría a la vida.
Lo entendía perfectamente, máxime cuando él, ya en esos momentos que preludiaban el transito a la otra vida, había logrado recordar qué fue en otras anteriores, de las que hablaba como si las estuviera viendo en una pantalla.
Desde que estudiaba me he preguntado sobre muchas de las cosas que los evangelios dicen y que carecen de sentido si no se acepta la reencarnación, por lo que no dudo de la misma y en estos momentos lo que tengo es la insatisfacción por no haber alcanzado a lo largo de mi vida el saber qué significa un hogar.
Espero que tras regresar pueda reunirme con los que quiero y conocer lo que jamás he tenido.
Se nota el viento frio que sopla, porque llevo varios minutos en un silencio desconocido en esta calle a estas horas del domingo.
Bendito silencio y bendito sosiego que siento para asentar en mi mente que me enfrento de nuevo a la muerte.
Otra vez más y ya he perdido la cuenta de cuantas llevo, pero sé que una vez me ganará.
29.- VAGANDO AL AMANECER…
Va haciéndose gris plomizo el negro del cielo mientras las últimas estrellas se desvanecen en la luz de ese mar que es el cielo.
Recortadas en ese fondo más blanco y con las luces apagadas de las calles, se ven las palmeras y la araucaria a través de los cristales de la puerta asemejando cuatro centinelas vigilando el descanso de esta zona del pueblo.
Al ser ayer festivo y mañana sábado, los que aun tienen trabajo han hecho puente como si la economía de cada uno estuviera para esas alegrías y despilfarros, pero es que aún no somos conscientes de que como nación nos venimos abajo y seguimos como Quijotes luchando contra los molinos de viento de la crisis como si fueran gigantes del éxito.
No se oyen coche, tampoco los de las motos que porque salen del semáforo interpretan que lo mejor a hacer es entrenarse como si fueran a correr al poco rato en el circuito más loco de cuantos en España hemos construido para deleite de unos pocos que creen que subirse en su moto es más excitante que hacerlo en un caballo.
Triste panorama el que se observa cuando acudes a un hospital donde hay rehabilitación, porque de cien pacientes que ves, más de noventa son jóvenes y de ese noventa cerca del cien por cien son las secuelas de accidentes con moto.
Desde hace años sostengo una lucha feroz con mi hijo porque me niego a ser colaborador en la locura que por la velocidad siente ignorando el riesgo y las consecuencias que puede traer el subir en esos vehículos que se pueden definir como asesinos ruidosos.
El destino de cada cual marca como lo hace un hierro al rojo en el anca de un ternero, pero si ha de ocurrir una desgracia que no será por haber cedido a la insensatez de un joven que, como tábano en verano, no para un solo instante en presionarme para que le compre
lo que no quiero.
Bien es verdad que el paso de los años amansa a cualquiera, pero solo yo sé lo que me ha costado mantener esa posición y no claudicar a su deseo de tener una moto.
Ya comienza a variar el color del cielo de gris plomizo a azul claro, que es el abanderado que anuncia la salida del sol y el cambio de la capa del cielo a un color turquesa intenso.
Misteriosas piedras esas que varían la intensidad de su color según el estado de salud del cuerpo, o el ánimo, de quien las lleva colgadas en el cuello.
Han pasado muchos años desde que aquel musulmán tan anciano me regaló su rosario hecho de turquesas como agradecimiento a una pequeña ayuda que le presté y desde entonces he venido observando, cada vez que se las pone la madre del chico, que cambian de tono y de brillo según los días y como es tan primitiva en sus emociones, siempre se observan esos cambios más acentuados cuando no se encuentra bien o está muy alterada.
Incógnitas que presenta la naturaleza que casi todos despachan con el socorrido “¡qué casualidad!”, que es como una muleta empleada para distraer al toro de la realidad de que sabemos mucho menos de los que ignoramos, entre otras cosas, la interacción con los humanos de los perfumes, los colores y las piedras.
Algo que hemos desechado y despreciado cuando no ignorado en nuestra suficiencia sin fijarnos que desde hace milenios existen pruebas claras de que todo está interrelacionado.
Cada día que pasa, cada año que atesoro, me siento más sabio, y más ignorante al mismo tiempo, porque descubro pequeñas perlas del saber que hasta este momento había dejado pasar por alto y que me convencen por completo de que todo está formado de la misma sustancia, palabra que no es la adecuada pero que ahora no encuentro otra, lo que hace que un ser humano sea como una rosa, como un cetáceo o como una piedra.
Si desmenuzas lo que es una célula descubres un vacio galáctico entre los átomos y si escudriñas un poco más lejos, vislumbras que las diferencias que hay entre todos solo es el número y disposición de las partículas, lo que confirma que todos estamos hechos de la misma manera y de la misma materia.
Y aceptar y comprender esto, aunque no hasta las últimas consecuencia, me proporciona serenidad, certeza de que soy inmortal porque soy una manifestación más de la vida, porque ésta es eterna.
30.- NOCHE Y DIA…
La luz de los faros del coche perfora la noche mientras avanzo por la carretera solitaria a estas horas de la madrugada camino de un interrogante que se llama posibilidad de trabajo.
Y en las cunetas, de vez en cuando, brillan dos ojos deslumbrados por los faros indicándome que puede ser un zorro, un perro, un jabalí, una liebre, un gato o cualquier otro cuadrúpedo pequeño que camina junto a la cuneta para ver si alguno de esos descuidados ha arrojado sin miramiento restos de comida o cualquier otra cosa que les sirva de alimento.
Se enciende la lámpara que me indica que está el exterior a menos de cinco grados y pronto pasa al ojo intenso que me dice que estamos por debajo de cero y consulto el ordenador de a bordo que me dice que en el exterior estamos a menos cinco grados.
Sigo caminando y cuando llega alguna curva bastante cerrada, los faros iluminan los resecos barbechos que están cubiertos de una intensa escarcha blanca.
Y de pronto, como si fuera el decorado de una película de miedo, empiezo a encontrarme bancos de niebla que dejan gotitas de agua sobre el parabrisas y empañan las ventanillas laterales en las que se condensa creando minúsculos arroyos que se pierden por la puerta en busca del suelo.
Conduzco en silencio a solas con mis pensamientos mientras mi hijo duerme en el asiento de al lado sumergido en sus sueños de los que ignoro todo salvo su afición por los caballos y las motos, aunque sé que como yo es consciente de estar preso en la realidad de una crisis de la que ni yo mismo sé cómo salir si no hay trabajo para ambos o, al menos, uno de nosotros.
Siguen los faros taladrando la noche ahora envuelta en espesa niebla que, cuando asciendo por las cuestas, se diluye algo permitiendo contemplar las cunetas mientras me encamino hacia los pasos entre las cumbres de Sierra Morena, antiguo refugio de bandoleros de trabuco y faca, y rememoro los hechos por ellos realizados.
Personajes como el imaginario “Curro Jiménez”, de tanto éxito televisivo, o de otros tan reales como el “Tragabuches”, de la cuadrilla de los siete Niños de Écija, que enseñorearon toda Sierra Morena hasta que fueron exterminados por los “Migueletes”, tropas rurales que los eliminaron físicamente, pero no a si sus hechos, que han alcanzado la inmortalidad al pasar a formar parte de los romances de ciegos y las habladurías de los pueblos.
Hombres recios de mentalidad guerrillera, las misma que pusieron cuando se tuvieron que enfrentar a los franceses que nos invadieron y saquearon en 1.808.
Ya el manto de la niebla se disuelve permitiendo contemplar en todo su esplendor las romas y morenas piedras que caracterizan esta tierra que empieza a surgir tras el valle de la Alcudia, remanso de color y paz en el que pastan miles de cabezas de ganado lanar, vacuno y caballar una incipiente hierba que las lluvias pasadas han hecho brotar por entre las pajas amarillas y secas del verano.
Desciendo como por un tobogán en busca de la luz de Jaén, del verde intenso se los olivos, del valle que se abre a los pies de las montañas en que el olivar es un encaje entre pendientes fuertes y remansos llanos que proporciona a los ojos el placer de contemplar los olivos alineados y bien dispuesto para proporcionar el oro del aceite virgen que perfumaba ya a los romanos, engrasó a los árabes y permite guisar con la seguridad de estar comiendo sano.
Discurre perezoso y claro a mi derecha el rio Montoro y entre los jarales de la orilla ves asomar cabezas de los ciervos, unos con cuernas de años y otras romas de las hembras que como suspiros de un pecho oprimido escapan a esconderse entre los pinos que descienden por las laderas para mirarse en el espejo del rio.
Más de ochocientos metros, otros con casi mil, es la altura de los puertos que recorro por la sinuosa y suave carretera para llegar al mirador natural de la sierra y comprobar que has salido de la realidad de La Mancha y comienzo a descubrir el embrujo de Andalucía, aquí cuajada de olivos altivos y serenos que, como guerreros antiguos, aguantan sin moverse de su sitio los empujes de las tempestades y las caricias del viento perfumado de tomillo y romero que se desliza amoroso entre sus ramas para alcanzar el valle a los pies del pueblo de Montoro, presidido por la iglesia, obra de arte antiguo, que corona el cerro.
Ya voy por el valle, jardín hermoso y feraz donde se abrazan las huertas, a un lado y a otro, de la carretera que me acerca a Andújar, pueblo que puede presumir de tener en las primeras estribaciones de Sierra Morena una ermita dedicada a una virgen morena llamada De La Cabeza.
Un cerro que derrama en derredor belleza y heroísmo rodeado de encinas que como setas están aguardando a los peregrinos, qué cada domingo y en su fiesta, se arraciman a su alrededor y lloran con pasión cuando de su iglesia la bajan para dar la bendición a los miles de peregrinos que han ido a verla.
Allí están enterrados los restos de doscientos hombres que lucharon hasta la muerte convencidos de que su supremo sacrificio tenía valor para los que vivieran después.
Sus nombres grabados en piedra nos recuerdan que cuando se cree con firmeza en una idea, no se tiene miedo a sacrificar la vida porque ésta carece de valor si el ser humano carece de ideales y creencias superiores al mero hecho de sobrevivir como pueda.
Andújar, final de trayecto para llegar a un lugar que tiene sus pies hundidos en las piedras del tiempo, y aunque vengo cansado por tanto kilómetro recorrido, trato de llenar mis ojos contemplando un puente romano, casi tan hermoso como el de Córdoba, la Córduba de los romanos, que son patrimonio del mundo, pero sobre todos de los hispanos.
Pero lo que son las cosas, una reparación inoportuna en la carretera desvía el tráfico y en vez de permitirme contemplarlo hace que pase por encima de él maravillado al ver que los pretiles están intactos, pero adornados con la pátina de los milenios, tal como si hiciera un rato que lo hicieron y no más dos milenios.
Maravilla técnica de aquellos ingenieros militares que lo construyeron con tan escasos medios y llenaron la calzada con hormigón, ese invento que los más ignorantes creen del siglo pasado pero que tiene 2.500 años y acreditada su calidad desde que en Roma realizaron El Panteón de Vespasiano.
Mientras las ruedas del coche se deslizaban por encima de una calzada calculada para cuadrigas y carros, he sentido erizarse mi piel ante la emoción de pisar como si fuera nuevo un puente que tiene dos mil doscientos años.
Y es que lo bueno es hermoso y lo hermoso es eterno.
No pude verlo de cerca, lo que me enfrenta ante mi mismo para tener que volver en otro momento y fotografiarlo para saciarme de lo que se hizo para dar paso rápido a las legiones en su avance, pero con la idea de que fuera eterno.
Qué insignificantes y qué fatuos somos convencidos como estamos de que lo que ahora hacemos a base de hormigón y acero alcanzará doscientos años.
No digo que cualquier tiempo pasado fue mejor, solo digo que se hicieron maravillas que perduran con simple piedra y talento.
¡Cuánto me hubiera gustado vivir entonces y contemplar a aquellos ingenieros que tan grandes obras hicieron casi sin medios pero con mucho ingenio y talento!
He llegado y aún me siento impresionado por haber pasado sobre la historia de un puente que desafía los años y que solo tiene sobre sus piedras, la patina de los siglos y el orgullo de los que lo miran y sobre él pasan a diario.
31.- A ESPERAR…
Ya el sol besa las crestas de las sierras de poniente derramando su oro por todo el horizonte y pinta las nubes deshilachadas blancas con una pincelada de rosa intenso y en otras de vino diluido en agua.
Falta poco para que sean las seis y el sol desaparece dejando en el cielo el color que adquiere la tierra cuando un toro mueve tras la lucha titánica de la sobrevivencia frente a un hombre que le engaña y presenta su inteligencia esquivando los cuernos con los que la bestia lucha por conservar la vida.
Hay más silencio que otras veces, cosa rara en esta calle donde casi siempre, porque está a la salida del pueblo, pasan las motos y los coches haciendo rugir sus motores como se estuvieran en una carrera para llegar a lo desconocido y sin ser conscientes de que en la rotonda que está cerca ya han dejado su vida unos cuantos que no pudieron dominar sus vehículos y se estrellaron, no sé si convencidos, de que la vida cuelga de los árboles.
No hace mucho que me he levantado tras haber descansado un rato porque entre la modorra después de comido y el opio que me suministran para mitigar el dolor que me asalta el cuerpo entero, tenía un sueño artificial que me impedía seguir con los ojos abiertos y ser consciente de cuanto estaba leyendo.
Tardaré aun unos días en poder controlar las náuseas y la soñera que me entra, pero es que no puedo por las noches con el dolor que me aprieta como si estuviera bajo una prensa en un molino de aceite.
Temo, y al mismo tiempo deseo, que llegue el día tres del mes que viene para acabar con la incertidumbre, arma letal donde las haya que sin un enemigo enfrente que nos amenace, siembra nuestra mente de dudas, de temores, de esperanzas y, también, de la cizaña de la desesperanza.
Porque nada destruye más al hombre sin causarle herida ni pérdida de sangre que una duda asentada sin posibilidad de poder comprobarla.
Fue sabio el que escribió que para destruir una reputación no existe arma más eficaz que hacer que esa persona haga el ridículo en público y para destruir su vida y su mente que la siembra de una duda que no pueda comprobar.
Porque aceptamos la certeza por dura o cruel que sea, pero no podemos vivir ni descansar si tenemos una duda, que es la que ahora domina todo el panorama que mis ojos contemplan.
Aún me quedan unos días en los que habré de permanecer sumergido en ese mar, en el que no sirve saber nada y del que solo nos puede sacar el salvavidas de la certeza.
A esperar…
32.- EL TELON…
Como en un teatro así se descorre el telón de la noche haciendo aparecer las nubes que son el decorado de un día en que el sol aún tardará en aparecer sobre el horizonte.
Nubes que se mueven a impulsos de un ligero viento del norte que llega a estas tierras tras haber dejado sobre las crestas de las sierras los pétalos blancos de la nieve que caen al suelo como los de una rosa cuando muere.
Es un amanecer entre gris y rosa porque en el firmamento las nubes son teñidas con la sangre diluida del parto de un día que la noche crea en silencio y en la oscura matriz de la vida que se renueva con cada giro de la tierra sobre su eje.
Es el siguiente al día de Navidad y desde muy temprano el ruido acompaña a los que van a trabajar y en sus coches circulan sumergidos aún en los vapores de dos comilonas bien regadas con zumo de uvas curados en barricas de roble.
Y empieza la rutina de aquellos que estamos retenidos por obligación y necesidad dentro de casa al carecer de trabajo, muchos, y de dinero los demás, pues tal y como están las cosas, lo mejor es guardar las escasas monedas que nos quedan y no gastar al no tener certeza de que mañana no las vas a necesitar.
Levanto un poco la cortina, y como si me aguardaran, veo a las tres palmeras y a la araucaria con sus hojas verdes brillar porque la luz de las farolas las besan, agitando con dulzura sus ramas mientras bailan la melodía secreta que la brisa les trae esta madrugada desde las frías tierras que cerca ya empiezan a estar nevadas.
Caminamos hacia el final de un año cuajado de sorpresas y pocas alegrías en el que hay que destacar que lo principal es que sigo con vida, aunque la decrepitud avanza sin parar por mi organismo que durante años y años ha estado desatendido, muchas veces por desidia, los más por dejadez y el resto por haber gastado los últimos 20 años de mi vida en obtener comida para criar al único hijo que tengo y a su madre también sin reparar en esfuerzos.
Se va produciendo el milagro y la luz va ganando terreno a la oscuridad y transformando el gris del principio en luminoso azul dejando ver ya entre los girones de las nubes el manto con que se engalanará el cielo por encima de esas naves de vapor que surcan el mar del firmamento a impulsos de un viento tenue que llega a besarnos las casa con un poco de rocío y un mucho de esperanza.
Comienza a hacerme efecto la medicación de la mañana y el relax y la somnolencia van invadiendo mi cuerpo invitándome a yacer en el lecho e intentar dar alcance al sueño que esta madrugada ha huido de mi lado dejándome con los ojos abiertos y los recuerdos pugnando por salir a caminar por mi mente como lo hacen los animales largo tiempo encerrados entre cuatro paredes.
Pero para no dejarme invadir por ellos, me he levantado y dedicado ese tiempo a repasar y releer todo cuanto he escrito hasta ahora y a meditar si de verdad merece la pena intentar que a través de una publicación el mundo se percate de mi existencia y de cuantas cosas, malas más, han ido llenando el libro de mi vida que va a comenzar dentro de unos días un nuevo año.
Pasa un tractor haciendo ruido de carro de combate subiendo una cuesta y detrás de él, una motocicleta enloquecida que no es consciente de que la calzada, mojada como está, puede ser el pasaporte para acabar en el hospital o en la otra vida.
Siento un estremecimiento en mi cuerpo debido al frio, así que dejaré por el momento de escribir para darme una ducha y despejar definitivamente de mi cara las trazas de no haber dormido mucho.
Creo que va a ser muy hermoso el día aunque no tenga idea de cómo van a transcurrir sus horas, pero que al final será divino porque aún estoy vivo.
33.- LIENZO…
Respira rítmicamente mi hijo envuelto entre las sabanas y mantas en esta madrugada fría de diciembre en el que las estrellas rielan en el cielo parpadeando coquetas mientras contemplan la tierra cuajada de luces y sombras según los países y la distancia entre las ciudades.
Tengo la mente fría y serena aún a pesar de haber cenado con vino para acompañar tan espartana cena pero fue tan poca la cantidad, o la frustración tan alta, que no logró hacerme conciliar el sueño que tanto deseaba.
He cogido un vaso y lo le llenado de agua del grifo, lo que me ha hecho recordar el viejo refranero que afirma, sin duda alguna, que aquel que cena con vino con agua se desayuna, mientras contemplaba la noche a través de la ventana con el cielo cuajado de luceros y el frio desplomándose desde la altura sobre la tierra.
Estoy seguro que cuando se haga de día contemplaré un cielo de intenso azul y habrá que esperar hasta más tarde de la una para que una brisa suave y desorientada sople y haga mover las ramas al ritmo cadencioso de un sencillo baile.
Ya estamos a veintisiete y mañana recogeré los análisis que me dirán cuál es el estado general de mi organismo para hacer frente a lo que me dirán de una vez por todas qué es lo afecta al riñón derecho y qué se puede hacer por él y por quien lo transporta.
Muchas veces aceleraría el tiempo, pero sé que no puedo y aun cuando trato de mantener mi mente alejada de esa fecha y de éste hecho, no siempre lo consigo, pues tengo una mente indisciplinada que ante cualquier duda esconde la capacidad de intuir y saber qué tengo.
Un ruido casi inaudible para un oído normal capta mi atención y me hace pensar cómo es posible que un hombre que necesita casi siempre que le repitan dos veces lo que le dicen oiga un ruido tan inapreciable como el que acabo de escuchar.
Vuelvo mi cabeza y enciendo la luz y veo que lo que he oído ha sido el que ha producido la gata en el caparazón de una cucaracha que huía despavorida para meterse en su rincón mientras la aplastaba
Misterios que tiene el ser humano que cuando me hablan no entiendo bien y que cuando me conectan a un aparato de audición, el técnico se asombra y me dice qué es increíble que con la edad que tengo oiga tan bien.
Conozco de la sordera voluntaria y ese otro refrán que dice que ante palabras necias oídos sordos, pero no es este el caso de quien siente curiosidad por lo que le dicen y tengo que recurrir al sufrido “qué dices” para enterarse de lo que me hablan.
Miro el reloj y es las cuatro menos cuarto de la madrugada de un jueves como otro cualquiera en el que no hay nada que hacer por la mañana y por la tarde el trabajo aún es más escaso.
¿Qué queda pues para llenar las horas y que la abulia no te ahogue?
Dormir los que tienen la facilidad de descansar; pensar en lo que está por venir sabiendo que solo añadiré insomnio al que ya acumulo.
O puedo tratar de escribir siendo consciente de que las musas están de vacaciones en el Olimpo o vete tú a saber, a estas altas horas de la noche, por donde andarán.
Por eso me siento frente al ordenador para plasmar lo que siento, lo que pasa por mi y todos aquello que percibo aunque sea lo más insignificante.
Va haciéndose más intenso el frio, pero no puedo cerrar la ventana porque si no pronto sentiré ahogo y no respiraré bien, por lo que la única opción que tengo es ponerme ropa de abrigo encima para mantener mi temperatura corporal y evitar que una angina de pecho, por un rápido enfriamiento, me asalte.
También queda el recurso de soñar con el mañana, pero hace ya tantos años, más de veintisiete, en que no hago planes, que he perdido la capacidad de imaginar, de soñar que haré mañana, porque nunca he estado seguro desde entonces si veré salir con el nuevo día el sol.
No significa esto que no haya viajado, no, porque lo he hecho, pero siempre han sido decisiones tomadas de ahora mismo para luego, convencido de que esto es lo que tengo y éste es el mejor momento.
Madruga algún vecino que no piensa más que en él porque está haciendo tanto ruido como un regimiento y es que la gente está convencida, como aquel rey de Francia que decía que después de él, el diluvio, que los demás no tiene derecho alguno ni tan siquiera el de protestar.
Ahora está bajando las escaleras como si llevara zapatos de claqué y estuviera en un concurso de bailes celtas.
Voy a beber un poco más de agua y después ya me ducharé, porque aunque no tengo que salir, el sudor de la noche me resulta más que desagradable y forma una pátina que enfría mi piel.
Buenos días, mundo, ante ti tienes un lienzo virgen en el que podrás dibujar todos los acontecimientos que conformarán tu día, incluso aquello que no esperas y otros que te gustaría que no hubieran sucedido.
Son los imprevistos los que dan significado a la vida, mucho más que lo que has calculado sucedería.
34.- AÑO NUEVO…
Escasas cinco horas separan el nuevo año del viejo y dos horas desde que me acosté tras una noche de normalidad en la que hasta la bebida para la celebración del cambio de año sobró la mitad de una botella de tres cuartos de litro de un Ribera del Duero de mediana calidad, tal vez por si a lo largo del año surge algún motivo de celebración agradable, que quiero pensar que si aunque lo que me rodea me indique que será complicado que suceda.
Cena hecha con lo que había en el congelador porque incluso el banco que me paga la pensión retrasa hasta el paroxismo la entrega del dinero aguardando al último día del mes para entregarlo y si es como este, ni trabajar han hecho, así que he sacado el último lomo de cerdo congelado, lo he sazonado con buena cantidad de hierbas aromáticas, dos chorritos de aceite de oliva y al horno.
Y mientras se asaba, quedaban de la compra del mes anterior dos tarros de medio kilo de macedonia de verduras, un frasco de picadillo de pepinillos, carlota, cebolla en vinagre que he puesto a escurrir tras echarles abundante agua.
Y como solo quedaban cuatros huevos, he procurado hacer la mahonesa con la mayor economía, pero o porque estaban fríos o porque me he parado al batir, el caso es que he necesitado tres huevos en vez de los dos acostumbrados para obtener un tarro del producto al que le añadido un poquito de ajo para compensar la falta del huevo duro, las aceitunas sin hueso y los trozos de anchoa que le dan un paladar especial que a todos agrada.
Bol de los grandes, dos latas de atún, aun quedaban cuatro, pequeñas, vaciado en su interior y desmenuzado el contenido al que he añadido las verduras ya escurridas dándoles vueltas con calma porque el tiempo me sobraba y, al final, he añadido la mahonesa que ha permitido formar la ensaladilla rusa que mi madre me enseñó a preparar.
Una prueba antes de meterlo al frigorífico y estaba de un sabor bueno para lo poco que le había puesto de contenido.
Pero o bien estábamos desganados y con el ánimo muy bajo, el caso es que el asado de carne, que también sobró, fue el plato principal de una noche desangelada de final de año, como tantas desde hace décadas, en que cenamos mi hijo y yo mientras contemplábamos alguna de las mamarrachadas que la televisión emitía.
Dice mi hijo que mi sentido del humor es caustico y muy ácido, pero la verdad sea dicha que tras oír algunos comentarios pensé cómo era posible que por esa actuación les pagaran.
Así la ensaladilla pasó a primer plato del menú de año nuevo con la carne que sobró, además del turrón que no habíamos vuelto a probar desde la noche buena.
Estaba frio el ambiente y encendimos la estufa eléctrica, pero es tan grande la cocina que en tan poco rato no se calentó, además de que ni él ni yo teníamos ánimos para alargar la velada por lo que con rapidez él regresó a donde tiene el ordenador mientras recogía los platos de la mesa para fregarlos mañana.
Y a mi vez, vine frente al ordenador tratando de pasar las horas y a la espera de alguna novedad que sucediera mientras se despedía un año y comenzaba el siguiente.
Y así fueron pasando las horas entre juegos de solitario, notas de la prensa y aguardar que el cansancio me venciera para meterme en la cama y tratar de descansar, lo que hice a las tres.
Es cierto que la indiferencia blinda el espíritu contra las desilusiones, que es lo que me sucede desde hace tantos años, pero saber qué siente mi hijo cuando su juventud pide libertad y asueto no me hace feliz, porque al tener que elegir entre la comida y la diversión me obliga a rechazar la segunda por el mero hecho de tratar de subsistir, pero no impide que me sangre el alma porque estoy obligando a pasar a mi hijo, en contra de mi voluntad, por las mismas penurias y limitaciones por las que atravesé en mi juventud, sabiendo que no los hemos preparado para esta travesía por la adversidad como si hicieron con nosotros nuestros padres que habían salido de una guerra civil devastadora con sus secuelas de hambre, miseria y cartillas de racionamiento.
Vuelan los buenos deseos de boca en boca desde la televisión aunque en el fondo de sus sonrisas subyace la convicción de que este 2013 será peor que el que terminamos de enterrar.
Y no es que mi ánimo esté tristón y negativo, sino que solo hay que mirar lo que me rodea, donde la gente tiene que recurrir ya, como después de la guerra, a los comedores de caridad y asociaciones de ayuda a los más necesitados, como hago yo, para poder sobrevivir con lo que nos dan hasta final de mes.
Miro a mi hijo que a estas horas duerme en su cama sumergido en un reparador sueño propio de la juventud y sé que sus esperanzas están al inicio de la carrera de la frustración aunque me gustaría que no se frustraran, pero estoy convencido de que aún nosotros dos no hemos atravesado lo peor.
Gracias a Dios no volveremos a las cartillas de racionamiento, pero vamos a tener terribles problemas los padres que no pensamos que una imitación de aquellos duros años iba a volver y dejamos de enseñar a los que nos sucederán que no somos ricos, no somos grandes sino pequeños seres que para sobrevivir habrá que trabajar más, los que puedan, y cobrar menos.
Si se pudiera juzgar a aquellos que lavaron el cerebro de la juventud prometiéndoles solo derechos, no habrían cárceles suficientes donde encerrarlos porque se lo pintaron tan bonito que su falta de inteligencia y por el egoísmo de tenerlo todo a cambio de nada, ignoraron, si es que alguno lo sabía, que fue Luis Pasteur quien demostró que de la nada, nada sale, y es que estaban hasta convencidos de que podrían vivir sin apenas trabajar y que los padres, o la sociedad, tienen la obligación de resolverles todos los problemas y subvencionarles todos sus gastos.
Espero que mi organismo aguante porque si caigo yo, no sé cómo podrá sobrevivir mi hijo, incapaz de hacer frente a nada porque solo se le enseñó que tenemos que dárselo todo resuelto.
Otros tienen la culpa de eso porque sembraron mintiendo, pero los más culpables somos los padres que no nos opusimos a sus exigencias negándonos a satisfacerlas, unos por quistárselos de encima, otros cansados de luchar contra la corriente televisivamente sembrada y otros porque nos entró miedo, si nos negábamos, a perderlos, llegando a estos lodos de ahora de tener una generación entera de perfectos inútiles, vagos y tiranos que no sabrían sobrevivir ni en un mundo mejor que el que en nuestra niñez nosotros tuvimos.
35.- VAGANCIA…
Se abre paso el día a través de las brumas de la mañana que en forma de nieblas ligeras vagan por el cielo sin moverse porque el viento está ausente y sobre el mar se divisa una raya tenue de color precursora del sol que tardaremos en ver aún un rato.
Es día de trabajo, pero misteriosamente el silencio se ha asentado en esta carretera lo que me permite gozar de la calma y repasar los pensamientos tenidos esta madrugada antes de levantarme y que son, de una cierta forma, prolongación de los de anoche al acostarme.
Miro más delante de los dos días que componen el nuevo año tratando de intuir, o ventear como hacen los animales con el agua en la distancia, qué puedo encontrar en ese futuro al que me enfrento siendo la primera batalla mañana sobre medio día, en que dirán, y sabré, qué han encontrado los médicos en mi riñón derecho.
Es posible que tenga grabado de forma indeleble en mi subconsciente este próximo jueves y eso ha condicionado con tanta intensidad las acciones de estos tres últimos meses que no han pasado tan rápidos como otras veces, tal vez porque la incertidumbre, o el miedo inconsciente, han dilatado el tiempo eso me ha parecido, para que mañana no llegara con la sentencia de lo que me acontece.
No tengo idea en absoluto de qué van a decirme sobre lo ya conocido de que ese riñón está invadido por un tumor que lo hace sangrar a veces y que continua su avance silencioso para llenarlo todo.
De cuando en cuando siento ramalazos de sueño invitándome a acostarme, pero estoy seguro que, como tantas y tantas veces, desaparecen nada más me tienda en el lecho.
Son tantos los años que tengo y las veces que ha ocurrido que conozco el resultado sin error alguno.
Siempre queda la duda de si esta vez no descansaré en los brazos de Morfeo, pero no ha sucedido una sola vez que, tras estos síntomas y acostado, me haya quedado dormido.
Y no por lo que pienso sobre mañana, sino porque incluso sin preocupaciones, tampoco lo he conseguido.
Misterios de este ser humano tan desconocido que soy yo mismo.
Era demasiado maravilloso para que durara mucho el silencio, pues desde lejos ya se anuncian unos ruidosos vehículos que, como procesión de latas atadas a la trasera de un coche de novios, solo los heraldos de que la paz se ha terminado.
Hace frio en este amanecer que viene anunciado por esos escandalosos coches que pasan raudos frente a mi puerta rompiendo el encanto que sentía hasta este momento.
No sé si es el frio o la muerte del silencio la que provoca en mi cuerpo un escalofrío que me estremece por completo hasta el extremo de pensar que lo mejor para mi cuerpo ahora, es elegir entre ponerme bajo el agua caliente de la ducha o en movimiento para que sean los músculos los que calienten mi cuerpo aterido.
Tal vez sea por molicie, vagancia o por cualquier otra razón que desconozco, pero voy a elegir para entrar en calor la ley del mínimo esfuerzo, que es la que me dice que en el baño me desnude y con la ducha caliente todo mi cuerpo.
Creo que es comodidad y vagancia, síntoma muy acusado que demuestra que me estoy haciendo viejo.
36.- DIA TRES…
Nunca he tenido madera de valiente ni me he considerado como tal y si alguna vez alguien me lo ha dicho ha sido porque han confundido el no poder retroceder y salir corriendo ante la gravedad del momento con lo que hace el valeroso de levantar el rostro y hacerle frente.
Decían los antiguos que el ejercicio crea el órgano y no hay duda de que yendo al gimnasio y con perseverancia, se puede acabar como un Hércules, pero tener ya la espalda contra la pared que te impide retroceder cuando tu instinto te dice que corras, no se le puede llamar valor, sino hacer de la necesidad virtud porque solo puedes salir si haces frente y derrotas a lo que te empujó contra la ella.
Ayer amaneció el día tres, por fin, en que no pudiendo retroceder ni traspasar mis males a nadie ni echas las culpas al destino, no me quedó más remedio que acudir al hospital y escuchar el veredicto inapelable de los médicos.
Decir que la noche fue larga es una forma elegante de definir que el sueño corría a más velocidad que la que lo perseguía y eso que lo hacía con la misma ilusión que debieron tener los soldados romanos cuando corrían tras las sabinas, aquellas macizas mozas de la Italia central, con las que además de pasar un agradable rato consiguieron, a su tiempo, tiernos infantes para repoblar aquella tierras devastadas por las guerras y el resultado fue óptimo, ya fuese el refocile en un lecho o en el suelo.
La noche fue un tormento tratando de apartar de mi mente los pensamientos más oscuros y sustituirlos por los más gratos, pero es que buscar gratos recuerdos en los últimos años es perder el tiempo de una manera miserable, así que no lo intenté ni en los instantes de mayor desespero.
Y rebuscar en el fondo del baúl de los recuerdos aquellos sucedidos hace décadas ya no tienen el aliciente y el alivio que se siente cuando se contempla una película nueva.
Me levanté temprano, me duché despacio y me vestí como me gusta: pantalones vaqueros claros de tantas veces lavados, camisa negra de manga corta y jersey azul oscuro, pues sabía que aunque hiciera algo de frio llegaría el momento en que terminaría sudando.
Llegué con tiempo sobrado y aunque sabía que siempre en urología van más atrás que el rabo, me lo tomé como suelo ante lo inevitable: sentarme en un banco de tiras de madera que obliga al poco rato a realizar ejercicios gimnásticos si no quieres que tus posaderas parezcan, por las rayas, la grupa de una cebra y que el dolor pase de lamento a jipíos de cantaor de flamenco
E iban pasando y saliendo con papeles que de tantas veces utilizados en casi estos tres años ya me conozco de memoria.
Desde solicitud de pruebas radiológicas a ecografías, de citográficas a citológicas y las de tres colores para los análisis ordinarios.
Las cosas se hacían algo más dura cuando portaban en la mano, a la mayoría la sorpresa no les ha dado tiempo a doblarlas, las rosas que son la solicitud al anestesista para la evaluación de la anestesia en función de edad y peso.
Miraba sus caras y había de los que salían asustados, otros sorprendidos y los de las operaciones, compungidos.
También salieron unos cuantos con una sonrisa tan grande que parecía que en el tiempo que habían estado allí dentro, la boca se les hubiera dilatado imitando las pintadas en la cara de los payasos o a los buzones de bronce de la central de correos de Huesca.
Alguna sonrisa denotaba incredulidad y otras francas alegría por haberse librado de las consecuencias de sus males.
Y por fin, casi dos horas después de mi llegada, me llamaron por el altavoz que hay en el pasillo.
Reconozco que mis orejas se acercan cada día más al punto de ser un elegante adorno, pero escasos Abad hay por esta zona, así que aunque no entendí claro las dos palabras primeras si supe que era el llamado al recordarme que Abad soy desde que he nacido.
La doctora y su ayudante, la que redacta y entrega los partes y los mandados para las pruebas, se me quedaron mirando y a ambas les desee, con mi mejor sonrisa, feliz año nuevo, feliz navidad y feliz día de la madre.
No recordé en aquel instante a nadie más del santoral, que si no aun no habría acabado de recitar mis parabienes.
Me lo agradecieron y preguntaron cómo me encontraba, siendo mi respuesta que maravillosamente bien si no fuera porque tenía la boca como el desierto y la lengua como si fuera de esparto.
Se rieron y preguntaron si tenía miedo a su diagnóstico, y a duras penas salieron las palabras en que dije que no, que miedo no: si acaso pánico, pero como no tenia opción y poner en mi lugar a otro no podía, allí estaba para escuchar su veredicto con el estoicismo del que sabe que eso es para él y no puede hacer otra cosa.
Comenzó a leer los resultados de las citologías, de las citografías; releyó de nuevo el informe del TAC y para el final dejó la lectura del informe de la Resonancia Magnética.
No le quitaba los ojos de encima escrutando cada movimiento de sus ojos y de su cara.
Es una buena profesional y muy joven pero tiene un defecto: sufre y se le nota cuando un paciente tiene algo malo y tiene que decírselo.
De ahí mi observación tan minuciosa.
Pensé mientras trataba de acomodar el esparto de mi lengua en otro lado de la boca en busca de un poco de humedad, que ponía cara de sorpresa, pero lo desestimé por absurdo después de estar al tanto de las otras pruebas y lo achaqué a un defecto de observación, pero se le estaban ensanchando los ojos y la boca iniciaba un rictus de clara sorpresa.
Hubiera preguntado, pero no podía articular palabra, aunque puestos a ser sincero, no me temblaba el cuerpo por el miedo.
Insisto, tenía la entereza de aquel que sabe que se enfrenta a lo irremediable y de nada sirve llorar ni quejarse y pasó en un instante por mi mente la escena y lo que sentía cuando quisieron fusilarme me Mauritania.
Y comenzó a hablar diciendo: “¡No me lo puedo creer, Raúl, tienes dos piedras y dos quistes o tumores, pero no es eso lo que me asombra porque ya lo sabía, sino que ese riñón, tal y como está, funcione como si no tuviera nada filtrando perfectamente y que el uréter drena la orina como si fueras joven!”
Siguió releyendo mientras dentro de mí había una guerra incruenta entre la sorpresa, la esperanza, el raciocinio y el desconcierto de que después de casi tres años de estar oyendo que debe haber un cáncer, no aparezca nada
Puede que estuviera releyendo tres o cuatro minutos, pero me parecieron horas hasta que comenzó a hablar de nuevo.
“Te hemos hecho la resonancia de ambos riñones, de ambos uréteres, de vejiga, próstata, bazo y páncreas, aunque solo te dije que del riñón derecho para que no te asustaras.
Bien, el páncreas no presenta anomalía alguna, lo mismo que el bazo, la próstata es del tamaño de un hombre con la mitad de tu edad, la vejiga está limpia y el riñón izquierdo aparecen dos piedrecillas pero filtra perfectamente y su uréter drena con normalidad y tienen ambos tamaño normal.”
“No entiendo cómo es posible esto, pero está delante de mí y es cierto. Es muy posible que ese buen humor que tienes, esa visión tan positiva de la vida, tu afán de vivir y ese carácter de hacerle frente a todo sin miedo te influya. He oído cosas así, pero nunca se me ha presentado un caso como el tuyo. Mi opinión e intuición me dicen que tienes un tumor cancerígeno, pero no aparece por parte alguna. Estás bien y no podemos aplicarte laser ni litotricia porque aún rotas, las piedras no podrían salir al no estar en los cálices de los riñones. Vete a casa, pero aquí tienes órdenes para que regreses a controlarte dentro de seis meses en vez de cada dos como ahora. Créeme, Raúl, no entiendo nada”.
Me entregaron las ordenes para nuevas pruebas dentro de ese tiempo y por fin puede articular unas palabras: “Muchas gracias y será para mí un gran placer el poder verles como se hacen ancianas”.
Se echaron a reír y salí sin entender nada, pero nada más llegar al coche me bebí entera una botella de agua de litro y medio.
Pero cuando llegue a casa, me tuve que acostar porque no me tenía ni podía más.
Han sido muchos los días, demasiados, de dudas, interrogantes y falta de descanso.
Ni yo mismo logro comprender como he aguantado tanto sin caer.
37.- LAS SIETE…
Una ola de vida de color rosa claro se derrama desde levante por el firmamento como pregonera de un nuevo día que a medida que corre por el cielo va diluyendo el negro de la noche y lo transforma en azul claro.
Me extasío ante el nacimiento del día, regalo sublime para una vida casi del todo recorrida, que ha venido tras una noche que he descansado bastante aunque me haya despertado dos veces a lo largo de las siete horas que ha durado el sueño.
Se hace de día con lentitud mientras se desperezan las aves que en las ramas y en sus nidos han pasado la noche y que nada más el sol caliente sus alas y evapore la humedad que el relente de la madrugada en ellas deposita, bajarán al suelo los gorriones y saldrán volando los demás pájaros en busca de comida, mientras la pocas hierbas verdes renacidas con las últimas lluvias, se acuestan sobre el terreno por la presión del aire que de poniente viene.
Reina el silencio, la calma y la sensación de flotar en el aire tras esta visión por lo que agradezco a Dios haber amanecido y vivir un día nuevo.
Ha sonado el despertador con el mismo aire perentorio que lo hace una corneta en un cuartel y eso me obliga a acudir donde está mi hijo para hacer que se levante y comience con la duda a despejar su mente y aceptar a regañadientes que tiene obligaciones que cumplir para con él mismo y con su colegio, aunque soy consciente de al colegio entra, pero las dudas aumentan cuando me pregunto si el colegio penetra en él y en su intelecto.
Más medio dormido que despierto, y flotando en las nubes de la somnolencia y la vagancia, no para de renegar mientras me alejo hacia la puerta de entrada para descorrer la cortina y llenar mis ojos con la danza cadenciosa y sensual de las ramas de las palmeras que, como brazos de bailarinas hawaianas, danzan para recibir al día seducidas por el viento de poniente igual que lo hacen Hawái cuando llegan los turistas.
Es tan mágico y armonioso el cuadro que conforman las tres palmeras que mis ojos se llenan de hermosura y mi alma se serena porque se empapa de la grandeza que la naturaleza, con simples movimientos, crea.
He estado absorto hasta que las protestas de mi hijo me han hecho regresar a su lecho para “explicarle” de otra forma menos ortodoxa pero si más eficiente que levantarse e ir al colegio es su obligación como la mía es alimentarle.
Aclarado este extremo se levanta protestando como lo hace un cerdo que la noche anterior no hubiera cenado bastante y sembrando de prendas el pasillo, me mete en la ducha para asearse.
Siempre ocurre lo mismo: el agua le refresca las ideas, amansa sus arranques de genio y al regresar recoge lo que ha tirado antes.
Esta es la juventud de ahora.
Ha empezado un día en el que la luz se retrasa en llegar por la mañana para iluminar la tierra y por la tarde se desliza más lenta hasta alcanzar el ocaso para que sea la noche la reina que nos tapa unas horas mientras prepara su seno para parir un nuevo día.
Ya empieza a aumentar el ruido en la carretera de aquellos que se demoran en levantarse y luego quieren ganar tiempo simplemente jugándose la vida sin pensar que no solo la pueden perder ellos, sino también hacérsela perder a los demás que van por la carretera más tranquilos y con tiempo.
Ya es el cielo un mar azul intenso por el que ninguna nube navega y aún tardará unos minutos en aparecer el sol e iniciar la travesía que desde millones de años realiza impasible sin faltar un solo día.
Se acaba mi tiempo en esta mañana hermosa y placentera en la que el sol asoma y el viento de poniente mueve las ramas de las palmeras y acuesta las hierbas sobre la tierra.
38.- SIETE DIAS…
Con los guiños de las estrellas que juegan al escondite entre algunas nubes altas que empiezan a cambiar de color, se anuncia el empuje arrollador de un rey que despliega ante su llegada una bandera de oro como anuncio de un nuevo día.
Emerge y asoma entre desdeñoso y seguro por levante cambiando de oro a azul intenso el color del cielo a medida que sube mientras las últimas sombras de la noche huyen hacia poniente despavoridas.
Comienza un ciclo nuevo de siete días con el cielo sembrado de nubes entre grises y blancas empujadas por un viento que las arrastra tras haber descargado lejos las nevadas y solo nos entrega el intenso frio.
No es una novedad que en el invierno la vida de muchos árboles cesa e incluso algunos animales hibernan tratando de salvar la vida dejándola en suspenso mientras el tiempo fluye acompañando al viento que recorre los páramos y las sierras en este tiempo.
Parece como si se hubieran dormido todos, o sintieran pereza desmedida para levantarse debido al frio, pero el silencio que otros días está roto a estas horas, reina en estos instantes como dueño absoluto dando a mi espíritu una sensación placentera similar a estar sumergido en una bañera de agua templada .
Veremos que traen de nuevo estos siete días que tengo por delante en la escalera de mi vida, pues no otra cosa son que peldaños hacia el final mi camino.
Me pregunta mi hijo muchas veces qué aguardo, con qué sueño, cuáles son mis deseos y después de meditarlo unos momentos, le contesto lo que otras veces, aunque con palabras nuevas que me permitan, como si fueran ladrillos, construir el edificio de la respuesta para que él lo entienda, porque no es consciente de la diferencia de anhelos entre un joven y un viejo, máxime cuando ellos tienen al instante la información que nosotros conseguimos en años con la que formar conceptos existenciales y con ellos construir los pilares, todo lo fuertes que pudimos, que sostienen el armazón de nuestra vida en un mundo tan cambiante que no son capaces de imaginar cómo era antes ni entienden que, los viejos y los jóvenes, somos por completo distintos aun siendo iguales.
Le comenté que conocí un hombre extraordinario de Ondara que, ya muy anciano, tenía muy lúcida la mente y que era un compendio de sabiduría sentado en aquella silla entre las plantas de su jardín y a la sombra de dos palmeras.
Cuando le preguntaba, y eso fue a lo largo de años, cómo se encontraba, su respuesta era invariable y estoica, además de en valenciano: “açi estic asperant…” (Aquí estoy esperando).
Jamás una vida se resumió con menos palabras y con más sabiduría.
Y cuando le contesto repitiendo aquellas palabras, me percato de que no me entiende, porque con 20 años que va a hacer es imposible que la mirada de su vitalidad le llegue tan lejos como son mis 70 años.
Sueña con que tenga lo que desea para él, haga, dentro de mis limitaciones, lo que quiere hacer y aún cuando ya se va dando cuenta, pero se niega a aceptarlo, que las posibilidades ante la vida disminuyen a medida que uno avanza por ella, me empuja a tratar de alcanzar el último tren de mi vida sin ser consciente de que es él quien más frena esa marcha porque no tiene independencia por las circunstancias que sean.
Miro de frente sin ira y no me hago reproche alguno por mis fracasos, pues si bien fui siempre un insensato, logre alcanzar a base de palos, y la ayuda de otra persona extraordinaria, lo poco que se ahora y que me permite estar sentado en el jardín de la vida aguardando el momento que a todos llega.
Ya señorea por completo el sol el cielo y el viento arrecia trayendo un aire gélido desde las tierras de Teruel, que nos recuerda con sus silbidos en las juntas de la ventana mal cerrada, que estamos en invierno.
Miro lo que me rodea y en mi mente veo la primavera que con calma se acerca.
Aunque dura y cruel, la vida es hermosa y merece la pena vivirla.
39.- UNO DE LORCA…
Ingresó uno en la enfermería de la cárcel de Murcia, el “Sangonera Palace” para los presos, con alguna dolencia.
Era un hombre con apariencia anodina pero desde el primer momento llamaba la atención el color de su cara pálida en la que resaltaban unos ojos negros y profundos.
Era joven, no llegaría a los 30 años, bastante reservado al principio como todos los que entran en la cárcel por vez primera, que hablaba poco y paseaba solo.
Nadie sabía cuánta era su condena ni por qué, y como es costumbre en esos sitios, se aceptó el nombre de pila que dijo sin más preguntas.
Pero también es costumbre en esos sitios, que se bautice a los nuevos con un nombre que defina, con más o menos fidelidad, una característica notable de su figura o de su procedencia, por lo que en pocos días ya se le conocía con el remoquete de“elde color de pedo”.
Es el síndrome de ingreso en la cárcel de aquellos que no son carne de “talego”.
Luego empieza la adaptación al medio como le ocurre a todos los seres creados.
Vestía ropa de calidad y la mejor para ese sitio: vaqueros, zapatillas de deporte, cazadora y se había quitado todo lo de valor menos el reloj.
Supe que era casado porque la primera vez que pasó por mi lado se le notaba en el dedo el ausente aro de matrimonio.
Tampoco llevaba nada en el cuello.
Tardó unos días en captar el ambiente y el “aire” de qué es aquello y cuál era la forma más inteligente de no buscarse problemas.
Y una tarde de jueves, el peculio lo pagaban los ciernes, oí que le preguntaba a un funcionario cómo podía sacar dinero del que le había dejado su familia y al funcionario responder “
“¿Ves a ese grande del rincón con bigote? ¡Pues ves y que te haga una instancia!”
Se acerco el hombre con un cierto reparo y me dijo si le podía hacer una instancia y contesté que sí y añadí que trajera una cuartilla y un bolígrafo.
Le aconsejé que no sacara más de 250 pesetas para evitar que le robaran y pensaran que disponía de dinero.
Una vez rellena se la entrego y antes de que hablara le digo que no me debe nada.
Y por aquella instancia empezó a saludarme y al cabo de poco tiempo ya se sentaba y hablaba conmigo hasta que al final, una tarde en el patio, me contó porque estaba en la cárcel.
Me dijo que era de Lorca, que estaba casado, que tenía un niño de tres años y pocos meses y que había pasado un calvario en tres días que no se lo deseaba a su peor enemigo.
Que primero hablaban de terrorismo pero al final lo habían procesado y condenado por escándalo público, daños y lesiones graves, porque en el suceso resultaron con sendas fracturas en miembro superior dos vecinos, otros con contusiones varias y uno que necesitó 13 puntos de sutura en la cabeza porque se pegó un golpe al caer al suelo.
Le miré la cara asombrado y dije:
“¿Qué dices de terrorismo? ¿No estás condenado por lo que me has dicho?”
“Si, pero es que al principio hablaban de terrorismo”
“¿Qué te pasó? pregunté”
“Deja que te cuente, que lo mío es increíble”
Y esto es, más o menos, lo que contó.
“Eran las fiestas de Lorca y después de trabajar llegué a casa y le conté a mi mujer, embarazada de cinco meses, que los amigos nos habían invitado a salir con ellos a distraernos y divertirnos un rato”.
“Ya no me acuerdo cómo empezó, pero la cuestión es que dijo que ella no salía y que si la quería tampoco lo haría yo”
“Respondí que nada tenía que ver el salir con el querer y que al fin y a la postre también tenía derecho a un rato de distracción con los amigos, máxime cuando no salía desde que le empezaron las molestias del embarazo más que con ella a dar paseos”.
“Empezó a gimotear y a hacer pucheros como si fuera un niño, y puede que me pasara en la respuesta porque empezaba a estar algo enfadado por tanto egoísmo e idiotez, pero le solté que no era la primera preñada ni ningún hombre dejaba de trabajar en esos meses ni de salir con los amigos aunque solo fuera una vez en nueve”.
“Aquello que empezó con nada lo tomó por la tremenda y empezó a llorar histérica, así que dije: ¿Te vienes conmigo o me voy solo?”
“¿Que había dicho, Dios mío?”
“Se metió en el dormitorio desbarrando sobre mi y dando un portazo cerró la puerta”
“Salí bastante cabreado”.
“No te voy a contar lo que pasaba por mi cabeza mientras iba a ver a la pandilla que nos esperaban en la terraza de un bar”.
“Si no me arrepentí cien veces de haberme casado, no lo hice ninguna y no paraba de machacarme la mente la respuesta de mi abuelo cuando le pregunté si debía casarme o no”
“Hagas lo que hagas hijo, te arrepentirás. ¡Y vaya si tenía razón el abuelo!”
“Tampoco el cachondeo que se trajeron aquellos cuando dije lo que había pasado: desde que era cojonudo, que no fuera un calzonazos, que ya sabes eso de que te casaste y la cagaste y alguna que otra lindeza por el estilo”.
“Mientras tanto yo me tomé un cubata que estaba bueno”.
“Y después otro y otro y otro”.
“Ya se me estaba pasando la mala leche cuando uno apareció con una botella de Cantueso y nos escanció un poco y lo probé: estaba dulce, frio y divino”.
“Se sirvió una ronda, y después otra y después perdí la cuenta porque llevaba una trompa más grande que la de un elefante”.
“No sé de quién partió la idea de que me llevara unos petardos y un trozo de traca para celebrarlo con mi mujer en la terraza, yo vivo en un ático, pero el caso es que me pusieron una caja de petardos en una bolsa y un final de traca de buen tamaño”.
“Hubo uno que, al levantarme de la mesa, se dio cuenta que no era el suelo el que se movía, que fue la sensación que tuve yo, sino que no lograba mantener la vertical con elegancia”.
“Fue generoso y dijo que me acompañaría a casa e iniciamos el crucero hasta ella, porque yo tenía la sensación de que el suelo se movía como si fueran olas”.
“Dentro de las nubes de alcohol que llenaban mi mente me di cuenta que pasábamos por una pastelería, así que empecé a hacer fuerzas para entrar hasta que el otro, que se oponía, entendió que deseaba comprar algo para endulzar la situación y a la parienta”.
“Entramos y señalé con mano vacilante una caja de bombones”.
“Te juro que jamás había visto un baile de pasteles, bombones y estanterías como en aquella pastelería”.
“Eso si era atractivo y no esa mierda del ballet en que se persiguen andando de puntillas”
“Menos mal que el que me sujetaba, agarrándome por la cintura con un brazo, era fuerte porque de otra manera habría dado con mis huesos en el suelo”.
“Y allí empezó la lucha para sacar el dinero del bolsillo”.
“La verdad es que no era capaz de encontrar las aberturas de los bolsillos, así que mi amigo metió su mano en busca de dinero, pero se desvió el seso y no sé qué pensé, opero la cuestión es que empecé a gritar:
“¿Me quieres robar, ladrón?, ¡Te voy a hostiar, cabronazo!”
“Traté de soltarme y menos mal que aquel tenia buenos reflejos porque tuvo tiempo de recogerme con ambos brazos antes de que me dejara los dientes en el suelo”
“Por fin saqué el dinero, se lo di al pastelero que dio la devolución y con dificultad volví a encontrar el bolsillo”.
“Creo que pensó con sentido común que si me caía o la organizaba, la cosa podía acabar en el cuartel de la Guardia Civil, así que empezó a sacarme hacia la puerta que, según me contó después y ya sobrio, tuvo que abrir el pastelero en evitación de males mayores”
“Al llegar al patio saco las llaves, pero juro por mi madre que aquella cerradura se movía por toda la puerta, así que me cogió las llaves y la abrió, pero no recuerdo cómo subí los tres escalones hasta el ascensor”.
En el rellano del ático, abrió la puerta de mi casa y sin hacer ruido, no fuera que la “leona” preñada se despertara, me echó en el sofá y al instante me quede dormido”.
“No sé el rato que llevaría durmiendo, pero me desperté por los gritos de mi mujer llamándome borracho de mierda y asegurando que tenía razón su madre cuando le decía que no se casara conmigo”.
“No me sentí con fuerza para coger la escopeta y matar a mi mujer y después a mi suegra, sobre todo porque no tengo escopeta, pero si unas ganas enormes”
“Miré por las correderas de la terraza y estaba oscuro por completo, pero no fui capaz de imaginar qué hora era”.
“Como pude me incorporé y, con mi lengua estropajosa, traté de explicarle que le había traído unos bombones, aunque no tenía ni idea dónde los habría dejado el otro, y unos petardos para celebrarlo con ella”.
“No sé si no tradujo la jerigonza de mi habla o no me hizo puto caso, la cuestión es que empezó a llorar de nuevo y a decirme de todo menos guapo”
“Ya harto, abro la puerta de la terraza y empiezo a explotar uno por uno los petardos.
“Uno, dos, tres y así lo menos media docena”
“Cuando cesó el ruido oigo voces que gritan asustadas: ¡disparos, son disparos!”
“No sabiendo si andaba o flotaba sobre el suelo, me asomo por el antepecho de la terraza y miro hacia abajo, pero la calle estaba vacía por completo”.
“Entonces mi mujer me dice que cómo se me ocurre hacer eso en la terraza y a esas horas”
“Eructé como un indio y dando traspiés voy a la cocina, abro la puerta y enciendo el petardo más gordo y lo dejo caer al patio de luces.”
“Aquello sonó como una bomba de artillería en un túnel”.
“Oí cristales rotos, gritos histéricos, golpes de puertas, pero no entendía nada”.
“Así que me fui hacia el comedor y al pasar frente a la puerta de entrada oí un fuerte griterío en la escalera”.
“Abro la puerta y me asomo por la barandilla y veo toda la escalera llena de gente gritando y dándose empujones, algunos en pijama y otros medio desnudos, mientras intentaban bajar como una manada de caballos en estampida”.
“Había quien daba puñetazos, otros empujones para que corrieran y no sé si los más desesperados mordían para ser los primeros en salir huyendo”.
“Me apoyo en la barandilla y pregunto: ¿Pero qué pasa?”
“No debieron oírme con aquel tumulto y me pregunté qué le pasaba a la gente esa noche”.
“Repito más fuerte: ¿Qué pasa?”
“Y alguno, que ya había recuperado la voz después del pánico, grita como un gallo al amanecer ¡¡¡UN ATENTADO, SAL CORRIENDO!!!
“Me agarro a la mujer para no caerme, por fin no lloraba y estaba mirando desconcertada la escena, y pregunto: “¿Dónde?”
“Y sin más me meto en casa y me siento en el sofá cuando empiezo a oír una sirena, después el ruido de los coches de la Guardia Civil, luego ambulancias y no tocaron las campañas a arrebato de milagro”.
“Medio derecho y medio borracho, me asomo por la terraza a la calle y estaba llena de Land Rover y Guardia Civiles parapetados detrás de los coches, cuando por un megáfono gritan: ¡Rendiros, estáis rodeados!”
“Y oigo un disparo, o eso pensé que era y me tiré al suelo acojonado y reculando me meto en el comedor y agarro a mi mujer y salimos a la escalera para coger el ascensor, pero no funcionaba, así que poco a poco bajamos al rellano inferior mientras oíamos ruidos de hombres subiendo”.
“Íbamos a empezar a bajar de nuevo cuando aparecen dos tíos con chaleco antibalas, cascos, fusiles de asalto y detrás unos cuantos más iguales”
“Me pasó por la cabeza y pensé: ¿Estos no serán los hombres de Harrelson de la televisión?, pero uno, casi a gritos me pregunta: ¿Han visto salir a los terroristas de la puerta de arriba?”
“No creo que tardara mucho en responder, pero a duras penas me salió: ¡¡¡En esa puerta vivo yoooo!!!”
“Y sin más, agarran a mi mujer y empiezan a bajarla mientras un gorila se abalanza sobre mí y me tira al suelo retorciéndome los brazos y poniéndome las esposas”
“Mi mujer, ya por completo histérica, empieza a gritar mientras la bajan: ¡Asesinos, asesinos…!”
“Y yo besando el suelo mientras otros pasaban sobre mi camino del ático y aquel mal nacido me apuntaba con una metralleta a la cabeza mientras me decía: “¡No te muevas, no te muevas!“
“Oigo un fuerte golpe y una puerta que se abre a lo bestia, y me pongo a gritar, no se a esas alturas cómo me funcionaba la lengua: “¡Esa es mi casa, esa es mi casa!”, pero ni puto caso me hicieron”.
“Noto como me aprietan la cabeza con la metralleta mientras dicen: “¡cállate, cállate!”
No podía contener la risa al escuchar lo que escuchaba, pero le comenté a qué venía eso de un ataque terrorista.
Y entonces la narración empezó a cobrar sentido porque hacia un poco más de una semana que los de la ETA habían puesto un coche bomba en esa misma calle junto a un acuartelamiento del ejercito.
Le pido que siga y continúa.
“Bajaron los que estaban registrando todo y dejaron la puerta de casa hecha una mierda y entre dos “fieras” de Guardia Civiles me bajaron para echarme como un saco de estiércol sobre un Land Rover, donde se subieron aquellos dos y dos más a cual más grandes”.
“Se para el Land Rover y bajan aquellos y me agarran por los pies, me esposan y me sacan arrastras para cogerme por los sobacos y en el aire, me meten en los calabozos”
“Te juro que la borrachera se me iba pasando, pero también que no entendía a qué venía todo aquello”.
“Al momento me vuelven a sacar y me meten en un despacho donde un sargento, con una cara de vinagre que asustaba, casi me arranca la cabeza del grito que dio para preguntarme: “¿Dónde están los explosivos y los otros” .
“Yo lo miraba como si fuera una aparición y seguía sin entender nada”.
“Al final pensé que debía ser eso que llaman delirium tremes, pero te juro que no entendía nada”
“Aquel hijo de puta de sargento me zarandeó y preguntó tantas veces dónde estaban los otros y los explosivos que por fin se me despeja del todo la cabeza y le digo: “¿Pero de qué habla?”
“Menos mal que los ojos no matan si no haría tres años que estaría muerto, pero no veas la hostia que me dio y cómo sonó en aquel silencio”.
“Aquel energúmeno se queda callado un momento y aprovecho para decir que estábamos de fiesta en casa”.
“Me fulmina con la mirada y me grita de nuevo: a ver, “¿dónde está la pistola con la que has hecho los disparos?”.
“¿Disparos?, ¡pero qué disparos ni que hostias, lo que tiré en la terraza eran petados!”
“Me mira un tanto incrédulo y pregunta:”
“¿De dónde sacaste la bomba que explotó en el patio de luces?”
“¡Bomba! ¿Qué bomba?, ¿es que se han vuelto todos locos esta noche?”
“Pensé que me iba a reventar a golpes pero, inexplicablemente, no me tocó y se levantó para volver al poco rato acompañado de un teniente”
“El teniente tenía cara de sueño y de mala leche y me dice sin gritar:”
“A ver, cuéntame la historia que quieras pero que sea la verdad, porque de otra forma te vas a arrepentir de mentirme”.
“Y le explico desde la discusión con la mujer a lo último que recordaba en el transcurso de la borrachera”.
“Le digo que puede preguntar a los amigos y a todos, que yo no he hecho nada, que solo estaba borracho”.
“Me dice que diga los nombres de los que estuvieron conmigo y se los doy y en la hora y media siguiente fueron entrando en el calabozo uno a uno los cuatro colegas del bar”.
“Me quitan las esposas y me meten en el calabozo”
“Uno, con la borrachera a plena potencia, se me abrazó al entrar y me dice si me dedico a hacer atentados”.
“Me cagué en sus muertos y me lo quitaron de delante, gracias a Dios, porque lo hubiera matado”
“Otro entró con los ojos como platos y cara de susto que me pregunta: “¿pero qué has hecho?, ¿Qué está pasando?”
“Le respondo que nada y que aún no se por qué me han detenido, pero que no paran de preguntar sobre bombas y pistolas”.
“Me comenta que su madre se quedó en la puerta de la casa llorando a moco tendido cuando se lo llevaron y cree que su padre sigue preguntando a la Guardia Civil por qué se lo llevaban sin obtener respuesta”.
“A otro, con menos alcohol en el cuerpo, le dio por cantar y empezó a imitar a Manolo Escobar en la canción de “Mi carro” y hubo que darle una patada porque, además de tener poca voz era desagradable, allí estábamos ya nerviosos.”
“El primero se incorpora del suelo donde se había sentado y viene cara a mí y me suelta: “¿pero cómo se te ocurre hacer un atentado en tu casa. ¿Estás loco o qué te pasa?”
“Esta vez no se libró de la hostia que le metí, aunque no se le paso la trompa”.
“Los otros nos separaron y vinieron los Guardia Civiles a ver que era ese escándalo”
“Uno de ellos dijo que a la próxima nos íbamos a enterar”
“Y luego el otro, que llevaba una borrachera made in Johnny Walker o Four Roses con Coca Cola, me dice todo serio: “¡me tienes que prestar la pistola!”.
“Me sujetaron, porque ya era lo que me faltaba que aquel cacho cabrón que me dio los petardos y la traca se cachondeara sobre lo que había pasado”
“Poco a poco se fue aclarando la situación, pero yo me tiré tres días en el calabozo de la Guardia Civil mientras los de explosivos dictaminaron que era material pirotécnico y no otro explosivo”
“Así que con el atestado completo me condujeron al juez Juzgado de Instrucción y allí ratifiqué la declaración hecha ante la Guardia Civil y el Juez decretó libertad condicional bajo fianza de 250.000 Ptas”
“En el juzgado se presentó el abogado buscado por mi padre y dijo al Juez que a la mañana siguiente haría entrega de la fianza exigida mediante un aval bancario por esa cantidad, extremo que aceptó y fui puesto en libertad”.
“Con tiempo se arreglaron las cosas con mi mujer, pero con alguno de los amigotes corté definitivamente porque no soportaba el choteo de que me llamaran “El terrorista” aunque fuera de broma”
“Mi padre sabrá lo que le costó aquella borrachera mía”.
“¡Y no he vuelto a beber nada más fuerte que la Coca Cola!”.
40.- NAVEGANDO…
Después de haber navegado esta noche por el mar de los sueños con el resultado de no recordar los puertos visitados, despierto y me envuelvo en la capa de los ruidos cotidianos que por la carretera se persiguen como hacen los perros tras los conejos, sin llegar a imaginar qué es lo que les hace correr tanto, porque al contrario de los segundos no les persiguen los primeros, sin ser conscientes de que pueden perderlo todo por el simple hecho de correr como locos cuando no los persigue nadie.
Después de haber navegado esta noche por el mar de los sueños con el resultado de no recordar los puertos visitados, despierto y me envuelvo en la capa de los ruidos cotidianos que por la carretera se persiguen como hacen los perros tras los conejos, sin llegar a imaginar qué es lo que les hace correr tanto, porque al contrario de los segundos no les persiguen los primeros, sin ser conscientes de que pueden perderlo todo por el simple hecho de correr como locos cuando no los persigue nadie.
A veces creo que estoy en un mundo disparatado y en otras que no me adapto a los tiempos que corren en el que la calma es un concepto desdibujado que no conocen ni entienden los que viven en un mundo enloquecido que quiere tener de un día para otro lo que a los de mi generación nos costó, si es que lo conseguimos, años y años de preparación y esfuerzo.
Sé que los antiguos babilonios, y más reciente los griegos, decían que la juventud de su tiempo era ineducada y grosera, inculta e indisciplinada, que no respetaba a sus padres ni aceptaba la sabia experiencia de sus mayores.
Y si miro a mi alrededor, solo vislumbro un cuadro desolador que representa el paisaje cultural y cívico que me rodea, donde han desaparecidos los bosques de la sabiduría, los árboles solitarios en la llanura de la medianía y las praderas ubérrimas del intelecto natural que comprendía que, por decisión divina o mandato del destino, su lagar en el organigrama de la vida era el que tenían y lo aceptaban viviendo dentro de esa armonía que se siente cuando se acepta la realidad que nos rodea.
Miro a mi hijo como lo haría con las hojas de un libro nuevo pero no logro interpretar con claridad lo que hay escrito en ellas, porque para mí es inexplicable que toda su filosofía quede reducida a pasar a mañana las tareas y responsabilidades que tendría que afrontar hoy pensando en su futuro más o menos lejano.
Y me entero que este desasosiego y desconcierto que siento, puede formar un coro casi perfecto con los lamentos de otros padres, bien es verdad que no tan viejos, que tienen ante sí los mismos problemas, lo más afortunados, porque otros muchos tienen añadidos los acarreados por los vicios y las drogas.
A veces pienso que esto es lo que nos toca y veo que los demás padres capean como pueden este temporal que azota a los jóvenes, y algunos ya no tanto, tratando de salvar la nave de su familia en las que las secuelas de estás olas juveniles empapan a todos los de alrededor.
Ya no sé, lo digo sinceramente, cómo enderezar el timón de esta barca porque me debato en un océano de dudas en el que aparecen por igual el instinto de no perder a mi hijo con el riesgo de que se hunda si no cedo en mi férrea voluntad de no dejarme arrastrar por la corriente dominante de la permisividad.
Al final solo les queda rezar a los que creen y a los demás aguantar, o apartar de nuestro lado, lo que tanto nos ha costado criar hasta llegar a estos momentos.
Dilema que no me arrebata la noche ni me aclara la luz del día, en el que solo veo un sendero por el que seguir tirando del carro de mi vida a la espera de que llegue mi descanso definitivo.
¡Ojala el dios de los espacios infinitos, dueño de todo lo creado, quiera ser generoso conmigo y darme, en los últimos años de mi vida, una estrella que me guie e ilumine en ese trecho del camino!
Fluye la vida y se escapa entre los dedos de mi mano como lo hace el agua en un cesto de mimbre trenzado.
Solo me queda esperar, y aceptar, el resultado.
41.- TRAS LA PUERTA…
De pie tras los cristales de la puerta de entrada y con las cortinas descorrida a cada lado cual columnas de un templo pagano, contemplo extasiado las palmeras que junto con la araucaria conforma un cuadro de bailarinas que se mueven al ritmo que marca el viento.
El cielo está despejado como el ojo de un pájaro y de un azul tan intenso que más que espacio parece una inmensa turquesa tallada para dar armonía y hermosura a los que estamos debajo.
Hace un intenso frio propio de esta tierra en invierno, que se viste de oro con los rayos del sol que también iluminan, a lo lejos, las blancas crestas de las sierra cubiertas por un sudario de impoluta nieve que se deshará en mil gotas y riachuelos pequeños cuando llegue la primavera.
Miro las palmeras y por el movimiento de sus hojas los rayos del sol se transforman en cuchillos de plata por un lado mientras debajo, en la zona no iluminada, destella el intenso verde esmeralda que hace que con cada suspiro del viento las imágenes dejen pálidas a las de un caleidoscopio.
Y desde lejos he contemplado una bandada de aves negras que, al aproximarse, he comprobado que son mirlos que han huido de las zonas nevadas y vienen a estas tierras más templadas para soportar mejor el invierno.
Se han posado en el tejado de la piscina y algunos entre las ramas que se mecen, dándome la alegría de ver como la plata de una cara, el verde esmeralda de la otra contrasta con fuerza con el negro de los mismos, que asustados por las ráfagas saltan de las ramas y se posan en los alambres del tendido eléctrico.
Son tantos que el viento hace que se bamboleen como los trapecistas en un circo, consiguiendo que alguno de ellos deje el alambre común y se pongan en los de más abajo.
Me quedo pensativo mirando y se forma en mi mente la imagen de las notas de un pentagrama en la partitura de un día soleado y claro en que el frio es tan intenso que las calles están vacías.
Cambian de posición con frecuencia y sigo pensando que tal vez sean la inspiración a algún músico que sea capaz de interpretar con instrumentos lo que unas aves están dictando y que un profano como yo no sabe leerlo y mucho menos interpretarlo.
Golpea la hoja de una ventana abierta y descuidada contra la pared y una lluvia de cristales, como nevada improvisada, cubre la acera y parte de la calzada, pasando a ser de un descuido una amenaza para las ruedas de los coches que no puedan eludir los cristales.
Me alejo de la puerta y me siento para empezar a plasmar en este lienzo en blando que es la pantalla del ordenador los variados sentimientos que me han inundado desde el instante que he empezado a mirar sin prejuicio alguno la realidad que tengo delante.
Hace frio y la cabeza está pesada debido al catarro y no me queda más remedio que empapar con un paño el rio desbordado de mi nariz por el que fluyen hasta mis ideas.
Son tres días de asalto que muchos combaten con medicinas, cuando lo más sensato consiste en abrigarse y aceptar que por ese procedimiento tan poco agradable se escurre la enfermedad y el cuerpo se purifica.
Extraña creencia en un hombre que soporta con estoicismo y paciencia las contrariedades de la vida e incluso los catarros más fuertes.
Podré con todo ello, porque mi voluntad vence al dolor e incluso a la enfermedad.
Pasa ya la línea del medio día la mañana acercando el tiempo en que deberé salir de este claustro que es el rincón donde escribo para trasladarme a la cocina y hacer la comida.
Entretenimiento que me cansa porque además de no saber guisar demasiado está la boca delicada de mi hijo que solo acepta lo que le agrada y lo demás lo desprecia.
De haberme jurado alguien en mis años mozos que haría ahora lo que hago, juro por lo más sagrado que lo más piadoso que hubiera pensado de él era que estaba drogado o borracho.
Y es que tiene razón nuestra refranero cuando nos dice que nunca digas nunca ni dejes de prepararte porque siempre llega lo que no esperas ni imaginas.
La prueba de ello soy yo que ya tengo que irme a la cocina.
42.- TRUENOS…
Como un negro presagio así ha ido extendiéndose por el cielo una nube oscura que ha oscurecido el sol por bastante rato y hasta tal extremo que se han encendido las farolas para iluminar las calles.
Por un momento he pensado que era el turbante casi negro de un de tuareg el que se había colocado sobre los tejados de este pueblo pero pronto se iluminaba ese cielo negro con los destellos de relámpagos lejanos.
No ha sido necesario esperar mucho porque pronto han comenzado a surcar el cielo los rayos como si fueran serpientes de luz que se perseguían para ver quien llegaba primero al suelo.
Y como en las batallas antiguas, tras esos fuegos celestes, se arrastraban despacio los truenos que, al ser tantos, han formado un ensordecedor coro por el que he tenido que gritar a mi hijo para que entendiera lo que le estaba diciendo.
No hemos podido resistir la tentación ante un espectáculo gratuito y tan grandioso que a la puerta de la calle hemos acudido para, tras descorrer las cortinas, contemplar el cielo, negro como el ala de un cuerpo, adoptar formas extrañas y grotescas con movimientos rápidos iluminado todo por una orgia de rayos.
Un destello cegador de luz, seguido por el estallido de un látigo mitológico ha iluminado la casa y casi nos ha ensordecido, mientras nos mirábamos asombrados sabedores de que el rayo había caído en la finca de al lado en el sistema de pararrayos que protegen los transformadores que dan luz a medio pueblo.
Y el negro manto que cubría el cielo se ha ido descorriendo mientras subía hacia el norte a una velocidad de espanto, repleto de relámpagos y ensordeciendo a todos a su paso con los truenos.
Ha durado poco, porque casi a la misma velocidad que ha aparecido, nos ha abandonado, no sin antes haber sembrado el suelo de granizo de no muy gran tamaño, pero si caído con la suficiente fuerza para estallar, cuál bombas las perlas blancas, contra el suelo ya mojado por unas gotas de agua que, más que besar la tierra, la apedreaban.
Ha caído tanta agua y en tan poco rato, que con rapidez se ha convertido la carretera en un río desbordado por el que algunos coches pasaban veloces empujando el agua dentro de los bajos donde vivimos.
Bajeles de botellas de plásticos navegan a la deriva junto a papeles, paquetes de tabaco y otras inmundicias que los descerebrados arrojan al suelo con la chulería que da la incultura y el pensar que detrás vendrá otro para quitarlo, sin darse cuenta que ese trabajo habrá que pagarlo.
Un país que no piensa que es de insensatos arrojar las cosas al suelo habiendo papeleras y encuentra normal que se pague para retirar lo tirado, es una nación condenada al fracaso. Hemos entrado en Europa, pero Europa ha entrado muy poco en los españoles y la prueba de lo que digo está a la vista en el suelo cuando entramos en algunos bares porque está cubierto de los restos que deberíamos dejar en los platos a medida que los consumimos. Recuerdo como si fuera ahora que la primera vez que entré en un bar alemán, tenía entre 20 y 21 años, y antes de que abriera la boca, pusieron ante mí un cenicero que parecía un orinal porque entré fumando.
Triste retraso el nuestro en el que adoctrinan a los niños en las escuelas y no les enseñan civismo.
Lo hablaba no hace muchos días con otro después de haber visto a un joven tirar con desprecio un paquete de cigarrillos vacio.
Cómo podemos ser tomados en serio por el resto cuando en vez de europeizarnos y hacernos ciudadanos del mundo, gastamos nuestros esfuerzos y dineros en agrandar lo que nos diferencia en vez de achicar lo que nos separa.
Mientras no nos demos cuenta de eso, cualquier político de turno con mentalidad de aldea aislada, le hablara al analfabeto mental para ensalzar su ignorancia y será seguido como lo hacen con el pastor los borregos.
Mucho deberán cambiar las cosas y acelerarse el tiempo, porque he perdido la esperanza de que lo vean mis ojos y solo sueño con que mis nietos, si los tengo o los de los otros, salgan de las escuelas primarias con las ideas claras de que no existen pueblos ni razas sino que todos vivimos en una casa que se llama tierra y que nadie de fuera vendrá a arreglarnos nada porque ven que nos distraemos más destruyendo que previniendo.
Poco ha evolucionado el hombre en milenios, porque primero se mataban a palos, luego con lanzas, después con fusiles y ahora destruyendo lo que les mantiene vivos.
Oía ayer un comentario en la radio sobre lo avanzado que están los hombres actuales comparados con los de la edad media, esa en la que para viajar se utilizaban mulos, caballos y carros.
Y no pude contener la risa porque pensé que ahora se robaban coches y antes caballos y que en tres cascaras de madera fueron a América y ahora solo hemos llegado a la luna, pero seguimos con nuestro deporte favoritos de matarnos en estúpidas guerras como si fuéramos los amos de la galaxia y no una mota de polvo en el infinito universo.
Alguna virtudes tenemos, solo nos falta la sensatez para percatarnos de que “esto” no es nuestro, sino la casa de “todos”.
Y esto sirve lo mismo para una región aislada, una nación, un continente y para el mundo entero.
Deben ser las cosas de la edad las que me impiden entender lo que me rodea y contemplo.
43.- URBANO…
Urbano era un maño de Teruel y su figura la estampa más genuina de un aragonés de las tierras altas del bajo Aragón, curtido por los abrasadores calores del verano y las gélidas temperaturas del invierno que jamás le impidieron jugar al futbol con calzón corto en el patio de la Misericordia, donde estaba recogido con sus dos hermanos más pequeños tras la muerte de sus padres, tanto en el tórrido verano como con menos diez grados en el invierno.
No era muy alto, de color atezado, pelo negro y casi rizado, delgado pero musculoso, con unos ojos que asemejaban la entrada a un mundo interior misterioso y triste donde guardaba todo lo sufrido y soportado sin rechistar desde muy niño.
No era hablador y cuando lo hacia se le distinguía desde lejos que era un aragonés con marcado acento de Teruel.
Estaba en Valencia cuando entré a trabajar en AEG y nos juntaron porque el sabia más que yo sobre reparaciones y yo medio me defendía en alemán hablado y escrito.
Nuestra zona de trabajo comprendía desde la desembocadura del Ebro hasta el límite de la provincia de Alicante con Murcia por la costa, siendo la que necesitaba más servicio por ser la provincia de España en la que más alemanes vivían, y estos se trajeron desde su país los electrodomésticos que aquí empezaban a venderse.
Era un joven que no bebía otra cosa que cerveza pero que tenía un comer engañoso, pues parecía que comía mucho, pero comía mucho más y que motivó que en una ocasión, en el Snak bar Riu Rau de Alicante, el que estaba tras la barra, Vicente, le pidiera que se levantara, tras haberse comido él solo dos paletillas de cordero enteras con guarnición, además de un aperitivo copioso, porque estaba convencido que ya se le estaría saliendo por el “tercer ojo”.
Era un buen mecánico de aquellos primeros tiempos del servicio técnico que se estaba montando.
Pero es que Urbano tenía, además de esa, una virtud desconocida que no se notaba pero que hacía que casi todas las señoras a las que acudía a su domicilio, incluso cuando iba conmigo, para reparar una lavadora, un lavavajillas o un frigorífico, inexorablemente preguntaban por él e incluso exigían que solo él acudiera.
Al principio estas exigencias causaban risas y nadie pensaba nada raro, pero luego, aquella cilíndrica telefonista que teníamos en las oficinas de la calle Lauria, empezó a hacerse preguntas y a hacerlas a los demás, del por qué requerían, exigían más bien, que fuera Urbano a repararlo.
Creo que para su desgracia descendió su masa encefálica hacia la cintura, aunque siempre pensé que era muy poca la que tenia para hacer aumentar tanto su circunferencia, que pasó de ser una, más o menos ordinaria, a una “cadera perpetua”.
Y es que eran esposas de abogados, empresarios, gente de peso económico elevado y de la clase social más alta que en sus casas tenias criados deambulando entre los mejores y más variados electrodomésticos, las que requerían su presencia.
No he sido muy preguntón nunca aunque descubrí muy joven que si preguntas puede parecer que eres idiota pero que si no lo haces, con toda certeza lo eres.
Viajábamos en una furgoneta Renault por toda la zona y como jóvenes que ramos, nos atraía Benidorm y su “ambiente” más de la cuenta.
Y fue en uno de esos viajes, ya era noche cerrada, cuando sin explicarme cómo, le pregunté por qué las esposas de personajes notorios de Valencia querían que fuera él.
No dijo nada, así que consideré que había desaprovechado una oportunidad de oro para mantener mi boca cerrada.
Pero me equivoqué, porque dijo:
“Sé que no eres un bocazas, que nunca cuentas lo que haces y que no preguntas a nadie, además de que como maños somos bastante iguales en el carácter”
“No sé, Raúl, qué les pasa a esas mujeres que además de a sus maridos, pueden elegir hombres más dotados y “serviciales” de lo que soy, pero cada una de ellas me cita para un día determinado en un hotel fuera de Valencia al que llegamos o en un taxi o en su coche”.
Creí que no había oído bien y lo miré de reojo mientras seguía conduciendo, pero él continuó.
“Me toman por un crio, cuando ya se mucho más de lo que imaginan y la que no me compra ropa, me ingresa dinero en una cuenta que tengo con mis hermanos en Teruel, que sirve para que ellos puedan comprarse comida y ropa distinta a la que les dan en la Misericordia”
“Hay una en especial, que también conoces, que se ha empeñado en que estudie y salga de AEG porque quiere que sea un hombre con otro porvenir y no ser un simple mecánico de lavadoras”.
Lo volví a mirar y por mi mente desfilaron cuatro mujeres de alta alcurnia que cuando no había más remedio que ir los dos, se lo comían con los ojos.
“¿También la mujer del médico X con los nietos que tiene?”, pregunté.
“Raúl, desde que me acuerdo, solo he conocido la Misericordia hasta que fui mayor de edad”.
“Allí habían monjas de todas clases, curas de todas clases y he visto de todo”
“Cuando fui mayor de edad, salí al mundo con lo puesto y he sobrevivido como he podido”
“Esa mujer es la madre que no he tenido, la novia que no tengo, la mujer que necesito como hombre y la ternura que no he conocido”
“Todo eso de forma ilimitada y sin exigirme nada a cambio, por eso me entrego del todo”
“Otras solo buscan sexo, novedad, esnobismo y vicio”.
El jamás presumió de dinero, siempre iba vestido igual pero con la ropa limpia y no hablaba nunca, de ahí que pensara que los dos habíamos tenido un fallo: yo por preguntar y él por hablar, fueran sus razones las que fueran.
Sin mirarlo respondí:
“¡No he oído nada!”
“Lo sé”, fue su respuesta.
Nunca más volvimos a hablar ni en el hotel ni en los viajes de otra cosa que no fueran incidencias de trabajo o noticias de deportes a los que era muy aficionado.
Un día, que habíamos terminado pronto de las visitas y reparaciones, dijimos de salir y nos fuimos a la zona de ocio y marcha del centro de Benidorm ubicada en el Callejón de los Gatos y nos encontramos todo bastante lleno.
De allí salimos hacia una calle más amplia y nos metimos en un bar con una mini pista de baile ocupada por tres o cuatro parejas, a las que observábamos mientras él se bebía su cerveza y yo un refresco.
Cuando se quedaron solo dos parejas bailando, dijo que iba a bailar y se dirigió a unas mujeres que estaban solas y miraban como nosotros.
Y salió a la pista y empezó a mover el esqueleto acompañado de una mujer de más de mediana edad que parecía extranjera.
Yo no he sabido bailar nunca, pero el parecía hecho para esa actividad, así que fue con cada nueva canción del tocadiscos, eligiendo a mujer distinta entre las que estaban allí sentadas.
Al final una flamenca mujer que, sin ofenderla podría definirla como un estupendo percherón nórdico, empezó a bailar más seguido, luego más apretados y finalmente se cogieron por la cintura e iniciaron un paseo hacia alguna parte.
Él se soltó unos momentos, antes de salir del bar, del cepo de los brazos de ella y me dijo:
”Sígueme con el coche y me esperas en la puerta a que baje”.
Y así lo hice.
Entraron en una finca y yo aparqué el coche en doble fila, ya era tarde, y me estiré para descansar y, en todo caso, intentar dormir algo.
No sé cuánto estaría allí ni si estuve mucho rato dormido, pero me desperté porque las luces del zaguán se habían encendido.
Miré a ver si salía alguien y era Urbano finalizada su particular fiesta.
¡Y fue él bajando un tramo de escalones llevando su ropa en un brazo y en el otro los zapatos, con la cara desencajada y desnudo por completo!.
No me moví del coche y abrí la portezuela mientras el atravesaba la acera de esa guisa y corriendo subió cerrando con fuerza.
No pregunté nada, pero arranqué para evitar que la policía, si nos veía, nos tomara por lo que no éramos.
Bajé hacia la playa y me detuve junto a un quiosco del paseo y hablé por primera vez para decirle que se pusiera la ropa rápido que nos íbamos al hotel a toda marcha.
Aparqué en silencio pero haciéndome cientos de preguntas y subimos a la habitación que compartíamos
Se echó sobre la cama y entonces le pregunté:
¿Qué ha pasado?”
Pero callaba, así que me metí en la ducha, pero al salir seguía vestido sobre la cama.
Me acosté sin saber si debía preguntarle de nuevo o aguardar a que él hablara, mientras mi mente galopaba haciéndose preguntas.
Se apoyó sobre el codo y comenzó a hablar.
“Estaba cabalgando a galope tendido y en el sprint final, cuando oigo que se abre la puerta, me tiro de la cabalgada y miro y en ella estaba recortada la figura enorme de un hombre al que solo se le veía el contorno”.
“Estaba paralizado y sin poder reaccionar aunque sintiendo que había llegado el fin de mis días pues estaba seguro que tenía una pistola, que no le veía por el contraluz, y nos iba a coser tiros”.
“Oigo un chasquido y pienso, ¡ya está! cuando era el interruptor y se enciende la luz de la habitación”.
“¡No llevaba nada en las manos!”
“Pero antes de reaccionar oigo decir en un buen español: ¿Quiere recoger su ropa y marcharse?”
“En ese momento descubrí lo rápido que era haciendo lo ordenado y a qué velocidad se había envainado el sable con el que disfrutaba momentos antes”
“Cuando me tiré de la cama me di cuenta de la rápida transformación de unos ojos azules grandes en ruedas de tractor que le hacían la cara más pequeña a la acostada”.
“Y yo estaba asombrado de que siguiera vivo, así que agarré lo mío y salí corriendo de la casa y empecé a bajar los escalones de dos en dos, o de tres que no me entretuve en contarlos, no fuera ser que me persiguiera por la escalera arrepentido de sus buenos sentimientos iniciales”.
“¿Y por qué no cogiste el ascensor?, pregunté”
“¿Te crees que estaba para perder tiempo, Raúl?”
“¡No, la verdad es que no!” dije.
“Cuando desde los últimos escalones vi las letras de AEG de la furgoneta, me sentí en la gloria y salvado”.
“No creo que pueda dormir esta noche, Raúl, apaga la luz y trata de descansar un rato”.
Lo miré y ya la cara estaba volviendo a la normalidad, así que dije:
“¡No creo que duerma yo tampoco y eso que a mí no me han acojonado!”.
A la mañana siguiente hube de tomarme dos cafés cargados para reconocerme, y estando sentados en la barra del bar, me lo quedé mirando fijamente y dije:
“¿Seguro que no lo hemos soñado?”
Y Urbano contestó:
“¡Yo no, aun estoy cagado de miedo!”
44.- EL RUIDO...
Se despereza el día cuando aun quedan estrellas en el cielo zarandeado por el ruido de los camiones que desde la madrugada pasan veloces por la carretera para llegar a su hora a su destino.
Y como no podía ser menos en un martes, amenizado por un coro de pitos, bocinazos, aparatos de radio a todo volumen y acelerones de motores que gruñen y rugen, en algunos casos, como leones.
Y es que hoy es día de mercadito, más bien zoco moro de cualquier ciudad árabe, con toda la parafernalia que ese mismo rito lleva dentro hasta que se llena la alameda como pueden hacerlo los ñus en sus desplazamientos por las llanuras inmensas de Tanzania.
Los hay de todos los colores: negros, mestizos, mulatos, árabes y habitantes de los Andes, incluso hay españoles, aunque menos, pero todos, sin dudarlo un instante, son gitanos.
Ha debido elegir un camión de gran tonelaje mi puerta y me deleita con el ruido de un motor de 500 caballos que más parece una manada de búfalos corriendo por el asfalto hacía ninguna parte.
Conductor maravilloso que toca diana como en un cuartel cualquiera mediante el socorrido método de descargar todo el calderín de aire comprimido a través de las trompetas niqueladas que lleva en el techo de la cabina y sin pensar que es tal el atasco que no le van a hacer los de delante ni puto caso.
He navegado en casi todo tipo de barcos, desde el de remos pasando por veleros hasta los grandes petroleros y puedo jurar en este momento, sin pecar por jurar en falso, que las bocinas de este mastodonte articulado son más sonoras que las de algunos barcos.
Y como si se hubieran asustado los de delante, acelera un poco y avanza persiguiendo, más bien oliendo el escape del pobre desgraciado que estuviera delante, pues con semejante bocinazo deben de habérsele desprendidos todos los pelos del cogote y en su mente grabado que tal estruendo era producido por la trompa de un elefante enfurecido barritando.
Suele ocurrir, sobre todo los martes, que la mente, levantado el cuerpo de forma tan grosera como estridente, no tenga pensamientos piadosos ni cristianos sino todo lo contrario, por lo que creo, con muchos visos de ser cierto, que el recuerdo por los ancestros del trompetero desaprensivo son abundantes, empezando por su madre y acabando con sus muertos.
Menos mal que esa ira, ese odio asesino sale por la boca, porque si saliera por abajo todo lo maldecido y deseado, sería necesario construir en este pueblo dos gigantes fabricas de detergente para poder lavar a los que conducen, vociferan y tocan el claxon como si los demás fuéramos sordos, y a sus padres junto con sus ancestros todos.
Dios, tratando de que conseguir que eso del “crecer y multiplicaros” tuviera tiempo suficiente para cumplirse, dotó al hombre de la palabra para que rebuscando la más fuerte, sonora y expresiva, se desahogara antes de que cogiera un buen palo e impidiera a garrotazos el cumplimiento del divino mandato.
Aunque parece ser que también dejo escrito en nuestro ADN, que cuando alcanzáramos a ser más de energúmenos y que de sensatos, inventáramos un deporte excitante y definitivo para controlar el número de habitantes y el mejor y más eficaz que encontramos fue el de hacer guerras, que todo lo destruyen, y el matarnos entre nosotros con la misma saña y cerrazón con que dos carneros se golpean en la montaña tratando de dominar a un puñado, o manada, de borregos.
Debe ser que empieza a amanecer, o tal vez que el sueño ha sido a saltos, o que tengo los nervios exaltados o que hoy no aguanto lo que llevo años sufriendo.
La prudencia sugiere que me ponga en marcha camino al baño, no vaya a ser que coja una llave inglesa grande que tengo y salga a la calle a dejar todos los cristales nuevos del que en ese momento esté delante de por donde salgo.
Ya lo dicen los médicos: hay que vivir en el campo y lejos de los ruidos porque estos, además de dejarnos sordos, alteran nuestros nervios pudiendo afectar nuestro cerebro y hacerle reaccionar como si fuera el de un pistolero.
Cuánto añoro la paz de aquellos lejanos años en el desierto y la de los montes de este desastre que ahora somos como nación, que insuflaron en mi corazón serenidad y energía para soportar todo lo que ha venido luego.
La luz gana la guerra a las sombras y éstas se desvanecen como lo hace la niebla cuando calienta el sol.
El cielo está azul intenso y por ese mar hoy no navegan bajeles de nubes ni el viento se mueve para agitar las ramas verdes y plateadas de las palmeras que tengo enfrente.
Como un destello en la noche así de repentino ha venido un instante de silencio que aprovecho para empezar a desnudarme y desaparecer de este rio de ruidos que la carretera es todos los martes.
45.- LLOVIZNA…
Chisporrotea la lluvia sobre el tragaluz mientras los coches que pasan por la carretera producen con sus ruedas ese sonido especial que transforma el silencio de la noche en música normal de un día cualquiera que llueve y pasan los coches a toda velocidad salpicando las aceras.
Noche demasiado corta en la que el sueño ha huido rápido de mis ojos persiguiendo quimeras o lugares que desconozco dejándome con los ojos abiertos y el cansancio apelmazado en mi cuerpo.
Una rapaz nocturna lanza sus chillidos que no sé si es que llama a la pareja que necesita o lo hace movida por el miedo mientras aguarda que la luz del día nuevo regrese persiguiendo a las sombras que huirán por poniente al anunciarse el sol por levante.
Pocos son los recuerdos que tengo de haber dormido ocho horas enteras a lo largo de mis años, que son menos que los que conservo de haber estado una noche completa yaciendo con una hembra y que tampoco son tantos.
Aún a pesar de ser sábado y llevar bastantes años auscultando la realidad de los días desde mi cama primero y después desde este ordenador cuando ya me he levantado, no tengo una estadística que me permita decir que sábado es el menos ruidoso ni qué lunes es el más sonoro y en el que más camiones pasan.
Por eso tengo la impresión de que las leyes de la estadística en esta carretera son inexactas y momentos hay que creo que son falsas.
Y es que ante la falta de trabajo y el poco interés que me despiertan las labores caseras y culinarias, me deslizo por el tobogán del tiempo contemplando las cosas que pasan, los ruidos de estas viejas casas y la frecuencia de los que se olvidan que tienen interfono y llaman al del 5º piso con un “1Joséeeeeee! que debe oírse incluso en el Nazaret de Judea.
Si hago caso al refranero sobre que ”gallo que no canta algo tiene en la garganta”, éste vecino no tiene garganta sino un cañón en el pecho de una potencia tal que para si hubiera querido Josué que sonaran sus trompetas para no necesitar la siete vueltas que se dieron alrededor de Jericó.
Y es que la realidad confirma los refranes y este valenciano es de lo mejor: “Qui de llunt pareix, de prop, mes” (Quien de lejos parece, de cerca más) porque el hombre tiene un aspecto de ser un bestia que solo mejora cuando se aleja.
A semejante elemento lo pones en un teatro griego y a los de la grada más elevada ensorda sin mayor esfuerzo ni compasión, así que todos descansan cuando le abren la puerta o se aleja.
Puedo iniciar el día incitando a las moscas que jueguen conmigo, aunque no se muestran mucho por la labor y por la noche deleito mis orejas escuchando para saber cuántas aves nocturnas salieron de caza o tratando de comprender los diversos ladridos de perros que me llegan, pero lo mejor es cuando los escucho de madrugada, o amaneciendo, porque imagino a sus dueños con cara de asco, angustia vital y sueño, paseando por el camino de detrás donde van sembrando, como un ejército en retirada, el camino de heces con pinta de minas antipersonal.
Y eso explica que desde la ventana de la cocina contemplo muchas veces los pasos de ballet, o los saltos de una carrera de obstáculos, que muchos dan tratando de no resbalar y caer sobre una de ellas.
Son las seis y media de la madrugada y cesa la lluvia de golpear el tragaluz pero ya no es simple reguero el que por la carretera avanza que permite a los más cretinos pasar corriendo para contemplar el abanico que forma el agua mientras se estrella contra la fachada y la puerta.
Ahora no se ven porque la oscuridad reina, pero ayer me comentaba un vecino que si no me parecía que los cristales de la puerta tenían unas manchas que parecían escupitajos y tras mirarlo muy serio le contesté que era increíble que un hombre tan culto como me parecía no supiera distinguir entre una acción de un grosero y una obra de arte.
Por un instante pensé que se había quedado mudo y con un disloque de mandíbula, porque la tenía abierta como si aguardara el enceste de un deportista de clase, pero solo fueron unos segundos y me congratulé bastante al saber que hablaba de nuevo, aunque la verdad sea dicha siempre aunque nos duela, lo de mi vecino no eran palabras, sino balbuceos de niño de teta con los que trataba de decirme que cómo podía considerar arte aquellos chafarrinones en la puerta de entrada que solo eran una mezcla de agua y barro escupidas por un gigante.
No pude contenerme y dije que mierdas mejor pagadas había visto en muchas exposiciones y museos, pero que esto que decoraba la puerta era supremas expresiones artísticas del destino que, en vez de usar dedos y pinceles como otros artistas, utilizaba ruedas de los locos que la gozaban salpicando y que eso sucedía porque había que acoplarse a los tiempos modernos.
Me extrañó que se despidiera tan rápido y hasta pensé por unos momentos que aquel gaznápiro con aires de suficiencia pensaba que estaba loco o muy próximo ya al manicomio
Y es que como quedó demostrado en el evangelio, no es bueno echarles margaritas a los cerdos y tratar de hablar de arte a quien tiene sobre sus hombros un conglomerado de piedra berroqueña, o de basalto, trabajado con presteza hasta conseguir que aquello parezca humano, o lo más parecido a las esculturas del Valle de los Caídos.
Tengo que reconocer que aun a pesar de mis años no he sido capaz de distinguir si es ironía lo que tengo, o mala leche concentrada agravada hasta extremos insospechados por esa incontinencia verbal que, a lo largo de mi peregrinar por la vida, tantos problemas me ha causado.
Ha partido mi vecino en buena hora y acompañado por Dios y mi desprecio, porque siempre he sentido eso cuando a mi lado acude alguien dispuesto a llamarme cerdo aunque lo envuelva en papel de regalo y lo diga con la sonrisa más abierta.
Y es que como decía Atahualpa Yupanqui para definir con precisión su interés más fuerte para encarar con calma el camino que le quedaba: “¿Si a mí me gusta que suenen, para qué quiero engrasar los ejes de mi carro?”
Y es que el arte, y más el moderno, que necesita explicarse deja de ser arte para ser negocio y es por eso que hay personas que ante un bodrio ponen cara de intelectuales y de comprender tratando engañar a quien les explica qué pensaba el autor al pintarlo, cuando la realidad es que el explicador nos considera inválidos mentales pues sabe que aquello solo es una mierda y sin la categoría de estar pinchada en un palo.
Por eso cada día entiendo menos que haya gente que llama hermoso a lo más feo y presuma de tener un cuadro colgado solo porque tiene un nombre conocido, pues estoy seguro que en la realidad solo lo utilizaría como soplillo para azuzar el fuego de su chimenea en invierno si en vez de ese nombre lo hubiera firmado un desconocido.
Debe ser que por levante se ve una tenue línea de color distinto al negro, o que alguna chispa de cordura ha caído mezclada con la lluvia, porque reconozco que más veces de las previstas, pienso que estoy loco y que ya no soy de este mundo al excluirme de forma voluntaria de donde reina la hipocresía envuelta en sonrisas interesadas para que el que pontifica parezca docto y entendido cuando es solo un ignaro que quiere hacer negocio.
46.- EL DOMINGO…
He visto el cielo decorado con los colores más hermosos bajo múltiples latitudes por el mundo entero.
He sentido como el frio viento arañaba mi cara mientras la asaeteaban alfileres de hielo o gotas de agua que como perdigones en una cacería fantástica me golpeaban con fuerza.
He doblado mis rodillas hasta caer al suelo cuando una ráfaga de viento ha provocado, al enfriar mi pecho de repente, una angina acompañada de un dolor tan lacerante que tuvieron que levantarme e introducirme en el coche los que me acompañaba mientras asustados contemplaban mis labios azules y mi boca abierta buscando entre jadeo y jadeo un poco de oxígeno que me mantuviera con vida hasta que me recuperara.
He sido testigo mudo de la batalla de colores establecida entre dos gigantes como son el mar que no para de moverse y el cielo, contemplado la rivalidad más grande entre el color del mar y el del cielo que variaba, según los momentos, desde el gris sucio al azul intenso.
Pero desde la perspectiva de mis años puedo asegurar que cuando he descorrido la cortina para mirar la calle y contemplar cómo las palmeras se doblan ante la ferocidad del viento, el cielo era una turquesa gigante recorrida en ese instante por una saeta blanca de vapor sin saber de dónde venía ni a dónde iba.
Ha sido un destello blanco de vida saliendo de un pensamiento metálico que lleva en su interior cientos de seres humanos que no se dan cuenta de la hermosura del momento ni se solazan contemplando el cielo que, a través de las ventanillas, se muestra para todo aquel que además de mirar a su vecino de asiento se percata de la grandiosidad de un espectáculo que se nos brinda gratuito.
Reiteran las palmeras con cada contorsión de sus ramas que lo mejor que se puede hacer cuando sopla el viento de la adversidad en nuestra vida, es doblarnos a favor de él mientras aguardamos a que cese y volvamos a recuperar nuestra posición inicial.
No sé si será el frio o el miedo de los conductores ante las fuertes rachas de viento, pero el silencio es tal que suenan fuertes los golpes que con mis dedos doy en el teclado mientras escribo.
También llega desde la cocina como un tañido de campana lejana lo que solo es el golpeteo del tirador de la cremallera de la cazadora mientras vueltas da, como en una noria, dentro de la lavadora.
Y fuera de eso, silencio, pero silencio del bueno, de ese que me permite oír como si fuera un trueno bastante cercano la carrera de los gases mientras recorren mis intestinos.
Sonidos y silencio que me acompañan mientras permanezco sentado escribiendo esta tarde de invierno en que el sol luce intenso, pero el frio agarrota mis dedos.
Ya estrenamos el mes de los acuario por antonomasia, en el que el 8 cumple años la madre del chico, el nueve mi cuñado, el 10 mi hijo, el once un conocido que se acerca a la muerte subido en un cáncer hepático y el 12 los cumpliría mi padre de haber vivido.
Y aunque aún vendrán días de intenso frio, ya serán menos porque a primeros de marzo ya se nota que las temperaturas suben bastante y estarán engalanados de flores, de variados colores, todos los árboles frutales y los almendros, que en este mes de Febrero ponen la nota de color en los montes pelados y resecos con sus flores rosadas o blancas, mostraran las pequeñas almendras envueltas en su funda verde incitando con su llamada a las abejas para que fecunden todas las plantas mientras adhieren a sus patas el polen y extraen la miel que almacenarán en sus colmenas.
Oigo a mis oídos que silban como lo hace un escape de vapor o agua por un poro de una cañería y es que los acufenos no son otra cosa que los gritos que da la vida cuando inicia el ciclo hacia el final de nuestro camino.
Alguna racha hay más fuerte de lo que ha soplado en la noche y durante la mañana, o tal vez que algún despistado no haya cerrado bien una ventana, porque los golpes que se oyen solo pueden ser de una puerta mal cerrada o de una ventana abierta.
Quiera Dios que los cristales aguanten sin hacerse trizas hasta que lleguen los dueños.
Ya se presagia el atardecer porque los colores del astro rey sobre la tierra y las pocas plantas que les queda verdor, se están acentuando pasando de un oro nuevo a un dorado intenso que incita a los que lo contemplamos a saciarnos de esa visión de tanta hermosura.
De vez en cuando pasa algún coche camino de Valencia, alguno de los valientes que han aguantado un rato entre los pinos de Porta Coeli hasta que la fuerza del viento les ha sugerido que si bueno es oxigenar la sangre, mucho más práctico en oponerse frente al televisor para ver el partido con la calefacción puesta.
Se acaba un domingo en el que el tedio y la inacción han consumido las horas de este día tres de Febrero del año que suma seis.
Dicen algunos astrólogos que es una cifra de buena suerte y lo puede ser, pero para mí solo es un rosario de 365 días que espero recorrer mientras rezo para que al acabar cada día pueda ver otro nuevo amanecer y así seguir hasta el final de mi camino.
47.- CABREADO…
Con el paso cansado que tiene el tiempo porque sabe que es eterno, así va avanzando este día desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, poniendo entre medio veinticuatro horas que no son otra cosa que oportunidades, regalos, desengaños, alegrías y sufrimientos con escasos placeres, más grandes o más pequeños, que se transforman en asientos y peldaños de la escalera de nuestra vida de la que solo sabemos cuándo dio comienzo pero nada ni nadie sabe cuándo, ni cómo, la acabaremos.
Lapso eterno de un día para los postrados en el lecho del dolor que miran cada amanecer con la desesperanza de saber que tienen frente a si muchas horas de sufrimiento hasta que la luz se apaga al final de la agonía y pasan al otro lado de la realidad en la que existimos.
Y acompañando este cansado paseo del tiempo, unas nubes de tormenta navegan por el firmamento empujadas por un viento helado que viene seco tras haber dejado en las montañas las gotas de agua congeladas en forma de copos blancos.
Ya pasamos la media semana sin que nada haya cambiado en el panorama económico y me encamino al sábado en el que iré a recoger las frutas y verduras que nos dan a los que casi no podemos sobrevivir sin esa ayuda, dada por personas voluntarias a las que se les encoge el alma contemplando una cola de ancianos silenciosos y parados que aguardan con estoicismo bajo el frio tan intenso que les llegue su turno.
Miras a los que te ayudan y ves en sus caras una sonrisa de humanidad y dulzura, de verdadera grandeza de alma porque igual que los misioneros en los hospitales de leprosos se entregan del todo por intentar paliar las tragedias de los otros, esos que formamos cola aguardando ese complemento que acompañe a las patatas, a las judías, a los garbanzos y a las lentejas que son, junto con el pan, el aceite de girasol y los huevos, la dieta básica que tenemos en esta casa.
Si miro hacia detrás los recuerdo acuden veloces desde el cajón del olvido porque ya tenía en aquel tiempo diez años, edad más que suficiente para no olvidar que tras acabar la guerra civil y después la mundial, los españoles estuvimos sujetos a un racionamiento feroz de los alimentos más básicos.
Cada uno de los adultos tenía su cartilla de racionamiento donde se ponían sellos cuando, tras pagarlo por anticipado, en los artículos que te daban que iban desde el pan, al jabón, de las judías a la leche y del aceite al tabaco y hubo pueblos, muchos, en los que desaparecieron los gatos por completo.
Se iba a espigar en los sembrados controlados por el estado; se recogían los sarmientos; se robaba la leña de los árboles secos para guisar y calentarse, y aquellos más afortunados tenían hurones que se prestaban unos a otros con el fin de sacar a los conejos de sus cados.
Recuerdo, como si los estuviera viendo, los cepos metálicos que se dejaban clavados en el suelo y a los que se regresaba por la noche a controlarlos, porque de esta manera no te veía nadie, hubiera cazado o estuviera vacio, ventaja que tenían sobre los hurones que solo los podías utilizar de día con el peligro de ser visto en los campos.
Y eso duró mucho tiempo, hasta que los americanos aceptaron a Franco y dieron para las escuelas leche en polvo, mantequilla salada y un queso rojizo que salvó más vidas de las que los que vinieron después imaginaron, porque todos hemos tratado de guardar en lo más hondo del baúl de los recuerdos que la mortalidad infantil era entonces pavorosa.
Lo castizo de todo esto es que vinieron a alimentarnos los mismo que junto al resto del mundo condenaron a todos los españoles a morir de hambre al retirar a los embajadores en el 46 y prohibir el comercio con nosotros si no pagábamos al contado y por anticipado y solo la Argentina de Perón la que siguió vendiéndonos trigo y alimentos de fiado.
Y fue en aquella manifestación en la plaza de Oriente de Madrid donde un ministro cuyo nombre no recuerdo dijo a los allí concentrados: “Con Dios, señores, ya regresarán sin ser llamados”.
Y eso fue lo que sucedió cuando Eisenhower, y el cretino de Churchill, se dieron cuenta de que el fascismo de Franco era un juego de niños comparado con lo que se les venía encima sino cortaban el paso a los soviéticos que estaban esclavizando a la Europa conquistada del este.
Al fin y al cabo, el portaviones España es insumergible y el estrecho es la llave que corta un mar si conviene: por eso de él no se van los ingleses, que serán lo que serán pero de idiotas no tienen un pelo y descubrieron pronto que los políticos de la izquierda españoles, no de ahora, sino de todos los tiempos, solo piensan en repartir lo que otros han producido y ellos son incapaces de crear, además de no perdonar que seamos ya quinientos años una nación y no el conjunto de aldeas de Asterix en la que gobiernen ellos como si fueran de su propiedad.
Pero éstos, mientras no se refundan como se hace con las campanas viejas, no tienen solución.
Esta es la razón por la que pactaron con Franco, aunque el equipo militar que nos cedieron eran los restos de guerra no utilizados por los aliados en la contienda europea, pero hechos pagar como si fueran nuevos.
De esta forma tan original muchos españoles conocimos la leche en polvo y la mantequilla, porque el queso se hacía en los pueblos con la leche de las escasas cabras y ovejas que quedaban.
Por lo tanto fue bienvenida la comida y también el DDT que consiguió casi aniquilar a inmensos ejércitos de pulgas y chinches que invadían las cuadras y las casas, porque así conseguimos matar dos pájaros de un tiro: el hambre en las escuelas y a los invasores chupasangres.
Lo anecdótico de todo esto es que por no aceptar a Franco confundieron un gobierno con una pueblo, el español, al que condenaron al hambre para venir años más tarde a llamarnos amigos y darnos los restos, casi las migajas, de sus banquetes económicos.
Seguro estoy que si alguien me lee dirá que estoy irritado al recordar lo que pasó entonces, y se me ha agudizado al pensar en el espectáculo que en estos momentos ofrece la nación en el escenario del mundo entero, en donde parece que el que no es homosexual hace el ridículo y quien no roba es un retrasado mental.
Pero la realidad es que estoy cansado de la hipocresía de unos y otros, pues bien que recuerdo un artículo en el diario ABC titulado “Hipócritas” referido a los americanos que se rasgaban las vestiduras por una guerra de chicha y nabo y se “olvidaban” que fueron los que lanzaron dos bombas atómicas contra dos ciudades indefensas.
O al demócrata Churchill, que para lucirse arrasó Dresde, la Venecia del Norte, ciudad abierta durante la guerra y donde utilizó bombas de fósforo que a los miles de refugiados en los túneles del metro los hallaron los equipos de rescate, cuando se enfrió aquel desastre, con los cuerpos derretidos debido tan intenso calor.
Por no recordar en el actual momento que unos estudiantes que se niegan a dar golpe protestan contra el gobierno y no lo hacen contra los que impusieron la Logse y consiguieron que en las escuelas de trabajo y en las universidades técnicas solo salieran borregos con diploma por completo incapaces de montar un simple talle, dirigir una empresa y ni siquiera una oficina técnica.
¿Y nos sorprende que haya tanto paro entre los jóvenes?
Estamos segando lo que sembraron unos políticos, sin visión de futuro, en las mente de los que creen que solo tienen derechos y nunca obligaciones y para redondear la ineficacia les decimos, o hasta hace pocos meses lo hacíamos, que lo bueno es disfrutar del sexo con cualquiera, pero que tengas cuidado y para eso les damos profilácticos, pero que tranquilos, que si alguno sale defectuoso, les damos la “píldora del día después”, pero que si todo falla y hay embarazo, que no se sofoquen, que para eso tenemos el aborto.
Y después de tamañas sandeces dichas por “sesudos” intelectuales, seguimos pagándoles el sueldo para que continúen, como lo han hecho y estamos haciendo, llevando a la nación a un desastre natalicio que nos impide la renovación generacional.
Añadamos que nos hemos hecho unos señoritos que queremos trabajar menos y cobrar más sin importar de donde sale el dinero y entenderemos porque la inmigración llena todos los rincones de España y con el mayor de los descaros decimos que han venido para quitarnos el trabajo cuando la verdad es que ellos hacen aquí lo que hicimos los españoles cuando emigramos a Alemania: hacer lo que aquellos despreciaban en los trabajos más bajos.
Y para qué hablar de los que roban, que empezó con el Director de la Guardia Civil, siguió con el Boletín Oficial del Estado, continuó con las comisiones del Ave, los enriquecimientos inexplicables que incluían hípicas enormes para acabar en los momentos actuales con lo de Bárcenas y sus imitadores de chicha y nabo y las actuaciones de un sinvergüenza que dio un braguetazo para acabar del rey siendo yerno y dedicarse al maravilloso deporte de usar las influencias hasta conseguir estar forrado.
Pero somos un país de mala memoria que en vez de dar un sensacional escarmiento, los perdonamos e impedimos que sufran metidos en las cárceles como los otros ladrones.
Pienso si no sería bueno guillotinar a unos cuantos, o crucificarlos, para aviso a navegantes y escarmiento.
Hemos segado lo que hemos sembrado y tolerado, así que no tenemos derecho a quejarnos, porque mientras todo era fluir dinero, nadie guardo para el momento de que las vacas orondas enflaquecieran.
Lo triste, lo verdaderamente triste, es que han manipulado la mente de los más jóvenes hasta convertirlos en borregos y se niegan a ver la realidad que tiene delante.
Solo tienes derechos y que se jodan otros, pero no ellos.
La España de los privilegios de unos a costa del sacrificio de los otros.
No creo que ninguno nos alegremos por hacernos viejos, pero la otra opción, la de no llegar, aún es mucho peor, pero viendo lo que pasa a mi alrededor, me dan ganas de gritar al que conduce esta locura “¡¡¡Para, cabrón, que yo me apeo!!!”.
Mejor me callo y me ducho con agua fría para disminuir mi impotencia y enfado porque no puedo hacer otra cosa que gritar a los cuatro vientos mi rabia y mi desencanto.
48.- PRADERAS
Arrullado por el viento que recorre las praderas de hierba americanas plasmado en canciones de country ye estoy escuchando, dejo vagar mi mente y a ella acude raudo el recuerdo de las melodías de Borodin cuando hacia oír el mecerse de la hierba en las estepas del Asia central acariciadas por la brisa que había recorrido todo el desierto del Gobi y que dejó inmortalizadas en las notas del pentagrama.
Momentos de la niñez que han permanecido imborrables dentro de mí a través de los años y que marcaron para siempre mi pasión por los espacios abiertos e infinitos cubiertos de plantas verdes y flores en primavera y doradas cuando las agosta el sol.
No es necesario conocer idiomas cuando la música me canta al oído los sentimientos de las personas que recorrieron aquellas tierras cuando no existían las alambradas y el viento corría libre al paso de las estaciones y los grande búfalos migraban en busca de pastos verdes.
Ya no me es posible cargar con la tienda de campaña, la esterilla y el saco de dormir más la cantimplora, que conservo de cuando estuve en el ejército de tres litros de agua, y adentrarme por los montes y ramblas en busca de los restos del pasado y sentado por la noche ante un pequeño fuego, aprisionado por piedras para que no lo apagara el viento, escuchar los ruidos del silencio nocturno, el chasquido de los zorros que me observaban en la oscuridad, el paso de algún conejo o cualquier otro animal y sumergirme en mí interior para escuchar las voces silenciosas que vagan como fantasmas por la memoria de otras vidas, de aquellos que, entre cuevas y roquedales, consumieron la suya soñando con un mañana mejor.
De ahí que me refugie y abrigue mi alma con aquellas sensaciones que me empaparon como nadie puede imaginar y que cuando puedo rememoro viendo en la pantalla del ordenador alguna película que traiga hacia mí el canto a la vida, a la naturaleza y a la sencillez no exenta, como la realidad es, de afanes y luchas, de derrotas y triunfos, de realidades y sueños, que esos espacios abiertos atesoran.
Siempre que puedo viajo, huyo más bien, hacia los llanos, las montañas, con pinares o sin ellos, y permanezco en el más absoluto silencio dejando que sean mis ojos lo que devoren el paisaje para grabarlo en mi alma y en la mente para ayudarme a soportar los otros momentos no tan gratos que sé que me aguardan al volver a casa.
No es la primera vez que pienso que sería una maravillosa forma de morir el estar allí mientras contemplo el paisaje y el cielo, esa infinita respuesta que ante si tiene los que se llaman ateos porque no piensan o porque necesitan destacar ante los demás y no han sabido elegir otra cosa que decir memeces, siendo esta de su ateísmo la más enorme.
Penetra hasta mis huesos el frio poniendo mis manos rígidas y las uñas azules, pero sé que si ahora no escribo, después será imposible entre peticiones de ayuda y trabajos de hacer comidas y después fregar la loza.
Es el tercer CD que pongo desde que estoy escribiendo y su música es dulce y acariciadora como la mano de una madre sobre su hijo o la amada susurrando en tu oído lo importante que eres para ella.
Voy a coger la pelotita de goma y a apretarla para que los dedos recuperen elasticidad y entren en calor.
Recogeré mis recuerdos y como joyas de mi alma que son los guardaré en el joyero de mi memoria para sacarlos en otra ocasión en que el frio no sea tan intenso o que mi organismo este mejor.
No tardará en amanecer de nuevo.
49.- CHOCHEANDO…
Invadido por el ruido de los coches que pasan por la carretera como locos persiguiendo al viento que con fuerza sopla, descorro la cortina de la puerta en esta media mañana del final de una semana en la que nada ha sucedido y se agotan las esperanzas puestas el lunes de que algo rompiera esta monotonía en la que vivo.
Y miro con pasión de enamorado el baile de las palmeras que abraza por el tronco el viento para conseguir que sus palmas inicien una danza con tanta pasión como bailan las llamas en el fuego.
Como cuchillas de plata donde el sol la ilumina y acompañadas de esmeraldas en movimiento, las hojas conforman un conjunto que te hace pensar que se inclinan hacia atrás únicamente para sentir como con labios golosos las besa el viento.
Espectáculo precioso y misterioso que usa los ojos como camino para llegar al corazón y al cerebro y hacerles sentir a ambos el estremecimiento que se tiene ante algo que no se comprende pero que es hermoso.
Queda mi mirada prendada con cada contorsión de la danzarina verde esmeralda que asemeja a la que bailaban la danza del vientre en las salas de las mujeres del harén de un sátrapa.
No sé cuánto ha durado el hechizo, tampoco si el tiempo se ha detenido, pero si soy consciente de haber presenciado algo enervante y casi mágico.
Llenos mi ojos de hermosura contemplada, los aparto de las palmeras y los pongo en las cajas donde guardo los libros a la espera de que el dueño de la casa, en algún instante antes de mi muerte, se decida a arreglar el desagüe de fecales que rajado está e impregna el armario donde antes los guardaba de olores y suciedad.
Aun siento en mis carnes el dolor físico cuando descubrí que ciento sesenta y dos de ellos se habían perdido irremisiblemente mojados e impregnados de heces.
Porque los libros han sido desde mi niñez lo mejor que he tenido.
Con ellos mi padre me enseñó a leer y escribir en aquellas sierras inhóspitas que eran los Montes de Toledo, allí me aficione a leer sobre un libro que contenía las obras completas de Julio Verne ya editadas en el siglo IXX.
En ellos estudié bachillerato completo y la carrera y fueron los libros, todo hay que decirlo, los que me sostuvieron en los duros momentos que pasé en la cárcel, los me hicieron olvidar la terrible soledad que se siente en esos sitios acrecentada porque no vino a verme nadie.
También me acompañaron cuando estuve embarcado y me aislaron del resto de los tripulantes que entretenían su tiempo jugando a los naipes o viendo en el televisor películas eróticas y de las otras.
Fueron los que desplegaron ante mí el mundo para mostrarme sus maravillas, el talento de otros hombres, la valentía de los exploradores y los razonamientos de místicos y pensadores.
Me condujeron con sencillez desde el ateísmo juvenil más extremado hasta el encuentro con la realidad en que empecé, poco a poco, a comprender que todo lo creado, incluido yo mismo, tenía un sentido y todo sucedía por un motivo y que el universo no era una casualidad, sino algo bien elaborado por ese Ser supremo del que soy una emanación.
Me enseñaron a pensar y discernir entre el mundanal ruido y el trigo del espíritu, también a usar la imaginación y todo mi intelecto para hacer frente y tratar de resolver los problemas que mientras hay vida a ella llegan.
Están en cajas ahora porque no tengo lugar donde ponerlos, máxime cuando la intención es de no morirme en esta casa.
Tengo cuadros de más de doscientos años, muebles antiguos de mis abuelos y mis padres, recuerdos maravillosos de mis viajes, pero todo lo dejaré cuando me vaya menos mis libros, amigos silenciosos y desinteresados que jamás me han dejado solo ni defraudado.
Porque también yo forma parte de ellos pues si bien es cierto que una mujer mayor cogió un niño y lo hizo un hombre, ellos hicieron de un analfabeto y un hombre un poco más sabio.
Pocas veces hablo con mi hijo sobre los libros porque en la escala de sus valores no son importantes y aún cuando le digo que les están robando el tener una inteligencia ágil y analítica con el procedimiento grosero de utilizar sus ojos como vía de acceso a sus más íntimos deseos, al tiempo que les ensordecen los oídos con música, más bien ruidos, estridente y falta de contenido, no me hace ningún caso.
Y lo triste de todo esto es que me mira como un fósil viviente cuando estoy leyendo un libro.
Como digo tantas veces sobre los más variados temas: “no saben lo que se están perdiendo”.
La juventud no hace caso a nadie y piensan al oírnos que chocheamos y nos miran como bichos raros cuando les decimos que están malgastando su intelecto, que es lo mejor que tienen y que ha servido a las generaciones anteriores para inventar todos los artilugios que ahora tenemos, que no hubiera sido posible si en su mente solo hubiera habido estridencias, comodidad, informaciones sesgadas dirigidas a anular su discernimiento y machacarles constantemente que solo tienen derechos con total ausencia e obligaciones.
Posiblemente sea yo el que no entiende el mundo que me rodea pero, si tuviera que volver a nacer, con certeza elegiría el placer de leer y desarrollar mi imaginación antes que dejarme anestesiar y manipular por lo que las televisiones ofrecen.
Definitivamente me estoy haciendo viejo y comienzo a chochear.
50.- INVIERNO…
Ha amanecido el día ataviado de un azul intenso que como un manto recorre de un horizonte a otro el cielo por el que navegan tres solitarias nubes, cual valientes carabelas camino del descubrimiento tripuladas por valientes, y analfabetos marineros, que no se asustaban frente a lo desconocido y siempre dominaron su miedo.
Viene el viento del norte como heraldo del invierno dejando a su paso los campos helados y cubriendo las cumbres con el manto blanco de la nieve que se congela debido a tan intenso frio.
No andan personas por la calle y los pocos decididos que salen, lo hacer abrigados casi como esquimales mientras en su cara solo se ven los ojos, que como faros de un coche en la noche oscura, escudriñan la acera mientras a duras penas andan contra el viento, manteniendo un equilibrio inestable como el que tienen los borrachos al regresar de madrugada tras una noche completa de beber sin freno.
Tampoco circulan muchos coches porque los domingueros este día no han salido al ser un suicido estar sentado bajo un pino debido al viento fuerte y al intenso frio, que ha llegado a bajar la temperatura cuando eran las diez de la mañana a los 6 grados y esta madrugada a los tres bajo cero.
De nada sirve tener buen vino preparado y mejores manjares porque solo calientas el estómago mientras el resto del cuerpo se siente igual que estuvieras desnudo en un frigorífico en pleno invierno, estación en la que estamos.
Creo que incluso se ha congelado la inspiración, porque a mi mente no acuden ni recuerdos ni temas para plasmar por si el día de mañana alguien quiere leer lo que escribía un viejo en un domingo tan anodino como son todos los días de su semana desde hace casi dos años.
Y como no quiero morir de tedio, recorro la cortina de mi puerta y contemplo recortadas contra el cielo las tres palmeras y la araucaria, zarandeadas por el viento que hace que cada una de sus palmas, cuajadas de dedos largos y estrechos de verde y plata, bailen una danza que no necesita maestro ni música que la acompañe y ofrece a cada uno de los que lo contemplan, la posibilidad de que en su mente resuene la melodía que haga viva y acompañe la visión que tiene.
Puede servir Borodin y su amoroso canto a las hierbas de las estepas de Asia Central, pero también Falla con su “Amor Brujo”, o los rasgueos enamorados de un Paco de Lucia cuando interpreta su “Entre dos aguas”, e incluso Manolo Sanlúcar cabalgando sobre su “Caballo Negro”.
Y es que la música que se siente dentro del alma, y usa como amplificador el corazón y el cerebro, es la que mejor describe el sentimiento que despierta la visión de una araucaria bailando junto a tres palmeras.
No me canso de contemplarlas, porque aunque mis labios siguen mudos desde el fondo mi corazón les dedico palabras de amor y agradecimiento por llenar tantas horas de mi soledad y hacer que mis ojos se sacien con tanta hermosura silenciosa mientras acarician al viento que entre sus dedos pasa.
Siempre que miro pierdo la noción del tiempo hasta el extremo de no darme cuenta que las tres nubes primeras se han transformado en una manada que avanza por el cielo corriendo a la desesperada.
La tierra sigue iluminada pero carente del color que el sol nos regala, tapado tras esas nubes casi negras que corren por el cielo ocultando el azul de su manto.
Vuelvo a sentarme y descubro que se acerca la hora de dejar este remanso de intimidad que tengo con el ordenador callado y la pantalla, libro donde los haya en donde plasmo todo lo que siento.
Me despierto de ese sueño con los ojos abierto y apago el ordenador mientras me encamino a hacer lo que no quiero.
51.- PITIUSAS…
A cuatro días, y no completos, de comenzar Marzo, ya ayer nos ensordecieron los falleros con sus charangas y petardos, lanzados desde buena mañana para desespero de los que odiamos los ruidos y nos arropamos con silencios.
Alarga ya el día por ambos extremos y los amaneceres rivalizan en hermosura con los ocasos, iniciándose los primeros sobre el espejo del mar Mediterráneo y muriendo los otros sobre los restos del sistema Ibérico, que muere en Denia con el espolón rocoso del Mongó, testigo silencioso de los iberos que en su cima construyeron sus poblados, y su dedo que toca el mar en el del cabo de San Antonio, mientras a lo lejos, si el viento sopla del norte o viene cargado de los aromas de las tierra altas de ponientes, veremos con nitidez las cumbres la idílica Ibiza que, cuál portaaviones insumergible, aguarda cada verano riadas de turistas.
Isla de los misterios en los que aún aparecen restos de fenicios y cartagineses que como islas Pitiusas la bautizaron, junto con los islotes que la rodean
Ya estamos casi en primavera anunciada desde este Febrero por la floración de los almendros, que como olas de color cubren las laderas de las montañas del interior dándoles alegría y esperanza de que, si no hiela en la primavera, la cosecha en Agosto será buena.
Ayuna de inspiración ha amanecido mi mente que mira alrededor en busca de un agarre para asirse y escribir lo que siente, pero deben ser las preocupaciones cotidianas las que alejan a las musas y se me apodera la desgana y a la melancolía.
Será por el frio por lo que, tal vez, solo sienta añoranza de los campos abiertos de la Mancha o de las montañas de mi tierra que, como gigantes pétreos aguardan impasibles que la mirada de los que van los bese mientras se engalanan de nieve blanca para incitar a los deportistas a acariciarla con los esquíes.
Pero no puedo salir de casa porque no lo permite la economía, con lo que me encierro dentro de mi concha al igual que hace una tortuga a la que el sol molesta o lo hace un depredador con intenciones aviesas.
Y para matar el tiempo y alejar la melancolía, cierro el ordenador y me dedico a lavar la ropa y, después, a meterla en la secadora.
Muchas veces, demasiadas, añoro la felicidad que sentí en la cárcel de Albacete donde mantenían preso a mi cuerpo, pero dejaron totalmente libre mí mente.
Cosa, que en este día de comienzo de semana, no existe.
52.- MARZO…
Desapareció Febrero de la rueda del año montado en el trineo del tiempo que ha dejado media España cubierta de nieve y aterida de frio mientas en otros sitios era el viento el que zarandeaba las ramas resecas de los árboles doblándolas como si fuera sarmientos olvidados de la poda en una viña en invierno.
Ver caer los copos de nieve que vienen veloces en la noche para besar el cristal de delante del coche y pararse a los lados mientras derretidos aguardan la muerte y no han muerto arrollados por el limpiaparabrisas, es un espectáculo hermoso con un toque navideño, aunque sea a destiempo, que deja en el espíritu que lo contempla la serenidad de la noche, iluminada por los faros.
Un dulce congelado que alegra los ojos del ignorante que, muchas veces, no calibra el peligro que suponen para la carretera esos copos cuando la temperatura externa llega a los tres grados bajo cero, y solo contempla la noche mientras siguen cayendo los copos tan grandes como monedas.
Y así, casi sin darnos cuenta, hemos estrenado el mes de las Fallas, de los ruidos y la diversión de los de aquí y de los de fuera, que atraídos por el colorido del espectáculo nos visitan, gastando los que pueden a manos llenas, para ver las fallas, esos monumentos de cartón pintados, donde se satiriza con ironía despiadada todo aquello que les llama la atención ,y para amenizar la diversión, acuden al medio día a la plaza del Ayuntamiento donde disfrutan ensordecidos con las explosiones de tracas y carcasas.
Paradójico pueblo donde las protestas más fuertes en ese acto se producen cuando no han quedado todos atontados y para entenderse deben poner la boca en la oreja del otro y hablar a gritos.
Mientras tanto, a los que no nos gustan los ruidos, debemos encerrarnos en la casa para soportar los atronadores estampidos.
Resuena en la naturaleza el preludio de la primavera con el sonido de las abejas que desde febrero liban el néctar de las flores de los almendros, que se engalanaron para darnos el mensaje de que queda poco invierno y para eso se vistieron con sus más hermosos colores para solaz de los ojos al tiempo que embellecían los campos resecos por el invierno.
Se acaba el sueño de los árboles caducifolios y empiezan a verse los botones en las ramas como simiente germinada en el campo tras una lluvia de finales del Febrero.
Aún vendrán días de frio y aire y tal vez alguna nevada tardía, que junto con las lluvias que caerán en Abril saciaran la sed de los pantanos medio vacios.
Pero en la realidad cotidiana todo sigue más o menos lo mismo: nada de trabajo, nada de esperanzas, nada de ingresos y la soledad más absoluta frente a las necesidades de la casa y a la ayuda que necesito cuando las fuerzas me fallan o son pocas.
Hace esta mañana dentro de la casa un frio muy intenso que agarrota mis manos y dificulta el movimiento de los dedos, víctimas del paso de los años y de las consecuencias de vivir en un clima tan húmedo.
Duermen todos y de vez en cuando llega a mi recogimiento la explosión de un petardo lanzado por aquellos que no han dormido tras algún sarao nocturno o se levantan, irritados y ofendidos, porque no les seguimos en su sonora diversión, importándoles un pepino que alguno de los que despiertan son pobres ciudadanos que quieren tener un merecido descanso.
Motivos personales tengo para que no me gusten las fallas, pero es que además no soporto bien que una minoría se imponga a la mayoría con el peregrino argumento de que son fiestas y que al que no le gustan, que se vaya de este sitio.
Debe ser que soy un rancio enamorado del silencio.
53.- GALBIS…
Era uno de los integrantes de la unidad de Asalto y Lucha en Poblaciones que en el Regimiento de Ingenieros había formado con las tropas de reemplazo incorporadas en Julio del 63 a la que también pertenecía yo y que posteriormente serian enviadas a Ifni a combatir como guerrillas
Era un personaje singular con dos características físicas muy acusadas: su delgadez y su cara.
Alto, puro esqueleto recubierto de piel y nervios, era motivo suficiente para que los más guasones, cuando él no estaba delante, dijeran que en el día de su muerte habría que poner hojas de morera para que los gusanos comieran algo.
Y su cara, más que un poema, era una sucesión de arrugas que llevaba tu imaginación al mar y los trenes de olas, porque cuando estaba serio, cosa que pocas veces ocurría, parecía más un anciano que un joven de 22 años.
Pero es que cuando se reía se iniciaba una arruga bajo su barbilla que iba progresando hacia arriba recorriendo toda la cara como lo hace una ola para morir en la playa de su frente y perderse entre los pelos de la cabeza.
Sus ojos eras profundos y perdidos entre las ojeras que casi le empezaban en la nariz y le acababan en el cogote, pero iluminados siempre como si fueran dos focos en busca de acontecimientos que repasar o maldades sobre los demás para divertimento del resto.
Una vez me plantee seriamente cómo iniciaría su biografía y, en un arranque piadoso poco frecuente en un géminis irónico y despiadado en sus descripciones, dije que habría que iniciarla con la descripción mejor de su carácter.
Así que la iniciaría con estas palabras: “GALBIS ERA UN CABRON”.
Sé que suena como a odio o revancha, pero a continuación plasmaré algunas de sus “gracias” que hacían bueno esa descripción sobre un torero que era tan malo, pero tan malo, que en el ruedo no hacia faenas, hacia putadas.
**********
Manuel, junto a Játiva, era el cuartel, el de “Las Salinas”, donde estábamos concentrados para entrenarnos.
Los entrenamientos eran muy duros y largos, pero eso suponía un reto para los jóvenes que formábamos aquella unidad de reclutas para transformarla en profesionales de la lucha en el cuerpo a cuerpo y en contrarrestar enemigos.
Recuerdos aquellos entrenamientos que consiguieron que acabáramos delgados todos pero fuertes como el hierro, capaces de hacer una marcha de 40 km en cinco horas cargados con el equipo de campaña completo.
Solo teníamos permiso para salir los domingos, aunque los entrenamientos de los sábados eran moderados y al medio día acababan, teníamos que dedicar la tarde a recomponer la ropa, coser calcetines y botones, además de lavarla, para el lunes tenerla limpia.
Claro que eso era para los que teníamos la familia lejos o no teníamos dinero.
Los otros afortunados, desaparecían el sábado y regresaban el lunes muy temprano en el tren que llegaba hasta Játiva.
No había lavandería y el uniforme de paseo era el clásico de camuflaje y no el de color “caqui” del resto del ejército: teníamos que distinguirnos desde lejos y también eran distintos los emblemas y apliques que llevábamos cocidos a la chaqueta, así como el correaje y las botas.
Era casi calcado al que utilizaban los “boinas verdes” en la guerra de Vietnam, pero nuestra gorra era de color negro, como las de los carros de combate.
Pero mira por dónde y coincidiendo con las fiestas del pueblo, un sábado nos dieron permiso para salir hasta tarde, así que ocho o diez, nos dejamos caer por el pueblo después de la cena para ver cómo estaba el ambiente y, aunque teníamos muchas dudas al respecto, intentar bailar con alguna de las chicas del pueblo.
Y con los trajes de camuflaje limpios, las botas brillantes tras usar el betún de la saliva y un trapo para frotarlas, nos acercamos al pueblo a ver como la gente bailaba y se divertía, pero en mala hora lo hicimos, porque al poco rato de estar viendo a las mozas bailar, o mover el esqueleto, que de todo hacían, oigo entre el griterío de la gente y de la música, la voz chillona de Gálbis que me grita al oído: “Vamos a sacar a dos y bailamos un poco”.
Debía hallarme en un momento de baja forma mental porque sin meditarlo dije que adelante y hacía el otro lado de la plaza nos encaminamos donde en unas sillas estaban sentadas algunas jovencitas de buen ver y mejor palpar que diría Cela.
Estaba a punto de abrir mi boca invitando a una muchacha, cuando se detuvo la música y como estaba antes tan fuerte, pareció que volvíamos de un mareo y que estábamos en silencio.
Iba a empezar a hablar cuando oigo a Gálbis dirigirse a la más guapa del grupo sentada al lado de un pollito de medio pelo pero con traje y corbata con estas palabras:
“Quiero concederte el honor de que bailes conmigo”
Debió sonar en los oídos del novio, por la edad no podía ser marido, con la misma fuerza que si le hubieran dado una patada en los testículos, pues como catapultado por un muelle se levantó y con toda la mala leche que podía dijo:
“Oye, que es mi novia!”
Gálbis lo miro con desprecio y respondió:
“¡Qué contigo no quiero bailar!” y poniéndole la mano en la cara lo empujo hacia detrás consiguiendo que aquel pollo pera cayera sobre la silla de tijera y la rompiera, dando con sus huesos en el suelo.
Creo que el muchacho cometió un error de bulto, pues se levantó de un salto y se dirigió a Gálbis como si fuera a comérselo, sin ser consciente que estaba invitando a mi compañero a hacer una demostración de lo aprendido de lucha cuerpo a cuerpo en el campamente y, encima, hacerlo gratis.
Sentí pena por el muchacho, porque le estuvo dando hasta en el apellido.
La música había cesado, y cuando vieron a aquel con la cara como un Cristo camino del Calvario, sintieron el honor del pueblo humillado y su orgullo herido, iniciaron un avance rápido que para si hubieran queridos los bárbaros cuando arrollaron a los romano y en menos que canta un gallo, cruzaron la plaza y vinieron de todos lados dispuestos a darnos de palos y puñetazos.
Menos mal que estaban unos cuantos de los nuestros, afortunadamente los más bestias, que sin necesidad de un toque de llamada empezaron a repartir leña como aire reparte un molino de viento.
Y todo comenzó porque no supieron apreciar la sutileza del soldado invitando a bailar a la más guapa del pueblo.
Dimos y nos dieron y al final tuvimos que batirnos en retirada porque como dice el evangelio, Dios siempre ayuda a los malos, sobre todo cuando son más que los buenos.
Alguna ceja rota, puede que alguno escupiera un diente con elegancia, moraduras por todo el cuerpo y alguna mano dislocada por ambos bandos, amén de chichones de variado calibre en las cabezas.
Al llegar al cuartel ya habían llamado de la Guardia Civil y tras escuchar nuestro relato condecoraron nuestro valor con dos meses de arresto sin salir del campamento a todo el grupo y como yo era el cabo, a dos y medio.
No veas lo divertido que lo pasamos el lunes siguiente haciendo ejercicios con todos los músculos doloridos y algunos labios partidos.
**********
Era verano y hacia un calor tal que estábamos casi desnudos debajo de las tiendas de campaña aguardando a que cesara el calor para prepararnos para salir a la “toma” de un pueblo cercano donde estaban “atrincheradas “ las fuerzas enemigas.
Cada uno combatía el calor y el tedio de la espera como podía y sabía.
Unos roncaban con estilo y otros parecía que arrastraban baúles vacios por el piso de arriba de una casa vieja de pueblo.
Otros leían novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía y los menos escribíamos a casa.
Gálbis se despertó con el relincho, más que ronquido, de un soldado que estaba desnudo de medio cuerpo para arriba y llevaba unos calzoncillos reglamentarios que dejaban, en aquel caso concreto, medio pene fuera de ellos como si esperara visita o a los Reyes Magos.
Gálbis lo miró con desprecio y preguntó si alguno tenía hilo de coser.
Teníamos de todo casi todos, menos él.
Uno sacó un ovillo de hilo negro y el desenrollo como unos dos metros, más o menos, juntó ambas puntas y lo dobló sobre sí mismo quedando de una longitud aproximada de un metro.
Después hizo una lazada en cada extremo y con mucho cuidado introdujo el pene, que sobresalía por la bragueta del calzoncillo, en una de ellas y la otra la colocó en el dedo gordo del pie del soldado que estaba durmiendo en posición fetal sin que se despertara.
Lo miramos entre intrigados y un tanto sorprendidos cuando deshizo un cigarrillo y con el papel hizo una especio de palillo.
Y en un momento dado, no miraba en ese instante y lo supe por lo que después me contaron, hizo cosquillas en el pie donde estaba atado el hilo.
Si puedo jurar sin incurrir en exageración alguna que el grito que dio el soldado al estirar su pierna transformó el más espeluznante de Tarzán en un gorjeo de niño de teta bien harto.
La prudencia más elemental hizo salir corriendo a Gálbis perseguido al poco por el afectado que llevaba un machete en la mano.
Cuando salieron uno persiguiendo al otro, miré interrogante a los otros preguntando en silencio y con los ojos, a qué venía aquel grito y la huida de Gálbis, pero me di cuenta que uno de ellos tenía los ojos como platos y le pregunté qué había pasado.
Tardo en contestar unos segundos pero juró por lo más sagrado que el tirón le había alargado el pene al soldado por lo menos un palmo y que menos mal que se rompió el hilo, porque pensó que se lo iba a arrancar de cuajo.
Cuando las cosas se calmaron, volvieron cada uno por su lado, comentando uno que le dolía el “tarangallo”, pero reconociendo que se le estaba poniendo “hermoso” y el otro preguntándose qué clase de gente formaba la unidad de asalto que no eran capaces de aguantar una broma.
El soldado comentó que en toda su vida se la había visto tan larga ni tan gorda y me preguntó con cara de estar perdido en el limbo sobre esos temas:
“¿Tú crees, Raúl, que se me quedara así de “guapa” para siempre?”
Sentí dolor por la respuesta que debía darle que no podía ser piadosa así que, armándome de valor, no tuve más remedio que decirle:
“No, se desinflamará”
**********
Dormíamos un sábado por la noche en el campamento de Manuel cuando noto que me despiertan y al abrir los ojos veo la cara de Gálbis en la penumbra que me dice:
“¿Tienes una cuartilla?”
Entre las nubes del sueño le digo que si va a escribir a esas hora y me dice que sí.
Le respondí que se espere a mañana por la mañana y me dice que se la de que es muy urgente.
Me incorporo, busco en la mochila y le entrego una cuartilla de papel y me quedo acodado en la litera.
Sorprendido veo que la arruga a lo largo y, sacando su mechero, le pega fuego por la parte de abajo.
Espera unos segundos y, cuando la llama empezaba a hacerse más grande, se acerca al de la litera de al lado y la pone frente a la cara del soldado que dormía plácidamente al mismo tiempo que en la oreja grita como un loco: “FUEEEGOOOOOOOO”.
No sé cómo no se tragó la cuartilla ardiendo ni cómo logró escapar sin salir proyectado por el techo del dormitorio debido al gigantesco salto que dio, pero allí se despertó todo el mundo y algunos salieron corriendo sin otro motivo que oír el grito y sin mirar si pasaba algo.
El alboroto había despertado al sargento de semana que salió de su cuarto en calzoncillos, pero no eran reglamentarios, preguntando a voces qué pasaba y los que habían llegado hasta la puerta de salida huyendo gritaron que un incendio.
“¿En dónde?” voceó de nuevo y desde la misma puerta gritó uno casi histérico que había oído “¡fuego!” y al abrir los ojos vio llamas delante de su cara.
El sargento creyó haber oído mal, así que le dijo que se acercara y repitiera lo dicho.
El soldado, con cara aún de acojonado, se acercó y con voz más baja dijo que oyó un grito de “¡fuego!” y al abrir los ojos vio las llamas delante de su cara y que dando un salto salió corriendo sin pensar más que en huir de la quema.
Se removió un poco el sargento, síntoma inequívoco de que estaba montando en cólera y que se acercaba el momento de ponerse a cubierto porque gastaba un genio que descortezaba los árboles cuando gritaba.
Paseó la mirada por la compañía y aquello estaba en penumbra y volviendo a mirar a los que estaban levantados adivinó la cuestión y más fue un rugido que un grito cuando preguntó quién había sido “el cabrón” del fuego.
Nadie dijo nada y pocos se atrevían a mirar a los otros, pero tras unos minutos de ominoso silencio, se oyó: “He sido yo, mi sargento que quería gastarle una broma”.
Esta vez fue Mahoma quien se acerco a la montaña llamada Gálbis y sin más le metió una hostia que, en el silencio de la noche, sonó como un disparo.
“¡¡¡¡A la cama todo el mundo!!!!”
Y mientras se volvía a las listeras, se oyó a Gálbis comentar con desprecio: “¡Pues vaya unidad de mierda donde los soldados no saben aguantar una broma!”.
“¡Y tú y yo hablaremos mañana, Gálbis!”, gritó el sargento con sus calzoncillos no reglamentarios.
Al final la broma solo le costó un mes de arresto.
**********
Habíamos cenado el rancho en frio de costumbre mientras esperábamos que se hiciera de noche antes de aproximarnos a Énova e infiltrarnos para tratar de “hacer prisioneros”.
Consumíamos los últimos cigarrillos mientras unos a otros nos embadurnábamos la cara con el betún negro, o lo que fuera, para que no brillara en la noche tratando de pasar lo más desapercibidos durante nuestra acción.
Por fin se hizo de noche y en el mayor silencio posible comenzamos a avanzar desplegada la patrulla en dirección al pueblo por entre los campos naranjos que lo rodeaban.
En un instante dado oímos como jadeos y nos quedamos agachados rodilla en tierra tratando de averiguar qué era lo que producía aquel sonido y de dónde venía.
Delante de nosotros, a unos 20 m, se veía entre los árboles una caseta, o almacén, pero no se distinguía nada, pero los jadeos continuaban y algún quejido femenino también.
Avanzamos despacio y ya distinguíamos mejor la pared y en ella un bulto que no paraba de agitarse mientras salían suspiros, jadeos y algún que otro “¡oh dios mío!” que nos convencieron de que allí había una pareja en plena carrera amatoria aunque no sabíamos si muy cerca ya del sprint final.
Y era tal la pasión amatoria, o el deseo desatado, que no se enteraron de que tenían espectadores hasta que de una forma violenta Gálbis extendió el brazo y agarrando al joven por la ropa de la espalda, lo separó de la muchacha dejando su sable al aire y cayendo las faldas de ella como cae el telón de un teatro al acabar la función, mientras los pantalones de él reposaban en sus pies.
No distinguíamos bien la cara de ninguno de los dos, pero ni corto ni perezoso, Gálbis, le da un empujón y lo pone contra la pared con los pantalones caídos y aún con el sable en ristre que, a velocidad supersónica, comenzó a enfundarse y ante la sorpresa de todos, tira del cerrojo hacía atrás del Cetme montando el arma y tras gritar “¡me caes muy gordo, chico!” abre fuego.
Aquel cayó desplomado como un fardo y la chica empieza a gritar como una loca mientras cojo a Gálbis del brazo y le gritó, “¿Te has vuelto loco? ¡Has matado a un hombre!”.
Se vuelve a mirarme sonriendo y dice con toda la calma del mundo:”¡Que va, la bala era de fogueo como todas las que nos dan!”
Allí en el suelo seguía con los pantalones caídos aunque su sable había pasado al tamaño de una navajita.
Me acerco al caído y no aprecio ninguna mancha de sangre, así que retrocedo y salimos de allí.
La chica había salido corriendo entre los naranjos en dirección al pueblo y pensé que daría la voz de alarma, aunque Gálbis dijo que se callaría, porque si no tendría que explicar que hacia allí y Énova era muy pequeño.
Y sobre el “muerto” pensó que se espabilaría y tampoco diría nada, aunque no fue así.
El disparo había sonado en el silencio de la noche como un petardo gordo en un garaje, lo que habría puesto en alerta a “los otros” de que estábamos por allí cerca y sería imposible utilizar el factor sorpresa para “capturar prisioneros”.
No pudimos hacer nada y al final, a la hora acordada de la madrugada, iniciamos el regreso todos juntos siendo el tema de conversación si habíamos oído un disparo y quién lo había hecho.
Llegamos al campamento, damos novedades al sargento de semana y nos acostamos: nadie nombró lo del disparo.
A la mañana siguiente, tocan diana y mientras estábamos desayunando vemos aparecer en el campamento el Citroën 2 CV de la Guardia Civil que se dirige hacia donde estaba el teniente Fernández con el que comienzan a hablar.
No era difícil de adivinar qué le estaban preguntando, máxime cuando en ese pueblo se realizaban más acciones que en ningún otro y seguramente debieron ver a algunos recorrer las calles del pueblo.
Estuvieron un rato hablando con él y cuando estábamos en el campo de instrucción, apareció el teniente que ordenó formar.
Nada más lo vi llegar le dije a Gálbis, “La broma tuya de anoche nos va a salir cara”.
Lo que siguió después es fácil de imaginar, pero lo que no fuimos capaces de imaginar fue la versión que el “muerto” contó de los hechos ocurridos.
Debió omitir lo de sus ejercicios gimnástico amatorios, y la escena de los pantalones caídos pero se inventó que unos desconocidos vestidos de negro y con las caras pintadas, le habían robado todo y para que no dijera nada, le habían pegado un tiro pero no le acertaron y el cayo desmayado y que al despertar, no había nadie.
El teniente dijo que una de las patrullas de “asalto” tenía que haber sido, porque las otras tres estaban dentro del pueblo.
Pidió que levantáramos el brazo los cabos de las de “asalto” y una vez averiguado, ordenó que, uno a uno, pasáramos por la oficina donde empezó a interrogarnos.
A mí me tocó el primero y nada más preguntó que había pasado, le conté la verdad de lo sucedido y que no había podido impedir la acción de Gálbis.
Se me quedó mirando sin decir nada y recuerdo como si le oyera en este momento: “¿Le robasteis?”
“No, mi teniente, fui yo el que se inclinó sobre él para ver si estaba herido, pero el muchacho no se enteró de eso porque estaba inconsciente”.
Dijo que íbamos a ir al Cuartel de la Guardia Civil que querían interrogarnos, así que nos vestimos de paseo y para allá que nos fuimos con el teniente.
En el cuartel preguntaron a los soldados y finalmente a mí y todos contamos lo mismo, porque no había más versión que esa.
Insistí que deberían preguntar a la chica y el sargento dijo que el muchacho en momento alguno habló de estar acompañado, pero me ratifiqué que estaba fornicando con una chica y que ella también debería testificar.
Me hicieron salir y allí dentro se quedó el teniente nuestro y el sargento y tal como me comentó después, el sargento iba a hablar con el denunciante y a decirle que tendría que decir quién era la muchacha porque habían cinco testigos que afirmaban que había una allí en el momento del disparo.
Parece ser que aquello le persuadió de que lo “prudente” era retirar la denuncia sobre los hechos, porque de salir el nombre de la chica podía acarrear más problemas a él, a ella y a sus respectivas familias.
Seguro no necesitaré jurar que a toda la patrulla nos cortaron el pelo al cero y a mí me cayeron dos meses de arresto cuartelero y a Gálbis, tres.
Y es que como he dicho en un principio, Gálbis era un cabrón.
54.- JUAN ANTONIO…
Juan Antonio era un representante genuino de esos pueblos del sur de Albacete casi abrazados a los montes que fueron desde la prehistoria refugio de gentes secas, cetrinas y recias de carácter y cuerpo, aunque de escasas carnes.
Como ocurría en aquellos tiempos, los reemplazos eran enviados fuera de sus lugares de residencia, o más próximos, con el exclusivo fin de enseñar a los soldados que el mundo era algo más que su pueblo, su aldea o el castillo donde desde niños se encaramaban para jugar a cristianos contra moros o a españoles contra gabachos.
Y así era Juan Antonio, un seco sarmiento de magras carnes, cara cetrina casi aceitunada, ojos profundos de mirada torva y nariz ganchuda igual que la siempre nos representamos como de un judío.
Era más bien corto de talla y también de palabras, aunque nunca pude saber si era lo natural en él o porque sentía vergüenza de hablar en la capital con el vocabulario de su pueblo.
El caso es que cuando se ponía frente a ti tenías la sensación de que un chuchillo desgarraba tus carnes y él curioseaba tu interior con la misma precisión que lo haría un pastor al destripar una oveja muerta.
Obedecía sin rechistar y jamás le oí un comentario sobre nadie, no sé si porque no juzgaba o porque se negaba a hablar, siendo su expresión favorita para responder a casi todo “Qué pijo”.
Estábamos en el Regimiento de Ingenieros de la División 41 haciendo “la mili” y, por el momento, en el cuartel de Zapadores en Valencia.
Y coincidimos un día en que nos tocó guardia a ambos.
Antes de efectuar el relevo, nos revisaba el oficial de guardia entrante estando formados en la explanada del patio a la vista de montones de soldados y allí esperábamos para saber qué oficial nos tocaría en suerte y veo salir de la sala de banderas a un teniente delgado, con gafas, con bigote como un desfile de hormigas famélicas en fila india, síntoma inequívoco de mala leche, en el que destacaban en la cara, como focos de colores en un teatro, las manchas blancas y rosadas del vitíligo que padecía.
Fue mirarlo y pensar que nuestra hada madrina ese día nos había abandonado.
Debió ser visto por alguno de los formados que no pudo reprimir su lengua y soltó como si fuera un tortazo un “¡Hostias, el que nos ha tocado!”.
Y es que hay que reconocer que el citado oficial tenia merecida fama de complicar las guardias, arrestar soldados, acojonar a los cabos y meter a gente en el calabozo por acciones que si bien es cierto que no merecían aplausos, tampoco un mes de arresto o una semana de calabozo.
Le llamábamos “¡Colorines!”
Cuando estaba más cerca, me doy cuenta que lleva en la mano derecha un lapicero y me pregunto perplejo para qué podría necesitarlo, pero no hube de esperar mucho rato para averiguarlo.
Me ordena que se pongan firmes y en posición de revista las armas de la guardia, que fue revisando una a una sin encontrar motivo para decir nada, cosa esta que me tenía más que asombrado, porque las lenguas de doble filo del cuartel aseguraban que se ponía muy irritado si en el cañón del arma encontraba una mota de polvo o en la cara del soldado una sombra de un pelo mal nacido y en el uniforme una cagada de mosca.
Lancé al cielo un suspiro, que casi le arranca la gorra a un soldado, convencido que habíamos superado con éxito la inspección del teniente, cuando este se pone detrás de la guardia y comienza con el lapicero a pasarlo por el cogote y el occipucio a contrapelo sin decir nada.
Y pasa a otro soldado, y luego a otro y otro hasta revisar a todos y ya con una sonrisa casi de oreja a oreja por el éxito obtenido, veo que se dirige a mí y me hace lo mismo.
Después se queda mirando al sargento de la guardia entrante y con la seriedad de un cirujano le dice: “La guardia no está en condiciones, ¡que los pelen al cero ahora y aquí mismo!”
El sargento no daba crédito a lo escuchado y como se retrasó unos tres segundos y medio en ejecutar la orden, fue recriminado con un enérgico: “¡Está Ud. sordo?”.
Yo tampoco me lo creía porque la última vez que me pelaron al cero, creo que ya era la cuarta, hacia menos de un mes y coincidiendo con luna menguante, por lo que no podía haberme crecido tanto.
Así que formados, y en presencia de los demás soldados congregados para ver el espectáculo, fuimos siendo esquilados como borregos sumisos el conjunto de la guardia y el cabo.
Cuando se fue el barbero oí que uno decía por lo bajo con un deje de rencor y una mala leche enorme un “¡Ese hijo de puta no sabe quién es Juan Antonio…!”
Y afortunadamente paso esa guardia sin mayores incidencias y sin que el oficial saliera a hacer rondas durante la noche por las diversas garitas del cuartel.
El tiempo seguía su curso con maniobras y guardias, con instrucción y tedio, como lo que era el ejército en aquellos tiempo, pero no a la velocidad que deseábamos los soldados, sino a su ritmo.
Y un día coincidimos de nuevo el de Socovos, el que suscribe y el teniente “Colorines”, que nos hizo una inspección similar a la de hacía tiempo, con la salvedad de que en esta ocasión la pasamos con una calificación excelente y digo excelente, porque guardó silencio.
El devenir del día del cuartel se desarrolló con normalidad y al atardecer entró de guardia el refuerzo, al que tras cenar, distribuí por los diversos puestos que se vigilaban por la noche.
Y en el segundo turno de cambio de guardia, ya de madrugada, le tocó a Juan Antonio, que pasó a vigilar la zona de salidas de los camiones que estaba por completo despejada y se veía bien.
Después del cambio, estaba sentado en la puerta donde dormían los relevados, o por lo menos lo intentaban, cuando veo aparecer al “Colorines” por la puerta de la Sala de Banderas, así que di un salto, me cuadré y le dije si quería que lo acompañara en la ronda que solía hacer para ver si algún soldado se había quedado dormido o estaba fuera de su puesto.
Dijo que no, que iría solo y que permaneciera en mi puesto y salió a la oscuridad de la noche sin poder saber qué dirección había tomado.
Sobre unos diez minutos después, más o menos, el silencio de la noche fue roto por el ladrido de dos disparos de Cetme que sonaron como si fueran cañonazos.
Luego el silencio más absoluto hasta que empezó a sonar el timbre de una de las garitas: la de Juan Antonio.
Cojo mi arma, la monto y a gritos despierto a los que dormían y hago entrar al centinela de la puerta principal y ordeno que dos se queden con él con el arma montada.
En eso sale el sargento preguntando qué ocurre y a voces le digo que se han oído dos disparos y ha sonado el timbre de alarma de una garita.
Entra a su cuarto, coge su subfusil y con cuatro hombres más salimos en dirección a la garita que ha conectado la alarma.
Abro la puerta de acceso al callejón por donde salen los camiones y oímos todos que alguien estaba tocando palmas.
Nos acercamos unos pasos y desde la garita sale la voz de hielo del soldado que con calma grita: “¡Alto o disparo!”.
Nos quedamos clavados y ya con los ojos acostumbrados a la oscuridad, distinguimos un cuerpo tendido en el suelo boca abajo que sobre su cabeza estaba tocando palmas.
Le grito al soldado que soy Raúl, el cabo, y me pide el santo y seña de aquella noche.
Se lo digo y contesta que adelante y al llegar a la altura del hombre tendido en el suelo, descubrimos que el teniente “Colorines” era el que estaba tocando palmas.
El sargento y yo le ayudamos a levantarse del suelo y menos espuma, por aquella boca salían todos los improperios conocidos y otros nuevos dirigidos al soldado, a sus padres, a sus ancestros y no a sus descendientes porque era soltero.
A berridos, más que a gritos, me ordena que suba y lo desarme y lo conduzca al calabozo, lo que hago dejando a otro centinela en su puesto.
Juan Antonio baja como si todo aquello fuera con otro y a mi lado pasa junto al teniente despreciándolo olímpicamente camino del calabozo.
A todo esto más de medio cuartel estaba ya levantado y revolucionado porque se habían oído los disparos.
Lo meto en el calabozo y le pregunto:
“¿Qué ha pasado?”
La respuesta fue demoledora:
“Nada, que veo a alguien que avanza hacia mí, le digo ALTO QUIÉN VIVE TRES VECES y al no contestar abro fuego de advertencia al mismo tiempo que le grito “¡CUERPO A TIERRA Y TOCANDO PALMAS!”, pero como no obedecía, abro fuego de nuevo y se lanzó contra el suelo y empezó a aplaudir como un loco”.
Cerré la puerta y pensé si “Colorines” estaba tan borracho como para no darse cuenta que el centinela iba en serio con el aviso.
No haría seis minutos, diez sin exagerar demasiado, que lo había metido en el calabozo, cuando ya estaba el jeep con Comandante Jefe de Día en la puerta.
Se había presentado desde Capitanía General al cuartel de Zapadores, unos cuatro kilómetros, en tres suspiros y medio, que son las veces que debió respirar el teniente “Colorines” desde que la camisa del uniforme volvió a tocarle el cuerpo.
Después de las explicaciones del oficial al Comandante sobre los hechos, salió el sargento y me ordenó que llevara al soldado a la Sala de Banderas, así que volví al calabozo a buscarlo y que era el Comandante Jefe de Día quien quería verlo y con esa voz tan peculiar que tenia me dijo mientras íbamos: “¡Que pijo, como si es su puta madre!”.
Aparecemos en la puerta de la Sala de Banderas y pido permiso para entrar y al decirnos que si, entramos y saludamos y nos quedamos parados.
Ante el silencio tan ominoso pregunto si puedo retirarme y me ordena el Comandante que me quede.
Lo mira de arriba abajo y le dice que explique qué ha pasado para que abriera fuego contra un oficial estando de guardia.
“Mi Comandante, estaba en la garita cuando por el camino donde salen los camiones veo venir a alguien que no distingo y no sé si es oficial o civil y antes de que se acercara más le grito “¡ALTO QUIEN VIVE TRES VECES!” y como no me contesta abro fuego de advertencia y le grito al mismo tiempo ”¡CUERPO A TIERRA Y TOCANDO PALMAS!”, pero no se movía del sitio, así que abro fuego de advertencia de nuevo y se tira y empieza a tocar palma y toco la alarma”.
El Comandante lanza una furibunda mirada al teniente “Colorines” que intentaba hablar y le corta tajante con un ¡CALLATE!”.
Se vuelve al soldado y le pide que lo vuelva a contar todo de nuevo, lo que hace.
“¿Fue eso todo lo que pasó, soldado?”
“Sí, mi Comandante, eso paso y eso hice”
Se gira el comandante evidentemente molesto con el oficial, cuya cara había ido cambiando de color del rosa intenso del vitíligo al rojo fuego de un semáforo estropeado y de destello alternativo.
“A ver, habla ahora”
“Mi comandante, lo que dice el soldado es verdad, pero no como lo cuenta”
La mirada del Comandante era más explícita que el quinto Mandamiento pero haciendo un esfuerzo que casi le supuso quedarse estrabico de ambos ojos y con un tono de voz que delataba cabreo, ira, desconcierto y ganas de patear a alguien, dice:
“A ver si te explicas mejor y de una vez”
“Mi Comandante, el soldado dijo “¡ALTO QUIEN VIVE TRES VECES!” y abrió fuego y no dijo ¡TRES VECES ALTO QUIEN VIVE!”
A estas alturas de la madrugada el Comandante había empezado a perder los papeles del guión y miraba al soldado como acabara de ver una aparición de ultratumba vestida de caqui.
Cuando abrió la boca para hablar casi le vimos el galillo y las anginas completas y gritando enloquecido se dirige al soldado:
“¿Pero cómo gritas ALTO QUIEN VIVE TRES VECES EN VEZ DE TRES VECES ALTO QUIEN VIVE?
Y Juan Antonio, que parecía que contemplaba una película de vaqueros con final conocido responde con todo el aplomo del mundo y como si aquello no fuera con él:
“A mí se cansaron de repetirme durante de la instrucción que debía decir siempre ALTO QUIEN VIVE TRES VECES antes de abrir fuego y eso hice, mi Comandante”
Ya fuera de sí y con una mirada asesina, se queda mirando los semáforos descompuestos de la cara del “Colorines” y sin control verbal de ningún tipo explota:
“¿Cómo hostias enseñáis aquí a los reclutas que éste, porque no se ha puesto nervioso, no te ha matado?”
“¿Pero es que sois ciegos que no veis que algunos no son más brutos porque no ensayan?
“¡Cabo, meta al soldado al calabozo!”.
Salí mientras allí dentro de la Sala de Banderas seguían las voces a pleno volumen, aunque ya no las distinguía.
Y cuando lo metí en el calabozo le pregunté:
“¿Pero es que no te habías enterado que hay que decir tres veces ALTO QUIEN VIVE?”
“¡Pues claro que sí, Raúl, pero a ese hijo de puta se la tenía jurada desde que nos mandó pelar al cero en el patio delante de todos y al verlo aparecer me dije que esa era la mía!”
Me quede blanco y mudo.
“¿Pero le tiraste a dar?”
“¡Si, claro que si, nada más me di cuenta que era él decidí qué tenía que hacer, pero falle el primer disparo y cuando hice el segundo se estaba tirando al suelo!”
“¡No podía hacer más disparos estando en el suelo porque si lo hacía, dirían que era premeditado y un asesinato. Así, hagan lo que hagan, les va a resultar complicado decir que fue premeditado aunque yo quede como un burro delante del todo el cuartel!”
“¿Entonces los disparos de advertencia que dices no eran verdad?”
“¿Qué querías, que me encerraran por intento de asesinato?”
“¡Yo soy de pueblo y muy bruto, pero no soy idiota!”.
Salió bien librado y como había pensado: un mes de calabozo, pero de ahí no pasó la cosa.
55.- LA MATRACA
Comienza la Semana Santa con un repique de campanas llamando a los fieles al templo mientras en el cielo se perfila una línea de luz que como una persiana se va alzando para permitir al nuevo día que tome posesión del cielo, manto de intenso azul en el que algunas nubes blancas navegan empujadas por un fresco aire que obliga a abrigar el cuerpo.
No pasan muchos coches por la carretera aún a pesar de que aquí no es festivo el día, dejando en mi oído la grata sensación del silencio acompañado por el canto de las aves que saludan al amanecer, con sus mejores trinos, subidas en las ramas de los naranjos que de un esmeralda intenso tienen sus hojas.
Y el pasado regresa subido en las alas de los recuerdos haciendo desaparecer cincuenta y seis, o más, años de mi vida para dejarme a los pies, y frente a la puerta, del campanario de Santa Cruz que solidario está a la iglesia donde señorea la Virgen de La Paz.
Y como no se podía manejar desde abajo como las campanas, teníamos que subir otros dos monaguillos y yo a lo alto de esa torre por unos escalones de madera, que debido a nuestra edad pensábamos que los habría hecho y puesto Moisés con los tablones que sobraron tras construir el arca.
José el sacristán, y barbero del pueblo, el que se desgañitaba cantando en latín mientras ponía los ojos en blanco y sus dedos se deslizaban por el teclado de marfil de aquel vetusto órgano que inexplicablemente sobrevivió al incendio de la guerra civil, llevaba colgada de la cintura, debajo de su sotana negra, una llave que más parecía de la edad media que de la moderna y que introducía en la cerradura donde gemía lastimera pidiendo a gritos un poco de aceite que la engrasara.
Por no hablar de las bisagras que por el ruido que hacían más parecían de castillo en ruinas que de un campanario.
Y una vez abierta la puerta, nos lanzaba una miraba, no pienso que asesina, pero sí de estar harto de aguantar las cabronada de aquellos mocosos todas las semana santas y los domingos restantes del año, mientras rugía, más que gritaba, la letanía de aquellas fechas: “¡No se os ocurra empezar a mover la matraca hasta que no aparezca yo con D. Francisco delante de la procesión y os cortaré las orejas si a alguno se le ocurre bajar antes de que venga yo a abrir la puerta!”.
Era abrir la puerta y los tres, uno de los cuales era su propio hijo, iniciábamos la escalada de aquel campanario sembrado de excrementos de paloma y comentando entre nosotros que en alguno de aquellos agujeros oscuros debían estar escondidas las lechuzas que por la noche bajaban al templo a beberse el aceite de las lámparas, cosa que jamás vio nadie, pero que era comentario común en todo el pueblo.
Se llegaba jadeando a la última plataforma y allí estaban las campañas que nos parecían enormes al verlas desde tan cerca y, también, la matraca.
Tendría un metro de ancha y estaba formada por cuatro tablas un poco gruesas puestas de forma que tenían cuatro ángulos perpendiculares y opuestos con el borde reforzado con un perfil de hierro en el que estaban sujetos cuatro mazos de madera que al girarlos, fuera en el sentido que fueran, golpeaban las tablas y hacían tanto ruido que oía fuerte desde el cementerio, que estaba a un kilometro del pueblo.
La matraca solo se tocaba el Jueves, el Viernes y el Sábado Santo, pero durante el día y coincidiendo con las horas y en las procesiones de esas fechas.
Y allí arriba, donde si hacia viento nos helábamos, la matraca sonaba tan fuerte que ensordecía y teníamos que hablarnos a gritos para entendernos.
Nos apoyábamos en el antepecho debajo de una campana, la que miraba hacia la pequeña explanada de la puerta de la iglesia y veíamos salir a un monaguillo llevando una cruz metálica y unos pasos detrás, a José el sacristán con el incensario en la mano y a don Francisco luciendo su calva que, vista desde allí arriba, parecía una calabaza de regular tamaño.
Y empezaba lo que ahora no recuerdo cómo se llamaba, pero que congregaba a las beatas del pueblo y algún que otro despistado que se aburría en casa.
La verdad es que contemplar desde aquella atalaya los campos verdes como esmeraldas y mecidos por el viento de poniente era algo inolvidable.
Se veía “Concejo”, la finca del murciano que tenía adoptada una niña rubia y muy guapa traída como refugiada desde la Alemania arrasada tras la guerra mundial; los tejados de la “Guadamilla” y, más lejos, los de la “Casa de las Pulgas”, nombre puesto gracias que los que entraban salían cosidos a picotazos por las malditas y la carretera de Extremadura en un buen trecho y donde se cruzaba, en “Casa del Tío Pepe”, con la que iba a la Torre de Esteban Hambrán, por Fuensalida, desde Toledo.
Mis ojos acariciaban aquellos campos que había recorrido con mi padre y en mi mente resonaba la historia de cada uno contada por quién, por necesidades de su oficio, debía saberlas mientras los otros dos movían como poseídos por el diablo la matraca.
Fue como si regresara tras un mareo lo que sentí ante el repentino silencio en el campanario, al tiempo que el grito estridente de uno de ellos restallaba como una tralla al matar en el anca de un mulo un tábano:
“¡Que nos tenemos que bajar que la procesión ha acabado!”
Así que, entre desanimados por haber dejado de hacer ruido y lo más ligeros que podíamos, descendíamos los escalones dando culadas en algunos como los niños pequeños no fuera que pisáramos un cagada de paloma blanda y nos fuéramos de morros.
A veces ya estaba José, el sacristán, voceando porque íbamos despacio y otras nos quedábamos esperando un buen rato hasta que la cerradura de castillo viejo chirriaba de nuevo y la puerta se abría para dejarnos paso.
Y como cada Jueves Santo gritaba, como si fuéramos sordos, que para el Lavatorio de Pies nos quería a todos en la iglesia vestidos con los hábitos de los monaguillos.
Era alto el templo por dentro, pero a nosotros, tan pequeños, nos parecía muchísimo más alto, así que al regresar por la tarde para estar en el Lavatorio de Pies de los ancianos, sentía sobre mi espalda el peso de siglos de tradición cristiana mientras miraba la cara de alguno de ellos seguro de que se habían afeitado para la ocasión tras semanas de no hacerlo.
Luego miraba los pies y casi todos llevaban callos tan grandes como los cascos de un burro pequeño de los que había sido arrancada la roña casi con escoplos para presentar ante el cura un aspecto menos feo y asqueroso.
Había formas de uña de todos los modelos y aunque estaba seguro que a alguno le habían escarbado debajo de ellas con un clavo, o hierro puntiagudo más grande, se podía observar una coloración tal que en más de una ocasión llegue a pensar si en casa de alguno de ellos no habría muerto uno hacia poco y que en su dolor había impuesto en las ropas y las uñas el luto.
Pero no comenté nunca en voz alta, ni baja tampoco, nada de lo que pensaba porque estaba convencido de que si alguien me oía las bofetadas que me daban sonarían más fuerte que la matraca.
Menos mal que eso duraba poco y el que más y el que menos se ponía los calcetines con cara de alivio convencidos que muchos no le habían mirado.
Don Francisco era un santo, porque cuando alguno se ponía a toser como si fuera un hipopótamo con catarro impidiendo a los demás oír el evangelio, no montaba en santa cólera expulsándolo del templo ni bajaba del altar para cerrarle la boca de un puñetazo.
Se limitaba a elevar los ojos al cielo y con una paciencia tal que dejaba a Job como un nervioso, se ponía a musitar que Dios fuera generoso y le quitara la tos mientras duraba el oficio divino.
Pienso yo que diría eso, porque jamás entendí lo que rezaba en aquellos momentos.
Y una vez acabado el oficio religioso había que volver a casa rápido porque quedarse por las calles del pueblo en un día tan señalado, además de ser pecado, podía suponer al llegar a casa una tanda de guantazos además de quedarte sin las torrijas, que no hacerlas en estos días era tan sacrílego como comer carne en vez de pescado.
Y es que si lo comparo con los tiempos actuales no tengo más remedio que afirmar que cómo han cambiado, porque ya no se oyen las matracas y los más jóvenes tan siquiera saben qué se conmemora en el Jueves Santo.
56.- MOHINO…
Comienza a desfallecer el día a medida que la tarde avanza mientras el rio de coches de los que han salido de casa a celebrar la Pascua inunda la carretera espantando al silencio que tanto adoro y que ha huido hacia el espacio mientras aguarda la llegada de la noche para regresar.
Son más coches los que han salido este domingo de Pascua que los de otro cualquiera, todos saliendo de las casas en franca huida en busca de los pinares para respirar oxigeno y algo de descanso tras una semana de trabajo realizado con la incertidumbre de todo operario que no trabaja para el Estado cuya mente se halla cubierta con la pancarta temida de “Despedido y al paro”.
Lees las noticias de prensa, oyes las de la radio y sobre todas ellas sobrevuela el pánico a perder el trabajo aún a pesar de que para conservarlo se han reducido ya los sueldos hasta extremos insospechados y no imaginados por los más pesimistas hace dos años y medio.
Me elevo sobre la realidad que me rodea y exploro el universo conocido tratando de encontrar un lugar donde volar para vivir con un poco más de tranquilidad y sosiego, en el que exista la posibilidad de un trabajo para mi hijo y para mí el contemplar con serenidad como el sol de mi vida se va a cercando a su ocaso, pero tras mucho darle vueltas y explorar, siempre llego al mismo punto del principio: no tenemos dinero ni para poder emigrar.
Desciendo a la realidad y me quedo pensativo y solo me queda esperar que suceda un milagro o que el destino quiera obsequiarnos con una nueva oportunidad.
Se ha cubierto el cielo por completo de nubes de tormenta que apagan la poca alegría que esta tarde le queda al día, dejando sobre mi ánimo un manto de melancolía y tristeza al vernos impotentes de frenar lo que se nos viene encima por no tener trabajo ni dinero para emigrar.
57.- BENDIGO…
Por entre las sombras de la noche vaga el sueño buscando el descanso de mi cuerpo que presa del dolor del hombro apenas ha logrado estar entre los brazos de Morfeo tres horas y media dando vueltas en el lecho tratando de hallar la postura más cómoda para sufrir menos y tener unos momentos de sosiego.
Bendigo siempre al que en una charla relajada cuenta que descansa como un leño y duerme más que las sábanas, porque considera que lo que le pasa es lo normal en todos los seres humanos y te mira sorprendido, cuando no incrédulo, al relatar que las noche para ti son eternas, pues aunque pones la mente a trabajar para entretenerte, llega un instante final que hasta recordar lo que has vivido llega a aburrirte, pues son tantas las noches en las que no duermes que sientes como si tu mente te trajera una película que has visto muchas veces.
Da igual que me acueste más pronto que más tarde, porque siempre sucede lo mismo y es que a las tres horas de estar acostado, se acabo el sueño y el resto de la noche es un contemplar el techo y los dibujos que las luces de los coches cuando pasan hacen sobre él y en las paredes, que solo varían por la altura que tienen los faros sobre la carretera.
No pasan aún muchos vehículos, pero uno de ellos lleva la música puesta como si fuera una discoteca, asentando en mi la duda de no se la ha traído con él al venir de juerga o es que ya su sordera alcanza los limites más excelsos debido a la estupidez humana de oír todo con los auriculares puestos y con el máximo volumen desde hace años.
Reconozco que ya soy viejo y por ello raro, pero también que no nos hacen los jóvenes ni puto caso cuando les decimos que el oído se ha ido amoldando durante miles de años a escuchar los sonidos a no más de metro y medio y que ese mismo volumen ponerlo a tres centímetros, como máximo, del oído interno significa que no tardando mucho tiempo tengamos verdaderos problemas para oírnos.
Pero ya me he rendido a la evidencia de que se nos mira como trastos viejos cuando no como estorbos que, según ellos, es lo que somos cuando nos interponemos para hacerles entender que lo que hacen no es bueno para ellos.
Lo normal es que ni te contesten pero hay otros menos piadosos que encima de despreciar el consejo le añaden el remoquete de “¡Qué sabrá este viejo de los tiempos modernos!”.
Termina de sonar la campana de la torre del pueblo diciendo que son las seis de la mañana y que es hora de levantarse para ir a trabajar los que lo tienen más lejos y a los que no dormimos, que llevamos una cuantas sin descansar.
Y esta es la rutina en la vida de los viejos: recordar lo vivido y aguardar el final.
Pero mientras eso llega, voy a tratar de disfrutar del día que vendrá, cuando la oscuridad sea vencida por la luz, como si fuera el último convencido, además, de que nada sucederá que lo haga gris, aunque en el hospital y por los ejercicios a realizar, me hagan sudar como un esclavo y recordar en silencio a todos los ancestros del fisioterapeuta que me obliga a hacer los movimientos.
Y es que tener achaques trae esto, pero además el poder elegir cada día al levantarme que aptitud voy a adoptar con cada uno de los acontecimientos que me lleguen, porque más importante que los hechos en sí, es la filosofía con que los encare.
58.- EN EL GIMNASIO…
Los humanos deberíamos nombrar a Noé como el patrono de todos aquellos que les gusta el bricolaje y celebrar por todo lo alto su fiesta, la fecha podemos elegirla más tarde, porque nadie discutirá que él fue el primero de los de ese linaje y que siendo un principiante sin conocimientos previos, construyó el primer mega yate de aquellos tiempos, que según quedó acreditado por la Biblia, funcionó de maravilla y eso que los invitados provenían de todas partes con sus plumas y pelajes.
Y aguantó como una fiera hasta que decidió vararse en lo alto del Ararat, pienso sí lo hizo tan alto para tener una visión del paisaje que le confirmara si el chivatazo que Dios le dio era exacto y ya no quedaba nadie que le hiciera la competencia.
Y viene este recuerdo a cuento porque en esta tarde gris de viernes está lloviendo a cántaros pero sin alcanzar el dramatismo que debieron sentir lo que Noé dejo en tierra y empezaran a ver como se abrían las compuertas del cielo y caía el agua.
No sé si es que quiere lavar las calles y los coches o limpiar de mi memoria los malos momentos que en esta semana que acaba han acontecido en mi vida, que se inició con una sorpresa, ¡y qué sorpresa! de la Seguridad Social que sin ninguna explicación ha retenido un tercio de mi pensión sin explicación alguna y que al reclamar me dicen como disculpa que se han equivocado, pero hemos llegado a hoy sin que hayan subsanado el error y devuelto el dinero.
Después inicié después del lunes de fiesta la rehabilitación del hombro izquierdo que en los últimos cinco meses ha pasado de estar normal a necesitar ayuda para vestirme debido al intenso dolor que siento cuando intento moverlo.
Primero fueron ejercicios bien, diríamos que de daño soportable, después pasaron al día siguiente a otros más amplios y empecé a pensar en la familia de la fisioterapeuta y en sus ancestros, pero como soy bastante callado, sobre todo cuando no hablo, y educado hasta el extremo de no maldecir, ni por lo bajini ni por lo alto, pero cuando en uno de los movimientos de esta mañana he visto sobre el techo del gimnasio todas las estrellas de esta galaxia y las que existen en un radio de cinco mil millones de años luz, he dado un alarido tal que puede que alguna de las enfermeras haya quedado menopáusica por el espanto y a un bondadoso caballero que hacia sus ejercicios en silencio se le han puesto de golpe todos los pelos de punta y eso que era alopécico.
Dios siempre es bondadoso incluso con los quejicas, así que he perdido el conocimiento y cuando he abierto los ojos allí, mirándome como si fuera un Lázaro cualquier recién resucitado, cuatro enfermeras que no paraban de preguntar, todas al mismo tiempo, cómo me sentía.
Han tenido la paciencia de esperar a que además de los ojos abriera la boca y solo, y con un hilo de voz salido de vete tú a saber dónde, he dicho: “Perdonen la descortesía, ¡pero estoy hecho una mierda!”.
Alguien, un alma caritativa, dice que traigan hielo.
Creí que aun estaba bajos los efectos del desvanecimiento, pero cuando iba a preguntar qué era eso del hielo, aparece una de ella, la más jamona, llevando una bolsa con un gel congelado dentro.
He debido poner cara de idiota, debe ser ya una costumbre consecuencia de la edad, porque una de ellas me mira interrogante y sorprendida y dice: “¿Qué busca?”.
“¡¡¡El whisky!!!” he respondido ya algo de mal talante.
De las mujeres se puede esperar cualquier cosa, pero una mirada entre piadosa y sorprendida, mientras me miraban a la cara, que expresara su opinión sobre mi integridad mental mejor, no la había visto nunca.
Así que he cerrado mi boca mientras aplicaban aquel iceberg sobre el hombro que he de reconocer ha adormecido el dolor bastante, aunque al terminar sentía esa parte como si fuera un pollo congelado.
Me he puesto el jersey y para casa donde, como siempre, me aguardaba todo el friegue y la ropa sucia tirada en el suelo porque es la mejor forma de colgarla para que no se caiga.
59.- AGUARDAR…
Se abre paso el día con sus primeras luces a través de las nubes enrojecidas que cubren el cielo por levante y asemejan jirones de carne del cuerpo de la noche que muere mientras nace el nuevo día.
No sopla el viento y a duras penas van rompiendo los rayos del sol el espejo del horizonte, para infiltrarse como guerrilleros, destruyendo los últimos reductos de la noche que se esconden por los rincones de las casas y los huecos de los árboles para terminar diluidos como sucede muchas veces con las ilusiones que se desvanecen cuando la realidad se impone.
Larga y monótona ha sido la noche en la que el sueño flotaba en el ambiente pero sin haber abrazado mi cuerpo más de dos horas en las que no he logrado descansar bastante ni que disminuyera el dolor que me atenaza en el hombro izquierdo.
Ya no se qué rebuscar en el baúl de mis recuerdos y traer a mi mente para que al revivirlos me distraigan y empiezo a plantearme si merece la pena que fije mis ojos en la búsqueda de esperanzas que hasta este instante han resultado vanas porque no he encontrado otra clase de personas que las que creen que los demás tenemos la obligación de ser sus salvavidas mientras ellas gozan de las ventajas de una doble vida.
Entre unas cosas y otras más las añadidas que no esperas, se alarga la noche hasta la madrugada en la que aguardo que en el silencio que reina llegue algo que me distraiga, o anime, o sostenga para iniciar la travesía del nuevo día del que ya no espero nada, porque tras revisar lo acontecido en estos dos últimos años compruebo muy a pesar mío, que si bien mantengo mis conocimientos y la mente en pleno funcionamiento, los ojos de los demás, tras mirar mis canas, me rechazan como se rechaza a los que son viejos.
Aguardar, sentarse y mirar es lo único que me queda mientras la vida pasa frente a mí con la misma rutina con la que pasan los coches frente a mi puerta.
Ya es por completo de día y tendré que irme a la cocina a tomar mi desayuno y las pastillas que ayudan eficazmente por el momento, a conservarme la vida.
60.- GEMINIS…
Amanece el día con cara desconsolada al saber que el sol no se mirará en el espejo de los ríos y de las charcas y por eso llora silencioso y desconsolado mientras las lágrimas que derrama van formando pequeños riachuelos por la carretera que destrozan los coches cuando veloces pasan ignorantes ante la hermosura que bajo sus ruedas se desliza.
Domingo que se encamina hacia el ocaso del mes sin ser consciente de que ese camino conduce a lo que desde niño he oído designar como mes de las flores.
Mes en el que eclosiona íntegra la primavera como prologo para que empiece el día veintiuno el peregrinar, durante treinta más, del sol por la constelación doble de Géminis, esa donde sus nacidos son de personalidades contrapuestas pero conviven en armonía; en el que la inteligencia y la vaciedad anidan juntas y en donde las dudas más grandes se abrazan con las certezas y como final de una fiesta preciosa, como regalo de Dios y la naturaleza, son poseedores de la pasión más excelsa llevando de la mano la frialdad necesaria para no perderse por un arrebato pasional.
Signo de los contrastes; signo de la vida y de lo imprevisible; signo de aquellos en donde la piel de su cara ni se arruga ni envejece siguiendo la pauta de una mente privilegiada que siempre permanece abierta a las noticias y a la sapiencia más variada.
Signo en que el paso del tiempo se nota porque se acrecienta la sabiduría y la intuición y el ansia desmedida de atesorar conocimientos seguros de tener antes de llegar al final de su carrera seres ansiosos de destruir su ignorancia mamando de la fuente clara y purificada que de su mente mana mediante palabras sencillas, claras y exactas.
Para iluminarse con la llama de la experiencia que los ojos cansados de millones de miradas ofrecen a aquellos que de verdad quieren tenerla sin haber pasado por los tortuosos senderos y quebradas que la vida nos presenta hasta que nos hacemos viejos.
Y es tanto lo vivido, lo observado y aprendido que se llega relativamente pronto a dominar el rencor de los más nerviosos para transformarlo en un pasar de todo, en un no hacer caso, en valorar en su justo precio lo que sucede sin pasarlo primero por el yo ofendido y orgulloso.
Se aprende a olvidar los agravios, o al menos esconderlos en lo más hondo del baúl de los recuerdos para dedicar nuestro aliento a llenarnos de la mística de lo divino manifestado en las flores del camino, en las nubes en el cielo e incluso en las tormentas más feroces porque comprendemos que todo es necesario y que, muchas veces, es de esas nubes tan negras de donde cae la lluvia del perdón más clara y con resultados tan beneficiosos.
Somos extraños, somos desconocidos a los que es muy difícil llegar a sus sentimientos, pero somos de todos los signos del zodiaco, los que miran hacia el final de la vida con más curiosidad que con miedo y lo digo porque en el silencio de la soledad me analizo sin apasionamiento ni prejuicios y he llegado a la certeza de haber vivido antes y que por los años que tengo me encamino al instante de abandonar mi actual cuerpo para ser pasto de gusanos o de las llamas de un incendio provocado, para después de un tiempo indefinido pero no eterno, regresar de nuevo con una misión que realizar y así hasta asunción definitiva de lo eterno.
No sé si regresaré a este mundo que conozco, si lo será a otro nuevo, en otros planetas por ahora desconocidos o si vagaré por ese espacio infinito y vacio rellenando mi alma de sensaciones que ahora ni imagino.
Solemos ser los Géminis “culos de mal asiento”, original forma de definir a los que nunca permanecen mucho tiempo en el mismo sitio porque nacemos inquietos, correcaminos, aventureros, charlatanes y políticos embusteros siempre dispuestos a mirar que hay tras la montaña que nos tapa el horizonte.
Recuerdo muchas veces, y lamento haberlo regalado, la lectura del libro de Jack London “El Peregrino de las Estrellas”, primer libro que leí que trata sobre otras vidas todas ellas reflejadas en un hombre que iba a ser ajusticiado en la prisión de Folson en Estados Unidos. Apasionante relato escrito por un aventurero que tenía en sus manos la sangre de dos muertos pero al que no le daba pavor la muerte y el encuentro en el más allá con sus víctimas, porque estaba convencido que hay otra vida después y que una vez vuelto a renacer tenemos que afrontar nuevos sufrimientos, otros placeres, otros sentimientos que conforman un todo que te permite llegar al final de cada una de las muchas existencia que hemos tenido con el buen sabor de boca de saber que “hemos vivido”.
¿Qué significa la riqueza para un espíritu que viaja ligero de mente, vacio de rémoras y ansioso de llenar su inteligencia y su alma de todo aquello que realmente importa convencido de poder legar todo a los que le sigan?
Solo la posibilidad de poder comprar libros que lo ilustren en esta tierra o pagar a los maestros que nos enseñaron lo que sabemos en otras vidas, en otros momentos o en aquellos que pueden estar por venir y que no sabemos.
Sigue llorando el cielo y oigo decir a un vecino que sale en este momento “qué mierda de día”, cuando la hermosura no la da la lluvia o el sol, sino la forma en que enfocas el día y la vida.
Siento una curiosidad inmensa y maquino sin descanso tratando se saber, o por lo menos imaginar, que seré cuando renazca de nuevo, pero no existe respuesta por el momento y si la hay, no la encuentro.
Siempre dura poco la alegría en la casa del que se abstrae del mundanal ruido huyendo de lo que le rodea y en esta caso concreto es el teléfono que repiquetea el que ha roto el espejo del ensueño trayendo una curiosidad, un problema o los signos del aburrimiento que siente el que ha marcado este número.
Acabo de escribir y contesto,
Continúo unos minutos más solo para decir que mí corazonada era cierta: quién me llama se aburría en casa y ha pensado que nada más divertido que darle la lata a Raúl que siempre está en la suya y aguanta sin preguntar todo lo que le cuentan.
Y es que al final va a tener razón mi hijo cuando dice que parezco un cura con un confesionario moderno.
La verdad que aspecto abacial por mi volumen tengo y Abad soy desde mi nacimiento.
De lo que ya no estoy tan convencido es de la exactitud de su comentario sobre que tengo “más paciencia que un muerto”.
61.- VERGÜENZAS…
Galopan los primeros signos de la aurora a lomos de las sombras que desaparecen mientras corren hacia poniente porque se anuncia un nuevo día precedido por una noche con la luna disminuyendo flotando en un cielo cuajado de estrellas que deja caer un manto frio sobre los que se levantan temprano.
Me ha despertado el dolor en el brazo como si me recordara que tras dos días de no moverlo lo que me espera al rehabilitarlo será un dolor más intenso y unos sudores más grandes mientras mis labios se comprimirán para que no huya de mi boca un quejido.
Bostezo a la noche oscura dentro de la casa mientras en mi boca noto el sabor amargo de las pastillas tomadas anoche que mitigaron un rato los dolores hasta conseguir que en no mucho rato quedara dormido y relajado.
Ya se mueven por la carretera los primeros que van al trabajo cargados sus ojos de sueño porque aguantaron cuanto pudieron anoche para ver como terminaban los partidos o disfrutando una película que les hizo protagonista por un rato, o soñar como cuando eran jóvenes con tener a su lado una hermosa protagonista que dejara caer dentro de sus ojos el venero del amor y llenara su boca con besos cuajados de promesas de llegar pronto al punto del amor en que desaparece para transformarse en sexo.
Cambio de posición de forma inconsciente y el dolor de mi riñón izquierdo me recuerda que se asientan en su interior dos piedras de regular tamaño capaces de dañar sus capilares y hacer micciones de sangre, además de los pinchazos que este tipo de dolencias lleva al lado.
Un escalofrío recorre mi cuerpo recordándome que voy medio desnudo y que los refranes siempre son sabiduría añeja aunque los vistamos de harapos, sobre todo ese tan castellano que asegura “que hasta el cuarenta de mayo, no debes quitarte el sayo”.
Loco está el tiempo hasta el extremo de haber estrenado mayo con una nevada a destiempo y con lluvias que, además de lavar los coches y los árboles, han llenado los pantanos que presentaban el otoño pasado más parecido a unos charcos resecos que a artificiales lagos.
Voy a tener que levantarme tras haber grabado en mi mente lo que ahora escribo aprovechando que los vapores del opiáceo aún no me han hecho efecto.
He ido al baño y me he mirado en el espejo viendo que tengo unas ojeras que me llegan al cogote, la cara sin afeitar llena de pelos blancos y un color de nabo que más bien parece el de un excremento de un niño lactante.
No sé si es la edad o que ya me pierdo por los recovecos del día, pero el caso es que por un momento he llegado a creer que no descendemos del mono como sostenía Darwin en su teoría de la especies, sino que más bien, vamos hacia él.
No diré que me alegro por haber perdido tanto pelo ya en la cabeza, pero es lo único que me diferencia de un chimpancé de edad provecta.
Creo que es mejor que me desnude del todo, me coloque bajo la ducha y empezando por la cabeza vaya lavándome hasta llegar a lo que los viejos llamaban antes “las vergüenzas”.
Porque si he de ser sincero, al mirarme ahora tras dos años y medio de la operación que me hicieron, tengo que reconocer que lo mío son “vergüenzas” y no atributos sexuales.
Solo me estimula y anima a seguir duchándome el saber que gracias a “aquello”, hoy os lo estoy contando.
62.- SENTADO…
Sentado a la puerta de mi vida me dedico a contemplar el paso de los días mientras aguardo que pase el cadáver de mis enemigos, el tedio y el aburrimiento, propio de un organismo deteriorado acompañados por la desaparición de la esperanza de contemplar otra realidad más grata.
Pasan los días y, según esté el tiempo, unas nubes persiguen a las siguientes y entremedias navega el sol por el mar del cielo de un intenso color azul que me habla de la inmensidad del espacio y de la infinitud de la vida aunque la de los humanos esté acotada entre no muchos años.
Me pierdo entre pensamientos sencillos y por los bosques de los más abstractos mientras mis ojos cansados contemplan mi pasado y sigo haciéndome preguntas sobre el por qué de muchos de mis actos y trato de arrojar un poco de luz para entender por qué hice los más desagradables.
Me miro las manos mientras escribo y ya destacan con nitidez las venas debajo de la piel, que como cáscara de naranja parece no solo en ella sino también en mis brazos, producto del paso de los años y del tratamiento médico que ha hecho desaparecer por completo toda la grasa subcutánea hasta dejar mi piel, antes brillante y lozana, en algo apagado y deslucido.
No me importa verme así porque al fin y al cabo es el pago que he de realizar por haber vivido, moneda de cambio entre el final de la vida y el principio.
Sigo mirando sin vislumbrar, ni por un lado ni por otro de la carretera de mi vida, que pueda aparecer un aliciente, una sorpresa, un pequeño trabajo que me haga salir de mi marasmo para introducirme en la vorágine de saberme útil y hacer algo práctico.
Ver amanecer cada día recortada la luz en el tragaluz del cuarto donde dormimos no contribuye a estimular el alma para que mire al futuro con optimismo.
Aunque pronto me consuelo al aceptar que un día más sigo vivo y que como dicen en mi pueblo, mientras hay vida hay esperanza, aunque me despierte bastante decaído y mohíno.
El silencio, roto por el paso de los coches por la carretera, es lo que me acompaña, porque incluso la música no me estimula ni llena y por eso no la pongo.
Es más acogedor, como lo son los abrazos, el silencio que tengo que lo que dicen mil músicas que vuelan por el espacio.
Por eso escribo en silencio, por eso estoy callado casi todo el tiempo, por eso contemplo el cielo y el infinito de la noche con los ojos muy abiertos pero por completo callado.
Se acerca el medio día y el silencio me envuelve y hoy he tenido la suerte de que ni ha sonado el teléfono.
Eso debe ser el paraíso que todas las religiones nos prometen: la paz y el silencio.
63.- LOCOS…
Acarician las horas la tierra a medida que transcurre el día con la misma cadencia que tienen las olas cuando van a morir a la playa tras deslizarse sobre ese cielo de agua que es el mar donde se miran las nubes cuando pasan.
Y así avanza mi vida sorteando los momentos de tedio y de desánimo que lo acompañan a lo largo de los años como lo hace la sombra con el cuerpo en un día soleado.
Aún tengo un poco de tiempo para paladear el silencio y la paz en esta carretera junto a la que vivo mientras aguardo que pase el río de coches de los que viven hacinados en pisos y de estampida salgan en busca de los pinares y de un poco de oxigeno, mientras los más osados inician el recorrido por los senderos montados en sus bicicletas, sintiéndose como aquellos pioneros que recorrieron el oeste americano a lomos de sus caballos.
Los más prudentes se pondrán el casco, los más insensatos se lanzarán a tumba abierta hacia abajo sintiéndose centauros elegidos por los dioses para llegar a la base de la montaña con todos sus dientes, ningún arañazo y sin huesos rotos.
No me relaciono con casi nadie y mucho menos con esos que hacen cabriolas con sus caballos metálicos con el único afán de sentir el sabor amargo de la adrenalina llenando su boca y epatar a los que sentados bajo los pinos contemplan sus cabriolas.
Veo cosas por internet que me demuestran que no se les puede llamar deportes de riesgo, sino más bien de insensatos, porque nadie me hace creer que arriesgar la vida para ser más que otro es de personajes cuerdos.
Al fin y a la postre, desnudos de la aureola del triunfo, no queda otra cosa que el demostrar a los demás que no somos iguales a ellos.
Puede que los años me hacen ver cosas donde no existen, pero pienso que todo eso se hace para satisfacer la vanidad del ejecutante y porque carece de otros retos más profundos e interesantes en su vida y la siente vacía, y trata de llenarla corriendo riesgos innecesarios.
También estoy seguro que eso lo hacen porque a lo largo de su vida no han conocido un solo momento de mirar cara a cara a la muerte notando la boca seca y teniendo que hacer frente al miedo de verla tan cerca y a la inseguridad de no saber si podrás ganarle y seguir viviendo.
Los que hemos conocido ese miedo, ese sabor amorgo y la dicha de poder seguir viviendo, no arriesgamos la vida por satisfacer la vanidad, porque descubrimos en aquellos duros instantes, de tanto miedo y riesgo, que la vida es hermosas incluso en sus peores momentos.
También he llegado a pensar que seguimos como hace dos mil años en el circo de los romanos pero ahora con televisión y radio.
Y es que ni entonces ni ahora se exalta a los verdaderos héroes para imitarlos, ni se quiere otra cosa que manejar a las masas como manadas de borregos que, con un solo pastor,
aunque sea analfabeto pero piense más rápido, maneje a todos.
Comentaba a un conocido por teléfono hace unas tardes que en casi todos los programas que veo, se engrandece lo banal y lo vacío y se llama triunfar poder satisfacer necesidades inútiles y vanidades.
Pero el verdadero héroe, ese que se enfrenta cada mañana a sus limitaciones y miedos, ese que se levanta cada madrugada para ir a trabajar sin saber si al acabar la jornada podrá volver al día siguiente o al despedido que regresa por la tarde preguntándose qué va a decir a los suyos y como encarará el futuro, nadie lo conoce.
Y a esa legión de valientes anónimos no los reconoce nadie ni sacan en la televisión mientras airean su vaciedad y su incultura esos seudo famosos de un día, o de poco tiempo, a los que jalean como emperadores victoriosos o dioses.
Hemos perdido la escala de valores y jamás ningún pueblo logró salir adelante si a los que roban se les mira con envidia y se considera la honradez un gran defecto.
64.- QUE ME PASA…
Muchas son las veces en que tras una noche de no dormir mucho miro hacia la mañana con una sensación de vacío en el alma que hace que me pregunte qué es lo que me ocurre.
No ha aumentado el dolor en las partes dañadas, ni los achaques propios de la edad que son el importe que todos pagamos por haber vivido y llegado a esta altura de los años. Tampoco han aumentado los problemas económicos a los que me enfrento y sin embargo me siento vacio y sin ánimo, desmotivado y ajeno a todo cuanto bulle a mi alrededor que es la vida en el mundo presente llena de contrastes y de nuevas posibilidades para hacer frente a los retos que nos ha traído el haber llegado a esta altura de la civilización tal y como la entendemos.
Pasan las horas de la noche con lentitud mientras desmenuzo con paciencia todo lo que siento y se mueve en mi interior y no hallo qué puede ser en concreto, porque son tantas las cosas y tan abundantes los retos que no puedo sinceramente decir que es por esto o por aquello.
Un motivo si existe, aunque no solo porque lo acompañan cientos que, unidos todos, conforman el mundo en el que vivo y que acepto, aunque a disgusto, pero de verdad que no comprendo ya ni lo que siento.
A veces, en la oscuridad y soledad del lecho, tengo la sensación física de que camino por un paisaje vacio en el que no me fijo, puesta mi mirada en un horizonte que no alcanzo, que no vislumbro, que no intuyo.
Porque lo que más me sorprende y desconcierta es que, deseando salir de esta situación de soledad en compañía, no me veo acompañado, ni en la mente, por persona alguna, porque inconscientemente deseo estar solo.
Tampoco me veo haciendo parada en el camino ni en ningún otro sitio, pues la imagen que tengo es la misma que deben tener las aves volando sobre los valles, las montañas, las llanuras y los desierto en un deambular constante y casi perpetuo sin tener un rumbo concreto.
Con sinceridad reconozco que no me comprendo, que no sé que me ocurre ni a dónde conduce todo esto.
Tal vez ocurra que las ilusiones que soñé las forjé sobre bloques de hielo y a medida que pasa el tiempo se van derritiendo quedando al final de esa carrera la soledad y el silencio.
No tengo miedo y ni me sobresalto, pero he llegado a pensar si no estaré presintiendo que camino hacia mis últimos momentos y aún cuando suena a barbaridad para el que está fuera, en muchos momentos lo deseo.
En el mundo en que me hallo inmerso y que con lentitud se desliza de un día al siguiente, muchas veces creo que he regresado al que los precede pero pronto caigo en la cuenta que es uno nuevo y me convence de que lo que unos llaman vida, puedo definirlo sin exagerar un ápice como un infierno.
Eso es lo que estoy viviendo dentro de mí desde hace bastante tiempo.
65.- FINAL DE ETAPA…
Rara vez suena un teléfono en el silencio de la madrugada si no es para dar una mala noticia o, poniéndome más optimista aunque casi nunca ha ocurrido, de que sea un borracho despistado llamando a “su María” para que le abra la puerta de la calle porque no encuentra la llave hundida entre los vapores de la melopea que lleva.
De ahí que haya cogido el teléfono rápido y de inmediato pensado que la cosa podía ser grave, extremo confirmado cuando tras mi repuesta a la llamada llega a mi oído la voz, entre llorosa y distorsionada, de una mujer que, aclaradas la brumas del sueño, compruebo que es la de una prima hermana y en concreto la que aún vive en el pueblo de donde soy oriundo.
Situado ya ante la realidad de la madrugada, oigo mi nombre y tras confirmarlo, la presentida noticia me llega como un trallazo en plena cara al afirmar que su padre ha fallecido hace unos instantes en la casa solariega de los “Bóira”.
No soy de los que se queda mudo casi nunca, pero en esta ocasión, no sé si por la noticia o porque ya me estaba deslizando por el tobogán de mi vida hacia las playas de los recuerdo, el caso es que permanecí en silencio unos momentos y dije que me sentía mal por no poder acompañarle en su paseo a hombros hacia el cementerio porque tengo el hombro izquierdo con dolores tan fuertes que no podría soportar conduciendo los 900 km. que dura el trayecto.
Me animó en mi desazón diciendo que sabía por mi hermana que lo tenía muy mal y que todos pensaban que debería pasar por el quirófano, otra más y creo que son ya diez con ésta, para tratar de no perder el movimiento por completo, así que ni me preocupara, que solo quería que lo supiera y cortó la comunicación.
Sé que se ha acabado la noche, así que una vez embalado por el tobogán hacia los recuerdos de mi niñez y primera juventud, he repasado mis vivencias de aquellos tiempos y he de reconocer que no soy capaz de plasmar cumplidamente las que conservo de él, por lo que es necesario un ser mejor escritor que yo para recopilar todas las sucedidas a lo largo de su vida.
No creo que este sea el momento de hacer un panegírico al muerto, pero si rendirle homenaje recordando cosa de aquellos tiempos y de otros más recientes que marcaron mi vida hasta el final de mis días como se marca el ganado con un hierro al rojo.
¿Así que “papá Bóira” había tomado la muy indecorosa decisión de morirse a los 102 años?
¿Cómo puede un hombre de esa edad comportarse como un gamberro en pleno botellón y largarse de este mundo con viento fresco y de la manera que lo ha hecho?
No sé si tendrá perdón de Dios por tamaña indelicadeza.
Era un hombre, lo recuerdo desde muy chico, que dormía con boina para, no estoy seguro si era para que no se le enfriaran las ideas o para que no se le viera la calva que le empezaba en donde debían estar las cejas, que no tenía, y acababa en donde termina el cuello y que, en más de una ocasión, me hacia fascinado verlo cuando se levantaba con aquellos calzoncillos de media pierna que estaban abiertos por delante con una bragueta, no ya para sacar una minga normal y corriente, sino que cabía perfectamente la de un elefante.
Pero tengo grabada la imagen, con más realce que si fueran los frisos del Partenón de Atenas, de ocasión en que se puso en pie con aquellos calzoncillos, de los que salían unos hilos finos con forma de pierna, en que por la premura se le cayó la boina.
Fue tal la impresión que sufrí que salí corriendo a toda velocidad por el pasillo en busca de mi madre a la que desperté gritándole en la misma oreja que acababa de ver a la muerte en paños menores.
Creo que debo poner esta pincelada en el boceto de mi tío diciendo que “papá Bóira” era blanco como la leche, hacia obeso al Quijote y solo tenía piel y huesos, que acreditaban sin lugar a dudas que tenía menos carne que una bicicleta anémica.
Pero sobreviví a la impresión aunque a partir de ese instante procure que nunca más sucediera, inseguro de que mi salud la soportara de nuevo.
Recuerdo que más de una vez, casi siempre que tenía un fallo o por un descuido, se le desprendía la boina que llevaba calada hasta los ojos, y viéndole la calva tan oronda, siempre acudía a mi mente el mismo pensamiento, seguro que producto de la inconsciencia de los pocos años con el aderezo de un poco de mala leche que ya empezaba a brotar como lo hacía el vello en el pubis, de que con certeza y comparada con su cabeza, una bola de villar de vez en cuando necesitaría un afeitado y un corte de pelo.
Pero no quiero solo hablar de las consecuencias de una patología que en sus años mozos lo dejo sin un pelo en todo su cuerpo, sino de la verdadera fuerza de voluntad, talla moral y resistencia de los hombre de mi pueblo que cuando deciden desde muy joven dar una palabra, sea a ellos mismos o a los demás, la mantienen sin variarla desde ese instante hasta que se mueren.
Y “papa Bóira” debería figurar en el monumento a los cumplidores de sus promesas con letras, no ya grabadas, sino de oro de 24 quilates como el primero, el único, el más genuino cumplidor, el héroe invicto porque llego al instante de su óbito sin jamás haberla roto.
No se ha inscrito en los anales del pueblo, un grave fallo en aquellos tiempos convulsos, la fecha exacta, aunque las malas lenguas, esas que se sabe que abundan en los pueblos pequeños más que las amapolas en los campos, que afirmaron sin ningún recato que los primeros síntomas de la fortaleza de su carácter y fiel cumplimiento de lo prometido, fue en Jaca, donde estaba interno estudiando, aunque también pudiera ser que estuviera disimulando, de que jamás doblaría el lomo así se hundiera el cielo o llovieran peregrinos de bronce.
Y doy fe, y si quedara alguno vivo de aquellos tiempos también, que cumplió su palabra hasta muriéndose en plan gamberro.
Recuerdo a “mamá Floren” ordeñando vacas, poniendo pienso a los mulos de labranza, echándoles paja en el suelo, cociendo salvado con mondas de patatas para los cerdos, clasificando las fruta para venderla, guisando con las hermanas para ella y la manada de sobrinos en el que yo reinaba como el último Abad vivo, así como para los gañanes y los muleros.
Eran cuadros tan vivos y tan reiterados, que recordándolo en estas horas de la madrugada mientras los veo en mi mente, aún llega a mi olfato el olor característico de las cuadras, del estiércol fermentando en el corral y el calor de los mulos cuando los uncías a los carros, o a las galeras para ir a recoger a los campos la siega, o las cosechas de las huertas, ver como ayudaban a mi tía para que parieran las vacas, cuando llevábamos a las acémilas al abrevadero, como los patos gritaban con voz ronca imitando a los gansos trompeteros.
Todo aquello pasó, ya no existe salvo en mis recuerdos.
Éramos casas solariegas ambas de labradores a los que aún les quedaba algo de riqueza tras la Guerra Civil pero que conservaban integra toda la dignidad y reciedumbre de saber quiénes éramos, de dónde veníamos y conscientes de que caminábamos hacia un ocaso económico.
Recuerdo una noche de verano, ya tendría los 14 o 15 años, en que en mitad de la noche surca un grito el silencio de la casa que despertó a todos los que dormíamos e hizo levantarse a todos de un salto.
Salían los fuertes quejidos del cuarto donde dormían mis tíos, así que allí fueron mi madre y otra hermana mientras nos dejaron en la cama a los demás.
Al momento vino mi madre y dijo que me levantara y fuera a donde el gimiente para describir al médico lo que observaba.
Acudí y allí encontré a mí tío con su aspecto de muerte en paños menores retorciéndose de dolor y con las manos apretándose el vientre.
No llevaba la boina, pero no era cuestión en aquellos instantes dedicarse a contemplar la estampa de un doliente que se parecía más a un muerto que a un ser normal y corriente.
Mi madre, que raramente se ponía nerviosa, me ordenó salir jalando a todo trapo en busca del matasanos, un hombre joven, apuesto y soltero por el que suspiraban las mocitas del pueblo con tal intensidad que arrancaban las hojas de los arboles de las plazas.
Porque los “Abad” no tenemos ni cera en las orejas, pero nuestra cuna solariega tiene dos plazas.
Me visto y salgo en busca del matasanos y llegado a donde vivía, empiezo a golpear la aldaba con forma de mano sosteniendo una bola con tal fuerza que me costó contener el gritar a pleno pulmón eso de “Aaaahhhh del castilloooo” a ver si se despertaba.
Aquellas aldabas eran mas efectivas que los interfonos y los timbres de ahora: no solo despertabas en donde llamabas, sino que se enteraba medio pueblo.
Al poco, y mientras se oirá en el interior el eco de los ms fuertes aldabonazos, oigo al médico preguntar quién llama, así que dije a gritos: “¡soy de la casa de Abad!”.
Y oigo que pregunta: “¿Qué es eso de casa de Abad?”.
Pensé que sería médico, pero también gilipollas, porque estar en mi pueblo y no saber qué era “la casa de Abad” era un insulto similar a preguntar a un segoviano “qué es eso del acueducto”´
En eso que abre la puerta y me veo recortado por la luz a un hombre vestido con pijama que me mira todo serio y me dice:
“Y tu ¿quién eres?”
“¡Soy Raúl!”, contesté con orgullo y va y me mira como si mirara a los ojos a la Virgen de Casbas, la del pueblo y me suelta todo serio:
“¡Pues no te conozco!”
Definitivamente aquel hombre era gilipollas del todo, ¿mira que no conocer la “casa de Abad” en mi pueblo ni a mí cuando con el nombre que tengo del que solo habían tres en toda España?
Lo que pensé en aquel momento: ¡sin la más mínima duda este tipo es gilipollas!
Vuelve a preguntarme qué ocurre y le informo que, por lo que había visto, mi tío se estaba muriendo, así que entra y vuelve a salir con un maletín y a buena marcha nos encaminamos hacia la casa.
No estoy muy seguro, pero juraría que desde media plaza se oían los alaridos y lamentos de mi tío, pero donde se escuchaban terroríficos era desde que abrimos la puerta del patio.
El hombre subió las escaleras ligero mientras iba tras él pensado que si seguía gritando así se levantarían alarmados hasta los muertos del cementerio ante tamaño berridos y que si no lo habían hecho antes era debido a que mis antepasados lo habían construido en un cerro a unos dos kilómetros para que tuvieran buena vista del pueblo y estuvieran bien aireados.
Y accedimos a la casa y a la habitación donde gemía mi tío y vi que mi tía le había encasquetado la boina y tapado la ranura de sus calzoncillos por la que pugnaban escapar “sus vergüenzas” en busca de libertad y aire fresco,
Salimos del cuarto mientras el médico, se llamaba José Antonio, pero que nadie en el pueblo lo conocía así, sino con el muy macarrónico de “el asesino sonriente”
Y ya lo dijo Quevedo eso de que el infierno es un pueblo chico, pero es que los del mío tenemos una mala leche y una ironía que nos hace únicos.
Resulta que fue llamado para visitar a una anciana más arrugada que un cesto de uvas pasas que estaba en las últimas pero se negaba a hacer la grosería de morirse.
Subió el hombre, le echo una mirada, le tomaría el pulso, le abriría los ojos ya legañosos, pienso yo y salió a tranquilizar a la familia, adornado con una sonrisa de oreja a oreja y les dijo:
“Creo que está estable con algunos signos de mejoría momentánea”.
Se lo agradecieron, entonces existía la “iguala” para el médico, y bajo las escaleras para salir a la calle.
Creo que debo explicar porque en mi pueblo todas las casas solariegas las tienen y es por una razón muy practica: abajo están las cuadras para los animales, en el primer piso se vive y el ultimo en donde se guardan los apechusques de la familia, los alimentos, los granos y los embutidos colgados.
Y las cuadras son, eran, ahora solo quedan animales de dos patas que hablan, la calefacción.
Sale a la calle y saluda a uno de la familia y aún no se había separado 10 metros de la puerta cuando sale uno corriendo y gritando para que volviera porque la anciana había muerto.
El que estaba en la puerta, maño hasta la medula y mordaz hasta el pánico, simplemente dijo:
“Este mata a la gente sonriendo”.
Y ahí empezó a rodar la cosa recorriendo todo el pueblo a velocidad de pólvora incendiada, con los lógicos añadidos y adornos, para terminar siendo conocido en el pueblo y alrededores con el remoquete que antes he dicho.
Las mujeres se fueron a la cocina, donde alguna estaba asustada y otra se puso a llorar a moco tendido y a los jóvenes nos mandaron a los cuartos respectivos con la tajante orden de que el primero que asomara el morro por la puerta, se llevaría unas buenas bofetadas, así que nos metimos de nuevo en las camas a la espera de acontecimientos.
Mientras en el cuarto de mis tíos seguía el médico con su exploración y en el conjunto de la casa solo se oía el llanto quedo de una de mis tías que estaba sentada en la cadiera junto a las otras hermanas a que saliera el galeno y dijera algo.
En un momento dado se abre la puerta de la cocina y aparece el médico con aspecto serio y con voz engolada y como preocupada diciendo:
“¡Avisen a todos los de la familia!”.
Aquello sonó como un trueno en el ánimo de los presentes que se vino debajo de golpe.
Gritos desgarrados, histeria en estado puro, riadas de mocos y lágrimas y todos apelotonados en la cocina al oír eso.
Mi madre mandó callar a las plañideras y tras un ominoso silencio allí dentro, porque en el cuarto de al lado seguían los alaridos y gritos de mi tío y con los ojos como platos, se dirige al médico y con voz tranquila le pregunta:
“¿Pero tal mal está la cosa?”
Pasea la mirada sobre todos los presentes y mirando a mi madre le dice circunspecto:
“¡No, que va, pero es que no quiero ser el único al que levanten a las cuatro de la mañana por un corte de digestión!”.
Y cerrando la puerta de la cocina enfiló a toda velocidad por la escalera hacia la calle.
Debió ser la sorpresa y el desconcierto, pero cuando mi madre y sus dos hermanas se lanzaron a coger las badilas, los atizados y dos espenjadores que había en la cocina para enseñarle modales al “asesino sonriente”, éste había desaparecido entre las sombras de la noche.
La educación me impide repetir lo que allí se dijo aunque si puedo asegurar que el estercolero mas inmundo era un jardín de rosas perfumadas al lado del vocabulario de las presentes al recitar sus opiniones sobre el médico y sus ancestros.
Podría añadir que fue un sucedáneo para aliviar tensiones y no llegar a matar a nadie
A todo esto, mi tío seguía quejándose de sus dolores pero añadía que después de irse el médico, ya nadie le hacía puto caso.
Me fui a la cama sobrecogido por lo sucedido aquella noche.
Y pasaron los años y fuimos creciendo los críos y haciéndose viejos ellos hasta empezar a hacernos nosotros y ellos comenzaron a ir muriendo tras habernos dejado vivencias que los jóvenes de ahora no conocerán nunca.
La salud de mi tío se fue deteriorando, pero lo peor fue la huida de su mente hacía los espacios siderales que empezó no conociendo a algunos, después no sabiendo donde estaba
y finalmente no hablando.
Y cuando decía algo no eran palabras sino sonidos guturales que a medida que aumentaba su no saber quién era ni dónde estaba llegaron a hacer pensar a mi prima que imitaba a los perros.
Y no muchos meses antes de este instante de su muerte, cuando veía encendida alguna lámpara de noche sobre la mesilla, sin más se levantaba para acercarse y orinar sobre ella.
El médico, no era el mismo de aquellos entonces afortunadamente, les avisó que podría quedar electrocutado y que solo encendieran las lámparas del techo para iluminarse.
Cuando me lo contó dije que en una de esas podría morir electrocutado, que sería terrible, pero rápido.
Me recordó la muerte de mi padre que murió atado a la cama del hospital porque su mente estaba en la Guerra Civil en la que era practicante y hablaba de cómo atendía a los heridos y cómo a otros deja morir porque no tenían solución.
No necesité pensar mucho para saber el infierno que estaba viviendo.
También me comentó que ya no lo dejaba salir a la calle y le dije que era una medida muy prudente porque por menos de nada recorrería todas las farolas del pueblo meándolas en su base si las veía encendidas, aunque no intuía si seria a la manera humana o a la tradicional de los perros.
Acaba un ser humano, se extingue una etapa de la España de aquellos tiempos.
Quiera Dios hacerle un hueco en esa otra vida en la que creo porque existe aunque no sea más que por haber mantenido desde que lo dijo su palabra de no dar ni golpe.
Pocos hombres pueden presumir de mantener lo prometido como lo hizo mi tío.
Descanse en paz.
66.- LA CABRA…
Cuando la noche se transforma en una sesión continua de recuerdos se hace eterna, pero al mismo tiempo proyecta ante ti escenas que se hundieron en el fondo del baúl de los hechos por el paso del tiempo y que han permanecido escondidas, más bien agazapadas, a la espera de la llegada de una noche como esta para saltar al escenario del presente desde la lejanía del siglo pasado.
No tendría más de ocho o diez años cuando sucedieron los hechos que ahora me han asaltado como una manada de toros bravos en plena carrera por la pradera de los recuerdos y fue en la casa solariega de mis abuelos en el tiempo de la vendimia, porque aún veo en mi mente cómo llegan cargados los carros con los cuévanos llenos de uva hasta arriba mientras dejan en el polvo del camino un reguero de mosto obtenido al ser aplastado por su mismo peso.
Y una vez llegados al corral, de los hombres que pisan las uvas en el lagar, salen dos recios, aunque delgados y de barba cerrada, y los descargan dejándolos junto a la puerta, subiendo al carro de nuevo igual número de cuévanos vacios, para que regrese a la viña y traiga una nueva carga preparada por los vendimiadores, mujeres y hombres, muchos de ellos jóvenes cubiertos con boinas y ellas vestidas con largas faldas, que sugerentes insinuaban una anatomía lozana y joven, sembrando en la imaginación de los hombres un proceso de deleites soñados y en los mas acelerados, procurándose algo de placer aunque fuera en
solitario.
Y allí que estaba yo mirando con ojos como platos sin ser consciente aún de que estaba grabando a fuego en mi mente aquellas escenas para que pasadas bastantes décadas de trabajar como una bestia y también, por qué no decirlo, de perder el tiempo, dedicarme ahora, cuando ya me acerco por el camino de la vida hacia el lugar en donde reposan mis antepasados, a recopilar algunas cosas que suben desde el fondo de la memoria como suben los corchos de las redes al perder los durmientes en el mar de los sueños y recuerdos. Así que en el corral, muy cerca de la puerta de la cuadra que daba acceso al lagar, del que no puedo imaginar los años que tendría, se alineaban los cuévanos repletos de uva a la espera de ser vaciados en el lagar y ser pisoteados por los hombres que tenían los pies descalzos, el pantalón levantado hasta media pierna , y para que no cayera, atado con un vencejo de esparto, camisa de manga larga remangadas y luciendo un trozo del pecho, cubierto de vello, en forma de triangulo con el pico hacia abajo.
Pañuelo atado en la cabeza como suelen hacerlo los maños y los valencianos, que impedía que los cabellos molestaran y cayera el sudor en los ojos dejándolos irritados.
Parecía que bailaban, cuando lo que en realidad hacían era un esfuerzo pesado para que las uvas fueran soltando su jugo que se recogía en la parte de abajo hasta que se llenaba el hueco y mientras unos hombres retiraban los hollejos y los escobajos de las uvas aplastadas, otros dos sacaban el mosto recién obtenido y lo vertían en las tinajas, panzudos recipientes de barro cocido, para que fermentara y se hiciera vino.
Era todo un espectáculo presenciar esas cosas en la casa solariega de los Abad, de mis antepasados y de mis abuelos, yo era un simple crio para aquellos hombres que trabajaban igual que se venía haciendo desde hace siglos y un mocoso, que era como me designaba uno de ellos señalándome con el dedo.
Así que allí me pasaban las horas mirando todo, aunque tantos años repetido, ya no lograba causarme impresión.
Pero un día sucedió lo imprevisto, que por la puerta del corral aparecieron Manolito, el “adoptado de leche” de los gemelos muertos de mis tíos, era de casa Sanos; Angelín, el hijo del herrero y Belchite, con aquella frente prominente propia del raquitismo causada por el hambre que habían pasado en su casa y en la de sus abuelos tras la posguerra.
No sé por qué, pero el caso es que estaba solo en aquel momento y no se oía hablar a los hombres en ningún sitio.
Se acercaron y cogieron un racimo de uvas cada uno y comenzaron a comérselas con deleite, porque no hará falta decir que eligieron sin mirar los racimos más grandes, así como que no hay uva más dulce que la de la viña de otro.
El caso es que mientras comían los granos uno, ya no recuerdo quien fue, se quedó mirando el tapón de sebo del lagar y dijo que aún estaba clavada en él la espita de madera por la que se sacaba el mosto pisado cuando el hueco estaba lleno.
Tampoco sé quien vio la calabaza vinatera colgada en un gancho, era bastante grande y de unos dos litros o algo más, pero ni corto ni perezoso y con un espenjador, porque él no llegaba ni ninguno de nosotros tampoco, la cogió, la agitó y tras comprobar que tenía algo, le quitó el tapón cónico de madera y la inclinó un poco hasta que vio salir un liquido bastante claro con el que mojó un dedo y se lo puso en la boca.
Sus ojos se agrandaron al tiempo que decía que era vino dulce y que estaba más de media así que propuso llenarla hasta la boca con mosto del lagar y llevárnosla por si nos entraba sed mientras jugábamos en a la era de la trilladora.
Y así lo hicimos, no sin antes vigilar por si venían los hombres y nos pillaban cogiendo mosto, pero no vino nadie y nos fuimos tranquilamente.
Y a la era que llegamos los cuatro como peregrinos camino de Santiago de Compostela pero con una sola calabaza vinatera y sin ningún báculo.
La trilladora, tapada con lonas menos sus ruedas metálicas, tal y como la recuerdo debería haberla usado José en Egipto para trillar la mies que recolectaba en las tierras del faraón cuando era su mano derecha y servía durante junio y julio para trillar toda la mies de las cosechas del pueblo y la de sus dos aldeas, Los Anglis y Los Corrales y solucionaba en poco tiempo lo que con los trillos tradicionales era un tormento.
El pueblo tenía también una empacadora, pero estaba guardada, creo que del pleistoceno porque funcionaba acoplada a la rueda de una moto Zündap de la Segunda Guerra Mundial y de la que nadie sabía cómo había llegado ni de dónde venía pero que el padre de Angelín, un manitas de aquellos tiempos, acopló con mucho ingenio a la empacadora para moverla, lo que con elegancia y no excesiva prisa resolvía el problema haciendo pacas de paja que se podían transportar mejor en los carros y en las galeras que yendo suelta y en menos tiempo.
Según la cosecha, a veces se llenaban los pajares y sobraba paja, así que la sobrante se quedaba en la era para apilada guardarla para una emergencia, eso sí, bien cubierta para que no se estropeara por las lluvias del otoño y las nevadas del invierno.
Llegados a la era y con ganas de retozar como potros jóvenes que éramos salidos de una cuadra, nunca mejor dicho, empezamos a correr, a hacer el indio, a tirarnos por la paja y sin solución de continuidad a tener sed como si atravesáramos el desierto.
¿Y qué mejor solución que la previsora calabaza vinatera traída por nosotros para combatir la sequedad de la boca?
Así que empezamos a beber con buenos tragos porque estaba dulce y bueno y cuando me llegó el turno me di cuenta que estaba casi llena, pero tras llenarme la boca, se la pase al otro que jadeaba a mi lado de tanto hacer el bestia para que bebiera.
Y la calabaza fue pasando de mano en mano otras dos veces más.
Ya sin jadeos y algo lleno el estómago, la tapamos y seguimos jugando y revolcándonos como animales entre las pacas de paja hasta que empezamos a sudar de nuevo y a la calabaza vinatera que regresamos para echarnos unos buenos tragos.
Es imposible definir quien empezó a sentirse raro y extraño, pero el caso es que Angelín, creo que fue él pero no estoy seguro, dijo que el suelo se movía y se sentía eufórico.
Era el que menos carnes tenia de los cuatro.
Aquello fue como si una voz tonante bajara del cielo porque descubrimos de golpe que todos nos estábamos riendo como payasos por nada y diciendo una chorrada tras otra sin ningún sentido.
Me rio ahora cuando oigo a los padres decir que sus hijos son unos ángeles, porque en mis tiempos no había uno bueno y todos parecíamos hechos de la piel del diablo.
No sé a quién se le ocurrió la idea de coger la calabaza vinatera e irnos derechos a la majada
de esparto trenzado que había allí cerca y coger una cabra para hacerle beber unos tragos.
Pero nos debió parecer genial la idea, porque los cuatro nos acercamos y cogiendo una cuerda de esparto que estaba colgada en red de la majada, entramos y cogimos a una cabra no muy grande que nos miraba asustada.
Alguien debía tener la mente un poco lúcida porque en un idioma poco comprensible y mediante una lengua estropajosa, dijo que mejor era sacarla no fuera que las otras nos
dieran de cabezazos y con los cuernos.
Sacamos a la cabra y le atamos la cuerda al cuello mientras el animal hacia esfuerzos desaforados para soltarse, pero todo fue en vano, porque dos de nosotros, uno por cada lado de la cabeza, le cogía un cuerno y con las piernas le sujetaba el cuerpo, mientras Manolito y yo, los más altos, le abrimos la boca a la fuerza y le pusimos la calabaza vinatera dentro para que tragara como pudiera el contenido.
Aquello nos causaba risa y divertimiento, así que seguimos llenando el estómago de la cabra con mosto hasta que Belchite, también bastante colorado y de hablar ya zarrapastroso, dijo que no le diéramos más y que lo que quedaba fuera para nosotros.
Soltaron los cuernos del animal y en cuatro sorbos bien dados, vaciamos del todo la calabaza y tirando de la cuerda iniciamos la vuelta hacia el pueblo con la cabra, sin que hasta este momento comprenda por qué no la soltamos.
Al poco Angelín dijo que el camino se movía y que las paredes de los huertos también, lo que hizo que miráramos los tres y aunque el que más y el que menos reconocía el camino, todos teníamos una extraña sensación en el cuerpo y como humo en el cerebro.
Pero seguimos avanzando por el ondulante camino según Belchite y tirando de la cabra, que sin previo aviso se puso a balar de forma tan extraña que nos volvimos todos a mirarla.
Tenía un aspecto raro: los ojos muy dilatados y vidriosos, sus balidos eran lastimeros y de vez en cuando como si eructara a lo bestia mientras estaba de medio lado y al tirar de ella se iba de un lado al otro del camino.
Pero seguimos hacía el pueblo con la sensación cada vez más fuerte de estar flotando, pero al llegar a la pared de las monjas, Angelín, ya de por si cetrino, se le había puesto la cara casi verde por completo y empezó a dar síntomas de que iba a vomitar y no sé por qué pensé que si lo hacia se daría la vuelta del revés
Seguimos y él nos siguió un poco más atrás mientras tirábamos de la cabra que hacia cosas rarísimas, desde dar saltos a lo loco, a caminar de costado como los gatos pequeños y no digamos de los balidos que algunos parecían gorgoritos y otros de cualquier animal afónico.
En uno de esos saltos dio un tirón y me volví, era yo quien la llevaba de la cuerda, y me di cuenta, dentro de lo mareado que me sentía, que la cabra tenía los ojos desorbitados y vidriosos mientras balaba de manera misteriosa y me preguntaba qué nos pasaba a nosotros y a la cabra cuando dio un respingo, emitió un ruido que ni de lejos parecía un balido y cayó al suelo espatarrada.
Al final casi nos íbamos cayendo y a la cabra había que arrastrarla porque del suelo no se movía por voluntad propia, pero llegamos a la plaza y allí nos sentamos en el suelo mientras Angelín vomitaba como un poseso, Manolito estaba colorado como un tomate y Belchite tenía un color de pedo que hacia juego con un estropajoso “me muero, me muero
me muero”.
Creía que estábamos en silencio, pero entre la vomitera de Angelín, “¡dios mío!, ¿de dónde le salía tanto vino si era el que menos había bebido?”, los gemidos de Belchite sobre su sensación de muerte y los balidos distorsionados y erráticos de la cabra, oí que se abría una ventana y entre las nubes del mareo distinguí la voz de mi madre que gritaba qué pasaba. Creo, solo creo, que contesté y puede que sea cierto, pero el caso es que en menos de suspiro y medio apareció con cara sorprendida preguntándome algo, pero la verdad es que no entendía lo que decía y no veas la cara que puso cuando intenté decirle algo en aquel extraño idioma que salía por mi boca.
Creo que esto último la alarmó demasiado porque salió corriendo hacia la casa gritando a pleno pulmón:
¡¡¡Lamberto, Lamberto, Lamberto!!!
Lamberto era el padre de Manolito y allí que sale descalzo y vestido como iba, era uno de los que pisaban las uvas, en compañía de mi madre, esto me lo contó ella después y se dirige a nosotros y empieza a preguntarnos, mientras miraba de reojo a la pobre cabra, que no sé si es que quería explicar qué pintaba ella en todo aquello o es que navegaba por el mismo espacio infinito en el que estábamos nosotros, pero dio una especie de balido que distrajo la atención de mi madre y Lamberto.
Y era tal la jerigonza y media lengua con la que le contesté que se puso a llorar desconsolada preguntándose qué nos habían hecho., pero Lamberto, que seguía mirando a la cabra de reojo y con seguridad pensando qué pintaba el animal en todo aquello, se acercó a Manolito, lo cogió de los sobacos y subió la cara a la altura de la suya y lo olió unos momentos, dejándolo de nuevo en el suelo, pero apoyado en la pared para que no se cayera redondo.
A continuación se vuelve a mi madre riendo y le dice:
“¡¡¡Han agarrado su primera borrachera, Antonia!!!”
A mi madre casi se le salen los ojos de las órbitas al oír aquello, pero se vuelve hacia mí y con una mirada que no presagiaba nada bueno para luego, me silabeas muy despacio:
“¿Así que estas borracho?”
Recuerdo que moví la cabeza de arriba abajo y a continuación sonó tal tortazo que pienso hizo eco rebotando en los muros de la ermita de San Miguel.
No sé si fue simultáneo, pero el de Manolito no sonó menos y comenzó a llorar como un ternero y al guirigay del momento se unieron los balidos desvencijados de la cabra, que nos miraba con los ojos saltones y vidriosos y una expresión como si se preguntara:
“¿Qué he hecho yo, Dios mío, en esta breve vida mía para merecer esto?”
De verdad que su expresión era capaz de derretir un témpano de hielo
Volvió Lamberto a lanzarle una mirada a la cabra, entre interrogadora y asesina, y dándole otro bofetón al pobre Manolito, nos pregunta a los cuatro:
“¿Qué le habéis hecho a la cabra?”
Sin decir palabra, señalé la calabaza vinatera que estaba en el suelo un poco más lejos.
Y entonces sucedió el milagro más sonado de aquel día: Lamberto cogió a su hijo de una oreja y le dio tal estirón que aun no se explica nadie en el pueblo cómo no le llegó a la parte de arriba de la torre del reloj, que no es la misma en mi pueblo que la de la iglesia, o se
quedó con ella en la mano.
Mi madre se quito una alpargata y, menos en el paladar, me dio alpargatazos por todo el cuerpo.
A Belchite, lo supimos después, le midieron el lomo con un sarmiento y a Angelín su madre, aprovechando el baño que le dio en el lavadero de la casa para quitarle la borrachera, le estuvo dando con la palma de la mano, ¡y las tenía muy grandes!, por todo el cuerpo.
Y de la cabra nunca más se supo.
Lo jodido es que en el pueblo la noticia se extendió como una mancha de aceite y a partir de ese momento, cuando nos veían juntos por la plaza, o en cualquier otro sitio, los viejos que tomaban el sol apoyados en las paredes, y los no tan viejos, no se cortaban un pelo y bien fuerte decían:
“¡¡¡Ahí van los de la cabra!!!”
67.- TENDENCIAS…
Tiende el ser humano a huir de la realidad que le oprime, o le rodea, y por eso sueña el preso con su libertad y el hambriento con la comida, lo que le permite huir aunque solo sea mientras sueña, de la agónica realidad en la que vegeta.
Lo sorprendente viene luego cuando obtiene lo que desea, pues muchas veces descubre que no sabe la comida igual como cuando la sueña y la libertad obtenida no viene acompañada de las cosas que anhela.
Y es que se tiende a idealizar lo que nos falta, siendo la realidad la que nos demuestra que si bien soñar es importante, mucho más lo es el luchar por alcanzar todo lo que codicias.
La suerte existe y es verdadera, pero también lo es la realidad de que casi siempre se alcanza lo que se sueña, tras haber recorrido un camino de sufrimientos y esfuerzos para llegar a la meta.
Y cuando descansamos después de haberlo conseguido, descubrimos que, como fluye el agua de un depósito por una grieta, lo verdaderamente bueno y gratificante ha sido recorrer ese duro camino y no entrar el primero en la meta.
Manías de un viejo que contempla tres palmeras detrás de los cristales de su puerta, en un amanecer hermoso y silencioso, mientras piensa que son lanzas apuntando a un cielo de color azul intenso.
Tenue es la brisa que trae a este horno que es la casa, una bocanada de aire fresco, para mitigar un poco el calor tan intenso de la noche que ha dejado corto y escaso el descansó que busqué al acostarme.
La vida se extiende ante mí con el regalo de un nuevo día, así que me ducharé y prepararé para recorrer sus vericuetos y descubrir sus afanes, bendiciones y alegrías, porque nadie puede decir que es malo su tiempo si lo puede vivir.
68.- ARPEGIOS…
Trae la brisa que empieza a soplar con dulzura las notas de una guitarra española que habla, ríe y llora tras ser acariciada por las manos de Paco de Lucia, ese gaditano universal que emociona a quien le escucha interpretar su magistral “Entre dos Aguas”
Tal pienso que hasta las palmeras se mueven cadenciosas porque también ellas saborean la hermosura que es capaz de crear en quien lo escucha, una música bien interpretada y creada con el exquisito gusto y afán de acercar la tierra al cielo.
No puedo cerrar mis ojos mientras escribo porque no sé escribir sin mirar, pero de vez en cuando los cierro para que las notas, que saltan como gotas en una fuente cristalina, inunden mis oídos y vayan bajando hasta mi alma la esencia de la música que de los dedos brota, mientras quien la interpreta en la guitarra deja escapar, como si de su sangre fuera, la esencia de su alma.
Pero cesa la melodía de manera brusca, sin saber si es que ha terminado o una mano, grosera y desalmada, ha apagado el reproductor del que, como de un manantial de montaña, fluía.
Aguardo unos instantes a que se reanude la música pero solo son los rudos sonidos de la carretera los que lo llenan todo, así como los gritos de los niños, y de sus madres pidiéndoles calma, mientras bajan la escalera para ir a la escuela.
Pero al igual que el día comienza con suavidad desde la diluida noche, empiezo a oír de nuevo los arpegios de una guitarra que gime, habla y ríe con la fiereza y alegría que le pone Manolo Sanlúcar cuando interpreta extasiado, ausente de este mundo en donde le oímos, su más conocida melodía de “Caballo Negro”.
Sucesión de galopes musicales por las playas de arena de esa Cádiz, generosa de guitarras bellas puestas en las manos de virtuosos que cierran los ojos cuando interpretan e invitar a los que escuchamos para que subamos a la grupa de ese “Caballo Negro” mientras, con los ojos cerrados, galopemos hacia el éxtasis del paraíso de los sueños hermosos.
Es tanto el arrobo de mi espíritu y mi cuerpo que suspendo la escritura durante un tiempo, que no soy capaz de decir si ha sido muy largo o corto, porque jamás sirve el tiempo para medir lo que se “siente” al oír una melodía casi divina hecha con los dedos, ni tampoco los sentimientos.
Pero como todo lo bueno dura poco, se acaba la melodía al mismo tiempo que se oye un destemplado grito para que el que la había puesto, suba urgente un carro de ladrillos.
Poco ha sido mi gozo y mi disfrute, pero es inmenso si pienso que podían haber puesto uno de rap, o cualquier otro de uno de esos “analfabetos musicales” que, porque vocalizan, dicen que son cantantes.
Me estoy volviendo viejo y, como dice mi hijo, de todo protesto y puede ser cierto.
Lo que no entiende es que, con el paso del tiempo, se pierde eficacia en los sentidos, pero que el gusto por lo exquisito no desaparece con los años y que la música, como con los cantos, solo tienen un baremo: o son malos o son buenos.
Aunque ahora la moda imperante consistes en oír ruidos que imitan a los ritmos africanos sin la elegancia, sonoridad y ritmo de aquellos, aún quedan personas que saben distinguir entre lo malo y lo bueno, entre lo bueno y lo excelso.
Gracias al paso del tiempo y a las miles de horas en los motores marinos, mis oídos son cada día mejores adornos y menos instrumentos efectivos, pero aún filtran al interior de mi espíritu la esencia de lo bueno y la alegría de lo divino.
Eso es a lo que llamo música y a lo demás, ruido.
69.- POLVO…
Rasga la oscuridad de la noche un relámpago que ilumina el interior de la casa seguido de un potente trueno que hace vibrar los cristales y despierta a todos.
Ha debido caer muy cerca el rayo porque a los pocos momentos llega hasta mi olfato el característico olor a pescado del ozono, que es como huele el aire tras la caída de un rayo.
Y ahora, como una catarata de ruidos y relámpagos, la madrugada se llena de luces y ruidos que hacen que me levante en busca de la ventana de la cocina para contemplar con deleite el espectáculo que esta noche casi veraniega por el calor que hace, y roto el silencio, ofrece a todos aquellos que quieren contemplarlo.
Después de ver unos instantes el derroche de fuegos artificiales que la naturaleza me ofrece, viene a mi mente el recuerdo de otro espectáculo parecido, pero más intenso, contemplado desde el cabo San Antonio y sobre el mar que separa Denia de Ibiza.
Estaba durmiendo en una sencilla tienda de campaña a los pies del Mongó en una carretera abandonada y construida durante la guerra civil que llevaba a una serie de cuevas excavadas como polvorines y resguardo de las baterías antiaéreas que protegían el puerto de Denia desde donde los barcos salían cargados de suministros y pertrechos para abastecer a la isla durante el conflicto bélico.
No sé si fue el eco de un trueno lejano o el perro lo que me despertó, pero al abrir los ojos si percibí que había relámpagos lejanos que iluminaban el cielo.
Me levanté y abriendo la cremallera de la tienda ya percibí los truenos y el culebreo de los relámpagos que se perseguían por el cielo sobre el mar.
El cielo era negro como el azabache, pero los relámpagos permitían distinguir diverso tipo de nubes que se apretujaban sobre el horizonte impulsado por el viento, aunque en aquellos momentos soplaba de poniente caliente y seco.
Lo tenía como rutina siempre que montaba la tienda en un lugar cercano, sobre un kilómetro del mar, el utilizar unos clavos de acero especiales que me había fabricado con el mismo que usaba en la construcción, de buena longitud, porque sabía que cuando sopla la brisa o hay viento de levante, no solo arrastra los veleros, sino las tiendas de campaña, también.
Salí de ella y cerré la cremallera a demás de comprobar que todos los clavos estaban bien clavados y los vientos de la tienda bien puestos y tensos.
Subí al coche y me dirigí a la carretera que sube desde Denia al cabo y termina en el faro, donde, además, estaban las antenas de transmisiones del ejército y de la telefónica en aquellos años.
A medida que subía por la serpenteante carretera desde Las Rotas, el cielo era un continuo desfile de relámpagos y destellos que ante mis ojos ofrecía un espectáculo con un sinfín de coloridos y contrastes al iluminar los relámpagos las nubes de diversas densidades.
Se veían negras, otras muy blancas y la mayoría grises y con esta exhibición de hermosura natural, llegué a la explanada donde está el faro y lugar que consideré más seguro porque al haber tantas antenas elevadas sobre la torre metálica que las sostenía, pensé que de caer un rayo este caería sobre ella y su sistema de toma de tierra anularía los efectos dañinos alrededor.
También el coche, montado sobre ruedas de aire, era un aislante porque sabía que la
electricidad siempre pasa por el exterior y dentro estaba sobre asientos dieléctricos, así que dije que, pasara lo que pasara, no saldría de su interior hasta que escampara o no fuera peligroso circular.
Y con las luces apagadas del coche y la sola iluminación del cielo, me dispuse a presenciar lo que la naturaleza regala a todo aquel que lo quiere contemplar y no se asusta de su fuerza desconocida e inmensa.
Pretender describir con palabras lo que vi es estar repitiendo continuo la de maravilloso espectáculo, sonoros truenos, relámpagos cegadores y mágicos, qué truenos, qué maravilla, qué asombro, como si fuera un loro que repite sin entender lo que ha oído antes.
No existen palabras para describir las emociones que me inundaron, tampoco los sentimientos y saltos que daba mi alma cuando con una oración silenciosa daba gracias al cielo porque me estaba llenando el corazón y llenando de recuerdos mi vida sin pedirme nada a cambio.
¿Cuánto duró aquello?
No tengo ni idea, porque si bien lo veo dentro de mi mente como si se repitiera ahora soy incapaz de decir que duró tanto o cuanto, porque solo sé que han pasado unos cuarenta años de aquello y no lo he olvidado y que cada vez que veo relámpagos y oigo truenos, regresa a mi mente casi con la velocidad del rayo.
Y es que los más hermoso, sobrecogedor y extraño que tiene la tierra es gratuito y al mismo tiempo que sacia los ojos y el espíritu enseña a los humanos que, a su lado, solo somos polvo arrastrado por el viento.
70.- EN EL ADUAR…
Mientras hacia la comida y mi hijo colaboraba denodadamente sentado en la silla mirando la televisión mientras chupaba un palillo, me dice que mire y al hacerlo contemplo como un hindú, o eso creo, coge con las manos una cobra de un cesto, le abre la boca y la apoya en una regla trasparente y la fuerza de tal modo que comienza a manar veneno de sus colmillos.
Una vez demostrado que tenia veneno, la introduce entre sus ropas y la cobra desaparece para salir por una de sus bocamangas y la introduce de nuevo en el pecho y después de ver como se le mueve entre la carne y la especie de túnica que llevaba, sale por el cuello, la coge y se introduce la cabeza de la cobra en la boca y la tiene unos momentos.
Después abre sus labios y la cobra se deja coger y la mete en el cesto.
El narrador de lo presenciado comentaba que algunos sadhus, iluminados o santones, de la India son capaces de controlar a los reptiles más venenosos que pueden matar a una vaca en menos de una hora y a un hombre en veinte minutos y que, sin embargo, a ellos no les hacen absolutamente nada.
Asombrado mi hijo por lo que ve, me pregunta si es posible eso y le respondo que hace muchos años descubrí que existen personas que con su solo pensamiento logran dominar a animales salvajes y que algunos, que no lo son tanto, cambien su comportamiento hacia los seres humanos.
Me percato de que comprende mi razonamiento con tanta exactitud como si le hablara en sanscrito, o por lo menos en el lenguaje de los mudos, porque tiene su rostro un aspecto de no haberse enterado de nada que me obliga a decirle que mire en internet porque en él hay infinidad de videos en los que personas, aparentemente normales y corrientes, conviven con animales salvaje sin que les hagan nada y son leones, hienas, leopardos y otros tan salvajes como los primeros sin que en momento alguno sean atacados por ellos.
Y me pregunta que cómo puede ser eso y respondo que la mente humana logra hacerse entender por los animales y que estos captan ordenes, deseos y sensaciones que no se han transmitido verbalmente, aunque no tengo idea de cómo se hace ni que mecanismos rigen
ese fenómeno que sin duda existe y del que yo mismo he sido testigo.
Le cuento que tenía una perra que, la había encontrado en el monte abandona, cuando me estaba dando una angina de pecho, venía a mi habitación y apoyaba la cabeza sobre la cama y permanecía inmóvil en esa posición hasta que el fuerte dolor del pecho remitía y entonces regresaba a la cesta donde dormía en otro cuarto.
Opina que el animal oía los quejidos por el dolor y acudía, pero le respondí que era imposible, porque no me quejaba aunque fuera muy intenso ni tampoco me movía de la posición en que estaba en la cama, tal y como me decían los médicos, al despertarme con la angina.
Y a lo largo del tiempo que estuvo el animal conmigo no hubo una sola vez en la que la perra no acudiera cuando estaba soportando la angina, tuviera esta la intensidad que tuviera.
Me mira incrédulo y añado en que en una ocasión, que no olvidaré jamás, estando sentado tras la mesa de dibujo, sufrí una angina y me levanté como pude sudando y con el brazo dormido para sentarme en un sillón mientras pedía a Dios que fuera la última y muriera para dejar de sufrir tanto.
Y mientras jadeaba y me presionaba el pecho con la mano derecha pensé que iba a morir solo, como había vivido siempre y haciendo frente a lo que me pusieran delante.
No sé cuánto tiempo llevaba allí sentado, no debería ser mucho, con los ojos cerrados mientras sudaba y jadeaba, cuando noté que la gata siamesa acababa de saltar a mis piernas.
Los abrí y presencié lo que nunca habría imaginado: apoyando las patas traseras sobre mis muslos puso ambas delantera sobre mi pecho y mirándome con una intensidad que no conocía en ella, tuve la sensación de que dentro de ese cuerpo de felino me miraba un ser desconocido, levantó la pata delantera derecha y la pasó con suavidad cuatro o cinco veces por mi cara transmitiéndome una sensación extraña y desconocida que me serenó de golpe y abrió la espita de las lágrimas y comencé a llorar en silencio sin miedo a la muerte.
Mientras las lagrimas corrían por mi cara, la gata permaneció echada sobre mis piernas sin moverse y al cesar de llorar y los dolores en el pecho, bajó y fue a echarse a la cesta donde dormía.
Fue tan grande la impresión que me causó lo sucedido, que no se ha borrado de la mente aunque han pasado más de treinta años.
Guardé silencio y mi hijo dijo: “Papá ¿qué piensas sobre todo lo que me has contado?”
“Qué sabemos mucho del mundo y de las galaxias, pero somos unos ignorante completos sobre los secretos y mecanismos del cerebro y eso que cada uno tenemos uno, lo usemos o no lo usemos”
“Qué sin duda alguna, aunque no sé qué es ni puedo demostrarlo, estamos por completo inmersos en un “océano” compuesto por alguna fuerza o energía que desconocemos, por el momento, y que no vemos ni notamos”
“Qué es infinita e inagotable y abarca todo el universo y que al igual que el aire en la tierra, todo lo cubre y es el “medio” por el que se transmite “todo”, sea un sentimiento, un pensamiento, una imagen distante o un deseo”
“Qué todos los seres vivos, estén en la tierra u otros mundos, porque estoy seguro que no
estamos solos en el universo, nacen con la capacidad de captar y emitir ondas de energía muy potentes cuando su estado emocional está modificado por lo que sea”.
“Qué si ahora ya conocemos que el cerebro es recorrido por ondas eléctricas que se captan con un encefalograma, más tarde o más temprano, se crearán los medio mecánicos y técnicos que permitan captar esa energía hoy desconocida pero que estoy seguro existe”
“Qué como en todo unos son mejores que otros, por las circunstancias que sean, y hay seres que captan y manejan “todo eso” con más claridad que otros, o con más potencia, o con lo que sea, porque me es imposible definir lo que desconozco pero que sé existe, como existe el aire, aunque no lo veo”
“Han pasado muchos años desde aquello de la gata, pero no he parado de darle vuelta a lo que sucedió aquella noche y cada día estoy más convencido de que “aquello” que presentí, existe y que en algún momento en el futuro, próximo o lejano, será comprobado, porque es esa “cosa” desconocida la única que puede explicar la interacción con los animales, así como la transmisión del pensamiento a miles de kilómetros, o las premoniciones, o las visiones de los adivinos”
Esta conversación trajo a mi memoria algo sucedió en Marruecos unos cinco o seis años después de terminar el servicio militar y relacionado con lo arriba descrito y del que fui testigo directo.
Y comencé a relatárselo a mi hijo.
Íbamos camino de la otra vertiente del Atlas tres españoles en un Land Rover de chasis corto, cargado hasta los topes de curiosidad, escepticismo y capacidad de sacrificio propio de los pocos años que teníamos, cuando antes de llegar a Ourika , nos detuvimos en un aduar con chozas, más que casas, de aspecto paupérrimo.
Si la carretera hasta llegar allí era para viajeros con paciencia igual a la del santo Job, debido a los asnos, cabras y ovejas que pululaban sueltos por aquellas desoladas tierras cerca de los pozos donde se asentaban los aduares, los riñones y la espalda tenían que ser de acero templado, pues aquello más que carretera era un camino lleno de baches que no se había arreglado desde que los almohades ascendieron aquellos montes camino de España en el siglo octavo o noveno, que no lo recuerdo.
El caso es que paramos en, hay que llamarle de alguna forma, lo que tomamos por una plaza, siendo muy generosos con el concepto, y una nube de chavales vinieron a rodearnos más veloces que una bandada de buitres se lanzan sobre un animal muerto.
Vino de inmediato a mi mente el aserto chino de que aquel que se acuesta pronto por ahorrar velas, engendra gemelos, si bien añadí de mi cosecha que, por la parva de muchachitos, allí no se guardaba el tiempo necesario que la naturaleza da a la mujer después del parto para quedarse de nuevo embaraza.
La experiencia es un grado y de mis anteriores excursiones por la tierra de los rifeños en el norte junto al Mediterráneo, había aprendido que o te congratulas con la chiquillería o no tienes más que problemas cuando no alguna pedrada por tacaño, así que abrimos una de las bolsas de caramelos que llevábamos en previsión para estos eventos y los repartimos.
Jamás había visto multiplicarse a tanta velocidad los niños en tan poco tiempo, pero el caso es que no nos quedó otro remedio que abrir otra bolsa, y eran grandes, para que todos tuvieran que chupar mientras se separaban de nosotros.
Juan no pudo evitarlo y mientras repartía los caramelos exclamó un “¡Cojones! ¿es que han venido todos críos de Marruecos?”.
Giré la cabeza y lo miré con compasión mientras le decía: “Aquí joden a destajo porque no tienen ni radio con que distraerse”
Todos los aduares eran lo mismo en aquellos tiempos: chozas miserables de piedras, otras de adobes y alguna que otra jaima, tiendas de piel de cabra negras, alrededor de un circulo no trazado en que lo mismo podías ver dos asnos con serones de esparto y la cabeza baja y las orejas apuntando al suelo que a siete chiquillos, más sucios que el rabo de una vaca, con los brazos y la cara como centro de peregrinación de las moscas, que unos cuantos hombres sentados sobre sus piernas cruzadas encima de una alfombras, o esteras astrosas y descoloridas, hablando a voces y, en ocasiones, pasándose un pocillo de lata o barro con te verde que sacaban de una tetera negra de tanto usarla y no lavarla con arena.
Paramos el motor y nos llegó por entre los gritos y las voces, los árabes no saben hablar bajo entre ellos, una música emitida por una especie de dulzaina árabe y sonido parecido a la que usan los encantadores de serpientes en la India.
Dije a los otros dos que bajáramos que seguro que íbamos a ver algo que siempre fascina al que no lo conoce.
Juan, que siempre tenía que decir algo y al que ya en una ocasión, harto, tuve que decirle si también estaba renegando cuando iba a galope tendido subido en una mujer, dijo que estaba harto de charlatanes y embaucadores árabes, a lo que contesté que en todas las partes hay de todo, pero que había visto ya en Marruecos las cosas más sorprendentes que un europeo podía imaginar.
Siempre pensé que no se callaría aunque lo metieran debajo del agua y lo confirmé cuando en plan retador dijo: “¡Dime una tan solo!”.
Así que respiré hondo y con mi mejor paciencia conté que en un pueblucho próximo a Agadír vi decirle a un hombre cosas de él, sus mujeres, hijos, enfermedades y demás peculiaridades de su vida tras hacerlo orinar sobre un bote metálico en el que había plomo derretido y mirarlo el adivino.
Juan no tenia solución, por lo que no me extrañó que dijera que se lo podía haber inventado todo el adivino, pero le respondí que él no estaba allí ni había visto las expresiones de la cara del hombre, en donde de la sorpresa pasaba al desconcierto y de allí a la incredulidad más absoluta.
Que si bien no sabía lo que decían, si tenía junto a mí la persona que me acompañaba, que además del tamachesh, dialecto de la zona, hablaba árabe, francés y español porque era oriundo del Aiún, capital de nuestro antiguo Sahara y me iba traduciendo, en líneas generales, lo que decía y al final dijo que el consultante aseguraba que todo lo que le habían dicho era verdad.
Dije que cuando se viaja por países donde no existe el mismo concepto sobre las cosas que en Europa, lo más inteligente era guardar las “gafas de aventurero blanco ” en la maleta así como el “olfato” y pensar que si aquellos están vivos y se multiplican, no solo es porque joden más y mejor que nosotros, sino porque sus costumbres, sus creencias y sus modos de vida los han adaptado al terreno donde viven, pero que eran tan buenos como las nuestros aunque distintos y si bien se dicen muchas sandeces, tanto jóvenes como viejos, hacer caso a los refranes no es tan malo, sobre todo ese que dice que “A donde fueres, haz lo que vieres”, así que se dejara de leches y, si quería, que fuera a ver qué hacía allí la gente mientras alguien tocaba aquel instrumento.
Y con parsimonia nos reunimos con los curiosos que hacían circulo, entre los que había un hombre con bastantes canas y dos mujeres, todos de más de media edad, que nos miraron y a continuación, con sendas sonrisas, preguntaron en un francés del centro de su país, lo entendí hasta yo: “Bonjour, vous étes espagnols?” y Rafa, el “poliglota”, respondió con un “Oui, et de Valence” y comenzaron a hablar entre ellos, confirmando que conocían Valencia y bastantes lugares de España.
No vimos otro vehículo, pero no preguntamos cómo habían llegado, pero les ofrecimos llevarlos con nosotros si no tenían otro medio de transporte, cosa que agradecieron pero declinaron nuestro ofrecimiento porque iban en un furgón Renault Estafette que por las condiciones de la “carretera”, habían pinchado dos de las tres ruedas de recambio que tenían , llevábamos también tres ruedas de recambio, y ante el temor de nuevos percances, optó el conductor por regresar a Quarzazate y repararlas, dado que estaba más cerca que Ourika, mientras los otros tres pasajeros esperaban allí su regreso.
La dulzaina seguía sonando fuerte, así que todos juntos nos incorporamos a los espectadores allí presentes y vimos a un hombre que no era árabe, porque todos sus rasgos faciales gritaban que era un berber (bereber): flaco, de tez de cuero viejo y oscuro con una incipiente barba en la que habían abundantes canas pero de edad indefinible.
Tenía extendida ante él una alfombra astrosa de colores casi irreconocibles y sobre ella había una cesta de mimbre trenzado con una tapa del mismo material y un mini capazo con tapa, todo de esparto.
Debió ver el hombre que con los reunidos había suficiente público, así que metió la dulzaina en la faja que ceñía su cintura y comenzó a hablar a voces, supongo que para excitar la curiosidad de los presentes, o alardear de sus poderes, o lo que tuviera y dio
comienzo, es un decir, el “espectáculo”.
Ninguno de nosotros hablaba cheljá, árabe o tamachesh, así que no teníamos ni idea
qué significaban los gritos que daba mientras se agachaba para levantar la tapa del capacito de esparto y se retiró un paso atrás.
Al momento empezaron a salir escorpiones negros, lo que hizo exclamar a las señoras francesas un “¡¡¡ohhh!!!” que casi lo oyen en París, que se esparcieron alrededor de capacito y dos o tres bajaron a la alfombra, mientras el incrédulo Juan soltó un “¡¡¡Joder!!!” que para sí lo quisieran algunas ninfómanas.
Mientras Rafael, junto a los franceses, permanecía en silencio fascinado mirando aquellos bichos.
Volvió a agacharse el hombre y los fue cogiendo de uno en uno y se los puso en el cuello, en los brazos y abriendo aquella prenda que llevaba, también en el pecho, pero ninguno de los escorpiones hizo el más mínimo intento de picarlo.
Comente en voz baja que cuando estuve de soldado en Sidi Ifni vi varios de esos ejemplares moverse en los pedregales por donde corrían gacelas del desierto y, también, que murió en menos de un cuarto de hora un perro que fue picado mientras seguía a una patrulla.
Son los escorpiones más venenosos que se conocen en el las llanuras pedregosas del Anti
Atlas y Mauritania.
La cosa fue subiendo de emoción cuando el hombre se puso en la cara dos de ellos y cogiendo a uno, abrió la boca y se lo metió dentro.
Se podía cortar el silencio
Y entonces, desde el circulo de espectadores, salió la voz de alguien hablando uno de los idiomas que desconocíamos, que hizo que el de los escorpiones esperara que saliera uno de ellos de la boca para responder a gritos, produciéndose un movimiento frente a nosotros al dejar paso a uno con chilaba y turbante que se detuvo al borde la de alfombra que había en el suelo.
E inició una perorata dirigida al de los escorpiones al mismo tiempo que señalaba los que estaban en el suelo moviéndose alrededor del cesto en la alfombra
No sabíamos si lo que decía era ofensivo, la expresión de una duda o cualquier otra cosa pero el caso es que el de los escorpiones dijo algo mientras lo miraba con fijeza y empezó a meterse uno a uno los escorpiones en la boca, dejó se pasearan por ella y que salieran solos.
Incluso la cerro en dos o tres ocasiones como incitándolos a picarle, pero todos salieron y los fue volviendo a meter en aquel canastillo pequeño.
Se elevó un sordo rumor entre los presentes mientras el de la chilaba regresaba al anonimato del grupo.
Grita dos o tres palabras el de los escorpiones y abre la cesta de mimbre y de ella saca una cobra del desierto y una víbora que deja sobre la alfombra, enrolladas sobre sí mismas mientras un murmullo se elevó de entre los presentes.
El francés le estaba diciendo a sus acompañantes que había visto, en un viaje anterior, después de Ourika, población en la cara sur del Atlas, morir un asno mordido por una víbora como aquella que estaba en el suelo, en menos de una hora, lo que me confirmó que los dos reptiles eran peligrosos.
Las cogía indistintamente por la cola y ambas se retorcían, pero no intentaba morderle y cuando las soltaba, volvían a enroscarse sobre sí mismas dejando la cabeza dispuestas al ataque.
En los zocos y las plazuelas árabes hay de todo menos silencio, pues bien, allí se podía oír el vuelo de una mosca porque prácticamente todos los de la plazuela se habían acercado a ver que estaba sucediendo y guardaban silencio.
Y en medio de aquella atención tan unánime, coge el hombre la cobra y se la acerca al cuello donde se enrosca y saca su cabeza por el otro lado sin hacer ningún movimiento extraño.
A continuación la coge y se la mete por el cuello entre sus ropas y comienza a verse el movimiento del reptil hasta que vuelve a sacar la cabeza por el cuello.
Una de las francesas dejó escapar un ¡¡¡Oh mon Dieu!!! tan enérgico y sorprendido que parecía dicho en Notre Dame de Paris en plena celebración religiosa entre nubes de incienso por un milagro ocurrido.
Y Juan, no sé si por hacerle compañía a la expresión de la francesa, o porque estaba de verdad impresionado, o porque quería dejar el pabellón español bien alto, soltó un “¡¡¡Hostia Bendita!!!” que hubiera hecho feliz al propio Papa en el Vaticano.
Estábamos todos asombrados por lo que veíamos cuando alguien del circulo empezó a hablar bastante fuerte y el hombre paró en seco su exhibición.
Escuchó lo que le decían y dejando la cobra en el suelo gritó algo y al momento apareció un chiquillo con un palito fino en la mano que le entregó y cogiendo a la cobra por la cabeza, le abrió la boca y apoyo el palito en la parte de arriba presionando detrás de los colmillos y de estos manaron unas gotas de veneno.
El silencio fue roto porque todos los presentes comenzaron a hacer comentarios, y no en voz baja, por lo que solo pude entender, y no por completo, los que hacían los franceses entre ellos al comprobar que la cobra tenia veneno y que, por lo que fuera, no le hacía nada al hombre sin comprender cómo era posible eso.
Dejó a la cobra en el cesto de mimbre y cogió del suelo a la víbora e inicio las mismas acciones de posarla sobre su cuello, introducirla entre las ropas, incitarla a que le mordiera el brazo y cuando la salía de entre sus ropas, el mismo que cuando la cobra comenzó a hablar a gritos haciendo parar al de la serpiente.
Este dejó que el otro hablara y después le contestó, mientras mantenía en sus manos la víbora que no paraba de moverse.
No sabíamos que se estaban diciendo, pero presumí que allí se estaba iniciando un reto, o una apuesta, o una lucha entre dos personajes dispares, uno algo engreído y chuleta dispuesto a desprestigiar al de los reptiles a toda costa y el encantador de serpientes, al que en todo momento vi sereno, seguro de sí mismo e incluso con una sonrisa irónica de desprecio en los labios, ante lo que decía el primero.
Se lo quedó mirando y mientras tenia la víbora en las manos, pronunció tres o cuatro palabras tajantes, retadoras, mientras su sonrisa de suficiencia casi resultaba insultante.
El personaje aludido, se acercó hasta la alfombra y dijo algo, supongo que una apuesta, pero el de la serpiente lo rechazó con desprecio mientras movía la cabeza de un lado a otro y seguía hablando.
No supe nunca que se decían, pero la gente miraba a uno y a otro alternativamente como en un partido de tenis, por lo que no tenia duda alguna que allí se estaba librando una guerra verbal en la que el vencedor dejaría humillado al derrotado.
Volvió a hablar el que estaca cerca de la alfombra al mismo tiempo que miraba a la cara al de la serpiente, quien volvió a moverla de un lado a otro al tiempo que elevaba la mano en un gesto claro de que subiera la apuesta.
Ya moviendo las manos de forma agitada, dijo seis o siete palabras que fueron respondidas por el de la serpiente con un movimiento de arriba debajo de la cabeza al tiempo que hablaba.
Y en ese momento sucedió lo más insólito que he visto en mi vida: el de la serpiente la coge, abre su boca, introduce la cabeza del reptil, aguarda con ella cerrada unos instante que a mí se me hicieron horas y la abre para sacar la cabeza de la víbora que se movía y la enseña a los presentes, la vuelve a introducir en su boca y la cierra de golpe.
Nos quedamos mudos al ver que alarga el brazo con la serpiente decapitada, al tiempo que abre la boca y escupe la cabeza y sin pararse, la despelleja con los dientes y las manos y la arroja a los pies del que lo retaba.
Había pasado ante nuestros ojos pero parecía que había sido una pesadilla, pero el hombre paseaba su mirada triunfante sobre todos nosotros como lo haría un rey con sus súbditos mientras todo el mundo empezó a hablar de golpe y a gritos, comentando lo sucedido y, supongo, la humillación del que había dudado de la magia del de los escorpiones y las serpientes, así como sobre la apuesta mantenida.
Los tres franceses no paraban de hablar entre ellos y con Rafael sobre lo visto y en sus caras se reflejaba la sorpresa, el estupor y el desconcierto porque no encontraban explicación a que aquel hombre fuera respetado por unos reptiles de los más peligrosos y unos escorpiones tan venenosos.
No es elegante transcribir las palabras de Juan para calificar lo visto, solo sugeriré que de Dios para abajo, no quedó nadie libre sobre quien ensuciarse.
Y un chicuelo, el que le llevó el palito, apareció ante nosotros provisto de un cuenco de madera sucio y astroso que colocó bajo nuestras narices al tiempo que sonreía con unos dientes blancos como de un anuncio de dentífrico.
Lo acercó a los franceses y estos le echaron dos billetes de cinco dírhams que estuvieron a punto de sacarle los ojos de las órbitas y mientras rebuscaba en los bolsillos, le indiqué por señas que hiciera el recorrido entre la gente y volviera, al tiempo que le decía a Juan que fuera al Land Rover a buscar dos o tres paquetes de tabaco Bisonte que habíamos traído desde Algeciras.
Encontré monedas por total de nueve dírhams y vi regresar a Juan con los paquetes y una bolsa de caramelos pequeña.
Cuando el chico vi a Juan de regreso, volvió a nosotros como una bala y colocó el cuenco donde eche el dinero que contó con los ojos y que casi le provocaron un desprendimiento de retina: casi 20 dírhams en aquel tiempo era dinero y más en aquellas zonas rurales.
Por señas trataba de decirle que le llevara el tabaco al de las serpientes y bien no entendió lo que le sugería o pensó en otra cosa, el caso es que dio dos alaridos, aquello no eran gritos, capaces de asustar a la cobra y el hombre levantó la cabeza y se vino hacia nosotros, momento que aproveché para examinarlo con atención y he de reconocer que desprendía seguridad en sí mismo y serenidad, además de un cierto orgullo al saberse poseedor de “algo” que los demás hombres codiciaban y no podían alcanzar.
Le di los tres paquetes de tabaco y sus ojos denotaron sorpresa, pero los aceptó con una serie de “gracias” (chokram en árabe) al tiempo que se llevaba la mano al corazón y de forma imprevista introdujo una mano entre sus ropas y extrajo un rosario árabe hecho con cuentas de madera o semillas marrones y muy oscuras unidos por una fibra vegetal que no supe discernir.
Juan iba a rechazarlo cuando extendí mi mano y se lo acepté, pero mis muchos chokram no sonaban igual de bien que los que el pronunció.
Debió desearnos buen viaje y añadió “Inch allah” (si Dios lo quiere) y dándonos la espalda, volvió a recoger su alfombra y la cesta de mimbre y se dirigió hacia donde estaba el perdedor del reto y los curiosos que no querían perderse nada de lo que sucediera después.
Rafael hablaba con los franceses sobre todo lo contemplado, mientras le explicaba a Juan, en cuyo ADN no aparecen los genes de la paciencia y la confianza en el género humano, que un árabe, un bereber y un tuareg, hay más pueblos también que tienen esa costumbre, considerará un insulto humillante y un desprecio el que se les rechace lo que te ofrecen, sea lo que sea, y tenía la seguridad de que para el de los escorpiones, ese rosario musulmán tenía un valor importante, de otra forman no lo habría ofrecido.
Su concepto de la hospitalidad, de los obsequios es desconocido en occidente, pero para ellos es una de sus señas de identidad más enraizadas en sus vidas.
No hará falta decir que Juan, después de mirar el rosario, opinó que no valía nada y que estaba lleno de mierda, piadosa opinión la suya que hacia extensiva a todo lo que nos ofrecían en los sitios que llagábamos.
Menos mal que Rafael me hacía caso y utilizábamos la vieja arma del regalo para ablandar las voluntades y las reticencias y es que como pueblo viejo que somos los maños, hace siglos que sabemos que “dádivas, quebrantan peñas”.
Y enfrascados en la charla, oímos de lejos el asmático sonido de un motor diesel que se acercaba, pero también fue oído por la parva de críos que salieron corriendo, creo que hasta debajo de las piedras, para aguardar la generosidad de los forasteros, pero nada más reconocieron el vehículo, se alejaron mohínos porque, al parecer, no fueron muy generosos en la llegada, si bien hay que tener en cuenta que los marroquíes sobre los franceses no tienes muy piadosas opiniones.
Y llegó el “Estafette” a donde estábamos y me pregunté cómo era posible que aquella reliquia de la batalla del Marne aún estuviera entera después de subir desde Marrakech por aquella carretera y me convencí de una vez por todas que los milagros existe.
De ella descendió un hombre que no necesitaba pasaporte porque tenía cara de francés con su nariz colorada y bulbosa, síntoma evidente de que era un buen inspector de alcoholes embotellados, de esos que a algunos hombres alegran y a otros destruyen, como pasa con las mujeres.
Nos saludamos y decidimos seguir el viaje juntos, yendo ellos delante por si ocurría algo, pero antes comimos porque había hambre y lo regamos con agua, porque llevar vino por aquellas tierras era considerado una blasfemia y exaltados ha habido siempre muchos, así que agua mineral embotella marca Alí que compramos en Marrakech y que no se subía a la cabeza ni era objeto de codicia, porque junto a los exaltados puritanos también conviven los borrachos.
Nada más sentarnos en el coche el tema de conversación fue lo que habíamos visto en aquel desolado aduar y realizado por un hombre, con seguridad analfabeto, que habría recibido de sus padre, y estos de los suyos y así casi hasta el infinito, unos conocimientos inexplicables que le permitían que los reptiles y escorpiones “aceptaran sus ordenes“ y se comportaban como él quería.
Rafa insinuó que podían estar entrenados pero no alcanzaba a imaginar cómo podía hacerse tal cosa, porque si bien una serpiente tiene un cerebro, más o menos, estructurado, no creía que de los escorpiones se pudiera decir lo mismo.
Y fue Juan quién, en un alarde de genialidad suprema que no me habría sorprendido oírla después de abundantes tientos a la botella de Ribera del Duero, o a un moriles o a un montilla, dice sobrio y sudoroso: “¡Ya está, nos han hipnotizado a todos!”.
Respiré hondo pero no puede llegar a contar los diez que aconsejan antes de romperle la cara a otro, así que solté de muy mala leche “¡suelta otra parida como ésta y abro la portezuela y te dejo en la carretera!”.
“¡No te alteres, no te alteres maño de los cojones, que era solo una broma!”.
Y seguimos hasta que llegamos a Ourika donde hicimos noche, pero antes de acostarnos en la tienda, atamos la ristra de botes vacios que servía como alarma por si alguien trataba de abrir una de las tres puertas del coche.
Llegamos hasta Zagóra y allí ya vislumbramos la inmensidad del Sahara y el calor
sofocante que nos mantenía seca la boca y pero con el que no sudábamos, así que siguiendo los consejos de los lugareños del desierto, sugerí utilizar leche entera para beber durante el día porque la grasa que contiene llena las papilas de la lengua y los poros de la boca impidiendo que el agua del organismos se evapore y la sensación de sed desaparece.
Cuando se lo tradujo a los franceses con los que íbamos, se echaron a reír y dijeron que tenía mucha imaginación, pero aconsejé que lo probaran porque al fin y a la postre es lo que hacen las cremas corporales, o las leches, cuando se extienden sobre la piel: llenar los poros de grasa y evitar que el agua del cuerpo, con sus sales, se pueda evaporar y que se venden en el mercados como hidratantes de la piel cuando no es verdad.
Añadí que me lo habían enseñados unos tuareg mauritanos que como tropas meharis tas (sobre camellos) formaban unidades indígenas de gran conocimientos del terreno, sobre todo, para saber dónde estaban los pozos de agua.
Y después de estar allí dos días, iniciamos el regreso, nos franceses no se separaban de nosotros por si acaso y volvimos a pasar por el mismo aduar donde fuimos testigos de lo más sorprendente que había visto realizar a un hombre.
Ni que decir tiene que era un tema de conversación recurrente porque cada uno trataba de entender cómo se podía hacer lo que habíamos visto
Durante días lo medite y desde entonces he visto más cosas increíbles, pero en todas hay una tónica general inexplicable: existe una “energía”, una “fuerza”, un “algo” que permite la comunicación entre todos los seres vivos, porque estoy convenció que “lo que sea” llega a los límites del universo y es igual para todos, sean animales o personas y que existen personas, supongo que ocurrirá igual en los otros mundos habitados, que la pueden manejar y controlar de forma clara al tiempo que otras no llegan ni a imaginarlo.
Y eso debe ser así porque si bien todos tenemos lo mismo no todos sabemos utilizarlo ni estamos igual de dotados.
Mi hijo me mira y sé lo que está pensando y respondo a la pregunta no formulada asegurando que fui testigo directo y que solo se puede intentar comprender si se acepta la existencia de “algo” invisible que impregna el universo entero hasta la más profunda capa de las moléculas y que aquel bereber podía modular, manipular, modificar, o lo que hiciera y cómo lo hiciera, para conseguir que unos escorpiones y dos reptiles le obedecieran.
Porque si no crees que existe “algo”, lo sucedido era imposible aunque lo vio mucha gente.
Guardamos silencio y prosigo haciendo la comida.
Después de tantos años aún dura mi perplejidad y mi desconcierto.